Julio Hernández |
Teniente del Buin
I.
Tiene la guerra en sus venturas como en sus fatalidades, cierto encadenamiento de hechos i de personas que parece habría de corresponder a un orden fijo i natural.
Así al menos, i respecto del caso de que vamos a ocuparnos, como fué el mas joven de los oficiales del rejimiento Buin el primero que sucumbiera en todo el ejército, así el ultimo que falleciera en reñido combate, fué otro fogoso niño de ese mismo rejimiento, que había comenzado su carrera de soldado, i a la edad de diezisiete años era ya teniente.
II.
Fué su nombre Julio Hernández, i en su marcial talante adivinábase sin dificultad una naturaleza señalada para la guerra, pudiéndose decir de él que llevaba en su cartuchera las charreteras de jefe, que si hubiese sobrevivido a su valor, de seguro habríalas cargado sobre sus hombros antes de cumplir su mayor edad.
He aquí, en efecto, el resumen de su hoja de servicios, puesta como ejemplo delante de los que solicitan galones por favor de amigo, o de los que mendigan ascensos (¡i los alcanzan!) por la humillación de los "empeños".
Abril 19 de 1879, soldado del Buin.
Mayo 8 de id., cabo 2.°
Junio 3 de id., cabo 1.°
Agosto 1 I de id., sarjento 2.°
Mayo 24 de 1880, sarjento 1,°
Julio Hernández llevo por este lento camino, durante quince meses, su jineta de subalterno, su varilla de cabo, su fornitura de soldado, i, sin embargo, ha muerto a la edad de 19 años en clase de teniente del primer batallón del ejército.
A los 20 años habría sido probablemente capitán. Por eso los salvajes montoneros de la quebrada de Matucano, en cuyo suelo fuera derribado, desgajaron una hermosa vida que, cual la flor temprana se abría a la brisa de la vida, una esperanza del ejército, el orgullo de una familia de quince hermanos, de los cuales trece eran varones. ¡El brioso adalid deja al menos quienes lo venguen!
III.
Era Julio Hernández coquimbano por su cuna, hijo de Valparaiso por su educación. Había nacido en la Serena el 4 de enero de 1863, siendo sus padres el apreciable abogado don Juan José Hernández, residente hoi en Valparaiso, i la señora Petronila Torres, madre espartana. Su verdadero nombre de familia era, por consiguiente, Ismael Julio Hernández Torres.
IV.
La naturaleza de aquel niño había sido desde sus mas tiernos años profundamente tranquila, feliz i dulcemente concentrada, índole que se encuentra en muchos seres nacidos para ser héroes. Arturo Prat, Rafael Torreblanca i Moisés Arce, mostraron desde pequeños esa misma propensión guardada en el reposo, en el silencio i en una continua meditación, lento estudio que el hombre hace instintivamente de si mismo.
“Lo recuerdo bien—dice a este respecto su propio i excelente padre. en carta que nos escribiera en julio de 1884,——-fué respetuoso, bien quisto, i con cierta precoz gravedad que lo hacia a nuestros ojos estimable.
"Como no tomaba calle sinó después de catorce años; i sólo al comercio de esta ciudad, hasta las ocho en invierno, i nueve en verano, nos fué grato ver la regularidad singular con que observaba las horas de regreso i consiguiente recojida después de una taza de té.
"Cuando ya estuvo en el liceo, después de estarlo en otros establecimientos primarios, me representó con modesta insistencia, que él no quería ser ni abogado, ni agrimensor porque había tantos; que él comprendía que, habiendo venido él al mundo de los últimos, después de tanta familia anterior, serían insuficientes mis recursos para una larga carrera; que él tenia principios de contabilidad, de gramática, historia i dibujo, i que me rogaba le dedicase a las matemáticas aplicadas a la mecánica, que era todo su deseo, para auxiliar desde temprano al gasto de la familia"
V.
Educado en Valparaiso desde 1872 en el colejio inglés de Mr. Singleton, fué talvez el primero de los gloriosos voluntarios que el aula dió al ejército, porque, declarada la guerra el 6 de abril, el 19 de ese mes ya el niño Hernández, de edad apenas de 16 años, empuñaba un fusil entre los veteranos de cano bigote i tostada frente del viejo Buin. Iba este cuerpo de paso al norte i se llevó consigo aquel tierno recluta.
VI.
Siguiendo su bandera, el voluntario del patriotismo encontróse en siete batallas i cinco campañas durante una guerra que duró cinco años: en Pisagua, en San Francisco, en Tacna, en Arica, en San Juan, en Miraflores, en la expedición Lynch, en la expedición Letelier, en la expedición Gana, i por último en el combate de San Bartolomé, donde perdió la vida a los 19 años, 6 meses i 19 días de jenerosa i fugaz existencia.
En el asalto de San Juan el subteniente Hernández fué herido en las dos piernas, i allí dejó establecida su fama de bravo. Su conducta le había adquirido en todas partes la reputación de cumplido caballero.
VII.
A virtud de la indecible porfía de hacer expediciones a la sierra del Perú, operaciones de guerra condenadas por la estratejia, por la experiencia, i mas que esto, por la hijiene, el mes de julio de 1882 fué una época aciaga para el ejército de Chile en el Perú, esparcidos sus batallones en las punas i diezmados por el tifus, la viruela i el soroche.—— Nada habrían sido a la verdad las guerrillas con sus emboscadas, cual las de Marcaballe en que fué rechazado i casi barrido de sorpresa el valeroso batallón Santiago, perdiendo dos bravos oficiales (Garai i Retamal) i la hecatombe de La Concepción en que perecieron setenta i cuatro chacabucanos con sus cuatro arrogantes caudillos.
Pero abrumada por las enfermedades i las nieves la división del bizarro coronel Canto, que bajaba de las alturas, hubo de retirarse perseguida en julio de 1882, como la división Arriagada hubo de vagar en medio de terribles penalidades hasta Yungai i la del coronel Urriola hasta Ayacucho en julio de 1883. Los cadáveres de no menos de 1722'! chilenos (sin contar las bajas nombradas) esparcidos en aquellas breñas, quedaron allí para dar testimonio no sólo de un error tenaz sino de una culpa cruel i persistente.
En la primera de las coyunturas que dejamos recordadas, el batallón Buín cubría la línea del
ferrocarril de la Oroya, fraccionado en compañías. Una de éstas, la del bravo capitán, hoi mayor, Luis Araneda, había sostenido un porfiado, rudo i mortífero combate en las alturas de Cuevas, quebrada arriba, atacado por una división peruana al mando del viejo coronel Ventos.
IX.
En 1882 el grueso del Buin, reducido ahora a batallón se encontraba en Lima a las ordenes de su coronel León Garcia. Una compañía se hallaba estacionada en la Chosica al mando del capitán graduado de mayor Urrutia; i otra, la del valiente capitán don Nicanor Donoso, mas adelante en el pueblecillo de San Bartolomé situado en el fondo de una quebrada, dos leguas mas abajo del famoso viaducto de las Verrugas, el cual es una de las maravillas del maravilloso camino de hierro de la Oroya que desde Lima penetra hasta el corazón de los Andes. Esas guarniciones aisladas debían protejer los rieles, los alambres del telégrafo i la retirada del coronel Canto.
X.
De esa compañía era teniente el joven Hernández, i se hallaba en su puesto en San Bartolomé cuando al amanecer del domingo 23 de julio vióse su pequeña tropa rodeada de improviso en las alturas, por no menos de mil quinientos guerrilleros del caudillo Cáceres que venia a retaguardia picando la suya al coronel Canto.
No tuvo mas tiempo el capitán Donoso que el necesario para avisar por telégrafo al cuartel jeneral de Lima su inminente peligro, despachar dos emisarios montados i distribuir su escasa i mal situada tropa en las posiciones menos vulnerables que le fué dable elejir en la sorpresa.
XI.
Cúpole al teniente Hernández, en su calidad de segundo jefe de la compañía, parapetarse en la casa al abrigo de las altas pircas de un corral, i aunque se había combatido durante varias horas, ni la refriega se decidía ni ocurrían bajas.
Impacientado con esto el arrogante segundo jefe de los buines, pidió a su capitán permiso para ir a batir al aire libre la espesa montonera, que a manera de bandada de cuervos, cubría todas las alturas.
—Nó; le contesto el prudente capitán. Eso sería ir a una muerte segura.
—Pero, capitán, ¿Cómo nos quedamos aquí amolados por esta canalla? ¡Déme permiso!
Volvió a negarse prudentemente el animoso capitán pesando su responsabilidad, i hubo una pausa.
Al cabo de ésta i señalándole otra vez Hernández con su espada no ya las inaccesibles crestas sinó una pequeña loma cercana, volvió a decirle:—Déjeme, capitán, ir siquiera a esa lomita...
Accedió esta vez el jefe, i Hernández salió con diez soldados a la colina, i desde allí, como él lo había deseado, desalojó en pocos minutos a la chusma. Pero como lo presintiese también su mas experto jefe, de los diez soldados que sacó de las filas solo tres volvieron ilesos, i él mismo cayo atravesado por una bala que le bandeo el cuerpo por el centro, de alto a abajo.
XII.
Uno de sus compañeros de cuerpo que allí se halló, el teniente don Alejandro Tinsly de la compañía estacionada en la Chosica que vino al rescate, corrobora así lo sucedido. —"Los peruanos,—dice éste en carta escrita a la madre de su valeroso amigo desde Lima el 2 de setiembre de 1882,—comenzaban ya a descender de los cerros e irremediablemente habrían perecido todos por estar casi completamente rodeados. En este momento supremo llególes mi compañía de refuerzo desde la Chosica i partimos en dos direcciones, con el objeto de tomar al enemigo por la retaguardia, i ver modo de fusilarlos a todos, justo castigo de estos bandoleros; pero tan pronto como vieron los peruanos que le llegaba refuerzo a la compañía sitiada, i temiendo los encerrarámos a ellos, emprendieron precipitadamente la retirada en varias direcciones, tan pronto como nos vieron a cincuenta metros distantes de ellos, como tienen costumbre de hacerlo. Durante este intervalo el desgraciado i jeneroso Julio, se batía a porfía con un numero cuatro o cinco veces superior al que él mandaba, soportando el fuego del enemigo por espacio de diez horas, recibiendo tres gloriosas i mortales heridas en este hecho de armas; la primera herida que recibió fué en el carrillo derecho, saliéndole la bala por la boca sin hacerle mas daño, la segunda la recibió en circunstancias que él bajaba espada en mano, para unirse al resto de la tropa i poder organizar una resistencia mayor; esta bala entrándolé por el bazo, le salió al lado abajo de la ingle derecha, por consiguiente atravesándolo de parte a parte. Esta herida a mi modo de ver, la culpable de su muerte, por ser tan delicadas las partes que ofendió, i ésta lo obligó a recostarse en el cerro por serle imposible por lo pronto caminar. La tercera bala la recibió estando echado en el suelo, i ésta le entró por el muslo derecho quedándole la bala adentro, por lo que fué ya completamente imposible moverse. Inmediatamente se le vendaron sus gloriosas heridas i fué traído del sitio de acción por soldados de su misma compañía a la estación, e instalado en ella lo mejor acomodado i cuidado que se pudo en esos lugares. El combate seguía aún una hora mas o menos, retirándose los montoneros tan pronto nos acercamos nosotros, no sin dejar antes en el campo mas de treinta muertos fuera de los heridos que serian mas de cincuenta, teniendo también que lamentar la pérdida de nuestro nunca bien sentido amigo Julio."
XIII.
"Yo lo vi en el tren,—añade el fiel amigo,— e inmediatamente que me vio me estiré la mano i me dijo: “Querido Alejandro, tengo 1a satisfacción de haber cumplido bien con mi deber i creo que no se dirá de mi que me he portado cobarde... Si muero lo haré mui tranquilo. "Entonces yo le dije que si le llegase a suceder tal desgracia, aunque no lo veía próxima, sin embargo que era la verdad, pero lo hacía por no asustarlo, le escribiría a su mamá inmediatamente, a lo que me contestó que lo hiciera; esto me lo dijo en un tono algo acompasado, probablemente por el estado en que se encontraba a causa de sus dolencias, pero le diré a Ud. francamente que no se quejaba, al contrario, se le veía mui tranquilo.
XIV.
"Averiguadas bien sus ultimas palabras i encargos que él hizo en el hospital de esta ciudad, a la madre superiora Sor Elena, que fué la que lo asistió hasta el ultimo instante de su vida, diré a Ud. que fueron las siguientes: dice la madre superiora, que inmediatamente que llegó al hospital, lo primero que solicito fué el confesarse, lo que llevó a cabo con toda felicidad; al día siguiente le fué suministrado con toda pompa el viático, muriendo pocas horas mas tarde con toda tranquilidad, lo que llenó de asombro a todos los que estaban presentes".
XV.
Entretanto, i a fin de que se comprenda en toda su extensión el mérito de la resistencia de los buines, i el servicio insigne que presto a su patria el porfiado denuedo e indisputable heroísmo del teniente Hernández, es preciso añadir que el día de San Bartolomé túvose en Lima por una irremediable i horrible catástrofe como la de La Concepción que la había precedido apenas dos semanas. “Desde las primeras horas de la mañana del 23, dice en efecto una correspondencia enviada al DIARIO OFICIAL del Callao i publicada al siguiente día, comenzaron a circular los mas siniestros rumores respecto de la suerte que habían corrido las compañías de Buin mandadas hace pocos dias a custodiar i reforzar algunos puntos del ferrocarril de la Oroya.
“Como se sabe, una de esas compañías, la mandada por el sarjento mayor graduado señor Urrutia, se hallaba estacionada en la Chosica a fin de resguardar ese importante lugar, i la otra, al mando del capitán Donoso, fué mandada de guarnición a San Bartolomé.
uLa estacién de Chosica dista unos 38 kilometros de Lima, i desde ese punto a San Bartolomé no hai menos de 22 kilometros de distancia.
“La primera noticia que recibieron nuestras autoridades llego por telégrafo como a las seis de la mañana.
“En ella el capitán Donoso, jefe de la compañía estacionada en San Bartolomé. daba aviso de avistarse en ese instante numerosísimas partidas de montoneros que coronaban los cerros vecinos i que desde allí abrían nutrido fuego sobre su tropa.
“Tras algunos otros avisos en que solicitaba el pronto envío de refuerzos i aseguraba que la resistencia de sus cien hombres era porfiada i digna por lo tanto del renombre del aguerrido Buin, como alas ocho o nueve de la mañana se recibió un telegrama, en que anunciaba hallarse rodeado por inmensas masas de montoneros, agregando que en esos momentos mandaba veinte hombres a cargo de un oficial con el objeto de practicar un reconocimiento.
"Poco después de recibido este parte se interrumpía la linea telegráfica mas allá de la Chosica, sin duda por haberla cortado los montoneros que rodeaban la compañía del capitán Donoso.
XVI.
“Naturalmente, prevenidos como estaban los ánimos para esperar una terrible catástrofe, en vista del último telegrama del capitán Donoso, una profunda angustia principio a apoderarse de todos los corazones chilenos.
“Se temía que; los bravos buines del capitán Donoso hubieran sido completamente rodeados por el enemigo, i tomando en cuenta los antecedentes de aquella tropa, tan bien disciplinada como orgullosa de su fama, se creía que ninguno de sus hombres hubiera escapado con vida.
"Cada cual se forjaba en su imajinación cuadros tan tristes como los que recientemente había presentado la defensa de la 4.“ compañía del Chacabuco, en la ciudad de La Concepción.
“No sabemos cómo llegó también la noticia a oídos de los peruanos desde los primeros momentos, i era visible la alegría con que sin mucho recato la comentaban en corrillos i cafés.
"Al observarlos se hubiera dicho que este nuevo asalto de montoneros era una cosa demasiado esperada i conocida ya para ellos, i que su ejecución no hacia mas que dar cumplimiento a los planes que de antemano habrían forjado los prohombres que desde la capital dirijen el pandero de la política i de la guerra.
"Poco mas tarde llegaban a Lima dos soldados de caballería que venían del mismo lugar de los
sucesos, mandados por el jefe del destacamento, para que dieran noticia de aquellos al jeneral en
jefe.
"Uno de estos soldados venía herido, pues ambos fueron perseguidos por una verdadera lluvia de balas en cuanto salieron de San Bartolomé con dirección a Lima.
"La cantidad de montoneros era innumerable. Según cálculos no bajarían de cuatro mil los que rodean San Bartolomé, coronando los cerros circunvecinos.
“La alarma i la angustia, como era natural, aumentaron en todos los corazones chilenos."
XVII.
Por fortuna i para gloria de Chile i su ejército de tierra, desde el ejemplo de Prat en la mar, tenía resuelto hacer sus Termópilas de cada garganta del Perú.
Los guerrilleros de Cáceres habían venido a San Bartolomé a golpe hecho como el de La Concepción. Pero el Buin, nombre de un puente peruano, había labrado así otro puente histórico en la histórica quebrada de Matucana, protejiendo i salvando a un ejército casi tan numeroso como el que peleó i venció en Yungai; corno para completar el reflejo de aquella imajen en los tiempos que fueron, el itinerario de los combatientes había sido marcado en el espacio de cien leguas, desde Pucará a San Bartolomé; i por el sacrificio de cien bizarros chilenos.
Si los montoneros de Cáceres logran aniquilar la compañía del capitán Donoso i consiguen destruir el viaducto de las Verrugas, la división Canto compuesta de 2500 hombres cae en un abismo.
XVIII.
El mes de julio de 1882 había sido de manera fatal para nuestras armas.
I era de notarse que en cada jornada había habido también un “Julio": Julio Garai en Marcaballe, Julio Montt en La Concepción, Julio Hernández en San Bartolomé; i todos habían perecido en el mes de julio. La esforzada retirada del coronel Canto ¿se denominará por esto en la historia de los campamentos "la retirada de julio"o la "retirada de los Julios"?
XIX.
Por nuestra parte, aceptamos como símbolo de la gloria juvenil que venimos consagrando, la última denominación.
I a fin de imprimir al lance militar de San Bartolomé significación todavía mas luciente, damos aquí acojida al ultimo boletín de la gloria del teniente del Buin, escrito por su propio jefe, que así dice:
"Lima, agosto 4 de 1882.
Señor don Juan José Hernández.
Mui señor mio:
Encargado por los oficiales del cuerpo i obedeciendo a mis propios sentimientos, me dirijo a usted para manifestarle el profundo pesar que en todo el batallón ha causado la sensible muerte de su hijo, el teniente don Julio Hernández.
Incorporado a este cuerpo desde el principio de la campaña a impulsos de su entusiasta amor a la patria, él se había captado el cariño i simpatías de sus jefes i de todos sus compañeros de armas por su bello carácter i su honroso comportamiento en todas las acciones de guerra en que se encontró.
Si algo puede mitigar su justo dolor por tan lamentable pérdida, sírvale de lenitivo la consideración de que ha muerto en defensa de la santa causa a que había consagrado su existencia i después de haberse cubierto de gloria en la sangrienta jornada de San Bartolomé.
Sírvase, señor, aceptar el sentido pésame de todo el personal de este cuerpo i disponer de su atento seguro servidor.—Juan León García.”
Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna
Saludos
Jonatan Saona
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