Alto, vigoroso, imponente a pesar de sus setentisiete años, el señor Medardo Fernández Cornejo, que es el único sobreviviente del épico Consejo de Guerra de Arica, nos ha contado con la masculina sobriedad con que suelen expresarse los valientes, algo de su vida y de la hazaña inmortal que en el peñón del Morro dejó para siempre erguida la enseña del heroísmo peruano. De paso en Lima, pues su residencia habitual es Mollendo, no hemos querido dejar pasar la ocasión para conversar con él.
El señor Cornejo ha sido combatiente el 2 de Mayo de 1866, y en la guerra con Chile, de modo que su carrera militar está rubricada por su propia sangre, vertida frente al enemigo común. Ajeno a las contiendas políticas, no ha intervenido en ellas. Ha servido al país en ocasiones culminantes y cumplida su misión patriótica ha laborado progresivamente en obras ferrocarrileras y de minas y hoy mismo, no obstante su avanzada edad, continúa contribuyendo al desarrollo de la riqueza de la Patria a la que ofrendó en su juventud entusiasta y en su madurez fecunda, sus mejores dotes.
Nacido en 1844 en la misma provincia que fuera después teatro de la espartana epopeya de Bolognesi y sus compañeros, tenía apenas 20 años al presentarse voluntario para servir al ejército peruano cuando los españoles se presentaron en son de reivindicación en las islas de Chincha. Nos ha contado el señor Cornejo que debido a algo providencial no fué una de las víctimas en la Torre de la Merced al lado de Gálvez, porque precisamente fué enviado en comisión por el Ministro que dirigió el combate. Dice que el Ministro Gálvez, que lo vigilaba todo, notó que el famoso cañón del pueblo estaba en peligro y entonces rápidamente le dió orden de que fuese a hacer desatar el braguero para evitar una explosión. Cuando iba a cumplir esta delicada misión, que no tuvo éxito, porque el cañón se volteó, antes de que él llegara, cayó la granada que hizo estallar el polvorín de la Torre de la Merced en la que volaron Gálvez, e! ingeniero colombiano Borda y otros. Ascendido a Capitán por aquel combate, en el que figuró como teniente, pues había sido vencedor también en Abtao, fuese a Tacna al Batallón de Gendarmes de esa ciudad, habiendo dejado la carrera militar poco después para dirigirse a Paita, donde trabajo en las obras del ferrocarril a Piura, pero apenas estalló la guerra con Chile, se alistó, dirigiéndose a Iquique. De este puerto partió para Arica, pero fué extraído, junto con Don Genaro Silva Rodríguez, del barco inglés en que viajaba, siendo por tal causa, el primer prisionero de guerra, pero un barco de la armada inglesa, obligó a la "Esmeralda" a entregarlos, siguiendo el principio internacional de la jurisdicción marítima.
En Arica. -Detalles y anécdotas del Consejo de Guerra y de la epopeya del Morro.
De los veintisiete jefes que asistieron al Consejo de Guerra de Arica fallecieron 21, sobreviviendo cinco peruanos y el argentino Sáenz Peña. De aquel resto heroico, el único sobreviviente hoy, es el coronel Cornejo.
Herido en aquel combate, con dos costillas hundidas, la cara llena de sangre, el coronel Cornejo, fué atendido por un oficial chileno Valdivia, a quien el capitán chileno Morales increpó su conducta, porque no fusilaba a su prisionero. Cuenta el señor Cornejo que el aludido capitán hizo fusilar 72 prisioneros. Lleno de sangre, de polvo, con la ira y el dolor de la tragedia, Cornejo fué llevado prisionero a Chile, de donde escapó. El juramento del último cartucho se había cumplido. Pero antes debemos rememorar algunos detalles que sobre el mismo Consejo nos ha dado este venerable sobreviviente de uno de los más hermosos episodios guerreros de la Historia Universal.
Bolognesi hizo citar a los jefes para el sonado Consejo, y cuando Cornejo se preparaba para dirigirse a él, observó que los chilenos, aprovechando de que los amparaba la bandera blanca, comenzaron a emplazar algunos cañones. Cornejo viendo esta actitud, que estaba en pugna con las leyes de honor militar, ordenó disparar sobre los que tal hacían, consiguiendo con su actitud que se retiraran los emplazamientos. Cuando Cornejo llegó a la casa de Bolognesi se había reunido pueblo y Bolognesi, airado, increpó al señor Cornejo por haber hecho disparar existiendo bandera blanca, a lo que respetuosamente replicó el aludido que lo había hecho por que el enemigo no respetaba los usos establecidos y las condiciones del acto parlamentario que se iba a realizar. Impuesto Salvo, que acababa de llegar de este hecho, se dirigió al jefe peruano y le dijo: "Mi comandante, voy a ordenar que se retiren esos cañones", "Muchas gracias, mayor, pero ya los he hecho retirar a cañonazos". Ante la respuesta, los que presenciaron la escena prorrumpieron en aclamaciones y vivas al Perú. Minutos después comenzó la histórica reunión. Bolognesi hizo su admirable y tranquila exortación y todos los jefes contestaron apoyando la actitud estoica del ilustre jefe. Salvo se retiró respetando y admirando aquel nobilísimo rasgo de patriotismo y de entereza de los jefes peruanos.
A las cuatro de la mañana del siguiente día, se dió la gran batalla. De un mil y cuatrocientos hombres que defendieron contra un enemigo ocho veces superior la histórica plaza, solo quedaron con vida 300. La palabra del maravilloso anciano había sido cumplida. El propio Salvo que dirigiéndose a Cornejo había insistido en que era temerario aceptar un combate en esas condiciones, estrechó caballerosamente la mano de Cornejo, cuando éste le dijo que el deber de todos era sostener su bandera hasta el último momento.
La odisea de un prisionero.
Prisionero en San Bernardo, Cornejo escapó de la prisión, obtuvo cambiando de nombre un pasaporte y se dirigió a Montevideo, pasando luego a Buenos Aires, donde el Cónsul peruano señor Ocampo y el Ministro señor Gómez Sánchez lo atendieron. Pero Sáenz Peña que ya había sido devuelto a su país, pidió al Ministro que le dejara el honor de alojar en su casa al compañero en la épica jornada del Morro. No satisfecho Cornejo, procuró continuar sirviendo al país y fué el encargado de hacer pasar un armamento casi completo por Bolivia, atravesando, por encargo de Ministro peruano y del boliviano, señor Caballero, siete provincias, siendo despojado del armamento en Jujuy, porque el Gobernador estaba emparentado con el Cónsul de Chile. Cornejo se impuso y logró que le fuera devuelto el armamento que pudo entregar en la Quiaca, cumpliendo su cometido honrosamente. Allí estuvo al borde de la muerte, con un gravísimo ataque de neumonía, siendo trasladado después a Jujuy, donde ejerció el cargo de Cónsul con jurisdicción también en Salta y Tucumán.
Permaneció en la República Argentina, dedicado a obras ferrocarrileras hasta el año 1892 en que volvió al Perú. En atención a sus méritos el Congreso de 1901 le concedió la clase inmediata superior a la que había tenido cuando concurrió al combate de Arica.
El coronel Cornejo, verdadera reliquia de nuestra Historia, conserva, como buen ariqueño, el culto por la Patria y por su irredenta tierra. Cuando relata, con modestia, que hace difícil captar los datos, su participación en aquella memorable jornada, se enardece su mirada, y aunque es lento y tranquilo el ritmo de su palabra, bajo ella palpita gravemente la honda emoción de un sentido profundo y alto de la Patria.
G."
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Revista "Mundial", Año II, n° extraordinario. Lima, 28 de julio de 1921.
Saludos
Jonatan Saona
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