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4 de enero de 2019

Pedro Dueñas

Pedro Dueñas
Don Pedro Dueñas
Capitán

I.
Cabe en consecuencia de lo que llevamos dicho el primer puesto de esta reseña, a que las lineas anteriores han servido solo de explicativa introducción, al valiente capitán del batallón Naval que en Tacna i en Miraflores se mostró dos veces digno de su nombre.

Por su projenie paterna el capitán Dueñas era descendiente directo de los Carrera. Por la línea de su madre, la señora Amelia Latuz, era nieto de un soldado de la independencia, el comandante de caballería Latuz. Su propio apellido, Sánchez de Dueñas, provenía de un capitán de la marina española, su bisabuelo don Joaquín Sánchez Dueñas, que se radico en Chile en los postreros años del pasado siglo, teniendo por asiento dos haciendas jemelas que hoi apenas caben en dos departamentos colindantes: Pedro de Quillota i Limache en el de su nombre.

Los primeros Dueñas chilenos, dueños i dueñas de esas dos heredades, fueron dos, varón i hembra; i de la jeneración del primero vinieron al mundo doce hijos, a quienes cupo doce hijuelas de San Pedro, i en pos de aquellos vinieron cien renuevos que acusan la fertilidad del valle ameno. San Francisco de Limache, aunque santo, es también deudo de esos Dueñas; los Cerdas Dueñas.

Uno de aquellos vástagos de San Pedro fué el ya nombrado capitán Pedro Dueñas Latuz, nacido en Valparaíso el 2 de agosto de 1853 i educado en el seminario de Santiago hasta la edad de 22 años (1874).

Echando a un lado las tijeras de la tonsura, desertó en aquella edad del claustro relijioso, i vuelto el seminarista rebelde a su ciudad nativa, hízose en ella empleado de Banco i Naval, dos cosas que son casi una sola en Valparaíso.

III.
Disfrutaba el subteniente Dueñas de esta ventajosa posición anfibia, cuando, junto con la promulgación del bando de guerra hecho en Valparaíso por los Navales el 6 de abril de 1879, hubieron los últimos de partir a sostenerla.

El subteniente Dueñas, ascendido el 29 de abril de aquel año a su próximo grado superior, no logró la satisfacción de acompañar de pronto a sus camaradas, porque en uno de los ejercicios doctrinales de su cuerpo, verificado en la planicie de Playa Ancha, "su  caballo, -cuenta esto un deudo suyo en apuntes íntimos que tenemos a la vista, -que era de pura raza inglesa, tascó el freno i emprendió vertijinosa carrera. Pedro, considerándose en inminente peligro, pudo dejarse caer sufriendo fuerte golpe i contusiones que le postraron por dos meses en cama. No pudo por ésto ver alejarse a sus compañeros sin sentir honda pena, pero tan presto como mejoró, a su propia costa tomó el vapor de la carrera i se fué a reunir con ellos en Antofagasta.

IV.
"El coronel Urriola, que siempre le tuvo decidido cariño, le guardó su puesto; quería tenerlo a su lado i porque sabía que en cualquier momento, por supremo que fuese, cumplirla su deber.

"No se equivocaba. El día de la batalla de Tacna, los Navales formaban parte de la división Amengual. Atacada ésta por todo el grueso de la izquierda enemiga, trabóse desigual combate que hizo retroceder a los nuestros. En los instantes de mayor peligro, el coronel Urriola tenía que hacer cumplir una orden, i la dá a su ayudante para que la trasmita. Este, que tenía que atravesar por entre los fuegos de ambos combatientes, parte a galope. A pocos pasos su caballo cae muerto por varias balas; pero él prosigue a pie hasta que pudo tomar otro caballo que escapaba asustado por el fragor del combate. Cumplió su deber i su mensaje.

V.
"Después de este glorioso hecho de armas consiguió venir a ver a su familia. Una parte residía entonces en Quillota, i fué allí, en el seno de dulces intimidades, donde el joven soldado reveló sus tristes presentimientos de que moriría

"Si volvía a combatir. Los lugares que le vieron hacer, la sombra de los árboles que cobijaron su niñez, servíanle para comparar las afanosas marchas del desierto bajo un cielo abrasador, sin sombra, sin agua, sin esperanza...

"Pudo quedarse en Chile, pues que se obtuvo el permiso necesario, i sus deudos, sus hermanos se lo pidieron con vivísimas instancias; ninguna súplica empero bastó. Temía que sus compañeros lo llamaran desertor, i sin vacilar marchó a la batalla i a la tumba."

VI.
El intrépido ayudante de campo del coronel Urriola había sido ascendido a capitán en los primeros días de 1880, i en esta capacidad i al mando de la compañía de cazadores del batallón Naval marchó a las batallas de Lima, en la última de las cuales debía cubrirse de gloria i morir conforme a su tenaz augurio.

Ocupado tranquilamente en una sabrosa faena de cocina en el momento en que estalló el fuego de Miraflores, el capitán Dueñas corrió a su puesto, i en la azarosa crisis, en que acosado su batallón por fuegos converjentes que comenzaron a hacerle perder terreno, "el capitán de cazadores de los Navales—prosigue diciendo la relación doméstica pero verídica que antes hemos citado— reúne una treintena de los suyos en una pequeña loma desde cuya cima ve acercarse las columnas enemigas i grita a aquel puñado de héroes: Muchachos, aquí es preciso vencer o morir.

"Bajo aquel cercano i nutrido fuego, piden los cazadores a su capitán que abandone aquella posición abierta i casi rodeada; pero aquél ha divisado los refuerzos que avanzan por su retaguardia i se empeña más i más en sostener su puesto. Entretanto sus soldados caen unos tras otros, i por último toca su turno al capitán: una bala le atraviesa el cuerpo cerca del abdomen.

VII.

"Cuando los otros cuerpos de la reserva,—continúa la relación,——hubieron llegado, ron enviarle en una camilla al hospital de sangre, i embarcado al día siguiente a bordo del vapor Itata, llegó, vivo aún, a Valparaíso.

“Le vimos sereno i hasta se puede decir afable en el hospital militar; no se hacia ilusiones de su herida, la consideraba mortal, pero nunca su semblante ni sus palabras profirieron una queja.


“Cuando se acercaba su postrer momento, sus deudos rodeaban su lecho i con solicita ternura le alentaban. Al ver sus lágrimas, él les dijo casi sonriente:

—"No hai por que aflijirse; esta misión es preciso cumplirla...."

“A poco rato un estado convulsivo precede al estertor de una agonía. Esta fué dulce i tranquila, porque nada dejaba atrás que fuera un remordimiento. Espiro el 31 de enero de 1881."


VIII.
Hasta aquí la relación de los suyos, tan íntima como sincera.

Pero esas voces de la justicia serán corroboradas todavía por el testimonio del jefe que fué testigo del señalado denuedo del único capitán de Navales que murió en la guerra, i quien, hablando de su mérito en un informe oficial destinado al Congreso Nacional, exprésase (setiembre de 1884) en estos términos:

“La batalla de Miraflores, que tantos sacrificios impuso al batallón Naval, que allí perdió mas de la tercera parte de su efectivo, arrebató al país un buen ciudadano, a la sociedad un cumplido caballero i al ejército un bizarro oficial.

"El capitán Dueñas, herido de gravedad, fué enviado a Valparaíso desde el puerto del Callao, i aunque muriendo con horribles dolores, se preocupó de la caja del cuerpo, documentos que tenía a su cargo como capitán depositario, i de la asistencia i cuidado de los oficiales i tropa del Naval que venían herido" (1).

(I) Informe del coronel don Francisco Javier Fierro en setiembre de 1884. En ese mismo documento el último jefe le agrega también los siguientes dignos conceptos sobre aquel meritorio i malogrado joven: 

“El capitán don Pedro A. Dueñas, de la 6.° compañía del expresado cuerpo, observó siempre una conducta intachable i digna; i en el batallón fué uno de los oficiales mas entusiastas por la profesión de las armas, llegando a ser de los primeros en la instrucción militar: constante en el servicio, valiente i abnegado hasta el sacrificio al frente del enemigo."


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna

Saludos
Jonatan Saona

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