El doctor Guillermo A. Seoane cuyos méritos intelectuales, y versación diplomática le han traído la distinción de ser el primer Ministro que envía el Perú á la nueva República del Brasil, donde era conocido de ante-mano, es uno de los adalides de la causa liberal entre nosotros.
Nació en esta capital el 25 de Junio de 1843. Niño aún fue enviado á Europa con el objeto de educarse, é hizo sus estudios preparatorios en París, completando después los profesionales en la Universidad de San Marcos, donde obtó sucesivamente los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor en las Facultades de Letras y Jurisprudencia; y en 1872 fue inscrito entre los abogados del Foro peruano.
Luego que Seoane terminó sus estudios en París, con el lucimiento con que, casi siempre lo hacen los jóvenes que van al viejo mundo, recibió como por premio el nombramiento de adjunto á la Legación del Brasil que en 1804 desempeñaba su padre el doctor Buenaventura Seoane, y, su expedición hizo que pronto ascendiese á secretario de 2.° clase. De este puesto marchó á los Estados Unidos de Norte América con el propósito de dedicarse á la ingeniatura, cuyos estudios comenzó con laudable entusiasmo, pero que fueron interrumpidos por asuntos de familia que le obligaron á volver al Perú. Entonces se decidió por la carrera del foro terminada con brillante resultado como llevamos dicho.
En la República de las letras se dió á conocer el doctor Seoane por algunas composiciones en verso que publicó en francés, y que las tradujo el dulce é inspirado Constantino Carrasco. Llegó á regentar la cátedra de Literatura antigua y extrangera en la Universidad, y publicó en un tomo la mayor parte de sus lecciones en esta Cátedra. También baldado á la estampa varios textos de enseñanza.
Desarrollados en la patria los acontecimientos del nefasto año 79, el doctor Seoane, como toda la brillante juventud de Lima, fué á tomar el rifle en calidad de soldado de la Reserva, pero, su delicada salud le obligó á trocar el kepí por la blusa del ambulante bajo la bandera de la Cruz Roja donde prestó servicios de valía á los heridos. Después de los desastres de San Juan y Miraflores marchó al Sur en busca de los nuevos baluartes de la defensa nacional, pero, el gobierno quiso utilizar sus servicios en la diplomacia mandándolo como secretario de 1.° clase de la Legación del Perú en Bolivia servida por el patriota y caballeroso Doctor Valle, en cuya ausencia la desempeñó el doctor Seoane como Encargado de Negocios, captándose el aprecio y las simpatías del gobierno y sociedad de Bolivia.
En 1883 el gobierno del Contra Almirante Montero confió al doctor Seoane una comisión diplomática ante el invasor, que puso en grave peligro su existencia porque éste pretendió fusilar al distinguido joven que venía en nombre de los parlamentos de guerra y amparado por las leyes de la civilización. Unificado el país, restablecida nuestra autonomía, el doctor Seoane se entregó de nuevo al ejercicio de su profesión en la que ya tenía renombre adquirido por ruidosas causas que defendió con lucimiento; y también á la carrera del profesorado que tanto lo ha distinguido entre la juventud de Guadalupe y San Marcos, cuando el gobierno del General Cáceres solicitó sus luces para dirigir la cartera de Justicia, Instrucción y Beneficencia, donde el doctor Seoane ha dado muestras de su liberalismo aunque sin arrostrar de lleno las reformas que inició, pues, en los momentos precisos vino la crisis ministerial, que entre nosotros es el peor tósigo administrativo, y cambió el portafolio de Justicia por las credenciales diplomáticas que lo llevan cerca del gobierno brasilero, donde esperamos que el doctor Seoane cosechará lauros para el Perú porque, tenemos entendido que al atravesar las fronteras nacionales, para todo corazón, para toda inteligencia honrada, desaparece toda personalidad y solo vive un nombre adorado: La Patria. El doctor Seoane, estamos seguros de ello, es del número de los que olvidando la individualidad propia, verá siempre el nombre de la suya.
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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 148, Lima, 8 de marzo de 1890.
Saludos
Jonatan Saona
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