Francisco Sánchez A. |
Carta de Francisco Sánchez sobre el combate de Iquique
Señor don Carlos Lyon.
Presente.
Estimado amigo:
Cedo con gusto al deseo que me ha manifestado de contribuir a la conmemoración del glorioso 21 de Mayo del 79, con algunas nuevas narraciones hechas por actores o testigos presenciales de los acontecimientos, y al ofrecer a usted este pequeño continjente de mi parte, que quizá no tiene mas mérito que el de corresponder a la cariñosa exijencia de usted, debo empezar por advertirle que no abrigo la pretención ni de rectificar errores en que otros hayan incurrido, ni de acarrear nuevo material de importancia para la historia. El público conoce ya suficientemente y desde mucho tiempo, no solo el conjunto importante de los hechos, sino también la mayor parte de los detalles; de manera que el único interés que puede despertar una nueva versión debe reducirse al que se siente escuchando al actor o testigo presencial cuando se espera recojer de él las impresiones esperimentadas por él mismo.
Temo que al través del tiempo trascurrido, al volver a tratar de hechos que son del dominio público, que han sido narrados por diferentes testigos y que han sido juzgados abundantemente, mis apreciaciones puedan no estar completamente de acuerdo con las ajenas, o que, por limitarme a mis reminiscencias suscintas de la parte mas importante, olvide o descuide pormenores que merezcan especial consideración.
Voi por tanto a emprender una narración breve de aquellos sucesos,
Como se sabe, el 16 de Mayo del 79 partió de Iquique para el Callao la expedición que a las órdenes del señor almirante Williams Rebolledo debía obrar contra las fuerzas navales existente en la plaza del Callao.
Tocó a la Esmeralda y a la Covadonga el papel, estimado pasivo, de simples sostenedores del bloqueo, durante la ausencia del resto de la escuadra.
Todo hacía presumir que iba a realizarse el hecho mas importante y talvez decisivo en la guerra en que nos encontrábamos empeñados. Toda la gloria, a nuestro juicio iba a corresponder a los que se separaron de nosotros.
Si ese día fué de júbilo jeneral para los que partían, produjo en cambio grande abatimiento en los que quedábamos constituidos en simples sostenedores del bloqueo de Iquique.
Para el que cifra todo su porvenir en la gloria, deseado y único horizonte de la penosa y hasta esclavizada vida militar, sera siempre verdadera desgracia ver que se le escapa la ocasión de tomar parte en algún hecho de importancia. Se comprende con esto cuán duro nos era la no participación del que creíamos el único hecho de armas capaz de dar lustre a los que tomaran parte en él.
En nosotros se rebelaba ese sentimiento del amor patrio, que habiendo brillado tanto desde el principio de nuestra historia nacional, se ha manifestado siempre como la cualidad mas resaltante del carácter chileno.
Y a la verdad, si este sentimiento no hubiera rebosado en nosotros, a quienes nos tocaba la primera ocasión, con demasiada elocuencia se ha manifestado siempre durante el curso de la guerra, tanto por los que hacíamos profesión de las armas como de lo simples voluntarios de todas las clases sociales, sin distinción alguna, en tierra como en el mar.
Este espíritu de acendrado patriotismo se encontraba escepcionalmente desarrollado en nuestro caballeroso y heroico comandante Prat. Por eso la órden de quedarse en Iquique al mando de las débiles naves que debían mantener el bloqueo, no pudo ménos de ser para él un doloroso sacrificio. Debía resignarse a no tomar participación en las glorias que iban a conquistar sus compañeros, y bajo esta penosa impresión, sin embargo, su espíritu no desmayó.
Ya que no le era dado ir a buscar al enemigo, acaso quedaba colocado en el puesto avanzado del peligro. Su despedida del almirante hizo trasparentar ese presentimiento. Esta previsión se encuentra confirmada con la estricta vijilancia, con los cuotidianos ejercicios de artillería y fusilería, con los preparativos de todo jénero, incluso el de aplicación de torpedos a que se entregó el Comandante después de la partida de la escuadra. Su perspicacia le hacia entrever claramente la posibilidad de que el enemigo, avisado del aislamiento de nuestros dos pequeños buques, tentara contra ellos un golpe de mano seguro.
Careciendo hasta de una pequeña embarcación a vapor, el Comandante hizo preparar su propia canoa para porta-torpedos.
En medio de estas ocupaciones a que el Comandante parecía no dar mas importancia que a la ordinaria disciplina en tiempo de campaña, se hacía notar como siempre su carácter modesto, reflexivo, y los que conocieron su especial dedicación a la historia, no deben estrañar que inspirado en el espíritu de los antiguos héroes, llegado el momento de la prueba, se ofreciera como, la primera víctima y dejara trazada a los que vinieran después de él la huella de la abnegación y del sacrificio.
Durante los cuatro días que mediaron entre la partida de la escuadra y la madrugada del 21, amenizábamos nuestros ratos de descanso o el tiempo en que estábamos a la mesa, con aquella charla animada y lijera que es tan propia de la vida de campaña. Cada uno de nosotros arriesgaba sus conjeturas sobre la posibilidad de vernos sorprendidos por buques enemigos. Nuestro compañero Serrano, con su carácter festivo y su buen rumor habitual, solía decir que no sería raro “que los peruanos se la pegaran a nuestra se escuadra, y fuéramos el pato de la boda." La posibilidad de que sucediera lo que nuestras conjeturas nos sujerían, no se ocultaba a ninguno de nosotros, y teníamos la convicción de que los enemigos no vendrían a atacarnos sino con fuerzas mui superiores y con la seguridad completa de vencernos. Nadie ignoraba que la vieja Esmeralda apénas contaba con cañones de pequeño calibre; que el mal estado de sus calderos le impedía prestar los servicios necesarios para tener confianza en sus movimientos, no obstante el empeño que se puso en conservarlos en el mejor estado. La Covadonga, tanto por su artillería como por el estado de sus calderos, se hallaba mas o menos en igual situación.
En estas condiciones debían encontrarnos las fuerzas enemigas cuando llegaron a Arica y pudieron tener conocimiento del bloqueo que sosteníamos.
Creo conveniente consignar aquí un hecho que, a mi modo de ver, influyó notablemente en la prolongación del combate que sostuvimos, y que en definitiva fue de consecuencias favorables para nuestros buques.
Cuando tratábamos de hacer esperimentos sobre manejo de torpedos, sirviéndonos de las pilas eléctricas que nos dejó el Blanco, salió de Iquique la corbeta de S. Μ. B. , Turquoise con destino a Arica.
Precisamente debió llegar a ese puerto el mismo día que los buques peruanos. Supimos después que algunos marineros de dicha corbeta, sin presumir quizas que pudieran venir en nuestra demanda, dieron noticia de aquellos preparativos, en los cuales es natural que los peruanos hicieran alto, y que esto sea la explicación de la táctica que adoptaron durante la prolongada lucha.
En los días que procedieron al combate, durante la noche, estaba encargada la Covadonga de cruzar en la boca del puerto y volvía a su fondeadero en las primeras horas de la mañana. La Esmeralda vijilaba la bahía, y cumpliendo órdenes superiores, debía impedir la salida de trenes con tropas y la condensación de agua. Se quiso burlar esto último en mas de una ocasión, y hubo de emplearse la artillería para impedirlo. Otras ocurrencias, que no valen la pena de consignar, interrumpieron por momentos las maniobras habituales de ambos buques bloqueadores.
Sin embargo, en la noche que precedió al combate, no hubo la menor incidencia que comunicar al bote de ronda. El puerto se mantuvo en la mas completa tranquilidad, como para no dejar sospechar ningún peligro.
Llega el 21 de Mayo. De cuatro a ocho A. M. estaba de guardia el teniente Uribe en la Esmeralda, y la Covadonga cruzaba el puerto. Fué ésta la que primero vió los buques peruanos, que al amanecer debían, seguir su plan, atacarnos. Efectivamente, al aclarar el día, la goleta daba la voz de alarma de buques sospechosos. Avisado el Comandante, inmediatamente subió a cubierta, y observando el horizonte, pudo reconocerse que del Norte se acercaban dos naves lanzando mucho humo, lo que hacía aumentar mas las sospechas de que fuesen enemigos. A las 7, mas o menos, pudimos reconocer con exactitud al monitor Huáscar y nuestras dudas solo existían respecto del otro buque que se creía fuera la Unión o la Independencia.
La Covadonga, entre tanto, se aproximaba al puerto para recibir órdenes. Se le hicieron señales de reforzar sus cargas y ponerse al habla. Se tocó a rancho inmediatamente. Una vez que concluyó de almorzar la jente se tocó a zafarrancho de combate; y con admirable rapidez, fueron cubiertas y servidas ambas baterías, ocupando el resto de la jente los puestos designados en medio del mayor órden y compostura. Esto pasó aproximadamente a las 8 A. M.
La Esmeralda tenia su proa al sur, un poco adentro del meridiano que pasa por el faro de la Isla y a dos millas mas o menos de distancia. La Covadonga maniobró convenientemente, y al pasar por la popa de la corbeta el Comandante Prat preguntó al Comandante Condell si su jente había almorzado y le ordenó se mantuviera en poco fondo. La Covadonga gobernó pasando por el costado de babor de la corbeta y al cruzar la proa el Huáscar, ya a tres mil metros mas o menos de distancia, izó su bandera e insignia de jefe de división, afianzándolas con el primer disparo, cuyo proyectil cayó al agua bañando el castillo de la Esmeralda.
Tres ¡hurras! vivando a Chile se oyeron en nuestros dos buques.
La Independencia que se había mantenido distante y cuyo rumbo aparente era hacia el centro de la bahía, lo cambió repentinamente al sur. Se comprende que ambos blindados consideraron imposible la resistencia de nuestra parte, y temieron que nuestros buques pudieran escapar. Por eso intentaron envolvernos en una red.
Mas luego debían desengañarse. Pudimos observar entonces que el Huáscar estrechaba su distancia en los mismos momentos en que concluían los preparativos en nuestro buque.
Fué digno de llamar la atención, el que durante las diversas maniobras no se hubiera sentido sino la voz de mando. Parece que cada individuo comprendió la gravedad de la situación y mostró mayor intelijencia y conocimientos que en los ejercicios ordinarios. Los cabos de cañón, la rabiza en la mano y el ojo alerta a los movimientos del enemigo, esperaron la orden de romper el fuego.
Al mismo tiempo, la Covadonga hacía su primer disparo contra el Huáscar, en medio de vivas a Chile.
En nuestro buque se oyó el toque de atención mas o ménos a las 8.30 A. M., y entonces el Comandante desde la toldilla, arengó a la tripulación en estos términos: «¡Muchachos! la contienda es desigual: nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo: espero que no sea ésta la ocasión de hacerlo. Mientras yo esté vivo, esa bandera flameará en su lugar, y os aseguro que si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber.»
La tripulación correspondió con tres ¡hurras! cuyas voces resonaron en los buques enemigos y en la población, según pudo atestiguarse después.
Estimo que uno de los actos que hacen mas honor a nuestra tripulación fué éste. El que no hubiera podido apreciar el peligro en que nos encontrábamos, habría creído que llegaba el momento de alcanzar un verdadero triunfo: habría creído que todos se felicitaban.
La arenga del Comandante produjo ese efecto extraordinario que, comunicándose como una chispa eléctrica en todos, les participó algo del valor sublime que lo dominaba, su serenidad y su amor a la patria.
La máquina comenzó a funcionar. Sin cesar el combate, la corbeta gobernaba hacia la población en dirección al muelle de fierro. La Independencia, que ya había tomado parte en la acción, disparaba sobre nuestros buques con poco acierto.
En estas circunstancias, reventó una de nuestras calderas, y esto impidió un mejor gobierno y mayor rapidez en los movimientos. Ello no fué un obstáculo, para que, sosteniendo el fuego, nos acercáramos a la población, situación que consideró el Comandante la mas ventajosa, puesto que al dispararnos el enemigo debía producir destrozos en Iquique, inutilizando así sus propios elementos.
La Esmeralda se aguantó mas o ménos media hora cerca del cabezo del muelle del ferrocarril, en dirección N.E., contestando a los fuegos del Huáscar, cuyos tiros eran cortos algunos, y otros de mucha elevación, sin duda para no herir el puerto.
Parece que entónces la Independencia recibió órden del comandante Grau para perseguir a la Covadonga, pues se le acercaba, haciéndole continuos disparos. La Covadonga gobernaba hacia el Sur, orillando la costa y salvando únicamente las rocas de la Isla. Ambos buques se perdieron de vista momentos después.
Según mis recuerdos, serían aproximadamente las 9.30 A. M. El Huáscar se mantenía en una situación conveniente, temeroso, al parecer, de torpedos, disparando su gruesa artillería de tiempo en tiempo.
Con la separación de la Covadonga, el combate fue singular, de buque a buque. Ya los tripulantes de la Esmeralda no pudimos tener conocimiento de lo que pasó después a nuestra compañera, la gloriosa goleta, que tenía que hacer frente a la poderosa Independencia. Todos, al ver la lucha que iba a continuar entre fuerzas tan desiguales, juzgamos no ver mas ni restos del barquichuelo y de los que fueron nuestros compañeros y amigos. Su desaparición la estimamos como su último adiós.
Comprendiendo el jefe del ejército peruano, jeneral Buendía, que la posición de la corbeta perjudicaba a la población y a sus tropas, ordenó colocar una batería de campaña en un rincón del puerto, que escapaba a nuestras miradas. Así nos vimos atacados por las dos bandas. Hubo necesidad de cubrir la artillería de ambos costados para responder al nutrido fuego de cañón y fusilería que desde tierra nos hacían destrozos y bajas.
Ahora el combate pudo llegarse a considerar como naval y terrestre.
Los rifleros de nuestras cofas contestaron i la infantería de tierra y lo hacían con tal rapidez que cualquiera hubiera creído contábamos con una tripulación considerable: tan nutrida y sostenida era la defensa.
En esa situación, las punterías de nuestros cabos de cañón eran admirables: la mayor parte de nuestros proyectiles se estrellaban contra la coraza del monitor, sin lograr el menor efecto de penetración sino el dejar pequeños rasguños. Hallándonos en esta embarazosa posición, el Comandante gobernó al norte del puerto costeando y siempre disparando contra el Huáscar, pasando tras una chata que estaba fondéada. Hasta entónces el Huáscar no había acertado en ninguna de sus punterías.— Disparó nuevamente, y uno de los proyectiles de sus gruesos cañones, penetró por el costado de babor, abriendo un agujero de medio metro mas o ménos de estensión y atravesó ambos costados. Hizo destrozos en la cámara de oficiales y produjo un pequeño incendio en esa parte, que fué luego apagado. A un sirviente de los pañoles de granadas le llevó una pierna.
Tal vez el Huáscar consideró entónces mas fácil nuestra rendición. Mas, viendo que nuestro ataque continuaba, se alejó de su última posición con el propósito de dar mas impulso a su máquina, decidido a espolonearnos.
Nuestros disparos habían sido dirijidos mui especialmente a la chimenea, por recomendación especial de los oficiales a los cabos de cañón. Estimábamos y hacíamos comprender a nuestra jente que la destrucción de la chimenea del Huáscar, podía serle de consecuencias fatales, y con ello cambiar nuestra situación desesperada.
En este tiempo, parece que el comandante Grau pudo comprender que carecíamos de torpedos, y de allí su ningún temor de atacarnos con su espolón. Esto pudimos comprenderlo, y el capitán Prat, buscando el modo de evitar que la corbeta fuera espoloneada, esperó al enemigo para calcular los movimientos que debía efectuar. En efecto, con un tino admirable, dejó que el Huáscar se acercara; y cuando su comandante creyó atacar a nuestro buque por su centro, el nuestro dio avante la máquina, poniendo toda la caña a babor.
—Esto desorientó al Huáscar y su. espolón chocó por la aleta de babor. Parece que el andar del enemigo debió a lo mas ser de media fuerza.—Se comprende, porque quedó parado y su proa tocando a la toldilla de la corbeta, formó con éste un ángulo próximo de 40.°
Al acercarse el Huáscar disparó sus cañones sobre la cubierta de nuestro buque al mismo tiempo que sus ametralladoras. Esto nos produjo bajas considerables. La Esmeralda a su vez disparaba y cada individuo continuaba conservando el puesto que le había cabido. Las bajas inmediatamente eran llenadas. El estampido de los cañones, ametralladoras y rifles de ambos buques; la humareda producida por este motivo y hasta los lamentos de los heridos, impedían el oír la voz de mando que pudiera dirijir el Comandante.
La situación de los dos buques no duró sino uno a dos minutos. En ese tiempo el comandante Prat concibió la grande idea de abordar el monitor y dió la voz de «al abordaje ¡muchachos!» y con espada y revólver en mano saltó él primero, precipitándose sobre la cubierta del enemigo.
Este acto del Comandante, que constituye sin duda el mayor timbre de su gloria, no puede ser debidamente apreciado, sin estudiar, con el auxilio de algunos antecedentes, si obedecía a un plan premeditado y del cual podía esperarse algún resultado favorable para nosotros, o si creyendo él todo perdido, obedeció repentinamente, en el momento supremo, o esa inspiración propia de los héroes, que les hace considerar el sacrificio propio como fecundo jérmen de abnegación y patriotismo.
Siendo este un punto de trascendental importancia y sobre el cual no se ha hecho toda la luz deseable, y aun ha servido de tema a encontradas conjeturas y a comentarios mas o menos arriesgados y hasta erróneos, me creo en el deber de dar algunas explicaciones, que por lo menos sirvan para disipar la duda en muchos escritores.
Desde los primeros momentos en que se esparció por el país la noticia de la gloriosa hazaña de la Esmeralda y de la conducta heroica de su comandante, exaltó la imajinación pública junto con la grandeza del hecho, la idea de que el abordaje del Huáscar había sido un plan premeditado por el Comandante y comunicado quizás a la tripulación. -Cabilándose sobre esta idea, era natural que asaltara el sentimiento íntimo de que ese plan hubiera abortado, quizás por falta de unidad de acción de parte de los últimos.
A este respecto debo advertir que la posibilidad de un abordaje al buque enemigo que nos atacara habla sido concebida ya por el comandante de la Esmeralda, antecesor de Prat, capitán Thompson. Así lo manifiesta el hecho de haberse preparado en su tiempo algunos elementos de abordaje.
Conviene, sin embargo, no atribuir a este antecedente una grande importancia. Sabido es que en todo armamento, particularmente en estado de guerra, se contienen aquellos útiles, y que el acto de abordar un buque no debe perderse de vista como un caso posible, que un circunstancias propicias debe emprenderse. Así, pues, si para el Comandante y para nosotros estaba, prevista aquella emerjencia, no pudimos cifrar en ella una expectativa halagadora en presencia de los formidables adversarios que teníamos delante. Debe considerarse el poder inmensamente superior de la artillería de éstos, para comprender que se nos ocurriera que bastaba para echarnos a pique unos tantos tiros bien dirijidos, sin necesidad de aproximarse tanto a nosotros, que nos fuera posible la operación del abordaje.
Una esperanza de esta clase era tanto menos realizable cuanto que el superior andar del Huáscar y la casi inmovilidad de nuestro buque, ponía al primero a cubierto de toda tentativa que hubiéramos hecho de llegar hasta él. Por lo demás tómese en consideración que llegado el caso poco presumible para nosotros de que el enemigo se resignara al fin a atacarnos con el espolón, el estado de la cubierta del Huáscar, defendido con su coraza, cerradas sus escotillas, sin jente a quien batir, dominada por los fuegos de su torre y ametralladoras de cofa, ofrecía un campo inespugnable al abordaje.
Aún hai mas. Cuando el Huáscar embistió decididamente con el espolón a nuestra corbeta, el Comandante y nosotros debimos calcular que aquél seria el golpe de gracia, y que la tentativa de saltar al abordaje no debía producir mas resultado que el de preferir este jénero de muerte al que de otro modo nos aguardaba, sumerjiéndonos en las olas con los destrozos y fragmentos de nuestro buque.
Con estas lijeras observaciones, es fácil comprender que el Comandante, durante la larga, obstinada y desigual lucha que sosteníamos con el Huáscar, no debió pensar en que fuera realizable un abordaje intentado por nosotros; que de consiguiente, no pudo preparar ordenadamente la tripulación para tal maniobra: que en el momento en que ella pudo efectuarse, como lo manifestó nuestro denodado jefe, apénas le rodeaban algunos de los soldados que componían la guardia de bandera en la toldilla; que fuera de ese estrecho recinto no era fácil oír su voz de mando «al abordaje, muchachos!» en medio del atronador estruendo de los disparos hechos por una y otra parte; y finalmente, que no siendo accesible el Huáscar sino en el punto de costado de su proa con nuestra popa, era ménos fácil de lo que puede imajinarse saltar de nuestra cubierta a la del enemigo.
Esto esplica que sólo el sarjento Aldea de esta guardia lo acompañara: quizas cuando los otros intentaban hacerlo, ya el Huáscar comenzaba a separarse.
A traves del humo que por momentos se disipaba, pudo ser visto el comandante sobre la cubierta enemiga, buscando en vano algún adversario a quien ultimar sin encontrar mas que las balas dirijidas contra él desde los puntos invulnerables e impenetrables de los enemigos, y no pasaron sino breves instantes, cuando se esparció entre nosotros la noticia de que había caído atravesado por una bala, habiendo cabido la misma suerte a su digno acompañante el sarjento Aldea.
Esta fatal nueva hizo estallar en todos el deseo de la venganza, llevado hasta el delirio y el irreprimible deseo de imitarle. Desde entonces no se hizo alto ni en los que caían muertos ni en las lamentaciones de los heridos, y cada uno no pensaba mas que en apurar aquella defensa desesperada; el combate arreció con una fuerza indecible.
Con la muerte del comandante, correspondió el mando al oficial de detall, que lo era el teniente 1,° don Luis Uribe, tocándome en consecuencia a mí ocupar el puesto que éste dejaba.
Miéntras tanto, el Huáscar continuaba alejándose de nosotros sin dejar de disparar sus gruesos cañones y sus ametralladoras; con lo cual aumentaba el número de nuestras víctimas. Los oficiales se veían apurados para llenar las bajas con jente apta. Loe cirujanos y el sangrador eran insuficientes para prestar les primeros ausilios a los heridos.
La actividad del teniente Serrano pareció redoblarse con In muerte del Comandante; pues se le vió sin abandonar su puesto en la artillería, recorrer todos los cañones y reemplazar las bajas que notaba, alentar a la jente y pedir la venganza do nuestro jefe. Quien conoció los antecedentes de este distinguido marino, pudo comprender que en medio de su carácter jovial y festivo, encerraba un gran fondo de seriedad y de honor. Como oficial de la armada se distinguió siempre por su espíritu serio en el servicio y exactitud en el cumplimiento de sus obligaciones. Como profesor de guardias marinas se conquistó el aprecio y consideraciones de sus discípulos, a quienes siempre inculcaba ideas de honor y de subordinación. Todo el fondo de su grande alma se reveló en esta solemne ocasión: podría decirse que la antorcha de su ser despedía su última llamarada.
Mientras tanto, fuimos consultados por el teniente Uribe, que hacía de comandante, los demás tenientes, sobre las medidas que convendría adoptar en aquella situación: si echar a pique el buque, vararlo o continuar el combate. Se resolvió por unanimidad luchar hasta sucumbir.
El Huáscar en esos momentos, 11.30 A. M. próximamente, forzaba su máquina o se precipitaba segunda vez para herirnos con su espolón. Pasó un momento y un formidable choque hizo estremecer nuestro buque. Esta vez el golpe lo recibimos un poco a proa de la cuaderna nuestra a babor. La artillería y fusilería de ambos buques obraban con una rapidez extraordinaria. Los poderosos cañones del Huáscar hacían considerables destrozos en el casco y cubierta de nuestro buque y nos ocasionaban numerosas bajas. Nuestros cañones se disparaban a largo de braguero y nuestros rifleros sostenían un fuego nutridísimo sobre la cubierta del enemigo sin hacer ninguna víctima, porque en ella no había un sólo hombre, mientras las ametralladoras enemigas hacían funesto efecto en nuestra cubierta.
En este segundo espolonazo no consiguió tampoco el enemigo echarnos a pique, y la proa del monitor quedó formando un ángulo como de 45° con nuestro costado, correspondiéndose las popas de ámbos buques y manteniéndose en esta situación por algunos momentos.
El teniente Serrano, otro Prat por su valor sublime y por su igual sacrificio, concibió en aquel instante la idea de repetir la hazaña de su jefe, de conquistar como él un laurel de gloria sobre la cubierta enemiga.— Reunió unos pocos hombres que quedaban en los cañones y después de exhortarlos y comunicarles su entusiasmo, con 12 a 16 de ellos saltó al abordaje, él con espada en mano y su jente armada de rifles y sables.
La suerte de estos valientes no podía sor otra que la de los que les habían precedido; en aquella temeraria empresa. Sin embargo, salvó de la prueba uno solo, cuyo nombre siento no recordar, que es digno de especial memoria por un incidente en que tomó parte importante y creo no deber pasar por alto.
En esta tentativa de abordaje los que la acometieron llevaron consigo una de las espías adujadas en el castillo, estando uno de sus chicotes abarlietado en la jarcia del palo trinquete, con el objeto de amarrarla al buque enemigo para estrechar los dos naves.
Pues bien, nuestro sobreviviente, después de poner todo su empeño en asegurar la espía, notó antes de conseguirlo, que todos sus compañeros habían caído, siendo él el único que aun se encontraba sobre la cubierta del blindado. Su aislamiento y la inutilidad de sus esfuerzos, le aconsejaron entónces abandonar su empresa; y lanzándose al agua, pudo ganar nuevamente nuestro buque, donde aún podía prestar mayores servicios.
El teniente Serrano, no murió, sin embargo, inmediatamente, según pudimos saberlo después, cuando fuimos recojidos abordo del monitor, a pesar de que estaba atravesado de balas; y según mis recuerdos, debió morir como a las dos de la tarde, siendo notable la analojía entre la suerte de este oficial y la del sarjento Aldea, que acribillado de heridas sobrevivió hasta el día siguiente, dejando de existir en el Hospital Militar, a donde fue conducido.
En el secundo abordaje, que para el enemigo significaba, sin duda, el decidido propósito de poner fin a una resistencia que debía estimar como temeraria obstinación o como insolente insulto a su poder incontrastable, hallándose reducida nuestra tripulación a menos de la mitad, fatigada, con un trabajo abrumador, convencida de que toda resistencia era inútil como esperanza no solo de triunfo sino aun de salvación; en medio de la mas desoladora escena de exterminio, en medio de éste cúmulo de circunstancias tan favorables para hacer decaer el ánimo, inspirar el abatimiento y resignarse a la inacción, se manifestó, por el contrario, nuevo entusiasmo, maravillosa enerjia. La escena estaba alumbrada con los recientes destellos del glorioso ejemplo de Prat; y su primer imitador, Serrano, y demás compañeros debían aparecer inundadas por la luz deslumbrante de la misma antorcha.
Las consecuencias del secundo espolonazo se tradujeron en una notable reducción do todos nuestros elementos do defensa. A las numerosas bajas que desde luego esperimentamos con sus disparos a boca de jarro, se agregó el efecto de las nuevas averías que sufrimos. La última perforación de nuestro costado inundó la Santa Bárbara, en la cual perecieron todos los que se encontraban en ella en su servicio, escapando milagrosamente solo el condestable.
Según mis cálculos, que no creo exajerados pasarían de cuatro cientos los disparos de cañón de nuestro buque. Sobre cubierta, en la batería, reinaba profundo silencio; solo de cuando en cuando era interrumpido por uno que otro disparo. El aspecto de la cubierta era sombrío y triste; por todas partes la vista encontraba cadáveres o heridos, cuyo aspecto entristecía; había cesado ya el afán de conducir a éstos últimos a la sala de amputación; al pié de los cañones se divisaba apenas uno que otro sirviente.
En medio de esta desolada escena, apareció, como al disiparse una tempestad asoma por entre las nubes una fuljente estrella, la figura del simpático y malogrado guardia marina don Ernesto Riquelme, en su puesto del deber, atendiendo a la batería y formando inventario de los últimos cartuchos de que aún podía disponerse. El resto de los oficiales subió a la toldilla, con esa triste resignación del que habiendo hecho todo lo que puede, se abandona, por fin, a su destino; y por una de esas versatilidades tan propias de la naturaleza humana, sobre todo, en los grandes contrastes de la vida, el convencimiento de la última impotencia, hizo pensar a los sobrevivientes que el papel que les quedaba por representar, ya no era otro que el de ensayar sus dotes natatorias, siendo esta la ocasión para los que no la poseían de hacer su primero y desairado ensayo.
Al recorrer con la vista a nuestras últimos compañeros, notamos la ausencia del injeniero l.° y de los demás de su departamento, siendo para nosotros un misterio hasta hoi la desaparición del 1.°, aunque mis conjeturas me inducen a creer que después de haber dado cuenta de haberse apagado los fuegos de la máquina, descendió al lugar de su puesto a impartir órdenes a la jente de su dependencia, y que debiendo él, con arreglo a ordenanza retirarse el último, quizás no tuvo tiempo de hacerlo y pereció ahogado.
El Huáscar, miéntras tanto, se había apartado a tres o cuatro mil metros; y entónces, virando rápidamente sobre su costado de babor y con un andar de mas de media fuerza, hizo rumbo hácia nosotros para darnos el último espolonazo. Al acercarse, nos lanzaba con lentitud los proyectiles de su torre, a los que contestaba uno que otro disparo de nuestra moribunda nave. Hallándose ya el monitor a pocos metros de distancia de nosotros, el guardia marina Riquelme le envió su último reto y nuestra última protesta contra su esperanza de rendirnos, disparando el último cañonazo: fué secundada esta manifestación por los rifleros de nuestras cofas.
En esos momentos se aprestaban los injenieros y oficiales de mar para salir a la cubierta, desde la ante-cámara de los guardias-marinas, lugar destinado a los heridos. El enemigo, a este tiempo, disparó sucesivamente sus dos cañones de torre. Uno de los proyectiles, penetrando por el costado de estribor, hirió mortalmente a unos y otros, formando de sus cuerpos una masa informe y i confusa, mezclada con los fragmentos del buque y de los muebles. A esta jeneral destrucción escapó sin embargo, uno solo, que fué el ayudante de cirujano, don Jermán Segura, siendo él mismo quien nos refirió después en nuestra prisión, que no comprendía cómo se había salvado, haciéndonos al mismo tiempo una horrible relación de los estragos producidos por aquella bala.
El segundo proyectil destruyó las escalas que conducían a la toldilla y la rueda del timón, matando a los timoneles que conservaban sus puestos, a algunos grumetes de corta edad y al tambor, cuya corneta fué tomada por el cabo Reyes para tocar a degüello.
Sonó al fin la hora final de nuestra querida corbeta: podría decirse que su ultima agonía fué el estremecimiento que produjo en ella el tercer espolonazo del monitor.
El poder material, la fuerza bruta había vencido: un débil barquichuelo era sumerjido en el mar; pero el vencido acababa de conquistar un verdadero triunfo: la Esmeralda, santuario de gloriosas tradiciones, escuela de los mas distinguidos marinos de nuestros tiempos, sucumbía ante el poder irresistible de un enemigo que sólo contaba en su favor con la fuerza; pero su víctima aceptó con resignación el sacrificio en defensa de la buena causa, ostentó como última atestación de su fé la bandera izada en el pico de mesana y que fué la última en sumerjirse.
El último espolonazo produjo un mayor estremecimiento que los dos primeros. Parece que el monitor aumentó la fuerza de su máquina y unido esto a nuestra inmovilidad, el efecto no pudo sino ser mayor. El enemigo, deserrado por la prolongación de la lucha, quiso dar fin al ataque.
Al sumerjirse la Esmeralda, flameaban las banderas del pelo trinquete, la de como buque de guardia; en el mayor, el gallardete, insignia de oficial de guerra; en el mesana, la de jefe de división. La bandera nacional izada en el pico de este palo desapareció la última de la superficie por haberse hundido la nave de proa.
No me es posible señalar el número de ahogados. La ola que se formó en la cubierta debe haber envuelto a algunos hombres, enredándolos en la jarcia y maniobras de los palos y otros pudieron ser arrastrados a la cámara alta y sucumbir allí.
El vapor Lamar, trasporte nacional, luego que se reconoció al enemigo, recibió órden del comandante Prat de izar la bandera Norte-Americana, y después de recibir la correspondencia de la escuadra con todas las precauciones aconsejadas por la prudencia, la órden de abandonarla bahía en dirección al sur. Cupo a esto trasporte el traer a Antofagasta las primeras noticias del combate.
El cómo haya escapado y lo haya dejado escapar el enemigo es algo que sólo debe conocerlo ese mismo enemigo.
Debiendo partir hoi 19 a invernar con un buque, el trasporte Amazonas, a Coquimbo, en cumplimiento de órdenes superiores, no he podido disponer de mas tiempo para coordinar todos mis recuerdos. Sin embargo, los hechos principales creo que están consignados, y si he conseguido que usted los estime en algo, me basta como suficiente satisfacción.
La brevedad del tiempo me ha privado del deseo de dedicar algunos recuerdos a los demás oficiales y tripulantes que sucumbieron en el puesto del deber y mui especialmente a los injenieros don Eduardo Hyatt, don Vicente Mutilla, don Dionisio Manterola y don J. Gutiérrez de la Fuente y otros.
De usted afectísimo amigo y S. S.
Francisco 2.° Sánchez.
Valparaíso, Mayo 19 de 1885."
Texto publicado en el diario "La Unión" de Valparaíso, año 1, número 99, jueves 21 de mayo de 1885.
Saludos
Jonatan Saona
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