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1 de febrero de 2018

Pablo Urízar

Pablo Urízar
Don Pablo Urízar
Capitán de Artillería

I.
Don Pablo Urízar Corvera, capitán de artillería, muerto en Valparaíso a principios de diciembre de 1879, a causa de sus heridas recibidas al mando de una batería en la falda del cerro histórico de La Encañada el 19 de noviembre precedente, era hijo de Santiago i del antiguo administrador de la Aduana de Valparaíso don Fernando Urízar Garfias, hermano de padre por consiguiente del ilustre jefe cuya memoria acabamos de recordar. Su madre, de quien fuera primojénito i que alienta aún sufrida vida, es la virtuosa señora doña Pabla Corvera.

Restablecida la influencia política de su padre, que en los días de Portales había rayado muí alto, pues fue su oficial mayor, su secretario i su confidente, puede decirse que el joven artillero había sido llevado al ejército en alas de aquella influencia.

En 1870, era alumno de la Academia Militar de Santiago, cuando acababa de romper las primeras ligaduras escolásticas de la pubertad. Nombrado alférez de artillería al año siguiente, era separado de su cuerpo junto con sus más brillantes compañeros por una triste maniobra política i de cuartel en 1876.

II.
Llamado otra vez al servicio por las exijencias de la guerra qué de improviso estalló en nuestro horizonte en febrero de 1879, arrastróle consigo, en primera línea, el entonces comandante Velázquez, que conocía su mérito, para organizar el segundo i famoso rejimiento de artillería que resistió a todas nuestras batallas i casi por sí solo debía decidir la primera acción campal de la campaña desde las cumbres i desde el faldeo del cerro de la Encañada en San Francisco.

Ascendido con este motivo a teniente, en marzo del primer año de la guerra, el joven Urízar hizo la corta campaña, o, más propiamente, el reconocimiento militar del río Loa que se ha llamado el combate de Calama, al mando de dos cañones de montaña, i, en consecuencia, era nombrado capitán de su batería casi en la víspera de la batalla en que, junto con el capitán Carvallo {ascendido éste durante su larga agonía a teniente coronel), debía perder la vida.

III.
La bala boliviana que, destrozando el hombro derecho del bizarro artillero, lo postró en una camilla de soldado para venir a morir entre los suyos, arrebató al arma de artillería del ejército de Chile una de sus más lejítimas esperanzas. Estudioso, honorable, valiente, entusiasta como un niño, cumplido como un veterano, el capitán Urízar había hecho su carrera hasta el dintel de una jefatura en sólo diez años. Más que esto, su notoria capacidad en el arma que había elejido, pasó una vez por la prueba del infortunio, sin quebrarse. El alférez Urízar había sido separado del rejimiento de artillería el año último, como lo habían sido Velázquez, Novoa, Salvo ¿quién más? Montoya, Carvallo, José Joaquín Flores, una larga fila de héroes que ya no responden al llamado de la lista de cuartel porque sus cadáveres quedaron como protestas en los campos de batalla.

Pero como ellos, también había vuelto a su viejo cuerpo en razón únicamente de sus aptitudes; i como el último de sus compañeros que acabamos de recordar, i a cuyo lado recibió en el pecho el plomo que lo mató, buscó en la hora de adversidad menos ingrata profesión que la de las armas. El capitán Urízar se hizo arquitecto, i su trabajo de prueba para recibir su título fué la composición en dibujo i por escrito de una Academia militar en vasta escala. Así el joven oficial científico devolvía el desaire a la rutina, que lo había echado a la calle siendo un honor i una esperanza para su cuerpo.

En consorcio con su distinguido hermano, el ya recordado coronel don José Silvestre Urízar, trabajó, además, el laborioso alférez, un texto práctico de artillería para el manejo de las clases de su arma, i uniendo a la teoría la prueba, cubrió durante largo período con su compañía la dura guarnición de Magallanes.

IV.
Pero el capitán Urízar no sólo era un oficial capaz i científico, no sólo era un valiente ya probado: albergaba en su alma el vivo pundonor de su carrera.

Sábese que él comandaba los dos cañones de Calama, donde, sin la más leve culpa suya, esas piezas, como en la quebrada de Tarapacá, hicieron figura desairada en la llanura. Por esto su alma ardía en el anhelo de probar que con cañones o sin ellos sabría cumplir su deber; i, en consecuencia, recordando la antigüedad con profético i melancólico acento, dijo en Antofagasta a un amigo, al tiempo de partir;— Volveré con el escudo o sobre el escudo!...

Era esa la locución heroica con que los soldados de Temístocles i de Epaminondas anunciaban a sus deudos que sabrían vencer o sabrían morir.

El capitán Urízar supo vencer i supo morir como los espartanos. I respecto de la manera cómo cumplió esto último, nos es grato recordarlo, cerrando esta pájina de aflictivo recuerdo con las palabras de un compañero de armas, tan denodado como él, i que le vió pelear i caer al pie de la cureña. "El hecho de haber recibido una herida,—escribía sobre su almohada de herido el alférez García Valdivieso, a un hermano del capitán de la batería de la Encañada de San Francisco, i al día siguiente de su fallecimiento, —el hecho de haber recibido una herida al mismo tiempo que su valeroso hermano, me impide ir yo mismo a manifestar a usted la dolorosisima impresión que me ha causado su muerte. Alférez de su compañía, tuve el placer de conocerlo i apreciarlo; compañero suyo en el combate, su ejemplo i su valor nos animó e infundió ánimo para luchar con un enemigo infinitamente superior.

“Consuelo debe ser para usted no estar solo en su dolor. Nosotros, sus hermanos de armas; nosotros, sus compañeros, i con nosotros todos los chilenos, lo acompañamos en su duelo; usted pierde un deudo querido, la patria entera a uno de sus más valientes i esforzados hijos."

V.
I es asi, ¡oh juventud de Chile! cómo entre sangrientos vendajes i con el aliento de tierna i jenerosa emulación, los unos en el campo de batalla, los otros a la sombra de techo amigo, todos en el deber i en el amor de la patria, estáis escribiendo la historia imperecedera de vuestra propia imponderable i sublime heroicidad!


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Texto e imagen tomado del Álbum de la gloria de Chile, Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna

Saludos
Jonatan Saona

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