Teniente Coronel, 2.° Jefe del rejimiento Talca.
II.
...entre todos esos brillantes mozos que así prodigaban su sangre los unos, su vida los otros, había adquirido la precedencia en el sacrificio el jeneroso oficial cuya vida vamos a contar en esta pájina i que cerró sus ojos a la luz, después de la victoria, ostentando a la edad no cumplida de veinte i siete años, las insignias de teniente-coronel en su uniforme de batalla.
III.
El comandante Silva Renard vino al mundo en la movible tienda del soldado, cuando su padre, que organizó i mandó una media docena de batallones, se hallaba accidentalmente en Penco Viejo (buena cuna para nacer soldado) durante el verano de 1853. A los doce años entró, como hijo de militar, a la Academia (noviembre 17 de 1865), i a los diezisiete fué nombrado subteniente del 4.° de línea, el 12 de enero de 1870.
Cuando, en la noche del 12 de enero de 1881, el comandante Silva Renard marchaba "lleno de esperanzas i de alegría", cifradas aquéllas en la conducta i en la gloria de su rejimiento, celebraba, por consiguiente, el undécimo aniversario de su vida de soldado bajo las armas.
Sería ese, empero, el último de su heroica i brevísima carrera.
IV.
A los pocos meses de su incorporación al 4.° de línea, fué trasladado el subteniente Silva Renard al batallón de Artillería de Marina, un cuerpo doblemente anfibio, porque sirve en tierra i en el mar, i porque, siendo compuesto de tropa de infantería, lleva consigo cañones, lo que a la simple vista parece, si no un absurdo, una anomalía.
En ese cuerpo hizo el comandante Silva Renard su carrera hasta capitán, i con señalado crédito.
Como su padre, el joven Silva Renard era un oficial sumamente estudioso, ríjido i circunspecto. En la anotación de sus exámenes escolares resultan en abundancia los votos de distinción; pero ni esto ni las vacaciones veraniegas fueron nunca para él motivo de descanso. Su severo padre le hacía estudiar a su lado o con profesores que contrataba en los lugares de recreo a que iba a veranear; i así le vemos, por ejemplo, recibir lecciones de física del erudito profesor Dolí en Valparaíso durante el feriado de 1866-67.
V.
Debió el comandante Renard a este método espartano de educación militar, tanto como a sus cualidades personales, el privilejio de ocupar posiciones distinguidas, aun siendo subalterno. Cuando tenía un solo galón en la manga de su casaca, desempeñó interinamente la gobernatura de Magallanes, puesto que se confiaba por lo común a capitanes experimentados de marina. La estimación de sus compañeros científicos de exploraciones i servicios quedó también consagrada en aquellos parajes por la fijación de su nombre en un descubrimiento jeográfico. La isla Silva Renard, reconocida i bautizada por la Chacabuco en su última exploración austral (1877-78), no solo era una galantería de camaradas: era un tributo a su mérito como hombre de estudio i como colaborador.
En su calidad de oficial embarcado hallóse también el comandante Silva Renard a bordo de la corbeta Esmeralda, cuando ocurrió el terrible naufrajio de este buque, estando el capitán Prat a su bordo i a su mando, el 24 de mayo de 1875. Solía decir el comandante Silva Renard que ni aun Tarapacá, que fué un deshecho temporal de plomo, causó en su ánimo impresión más honda que aquel horrible siniestro.
VI.
Cuando estalló la guerra, Silva Renard era teniente; pero después de haber guarnecido con su compañía el Toco, Tocopilla i Quillagua, fué ascendido a capitán. En este puesto entró en Tarapacá al fuego uno de los primeros, i fue uno de los primeros en caer. Referíanos él mismo que al desplegar su tropa en guerrilla sobre la loma de la fatal quebrada, un soldado recluta no podía arreglar el alza de su rifle, i al inclinarse él, poniendo una rodilla en tierra, para enseñarle a disparar, le vino la bala que le atravesó el cuello i le dejó por muerto en el campo de batalla. Pudo, sin embargo, bajar a la aguada; i cuando el ejército se retiró, dos nobles soldados, cuyos nombres, por fieles, ha conservado la historia, le custodiaron en un rancho, prefiriendo caer prisioneros antes que abandonarlo al furor de los peruanos. Ambos eran cabos de su compañía, i uno de ellos, que había sido teniente del ejército, se llamaba Plata. El nombre del otro en este momento se nos escapa.
VII.
Se ha dicho jeneralmente que el capitán Silva Renard, a ejemplo de su padre, que fué un instructor inflexible, era excesivamente rigoroso con los soldados, i que éstos, por semejante causa, no le querían bien de ordinario. Pero el caso de afectuosa i abnegada fidelidad de que dejamos constancia, contradice o explica aquella condición de su índole i conducta, porque lo que el soldado chileno aborrece no es el castigo: lo que aborrece i detesta hasta el odio, la insubordinación i la muerte, es la injusticia.
VIII.
Bien debía conocer las sobresalientes prendas militares del joven capitán, tan milagrosamente devuelto al servicio i a su tierna familia, después de Tarapacá, su antiguo jefe, el bravo comandante don Silvestre Urízar Garfias, oficial de insigne mérito, que tan alto dejara su nombre en las cumbres de Chorrillos, donde se batió con notorio heroísmo como se batió su rejimiento.
De suerte que apenas fué el último jefe encargado de organizar el batallón Talca i en seguida de elevarlo a rejimiento, solicitó la cooperación del capitán Silva Renard, que para aquel servicio fué promovido a sarjento mayor de ejército i en seguida a teniente coronel de guardias nacionales, el 8 de marzo i 15 de setiembre de 1880.
IX.
En una visita hecha al autor por el joven convalesciente de Tarapacá en los últimos días de 1879, mostrábase éste un tanto descorazonado por las vicisitudes de su carrera; pero una vez llamado, mediante la designación de un antiguo amigo i camarada, al puesto del honor, sintió convalescer su alma varonil junto con su erguido cuerpo, i en un banquete de despedida que el pueblo de Talca ofreció el 4 de abril de 1880 al valeroso rejimiento que tanto había de ilustrar sus banderas, su organizador militar expresó sus caballerescos i patrióticos sentimientos en el siguiente jeneroso brindis de muerte o de victoria que en su hora él supo cumplir.
"... Esta falanje de guerreros de la industria ayer, hoi soldados del deber i mañana... ¿mañana? allá... o aquí victoriosos.
"El batallón Talca marchará en breve al teatro de la guerra, i marchará, señores, con la decisión i entusiasmo propios de los hijos de esta noble provincia.
"El batallón Talca se dirijirá al campo de operaciones, halagado con la sola idea de ser digno compañero del intrépido Atacama. La realización de esta idea es toda su aspiración, sublime aspiración que es la más pura aureola que guiará a nuestro batallón a la victoria.
"Señores i compañeros: os invito a que me acompañéis a beber por que el batallón Talca sea digno de la provincia que lo envía"
X.
Organizado i disciplinado el tejimiento Talca con admirable celeridad, el comandante Silva Renard hizo la campaña de intermedios desde Chimbóte hasta Paita con el entonces coronel Lynch, e incoporándose en seguida a su brigada, marchó por tierra, no sin pesadas fatigas, desde Pisco a Lurín, i de allí, en la noche de su "undécimo aniversario de soldado", según él mismo recordábalo en su postrera carta de familia,—a Chorrillos.
Se ha contado por alguien que antes de partir de Talca, en el banquete de adioses ya recordado, el comandante Silva Renard había levantado la copa haciendo votos por que el cuerpo que iba a representar en la guerra a aquella patriótica i animosa provincia rivalizara, si era posible, en gloria con el "lejendario Atacama".
I si tal hizo, el Dios de las batallas escuchó sus votos, porque el Atacama i el Talca entraron al combate en una sola línea, combatiendo tan denodadamente el uno junto al otro, que hubo ocasiones en que el Tejimiento del norte abrió paso al talquino para cargar sobre las trincheras enemigas i darse el noble placer de victorearlo en el campo de batalla.
XI.
No tuvo, empero, la dicha de oír aquellos aplausos de sublime fraternidad en el combate, el segundo jefe del Talca, porque, como en Tarapacá, recibió un proyectil en el muslo derecho en los primeros minutos del mortífero encuentro.
Su última carta, escrita en la noche misma de la partida a la batalla campal, i a la luz del último fogón del vivac que iba a apagarse en el dormido campamento. No traicionaba ninguna egoísta ansiedad, ningún presentimiento doloroso. “Te escribo esta carta,—decía a su hermano Ricardo, que ha sabido guardar el culto de su afecto fraternal, i desde el campamento de Lurín el 12 de enero de 1881,—te escribo en medio de los preparativos de la marcha, pues en tres horas más, nos movemos en busca del enemigo que está, según dicen, bien atrincherado i parapetado en los cerros que hai al sur de Chorrillos. Nuestros soldados conocen bien lo que significan las trincheras peruanas; así es que aquella circunstancia no nos preocupa gran cosa. Mañana habrá obtenido nuestro ejército otra victoria más, i sobre todas aquellas, decisiva.
“Yo, por mi parte, creo que el rejimiento Talca, que todos admiran por su bizarra jente, cumplirá con su deber.
“Yo marcho contento a esta última jornada, porque conozco que es necesario que la América se acabe de convencer de la distancia que hai entre el carácter del chileno i el del peruano.
Sólo así nos habremos dado a respetar.
“Lo único que me preocupa es, como te lo decía en mi anterior, la suerte que pudiera correr mi pobre Enriqueta si llegara a quedar viuda; pero me anima la confianza de que tú harás lo que puedas a fin de que siga percibiendo, si no es posible la asignación que en la actualidad tiene, al menos una cantidad que no baje de 50 a 60 pesos"
Hé allí lo que es el noble, el austero soldado chileno! Va gustoso a morir por su patria, i entonces su única, su postrera i magnánima preocupación es su pobre hogar que deja desvalido.
I en semejante amarga emerjencia, se contenta con pedir a la patria, por cuyo bien i cuya gloria acepta el último sacrificio de los seres, no una pensión que los favorecidos de la política o de la intriga desdeñarían como agria migaja de pan. Lo que ellos piden es esa migaja desdeñada, i ¡ai! en cuántas ocasiones sus tiernos hijos, sus desvalidas viudas, sus madres octojenarias no la reciben!
XII.
Una lijera nube pasó, sin embargo, por el bizarro segundo jefe del rejimiento Talca al cerrar su última epístola del corazón; i aquella está contenida en una final referencia, en forma de postdata, al autor de estas consagraciones; la cual con cierto humor jocoso i preocupado así decía:—“Una coincidencia inás para don Benjamín Vicuña Mackenna. Hoi cumplo once años que salí de la Escuela Militar para el ejército... Si llegaré a los doce?..."
I estaba ya escrito a esa hora en el libro de los azares, que suele llamarse de las casualidades; que el infortunado mozo no llegaría...
XIII.
Por otra de esas casualidades que son no poco comunes en la guerra, cúpole al rejimiento Talca marchar aquella noche en línea paralela con la brigada de artillería del mayor Emilio Gómez, en la que servía como subteniente el joven Rodolfo Silva Renard, hermano menor del segundo jefe de aquel rejimiento; i según una carta de aquél, nunca habíase encontrado más contento el último, "conversando casi toda la noche juntos, a medida que avanzábamos, sobre motivos alegres i felices esperanzas".
Mas no habíanse cumplido sinó poquísimas horas desde aquel cariñoso diálogo, de la noche, la fraternidad i el desierto, cuando al ascender entre los primeros el rejimiento Talca vitoreado por el Atacama las empinadas laderas que tenía a su frente en la cadena que corre del Morro Solar a San Juan, cayó el valeroso caudillo al frente de las filas, como en Tarapacá, i esta vez para no sobrevivir, no obstante su lozano vigor juvenil, al plomo peruano. La bala, que le hirió en la parte inferior del muslo, describiendo una parábola fatal había, ido a depositarse en el bajovientre, donde la muerte por hemorrajia o peritonitis era inevitable.—Como a las tres de la tarde i una hora después de concluida la batalla, así escribía el hermano artillero al primojénito de su familia i desde el Callao el 26 de enero de 1881, contándole la rápida agonía del jefe chileno:
"Una vez un poco libre, fui a ver a Carlos i estuve un rato con él, que no estaba tan mal a mi juicio, i según lo que me aseguraron los médicos que había allí; pero no tenían remedios, pues habían quedado atrás. Como se esperaba un ataque del enemigo, que se había replegado a la reserva que estaba en Miradores, tuve que dejarlo para irme a la batería que se hallaba acampada en Chorrillos. Al día siguiente lo trasladaron al hospital, que se instaló en Chorrillos, i entonces le mandé todo lo que tenia de ropa, i yo sin poderme mover para ir a verlo. Oh! Ricardo! sufrí mucho entonces, luchando entre mi deber de hermano i el de soldado. Todo ese día 14 se llevaron yendo i viniendo trenes con parlamentarios sin arribar a nada definitivo. En fin, a las 3 P. M. me fui a Chorrillos resuelto a no moverme del lado de Carlos, sinó en el caso de que sintiera que principiaba el combate. Lo primero que hice fué ver al doctor Allende, quién me dijo que era necesario esperar esa noche para decidir si le cortaban la pierna. Esto no era más que una evasiva, según supe después, porque la herida era mortal, pues la bala había entrado por el muslo yendo a parar al vientre. Con una herida tan grave, tan mal clima i malos cuidados no podía librar. En fin, toda esa tarde pasó delirando, i creído yo que esa noche se decidiría si le cortaban la pierna, rogaba a Dios porque esto no sucediera. Ai! no me imajinaba nunca que eran tan pocas las horas de vida que le quedaban! Como a las 7 i media P.M. no pudiendo dormir, salí de la pieza a buscar un calmante, i no estuve cinco minutos fuera cuando a mi vuelta ya era cadáver. En sus últimos momentos no conocía a nadie i su muerte fué tan tranquila que yo no noté su agonía.
"Evito el manifestarte mi angustia en instantes tan supremos, en medio de un hospital con 3,000 heridos, teniendo que dominar mi aflicción para pensar en colocarlo en una parte segura i no quedara botado como quedan tanto jefes como soldados. Yo solo, sin más ayuda que dos soldados i un oficial del Talca, nos ocupamos de su sepultura, pues todos los demás estaban en sus campamentos, no habiendo en el hospital más que heridos, i los tales ambulantes que apenas se preocupan de los heridos, ahora menos de los muertos. Al día siguiente 15 de enero, me ocupé en la mañana de su cajón i de enterrarlo. Estaba haciendo esto a las 2 P. M., cuando principió la batalla de Miradores, teniendo que dejarlo a medio enterrar para ir a ocupar mi puesto."
XIV.
Sólo una semana más tarde, fué dable al noble mancebo cumplir sus votos, trasladando los restos queridos del hermano sacrificado, desde el cementerio de Chorrillos al del Callao, donde se hallaba acantonado su cuerpo, tomando parte en el duelo común el rejimiento Talca, la brigada de artillería Gana i el antiguo rejimiento de Artillería de Marina, que había sido la escuela i el jimnasio militar del inmolado jefe.
XV.
Entretanto el país, el ejército, el arma de infantería habían perdido en aquel mozo de veinte i siete años una acariciada esperanza, recibiéndose por muchos con lágrimas en los ojos el telegrama de guerra que anunciaba su hora postrera ¡ de triste desamparo en medio de las bulliciosas alegrías i espansiones de todos los pechos por la repercusión de la victoria.
El jeneral en jefe en sus proclamas i el coronel Urízar en su orden del día daban entretanto el pésame de aquella pérdida prematura a todo el ejército, al paso que el jefe de la provincia a que pertenecía el cueqxr que había conducido personalmente a la victoria enviaba a su joven e interesante viuda, la siguiente nota de condolencia, que era solo una pájina póstuma de justicia i de afecto.
XVI.
Señora Enriqueta Saldivar viuda de Silva Renard,
(Baños de Chillan), (1)
Talca, febrero 5 de 1881.
Apreciada señora:
La honrosa tumba que el malogrado esposo de Ud. encontró en los campos de Chorrillos encierra también los restos de muchos hijos de esta provincia que, como él, sucumbieron a la sombra de nuestra bandera.
Cupo al señor Silva Renard una parte mui principal en la organización, en la instrucción i en la disciplina del Rejimiento Talca, i al caer a! frente de sus filas, les trasmitió seguramente ese aliento que hizo irresistible el empuje de nuestros soldados.
No alcanzó a gozar de la alegría del triunfo ni pudo recibir la porción que le correspondía en los laureles adquiridos por el Rejimiento; pero mientras viva el recuerdo de esa grandiosa jornada en la memoria de los chilenos, se recordará siempre el nombre del segundo comandante del Talca, unido por lazo glorioso con las proezas admirables ejecutadas por las huestes talquinas.
La patria cubrirá con sus bendiciones las cenizas de uno de sus guerreros mas arrogantes, que desapareció víctima del plomo enemigo en la flor de la juventud, que estaba dotado de eximias cualidades para la carrera de las armas i poseía en el mas alto grado esa prenda segura de arrojo i abnegación, el fuego sagrado del patriotismo. I Talca, señora, acompañará a esas bendiciones su eterna gratitud.
A pesar de los días que de propósito he dejado trascurrir para cumplir con el penoso deber de enviar a Ud. una palabra de conformidad i de consuelo, reconozco que las emociones que aun me dominan no me permiten hallar esas palabras. Por lo cual, ruego a, Ud. señora, me dispense que en medio de la desgracia que afiije a Ud. me limite a manifestarle que el pueblo de Talca se asocia a su dolor i mui especialmente su afectísimo i seguro servidor
José Ignacio Vergara. (2)
XVII.
Tal fué el corto pero honroso camino recorrido por el joven soldado, hijo de soldado, que enseñó a sus secuaces a vencer, acaudillándolos de frente en el campo preparado para la matanza.
Era el comandante Silva Renard en la hora aciaga en que le cupo sucumbir un mozo alto i compartido, en cuyo rostro la dulzura del semblante i de su trato social hacía visible contraste con la arrogante marcialidad de su talante. Mostrábase un mancebo, erguido i bien proporcionado, de hermosísima cabeza, la cara oval, los ojos grandes, entre pardos i azules, la tez blanca, labios sombreados por un denso bigote castaño, el pelo tirando a rizado,—un magnífico tipo de criollo americano en toda su persona.
El comandante Silva Renard, era, en efecto, hijo del conocido coronel don José María Silva Chávez, de pura estirpe chilena, i de la señora Amelia Renard, hija del distinguido, i en un tiempo opulento comerciante francés, don Carlos Renard. De la conjunción de esas dos razas había nacido aquella naturaleza tranquila i a la vez impetuosa, que el ciego metal de las batallas tronchó en el albor de una vida henchida de esperanzas. Carlos Silva Renard era el más joven de nuestros tenientes coroneles, segundos jefes de rejimientos.
XVIII.
Teníasele en el ejército, al tiempo de morir, por un oficial severo i hasta rudo en materia de disciplina, como lo fuera su áspero padre, muerto demasiado temprano para el ejército, en 1869; pero fuera del cuartel i del servicio, era, como el último, amado de todos por sus nobles partes, siendo las más señaladas entre estas, su lealtad, su juicio tranquilo i la delicadeza de todo su porte de hombre, de soldado i caballero.
"En la vida privada,—decía de él a este respecto uno de sus biógrafos que escribió sobre su memoria cuando aun no se había enfriado del todo su noble cadáver,—era el comandante Silva Renard, antes i después de casado, un joven ejemplar que ha llamado la atención de cuantos lo conocieron. De gallardo talante, de cara simpática, modales finos i atrayentes, modesto i recatado supo captarse en todas partes el cariño i d respeto. Su carácter era tan suave i admirable como irreprochable su conducta. Siendo buen hijo, leal amigo, esposo amante i padre ejemplar, no podía por menos de ser buen ciudadano i gran patriota". (3)
La dulce paz de los buenos i la aureola brillante de los bravos que se hacen mártires sea por tanto con él i su memoria, para ejemplo de los que todavía hoi perseveran en su nobilísimo i no siempre bien comprendido i menos que eso bien premiado ejercicio!
______
(1) La señora Saldivar de Silva Renard, se hallaba de viaje a los baños de Chillán, por motivos de salud, cuando a fines de enero de 1881 llegó a Talca la fatal noticia. Con este motivo un diario de aquella ciudad publicó las siguiente lineas:
"El sábado último llegó a ésta la señora Enriqueta Saldívar v. de Silva Renard; venía de Valparaíso en viaje a los baños de Chillan. En la noche de ese día, una comisión de señoras, de las más respetables de nuestra sociedad, estuvo a ver a la distinguida señora, con el objeto de darle el pésame por la sensible pérdida de su esposo, el señor Carlos Silva Renard, segundo jefe del «Talca», muerto gloriosamente en la batalla de Chorrillos.
"La señora viuda se mostró altamente reconocida a esa honrosa manifestación de aprecio i condolencia, hecha en nombre de todas las señoras talquinas.
"Al día siguiente partió dicha señora a los baños de Chillan."
I allí fué objeto de mayores demostraciones de simpatía, porque todas las fiestas organizadas para celebrar la victoria fueron suspendidas i las sumas destinadas a ese objeto fueron puestas delicadamente en sus manos.
(2) Al Congreso Nacional presentóse año i medio después el siguiente honroso informe en el que aparecía doblada la petición de aquella mezquina pensión de 50 pesos que para el abnegado comandante fué el máximum de sus tiernas aspiraciones en la víspera del combate i de la muerte:
"Honorable Cámara de Diputados:
Vuestra comisión de guerra ha tomado en consideración la solicitud que hace la señora doña Enriqueta Saldívar viuda del teniente coronel don Carlos Silva Renard, muerto a consecuencia de dos heridas recibidas en la batalla de Chorrillos. Pide la solicitante que el Congreso, en atención a consideraciones especiales, aumente la pensión de 85 pesos mensuales que le corresponde según la lei de 22 de diciembre de 1881.
La comisión cree, que salvo casos especiales, desde que el Congreso ha provisto por una lei jeneral a las necesidades de los asignatarios de los servidores de la nación muertos en h guerra última, no debería entrar a modificar esas disposiciones. Pero la misma lei en su artículo 26 estableció una excepción a las disposiciones jenerales que consigna, acordando la pensión señalada para los coroneles a los asignatarios de los tenientes coroneles Ramírez, Marchant, Santa Cruz, Souper i Dublé Almeida.
A favor del teniente coronel Silva Renard obran las mismas razones que impulsaron al Congreso a resolver como lo hizo respecto de los nombrados. El señor Silva Renard sirvió como ellos al país desde el principio de la campaña, i encontrándose en las batallas de San Francisco i Tarapacá, en la cual fué herido; i posteriormente, restablecido ya, en la de Chorrillos, en la cual recibió graves heridas al frente del rejimiento Talca que tan brillante parte tomó en esta acción. A consecuencia de estas heridas falleció al día siguiente de la batalla mencionada.
En mérito de estas consideraciones os proponemos el siguiente
PROYECTO DE LEI:
Artículo único.—Los asignatarios forzosos del teniente coronel don Carlos Silva Renard, gozarán de la pensión que la lei de 22 de diciembre de 1881 concede a los asignatarios forzosos de un coronel efectivo i con arreglo a las disposiciones de la misma lei.
Sala de la comisión, julio 21 de 1882.—Cornelio Saavedra Rivera.— V. Dávila Larraín.—Eduardo Matte. —M. Olegario Soto.»
(3) Don Eujenio Chouteau. Mercurio del 17 de febrero de 1881.
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Jonatan Saona
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