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27 de mayo de 2025

Muerte de Pérez

Juan José Pérez
Impresionante muerte del General Pérez
Por Julio Díaz Arguedas

El 26 de mayo se cumplió el ochenta y cinco aniversario de la última acción de armas con la que concluyó la guerra del Pacífico y es justo dedicar algunas líneas al glorioso General Don Juan José Pérez, una de las más brillantes espadas con que contó el ejército de Bolivia en aquella época.

Este meritorio militar nace en la ciudad de La Paz el 28 de agosto de 1814 e inicia su carrera a los 14 años de edad como corneta del Regimiento "Granaderos". En 1831 es ascendido a subteniente y gana sus demás grados a lo largo de las campañas de la Confederación luego de haber recibido su bautismo de fuego en la batalla de Yanacocha; pelea después en Uchumayo, Ninabamba, Socabaya y Yungay.

En esta última acción es herido mortalmente: una bala le atraviesa de la cadera derecha a la costilla izquierda. Apenas puede huir a caballo conducido por su asistente, quien había montado en el anca del animal. Pero ante la violenta persecución del enemigo, le abandona el asistente y cae desangrado. Un soldado chileno, apellidado Bobadilla, se aproxima ante él y apunta con su arma para victimarlo; más, en ese momento una mujer de Yungay (la escena se produce a poca distancia de este pueblo) le implora de rodillas que no mate a ese hombre sin confesión. Cede el soldado y ayuda a conducir al herido hasta la casa del cura del pueblo donde aquel pudo restablecer (Enero 1839).

Cuando dos años más tarde sobrevino la campaña de Ingavi, sobresalió nuevamente el comandante Pérez por su audacia y valentía; pues el general Ballivián que le guardaba rencor por causas políticas, le había dicho cierto día: "Usted es un cobarde, y si no me trae una señal de haber visto a su enemigo, LO HE DE FUSILAR". Herido en honor militar, Pérez se dirige a la región de Achacachi donde se halla el ejército peruano, pónese en asecho y logra mediante un golpe audaz, apoderarse en Huarina del coronel Mendoza, Jefe de Estado Mayor del ejército enemigo que se había adelantado a su vanguardia. Premiando ese valeroso acto, Ballivian le destina como Jefe de Batallón 5º, a cuya cabeza combate en la batalla del 18 de noviembre de 1841 "con bravura y denuedo y sobresaliente valor"; luego ascendido al grado de teniente coronel.

Desde esta fecha y hasta el año de 1879, Pérez vióse envuelto en el torbellino de las luchas e intrigas políticas que inquietaron su vida.

Al estallido de la guerra con Chile, lucía ya los entorchados de general de brigada. En Tacna fue destinado como Comandante de la "Legión Boliviana", constituida por la mejor juventud de Bolivia. Los jóvenes del Regimiento "Murillo" le titulaban "papá", él los llamaba sus hijos predilectos. Esto había hecho nacer en el presidente Daza celos y desconfianza hacia el anciano general Pérez, quien tuvo que fugar hasta Lima. Empero, a la caída de aquel, volvió a Tacna donde fue nombrado primero Jefe de Estado Mayor del Ejército boliviano, y luego elevado al rango de Jefe de Estado Mayor del Ejército Unido o Aliado (Abril de 1880).

Largo sería narrar la conducta de este benemérito general en la batalla de la Alianza. Baste decir que "llevaba coraje, brío y valor" para infundir en sus oficiales y soldados, hasta que llegó el momento en que fue mortalmente herido. Habría quedado en el campo si su ordenanza no cabalgara en las ancas del caballo como ocurrió en Yungay y le conduce hasta las inmediaciones de Tacna, donde se le recibió en una carreta para conducirle a su domicilio (casa de don Carlos Nauhaus), en tanto que el desfalleciente héroe exclamaba constantemente: ¡Viva la Alianza! ¡Viva Bolivia!

He aquí como narra el Dr. Julio Quevedo, testigo presencial, la muerte de este glorioso veterano:

"Al día siguiente de la batalla -dice-, o sea el 27 de mayo, al rayar la aurora, las bandas de música de los batallones vencedores tocaron diana general sobre el mismo campo de batalla. ¡Horrible sarcasmo! Palpitantes e insepultos como se encontraban aún los cadáveres de los que habían fallecido la víspera, cuando quise en esos mismos instantes los heridos tendidos hasta entonces en el campo o recogidos en una ambulancia exhalaban su último aliento, legando a su hogar lágrimas, luto y orfandad, el clarín de las huestes vencedoras daba la señal de regocijo militar de ordenanza."

"El general Pérez, que estaba ya con la mente trastornada, al oír la diana militar, hizo un supremo esfuerzo para incorporarse en el lecho pero faltándole las fuerzas, apenas pudo balbucear claramente: ¡Viva Bolivia!... hemos vencido... ahí está la diana del triunfo... ¡Viva Bolivia!... ¡Viva la Alianza!"

El cien veces patriota general, con el delirio ya de la muerte, se hacía la ilusión de que habían triunfado los soldados, y por dos o tres veces repitió: ¡Viva Bolivia!... ¡Viva la Alianza!... Luego se puso a tararear una marcha guerrera, acompañando el movimiento de sus labios con otro movimiento acompasado de los hombros, como si efectivamente estuviese marchando a la cabeza de sus tropas."

"Los que espectaban esta escena, en que se demostraba no sólo el espíritu marcial del viejo patriota moribundo, sino también su alegría por el triunfo que suponía que había correspondido a sus soldados, no intentaron siquiera desengañarlo, limitándose a guardar un profundo silencio, pero sin poder esconder los sollozos. El valiente veterano murió con la ilusión de ser el vencedor, ¡Qué escena tan cruel, qué sarcasmo tan horrible para los sobrevivientes! ¡Qué ironía tan abrumadora de la suerte!..

"El general vencedor, Manuel Baquedano, envió a uno de sus ayudantes a ultimar rendición al general Pérez. El ayudante volvió ante su jefe con el informe de que el enfermo no se hallaba en estado de recibir ninguna notificación por hallarse agónico. Enviado después el cirujano chileno Martínez Ramos, practicó éste el reconocimiento del paciente y declaró que al general Pérez no le quedaban sino muy pocas horas de vida."


"Colocado el ataúd en la carreta funeraria, los cuatro sargentos de la guardia de sanitarios que concurrieron al duelo, se situaron a los cuatro costados de aquel, llevando enlutadas sus banderitas. Detrás del carro y precedidos de los estandartes, también enlutado de las tres ambulancias peruanas, un grupo de oficiales de nuestra ambulancia y la compañía de sanitarios; concluía la marcha la tropa chilena que había sido enviada por el jefe de estado mayor general coronel Velásquez."

"Al moverse la comitiva al son de una marcha guerrera, y al compás de la banda del ejército enemigo, saltaron las lágrimas de nuestros ojos, recordando nuestras impresiones del día del combate y pensando en nuestra verdadera."

"El 1° de junio, minutos antes de las 12 de la noche, exhaló el último aliento, en brazos de los médicos Quevedo y Rodríguez..."

Con respecto a la traslación de los restos del heroico general, el Dr. Dalence, director de la ambulancia boliviana, hace el siguiente relato:

"Habiendo fallecido en la noche del 1°. de junio el general Juan José Pérez y cuando en la mañana del 2 acordábamos trasladar privadamente sus restos al cementerio general, vino a vernos un oficial del estado mayor general chileno para preguntarnos la hora en que tendría lugar esta ceremonia fúnebre y darnos aviso de que había dispuesto que se le tributaran por el ejército los honores de ordenanza; contrariados en nuestro propósito, señalamos la hora de las cuatro de la tarde, agradeciendo desde luego, la atención que se nos dispensaba."

"A la hora convenida y después de haber constituido una guardia de sanitarios, en el lugar que se encontraba depositado el cadáver, se encaminó allí el personal de la ambulancia, precedido por el comité directivo, a la misma hora llegaron dos comisiones de las ambulancias peruanas y una compañía de tropas chilenas, precedida de una banda de música.

"Colocado el ataúd en el carro funerario, los cuatro sargentos de la compañía de sanitarios que concurrieron al duelo, se situaron a los cuatro extremos de aquél, llevando enlutadas sus banderolas. Detrás del carro y precedidos de los estandartes, también enlutado de las tres ambulancias peruanas el cuerpo de oficiales de nuestra ambulancia y la compañía de sanitarios; cerraba la marcha la tropa chilena que había sido enviada por el jefe de estado mayor general coronel Velásquez.

"Al moverse la comitiva al son de una marcha guerrera tocada por una banda del ejercito enemigo, saltaron las lágrimas de nuestros ojos, recordando nuestras impresiones del día del combate y pesando nuestra verdadera situación...

"La comitiva atravesó mustia las desiertas calles de la ciudad hasta la puerta del cementerio general. Un nuevo recuerdo vino a avivar allí nuestro dolor. La tienda del general, cuando el ejército acampó algunos días en esa explanada poco antes del 26, estaba situada a muy pocos pasos del lugar en que nos habíamos detenido. Allí, al pie de un sauce llorón, parecía que se le veía todavía animoso, abnegado y severo..."

"Se concluyó la ceremonia con los oficios fúnebres que cantó el inspector religioso de nuestras ambulancias Fray José Mariano Loza, antes de colocar el ataúd en el nicho. Terminada esta operación, se despidió a la comitiva militar con el agradecimiento de estilo."

Tal fue el final de la vida de ese tres veces benemérito defensor de Bolivia, de esa reliquia santa de nuestras pasadas glorias.

Algún tiempo después, el Gobierno de Bolivia mandó los queridos restos para darles honrosa y definitiva sepultura en el mausoleo de notables de La Paz.

Hoy se alza en la Avenida Villazón de esta ciudad un modesto monumento a su memoria, monumento que es frecuentemente profanado con inscripciones insolentes de carácter político y universitarios..."


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Diario "Presencia". Suplemento Literaria. 30 de mayo de 1965. La Paz -Bolivia.

Saludos
Jonatan Saona

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