Comandante del Rejimiento 4° de línea
I.
Como capitán de cazadores del batallón 4.° de línea, durante doce años, i como su jefe, cuando elevado aquél a rejimiento tomó por asalto las fortalezas de Arica en el espacio de 4 unos pocos minutos, el memorable 7 de junio de 1880, el teniente coronel don Juan José San Martín, era propiamente lo que los soldados franceses llaman un enfant de troupe, es decir un hijo de los cuarteles, un centinela de los campamentos, un héroe verdadero de los campos de batalla; i todo esto a virtud de una fuerza irresistible que, en el árbol como en el hombre, es la simiente de la vida.
Hijo de la montaña del Ñuble, de esa comarca de leones que ha dado doce mil soldados a la presente guerra i en la que nacieron los Victorianos, los Hermosillas i los Zapatas de las guerrillas de la independencia, Juan José San Martín, viniendo al mundo en la rústica cabaña de un labrador del bosque, se hizo soldado, sentando plaza en Chillán, en el 4.° de línea, a la edad de 14 años, el 1.° de octubre de 1854.
¡Fué soldado raso!
I sea esto dicho en su cabal gloria i en su personificación integra de soldado. Porque hai jentes que protestan contra ese título, como si no fuera (cuando los que lo llevan han merecido los más altos puestos de su carrera) el más lucido timbre de ella. ¿De dónde arrancaron, en efecto, su renombre los más famosos mariscales del primer imperio, Kléber, Murat, Dessai y Lannes, Ney mismo, sinó de aquellas filas de reclutas, de los cuales decía su jenio inspirador que "llevaban cada uno el bastón de dentro de su cartuchera?"
¡Sí! Juan José San Martín fué soldado raso del 4.° de línea, i, para inscribirse en su rol, bajó de la montaña a la llanura, de la cabaña al cuartel, cuando tenue bozo sombreaba en él el labio de la pubertad. I en seguida fué cabo (abril 12 de 1855), i en seguida fué sarjento (mayo 5 de 1857).
I sólo después de haber sido soldado raso, cabo 2.° i cabo 1.°; i después sarjento 2.° i sarjento 1.°, i cuando ya había llevado durante tres largos años el fusil al hombro i la jineta en la manga, pusiéronle sus jefes una charretera en el hombro izquierdo, el 6 de agosto de 1858.
II.
Un año después, era teniente; diez años mas tarde (30 de abril de 1867), era capitán.
I sin embargo, San Martín había sido soldado a los catorce años, cabo a los quince, sarjento a los diezisiete, subteniente a los dieziocho, teniente a los diezinueve, nombrado tal en el campo de batalla del Maipon. ¿I no son éstas las mejores cifras, las mas limpias i completas pájinas de la hoja de servicios de un soldado o de un mariscal?
III.
En 1867, el año en que fué capitán, i encontrándose de guarnición en Santa Bárbara, San Martín perdía a su padre, i el día en que llegó al lóbrego fuerte la triste nueva, llorólo entero, desde la diana a la retreta, el hijo de la montaña... Pero sus compañeros de armas le vieron morar sólo ese día. Era natural... el tronco añoso había caído al suelo, i la rama desgajada, al ser sacudida por el golpe, humedeció la madre tierra con el rocío de sus hojas...
Desde ese día, el capitán San Martín quedó solo en el mundo, sin padre, sin hogar, sin montaña, sin amores, como la rama seca que el viento ha tronchado entre los arboles.
I fué desde ese día cuando comenzó la carrera exclusivamente militar del campeón glorioso de Arica.
IV.
Nombrado comandante de la compañía de cazadores del 4.° de linea, el 30 de marzo de 1867, hizo de cada uno de sus soldados un hijo, de la ordenanza una lei única, i el cuartel fué su hogar.
No tenía mas placer que el de las armas. No visitaba. Como "el perro del rejimiento," cuando no estaba de guardia en la puerta del cuartel, echábase en sus umbrales, i ahí pasaba las noches i los días esperando su turno o el relevo.
Nunca le vimos de otra suerte en los largos años en que el 4.° de línea tuvo su cantón en el cuartel de la Recoleta de Santiago. Siempre, a todas horas, en la mañana, al ir al Cementerio, en la tarde, a la vuelta del paseo, el capitán San Martín estaba allí, sentado en el dintel de la espaciosa puerta, leyendo sus libros favoritos, que eran los de las leyendas nacionales, o los diarios, a cuya adquisición destinaba, como suscritor obligado, una buena parte de su sueldo.
O bien paseábase en la ancha acera, rodeado de grupos de soldados en descanso, ostentando su figura enérjica, bien compartida, recta i templada como el acero, con su kepi echado hacia atrás, sobre crespa i turbulenta cabellera, ceñida la espada, compañera sola de su vida, que soltó vencedor en lo alto del Morro que antes fuera nido únicamente de las roncas gaviotas del mar, espantadas de sus covaderas por el rujido solitario de las olas.
V.
Pero no por ser soldado, i tal vez porque lo era en toda la extensión de la milicia, dejó de hacer el capitán San Martín su nido de plumas.... allá, bajo la enramada de su propio barrio militar. Hallándose en Antofagasta, llególe en efecto el anuncio de que era padre, i su regocijo fué intenso "Acabo de recibir el placer más grande de mi vida", exclamaba en carta íntima del 24 de marzo de 1879. I luego, echando mano del lenguaje burlón, pero cariñoso del cuartel agregaba: —"La señorita Rafaela (su hijita) es la vida de mi vida i por consiguiente estoi loco de gusto, sintiendo no poder estrecharla en mis brazos."
I mucho mas tarde (e1 29 de setiembre de ese año), el juguetón soldado entretenía sus ocios
con estos chistosos encargos, que ocultaban, empero, la punzada de escondido dolor:
"Recibí el zapatito de la niña i el pelito que me acompaña. Todo está mui bonito, pero es preciso que ponga a todos los santos i santas con la cabeza para abajo a fin de que me mejoren pronto a la hija querida, al sueño de mis esperanzas.
"A la niña, déle unos dos millones de besitos de mi parte, que yo se los volveré diez veces duplicados cuando tenga el gusto de verla."
El capitán montañés escribía los dos millones de besos.... con números, i a fé que si sabía contar, imponíase voluntariamente dulce, pero larguísima tarea....
VI.
El cazador del 4.° era tan festivo en el estrado como en el campo de batalla, i he aquí como daba cuenta, a un amigo, de su herida de Calama en carta del siguiente día:
"En la compañía de mi mando fuimos mui felices, pues apesar de haber estado en medio de los puntos del mayor peligro, no me hirieron ninguno. El único que no anduvo con mucha suerte fué el capitán San Martin (Juan José), quien en lo más reñido del combate recibió una herida de bala en la oreja izquierda. No puedo escribir más; me duele mucho la oreja.... pero me parece que no es de peligro."
I todavía, esta chuscada militar, a propósito de un mal acondicionado regalo santiaguino, recibido en Antofagasta el 3 de setiembre.
"Las naranjas venían completamente podridas, i apesar de eso, con los pedacitos que había
buenos hice una naranjada i me la tomé a la salud de usted"
¿Quién que haya sido militar un solo ida no conoce en esa naranjada a la salud de usted la mano de Juan Soldado? .
Entretanto, en el terreno de lo serio i haciendo seca justicia a su conducta en el campo de batalla, el coronel Sotomayor decía de él, en un despacho de esa misma fecha al ministro de la guerra, este lacónico pero suficiente elojio.— “San Martín es un valiente"
VII.
Pero si el buen humor, que es al soldado lo que la espuma al champaña, era la lei de cuartel del que fuera el ultimo i glorioso comandante del 4.°, no faltaban en sus rudas fibras las inspiraciones dignas de las almas bien templadas. "Yo, como tú puedes suponerlo, escribía a un amigo a propósito de ciertas contrariedades de su carrera, sufro i callo; porque para el hombre se ha hecho el sufrimiento i particularmente para el hombre que defiende su patria".
Cuando el 22 de mayo de 1879 llegó al cuartel jeneral de Antofagasta la noticia traída por el Lamar de que nuestros buques quedaban batiéndose en Iquique, tuvo el bravo capitán; como todos, el presentimiento de una gran desdicha nacional; pero él caracterizaba la situación de su propio ánimo, con estas palabras enérjicas: —"Si por desgracia nuestra, así hubiese sucedido, ¿qué hacer? En mui pocos días mas iremos a vengar la sangre de nuestros hermanos."
¡I cuánto, i allí cerca la vengaron!...
VIII.
Pero de la vida del corazón i de la vida del cuartel, volvamos a los campos del honor, esta segunda existencia de quien ha nacido para ser "un soldado i nada mas.“
Los hechos de armas de este hijo lejítimo del pueblo i de la cordillera, muerto en el Morro de Arica, no están contados por fechas sino por fieras heridas recibidas en combate. I esto a tal punto, que hubiera podido decirse de él que la hoja de sus servicios había sido trazada por él mismo, como la cruz de Pizarro, con su propia sangre.
La Araucania fué el teatro de sus primeras hazañas, sirviendo bajo Villalon, bajo Salvo, "el pincheirano," bajo Lagos i bajo Amunátegui, bajo Muñoz i bajo Barceló.
San Martín fué el verdadero fundador de Mulchén, porque estuvo acantonado en el Bureo durante ocho meses con el viejo Salvo, que allí había visto caer a Pico bajo el puñal de Coronado, cuarenta años hacia. Esa estación duró desde el 22 de diciembre de 1861 al 6 de agosto de 1862, i en esa temporada el activo coronel Saavedra hizo echar los cimientos del fuerte de Mulchén, que es hoi una próspera ciudad.
Enviado después a la descubierta por el comandante Lagos del 4.°, el mismo que en Arica le mandaría a la vanguardia, fué el capitán San Martín rodeado en los llanos de Traiguén por mas de dos mil lanzas;i allí el brioso soldado abrióse paso por entre ellas con sus cien ájiles cazadores, recibiendo tres heridas: en la cabeza, en el hombro i en la pierna izquierda. Esta acción de guerra, que conmovió al país por su heroísmo i su infortunio, tuvo lugar en 1863.
IX.
En aquel famoso paseo militar, que llevé a nuestro ejército entero hasta el Cautin i que duró veintiocho días de sabrosas cazuelas (del 25 de febrero al 23 de marzo de 1869), hubo en el paso del rio, que los indios defendieron a honda i a machete, un muerto i un herido: el muerto fué un Santa Maria i el herido fué San Martín, otra vez en la cabeza, como en el Traiguén i como en Calama. Era aquella una linda cabeza de soldado, cual habríala ideado i delineado en el muro el mas exijente i certero tirador al blanco.
¡I cosa curiosa! En una ocasión en que un cazador del 4.°, a quien San Martín había castigado, contra su costumbre, con su espada, le apuntó su rifle por la espalda mientras leía un diario, sentado en el zaguán del cuartel de la Recoleta; aunque el asesino disparó a cuatro pasos i a la cabeza, el proyectil perforó el periódico, pero dejó ileso al jefe.
El capitán San Martín habría mandado a aquel mal tirador "arrestado por dos días a su cuadra," como el mariscal Pellissier al capitán aquél que le tiró a boca de jarro un pistoletazo destinado a vengar la afrenta de un chicotazo, en las filas, —"por tener sus armas en mal estado." Pero los tribunales lo mandaron a la Penitenciaria, donde todavía jime.
X.
El 4.° de línea vino de la frontera a relevar al 7.° en el cuartel de la Recoleta en 1873, i díjose entonces que el ministro de la guerra había ofrecido una posición más aventajada al capitán San Martín en otro cuerpo. I en efecto, aparece nombrado mayor del 7°. el 17 de marzo de aquel año.
Pero el capitán San Martín no podía servir sino en medio de sus hijos, los cazadores del 4.°; i la única vez que subió las sordas escalas de piedra de la Moneda, fué para pedir la gracia de ser "repatriado", es decir, para que se le devolviera con inferior grado a un cuerpo del cual era él el alma.
¿Presentía acaso el noble jefe que había de morir a la cabeza de su querido 4.° de línea i quería legar a su bandera la leyenda inmortal de su fin?
El nombre del comandante San Martín, como el del Caballero de Asass en el rejimiento de Auvernia, debe ser por esto escrito en permanencia a la cabeza de sus listas. I al leerse éstas en la mañana i en la tarde, el capitán de cazadores del rejimiento respondería por él:—«Muerto por la Patria en el campo del honor!«
Hai hombres así. No pueden vivir sino a la sombra del hogar en que han nacido, bajo la bandera en que se alistaran en el primer albor de la vida: i todo lo que sea arrancarlos de allí es una especie de destierro. Es lo que ha acontecido al jeneral don Manuel Baquedano con los Cazadores, que heredo de su padre. Hiciéronle coronel, i se quedó de comandante del viejo rejimiento. Hiciéronle comandante de armas de Santiago, i se quedó en el cuartel. Hiciéronle jeneral de brigada, i nunca montó a caballo sinó oprimiendo el mandil verde de su tropa.
XI.
Cuéntase, a este mismo propósito, un hecho característico i peculiarísimo del capitán San Martín.
Fuera de las armas, no tenía sinó una pasión, la de los caballos, estos jenerosos auxiliares del soldado: i dábase, en consecuencia, el lujo de tener en la pesebrera del cuartel de la Recoleta potros hasta del valor de trescientos pesos, que su asistente cuidaba como a un rei i él acariciaba como a una dama. No consentía, por lo mismo. que nadie cabalgara en su bríoso lomo, como no habría consentido prestar su espada ni al más querido de sus camaradas en un día de parada o en un día de batalla. I sucedió que cierta mañana, un oficial, sin su permiso, montó su bridón, i sin más que esto, enojado, mandólo de regalo a un amigo.
Hai hombres así, volvemos a decirlo. Tienen el exclusivismo de su carrera en el uniforme, en el color de la pluma del morrión, en el temple de su espada, en el caballo que usan i lucen en un día de revista o en un día de paseo. En eso conócense los verdaderos soldados, como lord Byron conocía en las manos a la jente bien nacida.
XII
La última hazaña de la vida del comandante San Martín, es un laurel que está fresco aún sobre nuestra mesa i en la memoria de todos sus conciudadanos.
Nombrado sarjento mayor del 4.° de línea, ca si en el campo de batalla de Calama, por su bizarro comportamiento, cinco días después de este hecho de armas (marzo 28 de 1879), fué ascendido a teniente coronel el 10 de febrero de 1880, i en seguida a jefe del rejimiento el 22 de abril del mismo año.
XIII.
En esta capacidad hizo la segunda campaña de la guerra formando en la reserva el día de Tacna, pero recibiendo el honroso cargo de ir a decidir en esa jornada la victoria, en la extrema derecha del enemigo por una marcha oblicua de su formidable rejimiento.
Tres días después, marchó a Arica, i allí de la reserva pasó a la vanguardia.
Dividido su rejimiento en dos mitades por batallones, pasóse a la cabeza del más avanzado, después de haber recomendado a sus oficiales, puestos en círculo, con la voz del amigo i del caudillo, el deber i el honor de su bandera. I marchando durante 50 minutos al paso de trote, llegó salvo al contrafuerte del Morro a cuyo pie traidora bala le postró en tierra en el momento en que se consumaba la mas señalada victoria de la campaña.
XIV.
El comandante San Martín había nacido sin duda para morir en el campo de batalla; pero había nacido al mismo tiempo para mostrar a sus valerosos cazadores el sendero de la victoria, señalándolo antes con el surco rojo de su sangre.
San Martín había vertido la suya en los llanos del Traiguén, recibiendo tres heridas de la lanza de los indios. Volviera a derramarla en seguida en la marjen del Cautín por la honda antigua de los bárbaros de Arauco, que cantó Ercilla, i de nuevo en Calama al asaltar su trinchera, i otra vez en Arica para morir al pie del postrer muro, dando el grito de "¡Victoria!"
Todas las armas parecían ensañadas en romper el molde vigoroso que encerraba aquella alma de guerrero: la lanza, la honda, el rifle, el cañón i hasta el disparo aleve de cobarde venganza. I a fe que todo eso era preciso para matar un hombre tan soldado, tan completamente soldado, como lo fue desde el kepi a la espuela el heroico comandante del bravo 4.° de línea.
XV.
I aquí en efecto, en esta grandiosa hazaña, en esta postrera fecha (7 de junio de 1880) con su última gota de sangre i con una gloria inmortal, a los cuarenta años, ciérrase el libro de la vida de este ínclito campeón de nuestras armas, que ha ¡do a ocupar, al lado de Prat i de Ramírez, de Thomson i de Santa Cruz, el puesto de los héroes, i cuya nobilísima carrera de soldado durante 26 años, puede condensarse en esta sola, pero comprensiva frase:
"Fué un soldado i nada más."
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
Es increible su historia vivio en tiempos en que esta se escribia con letras de oro
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