Crónica boliviana sobre la batalla de Arica
La siguiente crónica sobre la batalla de Arica fue publicada en el "Almanaque para 1881" en La Paz, fue escrita por Macario Escobari en diciembre de 1880. Lo curioso es que menciona que el oficial peruano que se lanzó a caballo del Morro fue Armando Blondel.
"El Salto de Blondel
Recuerdo a la distinguida familia del héroe
I.
Necesitaríase la inspiración robusta de Becqer ó de Victor Hugo, para dar colorido á ese sublime cuadro que representaba el Morro de Arica, el día 7 de Julio de 1880, en q' las huestes chilenas hacían de aquel el escenario sangriento del heroísmo en su preclaro lucimiento.
El horizonte con sus relámpagos de fuego mortífero, la tierra supurando vapores de sangre, las olas del mar enrojeciéndose al lavar en las orillas, los despojos palpitantes de tanta víctima, el Morro espidiendo sus fosforescentes bombas hacia la escuadra enemiga y ésta contestando de igual manera; por acá los rejimientos invasores envueltos en nubes de humo y fuego, destilando hácia las posiciones fortificadas; por allá los sitiados luchando á muerte y con obstinación contra las hordas sedientas de botín y de sangre: todo aquello ha debido formar el cuadro mas interesante de cuantos demuestren en sí la muerte disputando sus pulsasiones á la vida; la infamia desgarrando á la virtud; el crimen y la piratería pugnando sublimemente con el patriotismo y la gloria.
Oh!, no habrá nunca aliento bastante en el pecho de ningún hombre para seguir de hito en hito, la espectación de un cuadro en que los episodios homéricos se sucedían sin interrupción; en que al murmullo sonante de las ondas se mezclaba la bélica algazara; en que los rayos del sol al calcinar las áridas estopas de ese desierto alzaban de trecho en trecho vapores enrojecidos.
Los fuertes, en estrepitoso estallido desaparecían envueltos entre humo y polvo, enterrando en su desquiciamiento decenas de audaces atacadores y decenas de valientes y obstinados defensores de su puesto.
Las calles de la ciudadela de Arica, las plazas, los alrededores, mostraban en confusión aparente escenas en que, destacaban los gladiadores singulares, haciendo furioso lujo de su denuedo, combatiendo uno contra cinco, uno contra diez.
Aquí veinte ó mas invasores yugulaban despiadadamente á los cansados fujitivos, ó á los desesperados patriotas que aceptaban gustosos su sacrificio antes que ver el final de la trajedia; allá las bombas incendiaban los edificios y entre el crujido de los techos que se desplomaban al furor de las llamas, y entre los laimpos gritantes de las hogueras, se confundían los estertores de los agonizantes heridos; mas allá, el enlozado de las calles y el bruñido de las paredes estaban salpicados de sangre fresca, y donde quiera los cadáveres diseminados, deshechos, truncados.
Se habría podido decir ante aquel convulso hacinamiento de horrores que el jenio monstruo de la destrucción asentaba sus reales entre la bahía de Arica y los arenales que la circundan.—
El hombre es sublime hasta en lo horroroso de sus concepciones y de sus hechos.—
Que otra cosa es blandir el rayo de la muerte sobre la existencia de sus semejantes, disputando el supremo poder del Eterno, para someter á su deseo el destino de los pueblos?
Ante el mandato de uno ó dos cerebros que piensan y disponen, las lejiones se aúnan, acpm et^, arrostrando la muerte y caen y se levantan como filo único de una gran espada.
La algazara estridente en los combates es, entónces, la hilaridad, el grito altivo de la supremacía humana.
La metralla, los incendios, el tronar de los cañones, las cargas de Caballería, los mil reflejos de lanzas y bayonetas, si son la muerte y la destrucción recorriendo furiosas los dominios de la vida y la paz, son también el volcán donde se enciende el luminar eterno de la gloria, donde se purifica el derecho y se ostenta la grandeza del héroe.
De ahí porqué Napoleón no es el mismo en las Tellerías ó en Sta. Elena que en Waterloó ó Wagaam; de ahí porque Bolívar solo aparece grande, fantástico, cuando se le vé blandiendo su acero en las márjenes del Orinoco, ó sentando su caballo en los llanos de Junín.
Arica, según la espresión de la Sra. C. F. de Jaimes, presentaba el día 7 de Junio de 1880 un cuadro terrorífico y sublime.
«Como rayos desgarrados del cielo, como planetas de fuego lanzados desde el espacio, dice, cayeron, se cruzaron, se confundieron; produciendo un solo incendio, espantoso, devorador, inextinguible, los proyectiles de la escuadra enemiga, las baterías de tierra colocadas en la cúspide de los cerros, las baterías de la plaza... y los célebres fuegos del Morro..........
Allí, pues, en medio de esos incendios, de esas esplociones, de ese complot de los horrores, relampagueaba la gloria, el heroísmo irradiaba desde la frente de centenares de patriotas.
Combatir, luchar es una de las fatalidades conjénitas con nuestra propia naturaleza, con el propio órden de todas las cosas.
Pero, aceptar la muerte inescusable, afrontar los últimos azahares de un combate desigual, alzar sobre si mismo todo el promontorio de una tumba, es homérico, es espartano, y de hoy en mas, es peruviano.
Bolognesi importará para la historia una figura olímpica que desaparece entre las tormentas conjuradas de la fuerza y de los elementos; y le verá caer con sus mil compañeros como lejión que ha sabido iluminar la fantasía de Shackespeare.
Nunca se ha honrado mas el altar del martirio que cuando al luminar de las hogueras de Arica, se anegaban en su propia sangre los mil y mas defensores de una patria como el Perú, de un principio como la libertad y de un sentimiento como el honor.
Tampoco han puesto en mayor prueba el bandalaje, la impudicia y el crimen al sentimiento nacional de ningún pueblo del siglo XIX.
La lista de aquellos inmortales, es inmensa.
La historia deberá recojerlos con cuidado.
Las jeneraciones deberán venerarlos como lejítimos timbres de su gloria.
Entre tanto, después de hacer incompleto recuerdo de Bolognesi, de Alfonso Ugarte, de Moore, todos héroes, mitos lejendarios de heroísmo, hoy queremos honrar la memoria de uno de aquellos, cuya hazaña merece el aplauso del mundo y el orgullo del pueblo en cuyo sacrificio se ha consumado: Armando Blondel!
II.
Armando Blondel nació en Tacna el 7 de Junio de 1850.
A la noticia de que su patria exijía la defensa de todos sus hijos, se dirijió de Oruro á Tacna a solicitar un puesto entre los soldados peruanos, ese puesto le fué asignado.
Alma de héroe, no había vacilado un instante abandonar, por decirlo así, la jerencia de su cuantiosa fortuna que no bajaba de tres millones de fuertes; ni había mimado un momento solo las esperanzas de gozar de esa fortuna, ni del resto de su edad, que no pasaba de 30 años.
Su persona, ciertamente, no revelaba un espíritu tan grande, ni su pecho un corazón que ha vibrado en el diapazón del himno.
De estatura mediana, delgado, de ojos vivos y chispeantes que, apenas, para quien le concentraba, daban idea de un carácter fosforescente, inflamable; jamás se habría podido creer que era dueño de encender con él una atmósfera de gloria para perderse en sus fulgores.
Ájil, rápido en sus ademanes y movimientos, ha podido hallar á un mismo tiempo el abismo de la muerte y la cima de la inmortalidad.
El Morro de Arica.
III.
El Morro de Arica es un promontorio que se alza desde el borde de la espaciosa bahía hacia una elevación perpendicular de mas de 100 metros, presentando al océano una especie de pecho de la cordillera de los Andes, de unos ochenta metros de anchura.
Mejor dicho, la cordillera Andina, en ese lugar, parece un jigante que surje á gatas de la mitad del piélago, cuya cabeza nevada alcanza al cielo y cuya planta se está aun dejando besar por las olas.
Es una fortaleza natural, indestructible del lado del mar y de difícil ataque del lado de tierra.
Ahí estaban colocados mas de 9 cañones de grueso calibre que, á ser del sistema moderno, habrían dado cuenta de la escuadra enemiga.
Estaba, por consiguiente, llamado á ser el último baluarte en la defensa de ese puerto; así como ha sido, en efecto, el digno altar del martirio; el solio consagrado del heroísmo, el verdadero pináculo del patriotismo.
IV.
Los rejimientos enemigos en número de siete mil hombres, después de haber rodeado el circulo de la defensa de Arica, después de tres días de asedio, ataques y tentativas y colocando sus baterías en las cúspides descendentes hacia las fortificaciones peruanas, habían venido, como era natural, desde la madrugada del día 7, arrollando, desalojando sucesivamente á los defensores.
En vano el jeneroso denuedo de los Granaderos de Tacna y su heroico jefe Arias y Aragüez en la batería del Este; los Artesanos de Tacna y el batallón Tarapacá en el Cerro Gordo, el batallón Iquique en la batería de San José y después en el Morro, oponían sus pechos para contrarrestar á los chilenos: el número debía arrollarlo, envolverlo todo.
No, no es muro el valor ante el número y el que hoy le opone algo superior que la victoria se propone conseguir con su sacrificio.
El sacrificio de los 1000 héroes inmolados en Arica, á quienes repetía Bolognesi—“quemaremos el último cartucho,” ha conseguido la glorificación del Perú y la ignominia del vencedor chileno, en medio de su victoria.
El cielo parecía rasgarse el día 7 de Junio de 1880, y encima de la tempestad que cernía sobre la tierra, vagaba indecisa una nube de purísima gloria á cuya posesión han volado los espíritus héroes de esa gran jornada y no los que, embriagados con la sangre, chacales á quienes no saciaba tanta víctima, han convertido lo sublime en horrendo.
El ataque y la defensa de los fuertes de San José y Santa Rosa alcanzaban á lo épico; por todas partes, la metralla, el sable,, el corvo, el revolver, ofrecían el espectáculo de muertos y vivos que pretendían aglomerarse los unos sobre los otros, sin ceder un paso del terreno, acribillándose con las armas, derribándose con los brazos, tajándose con los sables y empapándose en los sudores que supuraban la tierra mojada de sangre y los cuerpos bañados en fatiga.
La trajedia estaba en lo mas interesante.
La retirada de los peruanos se inició en confusión á fortificar el Morro;
La lucha de cuerpo á cuerpo, de uno contra diez, contra cinco, en toda la estensión que atravieza las calles y asciende al Morro, semejaba el dominio del horror, marcado á cada paso con charcos de sangre, con esplosiones, con cuerpos mutilados que aun vivían ó agonizaban, con cabezas que rodaban, con sables y bayonetas que se hincaban en las espaldas ó los pechos, con gritos y con estertores, con alaridos y blasfemias!
Allí principió, después de la defensa inmortal, "á caer el salvaje corvo sobre las laureadas cabezas de jefes, oficiales y soldados” los heridos fueron sometidos al bárbaro repose, y los prisioneros sin cuenta al degüello sin conmiseración.
Ya habían caído, Bolognesi, rodeado de cadáveres enemigos y compañeros, Moore, agotando los proyectiles de su revolver y Bustamante, Otoya y Ugarte haciendo espantos de heroísmo.
El Morro era ya el escenario del colmo de las catástrofes.
El incendió, harto de consumir lo combustible, pretendía devorar la mole incombustible.
Los fuertes, abandonados por los defensores, estallaban atronando el espacio, sucesivamente.
El humo, la algazara de los combatientes, el ruido de las olas, las bombas enemigas, y los incesantes disparos, hacían una armonía infernal, que circunscribía allí todo el estruendo de la destrucción, todo el aparato del cataclismo.
Mas, el águila se cierne sobre las tempestades.
La luz de la glorificación iba á recibir la centella que la inflame.
El heroísmo iba á sellar su huella en el espacio y en el tiempo.
Luis Armando Blondel estaba á caballo, desafiando tenazmente á la muerte.
La muerte no le oía.
Cientos de proyectiles rizaban sus cabellos y pasaban á sus oídos silvando las armonías del infinito, pero no le derribaban. Habríase dicho que le temían.
Le asediaban á fuego una bandada de enemigos, pretendiendo matarle ó cojerle vivo, entre aquel hacinamiento de heridos y muertos, de cañones y de despojos esparcidos!
Blondel batallaba, hería, esperando la muerte, ¡y la muerte le abandonaba!
¡Yba á ser prisionero!
¡Prisionero del crimen! ¡Vencido del verdugo de su patria!!
¡No! dijo.
Y las puertas de la fama que tienen sus ámbitos en la estensión del pensamiento, se abrieron ante un arranque de su heroísmo, ante un impulso de desprecio del crimen chileno que iba á manchar con su contacto la virtud de su patriotismo.
Y el rayo se encendió!
Distaba diez metros de sus enemigos, y diez del precipicio cuyo fondo lamen las encrespadas olas del océano; y vendando el caballo, hincó los espolines en los hijares del bruto, que, en un segundo abarcó el aire y se dejó recibir por la espuma del profundo mar..............
Los enemigos quedaron atónitos.
La humillación y la ignominia se estampaban en la frente de los bandidos chilenos en la medida de lo inconmensurable del piélago que se dilata al pie del Morro de Arica.
Mas, “la obra de la glorificación es perfecta”!
Luis Armando Blondel, ese día, lunes, 7 de Junio de 1880, cumplía 30 años y hacía con su gloria el esplendido aniversario de su nacimiento!
V.
Que las jeneraciones futuras veneren esa memoria.
Que cuando vuelva á nuestro poder esa cima, así glorificada, sobre la cúspide de los alféizares que resguarden nuevos cañones, se coloque la estatua del hombre á caballo, que ha sabido glorificar á su patria en el desastre, hollando á un tiempo el abismo de la muerte y la cumbre de la inmortalidad.
Que los navíos que aporten al pié del Morro saluden á un tiempo el triunfo del derecho, simbolizado en la nueva y feliz bandera de la Confederación, y la estatua del heroísmo, figurado en un Blondel de bronce que á caballo se precipite al mar!
La Paz, Diciembre 3 de 1880
MACARIO D. ESCOBARI."
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Texto tomado del "Almanaque para 1881" publicado en La Paz.
Saludos
Jonatan Saona
Increíble pero parece ser cierto por todas las lecturas e información que se analiza. Un oficial peruano se lanzó del morro.
ResponderBorrarMás bien, en ningún parte oficial señala de alguien que saltara con caballo al vacío. esto aparece mucho más adelante, años después.
ResponderBorrarCreo que fue algo que dijo Roque Sanz Peña, como 10 años más tarde