La muerte del cura Mendoza
Escribiendo esa casi olvidada página de la historia nacional, "La Voz de Huaripampa", ciñéndose estrictamente a la verdad, pone de relieve la hermosa figura del cura párroco de ese pueblo, doctor Mendoza, que al frente de sus improvisados guerrilleros fue el alma de aquella defensa, dice:
"En la acción de armas a que nos referimos, Huaripampa fue defendida por un grupo de hombres valientes y pobremente armados, porque la mayor parte lo estaba de hondas y rejones. Buenaventura Mendoza fue el jefe de esa guerrilla que desde tiempo atrás venía causando gran pánico al enemigo y causándole numerosas bajas.
Días antes de la toma de Huaripampa y cuando aún no se hallaba cortado el puente de Muquiyauyo, sobre el Mantaro, los guerrilleros de Mendoza exterminaron completamente a un grupo de infantería chilena, compuesto de cincuenta hombres. Esta escaramuza funesta para el enemigo, tuvo lugar en el sitio denominado Escalera en el camino a Paccha, anexo de este distrito.
El 17 de abril de 1882, un fuerte núcleo de tropa chilena de las tres armas, se situó frente a esta villa en la banda opuesta del Mantaro, bombardeando el pueblo con su poderosa artillería, durante cinco días y sin atreverse en todo ese tiempo a vadear el río y emprender el asalto, sintiéndose cobarde ante un puñado de hombres decididos, que de haber contado con regular armamento le hubieran seguramente arrebatado la victoria.
La madrugada del día 22 de abril los chilenos rompieron sus fuegos sobre Huaripampa y emprendieron el asalto final. Los guerrilleros de Mendoza herían de muerte al enemigo que osaba acercarse. Agotadas las cápsulas cesa el fuego en la línea de los defensores de la patria. Los chilenos valiéndose de sus caballos comienzan a vadear el río, resguardados por el fuego de sus cañones. Entonces es cuando principia la etapa más heroica de la epopeya; los guerrilleros armados de rejones acometen al enemigo y se entabla un horrible combate cuerpo a cuerpo. Mendoza, caballero sobre brioso corcel y vestido de blanco uniforme, recorre el campo de combate animando a los suyos con su valor indomable. Ya no era el sacerdote que a diario levantaba sus preces en el ara del altar; ya no era el mensajero de la paz predicando el amor entre los hombres; ahora habíase convertido en el cruzado de la patria; en el párroco de aldea que a semejanza de aquellos otros que en los albores del siglo pasado trocaban la sotana del clérigo por los arreos del soldado, y la cruz por el rifle, defendiendo a España de la conquista francesa, marchaba también erecto y sonriente, a rendir su vida generosa en homenaje al patrio deber.
A las diez de la mañana – ¡varias horas de heroico combate sostenido por unos cuantos peruanos, contra un ejército numeroso!—– los guerrilleros de Mendoza yacían exánimes y confundidos sus cuerpos con los muchos enemigos muertos. Mendoza parapetado tras de unos muros aguarda sereno el momento del sacrificio. Este no se hace esperar. Un grupo de soldados chilenos ataca al cura guerrillero. Mendoza empuña el revólver y hace morder el polvo al enemigo que al fin lo rodea y envuelve.
¡Todo ha concluido! Huaripampa cae en poder de las tropas chilenas. Los ancianos son victimados, y, una octogenaria, doña María Espinoza, muere en su lecho, destrozada a golpes de hacha y puñal. Los pocos que todavía combaten en el recinto de sus casas, son pasados a cuchillo y despedazados por la furia salvaje de aquellos hombres, que saciaron su encono sangriento, hasta en los despojos de los muertos. Luego vino el saqueo con todos sus horrores y después el incendio con todos sus cuadros de destrucción y aniquilamiento.
Aún quedan en pie varios ruinosos muros en donde quedó escrita con negros signos la barbarie de las hordas invasoras; todavía cuentan, los que vieron las escenas de aquella época pavorosa, al amor de la lumbre, mientras fuera de la casuca brama la tempestad y llora el viento, las terribles historias de hechos que convirtieron la tierra nativa en un campo desolado y yermo, donde por mucho tiempo medró el horror de las tumbas.
Los restos del cura mártir, horriblemente mutilados por el enemigo, fueron recogidos, después del incendio, por unos vecinos y piadosamente inhumados en un rincón de la iglesia parroquial. Allí reposan entre el cariño y la admiración de ese pueblo que desea verlos -ya en otra ocasión lo hemos manifestado- descansar en el sitio en donde están guardadas las cenizas de los mártires de la guerra del Pacífico.
Insertamos los nombres de algunos de los que sucumbieron en la jornada: Buenaventura Mendoza, Toribio Guzmán, Esteban Sánchez, Manuel Véliz, Buenaventura Orosco, Eduardo Cuyubamba, Vicencio Cuyubamba, Bruno Cárdenas, Teófilo Cervantes, Ignacio Pomasonco, N. Churampi, Isidro Villarruel, Eulalio Simeón, Mariano Cervantes y Pedro P. Sánchez."
El 11 de junio de 1911 el cura Buenaventura Mendoza fue trasladado a la Cripta de los Héroes. Actualmente ocupa el nicho F-34.
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*Fuente: La Prensa, abril 21 de 1911.
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Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú. "La Resistencia de la Breña II: La Contraofensiva de 1882 (23 Feb. 1882-05 May. 1883)". Lima, 1982.
Saludos
Jonatan Saona
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