Por Luis Benjamín Cisneros
No; el mundo entero podrá decir que hemos sido vencidos; mas no que estamos envilecidos ni deshonrados. No es patriotismo, ni valor, ni abnegación en los partidos políticos, ni desprendimiento, ni amor a nuestra altiva bandera, ni arrojo militar, ni cohesión nacional, lo que nos ha faltado; son las cosas que no se crean con el sentimiento y que no se forman en un día.
Tuvimos la audacia de aceptar una guerra con un enemigo robustecido, en todo órden, por cincuenta años de paz y de trabajo y de carácter cauteloso y astuto; y la aceptamos, aparte de nuestros tradicionales achaques, después de siete años de la más terrible crisis económica y fiscal que haya postrado jamás a pueblo alguno; sin recursos pecuniarios, sin marina y casi sin ejército. El resultado ha sido contrario a los votos del patriotismo, que aspira siempre a soluciones favorables, brillantes y completas; pero el Perú ha dado en medio de sus desgracias, la prueba más espléndida de la virilidad de su espíritu y de su poder, manteniendo, hasta este momento, indeciso el último resultado de la encarnizada lucha.
Hemos contenido durante año y medio el empuje invasor de un enemigo que tenía la conciencia de la superioridad de sus máquinas de guerra marítimas sobre las nuestras y a quien la facilidad de transportar sus tropas en la vasta extensión de nuestra costa, y sus propios sucesivos triunfos, ha engreído y alentado en las operaciones terrestres. Y hoy, nos encontramos capaces aún de continuar en los caminos de los grandes sacrificios consumados, y en actitud no de aceptar la paz que quiera imponérsenos, sino de discutir y formular condiciones.
Puede la paz estar próxima o lejana; podrán sus condiciones ser, merced a nuestra resuelta actitud, decorosas y alentadoras, o llegar a ser desgarrantes para el patriotismo; puede el mundo entero decir, ahora y más tarde, que hemos sido vencidos; pero los espíritus desapasionados que contemplan esta lucha sangrienta y la historia severa e imparcial nos harán justicia.
Tres ciudades destruídas por la metralla y el incendio -Pisagua, Mollendo, Arica-; los fértiles campos de Moquegua casi talados; nueve combates navales en que la suerte desamparó por momentos, pero en que la supremacía de la gloria acompañó siempre a nuestra bandera; la augusta catástrofe de Angamos en que el Huáscar combatió contra fuerzas desmesuradamente superiores, y como ha combatido la nación misma, casi sin gobierno; once ataques de la flota enemiga sobre los puertos de nuestra costa, desde el Callao a Pabellón de Pica, con denuedo siempre rechazados, ya por nuestros buques y fuertes en el Callao, ya por los cañones del Morro y del monitor "Manco Capac" en Arica, ya por las pequeñas guarniciones y los modestos ciudadanos de Pisagua, Mejillones y Pabellón; la presa del Rímac; el bloqueo de nuestros puertos rotos siempre que hemos querido; las audaces expediciones de nuestras naves con tropa y armamento, pasando por entre las enemigas; el grandioso, inverosímil episodio realizado por la "Unión” en las aguas de Arica; la lancha-torpedo "Janequeo" volada una noche en las aguas del Callao por el heroísmo de uno de nuestros más jóvenes marinos; siete encuentros terrestres o batallas campales, incluyendo San Francisco, si San Francisco merece tal nombre, en que nunca fué el coraje ni el valor lo que faltó a nuestros soldados; la victoria obtenida en las alturas de la ciudad de Tarapacá, único encuentro en que ambos ejércitos se midieron con fuerzas iguales y que dió por resultado la tranquila y admirable retirada de las tropas peruanas que reforzaron a Tacna y Arica, redoblando así el tiempo y el esfuerzo que ha necesitado el enemigo para ocuparlas.
Tarapacá, repetimos, que es la más notable batalla que, bajo el punto de vista militar, ha librado y ganado hasta ahora en la América meridional un ejército sorprendido por el contrario; el noble ejemplo por Grau legado a nuestros hijos, el valeroso comportamiento y cruento sacrificio de Aguirre, Palacios, Ferré, Espinosa, Bolognesi, Inclán, More, Zavala, Ugarte, Arias, Fajardo, Plasencia y cien más, cuyos nombres omitimos; la arrogante valentía de Villavicencio, Gárezon, Cáceres, Recavarren, Gonzáles, Solar, José Gálvez el segundo, Sánchez Lagomarsino, esperanzas del porvenir; las corrientes de soldados que desde los puntos más apartados del Perú han acudido al llamamiento de la patria; el óbolo del pobre y del rico entregado en sus aras; la elevada y digna actitud del ilustre clero; la abnegación y filantropía de las matronas de nuestra sociedad; todas estas páginas de nuestra historia y todos estos nombres en un pueblo trabajado moralmente por medio siglo de flaquezas; todas estas cosas realizadas en año y medio de incesante guerra, sin recursos, casi sin elementos bélicos, sin libertad en el mar, en medio de trascendental transformación política, al través de las dificultades insuperables, de la excepcional topografía de nuestro suelo, contra un país en comunicación telegráfica directa con todos los astilleros y fábricas militares del mundo. Estos veintisiete hechos de armas, todos estos sucesos en que el enemigo ha tenido mucho que arrostrar, que temer, que sufrir y que llorar, sin más resultado serio para él que vernos continuar hoy en una situación en que aún somos árbitros de la paz y de la guerra, con más de ..... hombres salvados, están manifestando que el honor peruano se halla a salvo y revelan la virilidad de un pueblo que ama ardientemente su nacionalidad y sabe disputar palmo a palmo el territorio que le legaron sus padres y los hogares en que vive su gran corazón.
Tan hermoso cuadro que debemos empeñarnos, sistemáticamente, en dar a conocer al extranjero, merecía en realidad, haber sido coronado por la victoria; la fortuna nos ha sido adversa en las ocasiones supremas, no por debilidad moral sino precisamente, y en todas ellas, por exceso de arrojo e impaciencia de ver deshecho al enemigo. Si ha habido errores en la dirección de la guerra, si los ha habido antes, no son por cierto de la nación misma ni imputables, en nuestro concepto, a sólo determinadas épocas de gobierno, sino a causas más radicales y permanentes, creadas por el lento desarrollo de nuestras vicisitudes históricas.
Toca a Alfonso Ugarte parte de las más gloriosas en ese cuadro casi deslumbrador. Entró un día, desconocido, en nuestro escritorio mercantil; iba a explicarnos su derecho. Discutió con claridad y elevación, extrañas en quien no había vivido sino la vida de trabajo y de números. Fué leal y franco en la parte débil de sus pretensiones. Cuando nos saludábamos éramos dos firmas comerciales; cuando nos despedíamos éramos amigos.
¡Quién nos hubiera pronosticado entonces la sangrienta leyenda que ha vigorizado moralmente y enlutado el país desde Abril de 1879 y que Ugarte dejaría escrita en ella una de las páginas más hermosas!.
Apenas estalló la guerra, puso su persona, su actividad y sus caudales al servicio de la causa nacional, que es la justicia.
Organizó, equipo y sostuvo un batallón de comprovincianos suyos a costa propia. Patriota entusiasta e hijo de la comarca, teatro de la invasión, se amoldó fácilmente a la vida del campamento y no pensó sino en triunfar o morir.
Su batallón quedó casi destrozado en las alturas de Tarapacá. Allí corrió la sangre de su frente y no fué el único que, con la venda sobre la primera herida, volvió a entrar en combate para buscar la victoria mientras tuviera aliento.
Fué designado, en último término, por las cualidades militares de que había dado pruebas, como comandante general de una de las divisiones que debían defender Arica. La mañana del siete de junio lo encontró sereno y dispuesto a sostener gloriosa, hasta el último instante, la bandera que nuestros padres nos han enseñado a amar.
Pronto se perdió la última esperanza y todos los jefes de la plaza caían tendidos a su alrededor, en el calvario del Morro. Un instante más, y los enemigos iban a arrancar de la mano helada de su cadáver, la espada que llevaba el escudo de la patria y que ésta le había ordenado conservar sin mancha. El delirio del patriotismo abrazó como una llamarada su corazón y su cerebro. Las tradiciones patrias se inoculan insensiblemente en el corazón de los hombres y son el secreto de los hechos heroicos. Nacido en la ciudad de Iquique, había vivido, niño y hombre, en esa playa histórica, con el recuerdo imperecedero del noble sacrificio de La Rosa y Taramona. Esa visión apareció sin duda a sus ojos en las angustias supremas del honor militar, y superando a aquellos mártires, arrojó su espada centellante al abismo, tornó brida, espoleó su caballo y se lanzó con él en el espacio siguiendo los vívidos rayos del acero.
La cabalgadura rodó hasta la orilla del mar; el cadáver de Ugarte quedó sobre una roca del despeñadero; allí está aún a las miradas del enemigo, del navegante extranjero, de nuestros propios hijos, del Universo todo.
Esa roca es casi un altar. Constituye de hoy en adelante a más sublime lección para las generaciones peruanas del presente y del porvenir.
¡Ah! ¡Felices los que saben morir engrandeciendo el nombre de la Patria!
1880.
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Cisneros, Luis Benjamín. "Obras completas de Luis Benjamín Cisneros". Tomo II. Prosa Literaria. Lima, 1939. Publicado originalmente en "La Patria". Lima, 6 de julio de 1880.
Saludos
Jonatan Saona
Escrito en 1880, y por ende, antes de la caída de Lima y El Callao, esta breve exaltación al Perú y sus combatientes habla de un sincero amor a su patria por parte del autor. Pero omite algunos datos interesantes.
ResponderBorrarCuando se habla, por ejemplo, de la superioridad de las "máquinas de guerra" navales por parte de Chile, cabe recordar que las dos fragatas blindadas ("Cochrane" y "Blanco Encalada") que Chile encargó en Inglaterra, en 1873, tuvieron un costo final en US$ de 800.000.- incluyendo su artillería y adelantos técnicos. Y que poco antes, Perú compró dos monitores de río, bautizados "Atahualpa" y "Manco Cápac", obsoletos en su diseño e inútiles en alta mar, más algún armamento, por la suma de US$ 1.000.000.- ¿No cabría preguntarse sobre la idoneidad técnica - y acaso moral - de quienes cerraron ese negocio?
El 18 de noviembre de 1879, una corbeta peruana, la "Pilcomayo", perseguida y al cabo, acorralada por una fragata blindada abiertamente superior, simplemente no luchó. Embarcó a su tripulación en botes y la oficialidad esperó a que su nave fuera abordada, y tomada, por el enemigo. Luego de prender fuego a la obra muerta y disparar una pieza contra sus propios fondos. Dejaron, eso si, su bandera al tope, para demostrar que la nave "no se rendía". Nadie levantó una mano ni disparó un tiro en defensa de esa bandera, que se guarda hoy en Chile. Seis meses antes, casi día por día, otra corbeta - chilena en este caso - enfrentando a un navío peruano superior en la rada de Iquique, luchó hasta hundirse, con muerte del 75% de su tripulación. El comandante de la Pilcomayo, CN Ferreyros, fue más tarde elegido senador en su patria.
Es bueno tener a la vista estos casos, porque los sucesos y avatares de esa guerra no son, en lo general, tal como se relatan en Perú.
Ugarte fue un patriota, y un valiente. No cabe duda de aquello. Y murió defendiendo su bandera, comandando una brigada de infantería. Yo no creo aquello de su salto al vacío, porque debo aceptar el relato del jefe del Estado Mayor de la Guarnición de Arica. Pero da lo mismo, en mi opinión. Ugarte cayó en su puesto, de cara al enemigo, y es un héroe indiscutido.
Los jefes peruanos caídos en Arica fueron inhumados con honores militares rendidos por las fuerzas chilenas. Igualmente habían sido sepultados en Mejillones, en agosto anterior, los oficiales y marinería del "Huáscar" muertos en el combate de Angamos.
Habría sido interesante que el cronista se refiriera al vejamen de los restos de los oficiales chilenos caídos en el combate naval de Iquique, por parte del pueblo peruano, y a la sepultación sin ceremonia en fosas comunes de la marinería. Asimismo, de los relatos de sus corresponsales - no de Grau ni de More - que buscaron ensuciar la gloria de Prat y la conducta de Condell esa mañana sangrienta.
Una lectura a Nelson Manrique y a Carmen Mc Evoy, historiadores peruanos de fuste, sería recomendable.
Raúl Olmedo D.