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Huáscar chileno, acuarela de R. de Lisle |
El combate Naval de Arica por Benjamín Vicuña Mackenna
XV.
Mantúvose el comandante Thomson durante los primeros días de su desempeño, dentro de los límites de sus instrucciones i de la ingrata monotonía de los bloqueos que enferman de nostaljia aun las almas mejor templadas para las resistencias de la guerra; pero al tercer día la impaciencia febril de su calorosa sangre estalló en su pecho; i en el memorable 27 de febrero de 1880, aquel titan del mar libró en una sola jornada tres combates sucesivos al enemigo, sellando el último con el sacrificio de su altiva vida.
Hé aquí como pasó suceso tan luctuoso, catástrofe i gloria de las guerras navales de la República.
XVI.
Era el 27 de febrero, día viérnes.
El comandante Thomson había subido al puente, sin embargo, como para aniversario de fiesta, alegre como nunca, charlador, de buen humor, i hasta habíase afeitado, lo que es raro en el mar i en un bloqueo.
Según es sabido, los asedios marítimos modernos son esclusivamente diurnos. Durante la noche los pontones bloqueadores avivan sus fuegos, izan su anclote i aléjanse a voltejear mar afuera, en precaución de los torpedos. I es así como estas operaciones de guerra hácense de hecho nominales i completamente estériles en sus resultados.
El Huáscar tenía por costumbre, semejante a los pardos guairabos de la noche, ir a cruzar al norte hasta Sama, mientras que la Magallanes se ponía enfrente de las quebradas de Camarones i de Vítor. Al amanecer, uno i otro cambiaban, acercándose, sus señales i su aburrimiento. -¡Sin novedad! decían las banderas..... I entonces los centinelas sin relevo iban a montar la guardia del puerto en el fondo de la ancha i profunda bahía del continente que allí vuélvese saco.
Mas, como antes decíamos, el comandante Thomson había amanecido contento i casi feliz en aquel día, o lo que es lo mismo, había despertado con ansias de pelear, porque esto era para él descanso i era placer. Habría soñado probablemente aquella noche con la gloria; de suerte que, cruzándose con la Magallanes a la vista del puerto, dirijióse al sur hasta dar frente a Vítor, i vínose en seguida, pegado a tierra, rejistrando con su anteojo la costa i sus caletas, hasta ponerse osadamente bajo los fuegos del Morro i sus catorce cañones.
XVII.
Eran las nueve de una mañana de otoño fresca i luminosa. Los artilleros del Morro contemplaban con asombro el impasible reto de su antiguo i querido atalaya, tanto mas cuanto que era notorio no alcanzaba el último ni con mucho a ofenderlos. El Huáscar no podía apuntar sus cañones sino dentro de cierto radio horizontal, al paso que se esponía a recibir los disparos perpendiculares de la altura, los terribles fuegos de zambullón (plongeant fires) de los ingleses.
- «¿Cómo es que el monitor enemigo, preguntábanse a sí propios los peruanos de las fortalezas, asombrados de la audacia de su maniobra, pero sin saber quien lo montaba en aquel día, cómo es que el monitor enemigo se atrevía a ponerse al alcance de nuestros cañones tan respetados hasta entónces? ¿Vino directamente a atacar? Es lo cierto que desde las 7 A. M. los vijías observaron que se ponía en movimiento, al parecer en demanda del fondeadero, i a las 8.50 se encontraba bajo los fuegos de los cañones del Morro.» (1)
Envalentonados por la impunidad, los del Morro rompieron sus fuegos sobre el silencioso provocador que iba a desafiarlos en reto visible de combate dentro de sus propias fauces, insultando su jactancia.
Pero las punterías de los artilleros peruanos fueron como siempre malas, i de doscientos trenita i tres disparos, que por confesión propia hicieron aquel día contra el Huáscar (193 el Morro i 40 los fuertes del Norte), solo acertaron una fatal bomba.
XVIII.
La Magallanes entretanto que se hallaba desapercibida, fondeada seis millas al norte del puerto, soltó sus amarras, i como ave herida que cruza el aire enloquecida por el dolor, llegó, no obstante su frájil estructura, a tomar parte en el inesperado encuentro, batiéndose de cuerpo jentil con los fuertes. Uno de sus proyectiles cayó en medio de los cañones del Morro, como para mostrar la audacia de su capitán i el certero pulso de sus artilleros.
XIX
Esta primera faz de la jornada, duelo desigual de dos barcos que no tenían campo de tiro contra una plaza artillada con cañones de poderoso alcance i en pleno dominio del mar, se prolongó cerca de una hora, i durante él no ocurrió nada de notable, escepto el destrozo de la población, donde hubo ocho víctimas i catorce heridos. (2)
Un actor en la pelea, el comandante de la artillería boliviana, Pando, que se encontraba a esas horas en el Morro, resumía las peripecias del primer encuentro en este conciso telegrama, enviado a las doce del día al coronel Camacho por el alambre de Tacna:
"Dos combates:
"El primer combate principió a las 9 A. M.
"Penetró Huáscar a tiro i rompió Morro fuegos.
"Buques hacen fuego población; cuando ven el tren se dirijen norte a hacerle fuego; retrocede tren i el grupo pasajeros que desembarcó es perseguido a bombazos. Entónces rompen fuegos baterías norte.
"Huáscar recibe una bomba a babor, popa, i sale de combate: señales a Magallanes para que se retire.
Averías población: cinco muertos i catorce heridos.
Nada en las baterías: los cañones están listos. -Pando.»
XX.
Los buques chilenos se han retirado, en efecto, después de una hora de fuego, pero solo para que resuellen los artilleros i «almuerce la jente». -Ni Thomson ni Condell han olvidado el precepto de Iquique.
Pero la jente estaba aquel día de pelea, i el combate iba a renovarse a medio día en otra dirección i por segunda vez en la mañana.
Es la hora en que llega el tren de Tacna, que parte de esa ciudad a las nueve de la mañana, i la Magallanes ha ido a cortarle el paso, como quien saca un riel de un puente delante de la locomotora en marcha. La ájil cañonera disparó en pocos minutos doce bombas, según la prolija cuenta que llevara un italiano que en el tren venia.
Bajo esta segunda faz hízose en breve jeneral el rudo combate, tomando parte también en él los fuertes rasantes de la playa de Arica, a la par con el Morro, i un disparo fatal de éste, cayendo sobre la cubierta del monitor chileno i junto a un cañón, mató instantáneamente a seis de sus sirvientes, quedando nueve heridos.
Fué doloroso contar entre los primeros al aspirante Goicolea, hijo de Chiloé, es decir, hijo del mar, mancebo de 18 años i de grandes esperanzas, i al artillero segundo Apolinario Lersundi, sobrino nieto de dos jenerales, de los cuales el uno, el jeneral don Agustín Lersundi, hijo de Itata, fué caudillo en el Perú, i el otro, el mariscal de campo don Francisco Lersundi, primer ministro de Isabel II: tan nobles vidas fueron segadas en esta cruenta guerra, aun en los puestos mas oscuros! (3)
XXI.
Con la avería del monitor sobreviene nueva i pasajera pausa en la tenaz refriega.--Era el descanso concedido en el circo a los gladiadores destinados a morir!
Porque la batalla naval se renovaría por la tercera vez, i ahora serian los acorralados enemigos los que traerían la provocación.
A la una i cuarto de la tarde el monitor Manco Cápac, semejante a un enorme cetáceo, que dejara apénas ver su parda escama a flor de agua, desprendióse en efecto de su habitual ancladero junto al muelle i resueltamente avanzó hácia el centro de la bahía, en señal de desafío.
Verlo, concebir una idea como la chispa que enciende la pila eléctrica, i lanzarse sobre su presa con la celeridad vertijinosa del halcón que la acecha cernido en las alturas, fué un solo impulso del alma de Thomson, una sola maniobra de su timón.
Su rápida concepción era evidentemente cortar la retirada al monitor, interponiéndose entre él i los castillos de tierra. Viró para esto, describiendo un semicírculo, i cuando estuvo a tiro de pistola de su adversario, se detuvo, como si aquel fuese un duelo de honor sujeto a leyes caballerescas que exijian una pausa, siquiera para el último saludo.
El capitán chileno pareció decir a su contendor en ese momento supremo:-«En guardia!»
XXII.
En ese mismo instante i como por efecto de una misteriosa reciprocidad, el monitor peruano se detenía también i parecía embarazado en los movimientos de su artillería. Era un accidente grave que le ocurría i que a no ser tan rápidamente correjido le habría hecho caer casi sin defensa en nuestras manos. (4)
El monitor chileno estaba en esa coyuntura con la proa al norte, listo para el espolon i el abordaje a la voz de su jefe.
I en ese preciso lance el segundo en el mando, el intrépido Valverde, pregúntale si tira con proyectiles acerados para perforar la densa tortuga que les ataja el paso. Hace el jefe una señal afirmativa; vuelve el lugar-teniente la cabeza, i siéntese un estridor seco como el rechinar de un árbol que el leñador ha derribado en la espesura.... I el grito de «¡muerto el comandante!» estalla a la vez, como un incendio subterráneo i comprimido, en todos los compartimentos del buque de torre i de espolón.
La bala redonda de Moore, proyectil vengador recojido por el odio i el burlado honor en Punta Gruesa, ha venido con rumbo de babor i ha tomado al comandante Thomson por la mitad lonjitudinal del cuerpo, llevándole de camino medio hombre, el brazo izquierdo desde el hombro, el torso en su centro i la pierna izquierda desde su arranque, quedando únicamente el corazón, palpitante todavía, en la cubierta.
El rostro del inmolado capitán no se ha desencajado: sus ojos están entreabiertos i tranquilos; su espada, golpeada por el proyectil en la empuñadura, ha saltado tres metros en el aire, i encorvándose como un arco se ha metido hasta la mitad de la hoja en la cubierta como para señalar eternamente el sitio del estraño i espantoso sacrificio. Allí cúbrela hoi, como lección i como ejemplo de edades venideras, una cúpula, cual guardan los ingleses en Greenwich la casaca de Nelson dentro de un fanal.
XXIII.
Fué así, mutilado por un proyectil, entero como su alma i su denuedo, la manera como murió, dentro de la plena madurez de arrogante vida, uno de los mas impávidos e indómitos capitanes de Chile.
El semblante del heroico muerto, rostro blanco, ovalado, hermoso i altivo, tipo del norte, había quedado plácido, risueño i entero. Según el marinero Alfredo González, hijo de Santiago, que echó sus restos dentro de un barril, ataúd improvisado del mar, el comandante Thomson solo había recibido una leve lesión en la oreja derecha, i esto tal vez esplica su dulce sonrisa i sus ojos blandamente entoldados sobre el profundo lapizlázuli de su órbita. El héroe había muerto sin dolor humano.
El corneta de órdenes del Huáscar, Juan de Dios López, muchacho de la Artillería de Marina, no fué tocado por la bala sólida, pero el viento lo arrojó sin habla de la toldilla i cayó sobre la cubierta vomitando sangre.
XXIV.
Entretanto i a la vista de aquel sangriento despojo háse creído vulgarmente por los que acostumbran hacer solo la cuenta de los cargos a los que no han de contestarlos, que el comandante Thomson fué a ponerse insensatamente delante del Morro solo para «pelear por pelear.»
Mas a nosotros parécenos evidente que su verdadera intención fué arrancar al Manco Cápac de su fondeadero i echarlo a pique con el espolón; monitor contra monitor, ariete de mar contra batería de rio, veloz peje-espada contra pesada ballena, propósito osado, pero en el fondo militar.
I fué eso precisamente lo que aconteció, porque el Manco Cápac tomó parte inmediatamente en el combate, disparando su primera bala esférica de cinco quintales de hierro a las 9.40 A. M., según el parte de su comandante Sánchez Lagomarsino.
Ocurren por otra parte de tropel en medio del combate i en las almas impetuosas como la de Thomson, en que el pecho era un volcán mal apagado i el pensamiento lava todavía caliente, mil ideas fantásticas pero motrices que producen supremas resoluciones.
Si el campo de la victoria brilla sobre éstos, luce entonces en la frente de los muertos la rica diadema de los paladines inmolados, como en Prat.
Mas, si es luto i hierro lo que amortaja al caído, apénas hai leve i piadosa memoria que escusa el hecho por el sacrificio, como aconteció a Ramírez i a Vivar.
I una de esas ideas informes, pero heróicas como la primera edad de los combates, pudo ser la de probar el Huáscar delante del corazón, de los ojos i de la trémula rabiza de sus antiguos i ufanos señores. Era la primera vez que el monitor ex-peruano se presentaba, después de Angamos, delante de la boca de los cañones del Perú.
¿Osarían tirar sobre el viejo ídolo? ¿Le dejarían pasar ileso?
¿Aceptarían el reto i el duelo llevado a su campo por su propio heraldo, por la encarnación i la fantasía de todas sus glorias?
Hé allí todo lo que el bravo i vehementísimo capitán chileno quería probar en aquel día.
Era un simple ensayo en voz baja en el escenario del Pacífico, para preparar en seguida tremendo drama, gloriosa i final hecatombe.
Nadie puede hoi dudarlo. Thomson quería engrandecerse o morir. Desde su doble hazaña de Papudo (con Williams) i de Abtao (sin él), habían trascurrido quince años de vida vulgar, oscura, brega penosa por el pan i por la dicha, éra pesada que en la existencia breve es toda una existencia, dentro de la cual otros, mas afortunados i mas jóvenes, habían pasado la meta de su propia gloria envejecida. Prat, que para él había sido un aprendiz, era ya una inmortalidad. Latorre, que delante de su talla era un niño, le había aventajado en fama i en grados. I así los demás.
De suerte que hirviendo en su ígnea máquina de carne i de acero todo aquel pábulo de iras, de reproches i de desengaños, junto con el reinante amor a los combates, iba a producir en el alma del comandante Thomson imponderable hazaña o la muerte.
I la verdad era una u otra cosa lo que el buscaba después de sus fracasos del Estrecho, de Panamá, de Pisagua, de las islas de Lobos, de la Unión en el Callao, i así habíalo comprendido su jóven compañero de campaña i de responsabilidad, el comandante Condell, el heróico niño que en Papudo lo acompañara con Prat a abordar la Covadonga.
Mas como en la primera i temeraria entrada hácia tierra tuviera el comandante Thomson quince bajas, resignóse a conceder a la plaza corta tregua, i salió hasta su habitual fondeadero de vijía a refrescar su jente i el metal de los cañones.
El acero de las batallas necesita reposo como el músculo: la fibra metálica, como el nervio, dilátase con el calor latente, i fuerza es otorgar al uno i al otro el tiempo necesario para que su cohesión i su tensión natural se verifiquen por el pausado enfriamiento de sus poros i de sus moléculas. (5)
Esto en cuanto a su alma.
En cuanto a su vida, vamos de prisa a bosquejarla.
XXV.
El comandante Thomson, al caer blandiendo su espada sobre el puente del Huáscar i junto al sitio en que fenecieran Prat i Grau, habia vivido apénas 41 años. Nació en Valparaíso en 1839, siendo su padre don Juan Joaquín Thomson, escandinavo de nación, i su madre la señora Manuela Porto Mariño, hija de uno de aquellos dos héroes Manuel i José Porto Mariño, oficiales ámbos de Granaderos a caballo en Maipo i en Chacabuco i que murieron en terrible lance defendiendo su honor. Los Porto Mariño proceden de un escribano real de Mendoza.
A la edad de 12 años fué Manuel Thomson incorporado a la academia militar de Santiago, i en ella hizo sus estudios profesionales con notable brillo, particularmente en sus exámenes de matemáticas que acusan siempre votos de distinción. Su filiación de cadete revela estos detalles que hoi el velo fúnebre de la muerte realza con melancólico relieve: -«Su estatura, cinco piés; cara redonda, pelo rubio, ojos azules, nariz regular, color blanco.»
Sin embargo, bajo aquella rubia cabellera escondíase en jérmenes el alma i el coraje de un tritón del mar i de sus aventuras.
Su primera hazaña conocida fué la captura de la Covadonga, en la que tuvo parte tan señalada como oficial de detall i jefe de la bateria, que le cupo el honor de recibir el mando del buque apresado cuando no se habían apagado del todo los fuegos del combate. Fué el teniente Thomson quien tomó posesión personal de la presa, i en los cruceros subsiguientes fué su comandante.
XXVI.
Pero en época que fué infausta para la marina de Chile, el capitán Thomson abandonó su noble carrera i consagróse a ganar el sustento de sus hijos i de su jóven esposa, natural de Lima, con el compás i el teodolito. Su afición a las matemáticas le había hecho injeniero de alguna nota i escelente agrimensor.
Hallábase en ese pacífico ejercicio cuando estalló la guerra, i olvidado de agravios ofreció inmediatamente sus servicios.
Desde el primer momento el gobierno, el almirante, sus compañeros de escuadra, le señalaron con singular acuerdo para todas las empresas de riesgo, i de esta manera él mandó sucesivamente en la campaña marítima la Esmeralda, el Abtao, el Amazonas i el Huáscar.
Cuando el almirante Williams dejó por la primera vez la rada de Iquique con los blindados, en abril, el capitán Thomson se ofreció para quedarse en la Esmeralda sosteniendo el bloqueo. Le advirtieron de la posible aparición del Huáscar, i él se preparó tranquilamente a recibirlo, alistando escalas i garfios de abordaje que colgaban de las jarcias prontos para la acción. En seguida el almirante llevólo al Callao, como el hombre de toda su confianza, i fué al capitán Thomson a quien cupo el puesto de honor en los planes del nocturno ataque. El capitán Thomson debia hacer volar su propio buque (el Abtao) convertido en brulote, i estuvo, como lord Cochrane en la bahía de Aix, con la mecha encendida aquella fatal noche esperando la señal. Los marinos peruanos no amaban al capitán Thomson pero le temían. Le consideraban como nuestro primer jefe naval de batalla.
XXVII.
Hizo después Thomson con poca fortuna pero con laudable actividad el crucero de Panamá, i mandó en jefe la espedición de mar que llevó nuestro ejército desde Antofagasta a Pisagua a últimos de octubre. Pero sus aspiraciones, como oficial de arrojo, eran mandar el Huáscar, el buque i la presa de mas valía que tenia la República.
El comandante Thomson no representaba en la marina chilena la ciencia sino la bravura antigua i turbulenta. No sufría yugo, i era severísimo con sus subalternos; pero en la hora del peligro marchaba a la cabeza de todos, i todos con confianza le seguían. Cuando se trasbordó en Iquique al Abtao para dirijirse en mayo al Callao, la tripulación entera quería irse con él, sin embargo de que todos temían su justicia i hasta su ira.
Pero el comandante Thomson no gastaba su altivez jenial solo en la cubierta de las naves que con ejemplar rigor gobernaba. Para él no había estatura mas arriba de los cinco piés de la filiación del aula. La última vez que le vimos fué en la secretaría del Senado, en los días de la calorosa interpelación del Rímac, i sin cuidarse de grandes ni de potentados, acusaba allí con ardiente franqueza las culpas i a los culpables verdaderos. Nosotros le calmamos; pero su rostro hermoso, iluminado por vehemente llama, no se ha borrado de nuestras impresiones; sus ojos, de ese azul profundo i dulce del cielo escandinavo, se asemejaban a dos centellas del cielo tropical.
El comandante Thomson era de la escuela de aquel marino francés que, interrogado por su rei (Luis XIV) sobre un combate naval en que había batido a los holandeses puestos en dos filas, para hacer mas viva la pintura colocó en dos hileras a los cortesanos que asistían a la conferencia, i entrándose por entre ellos les asestó fornidos golpes, finjiendo que eran solo remedos de la batalla del mar.
El almirante Blanco Encalada distinguió al capitán Thomson de una manera especialísima; pero el heróico oficial chileno, respetando las canas de aquel ilustre Andrea Doria del Pacífico, habría preferido servir con Juan Bart, el grande i brusco almirante de Luis XIV, que venció a la Holanda i a la Inglaterra reunidas.
Esa era su escuela i aquél era su guía.
XXVIII.
En cuanto a su juvenil compañero de martirio i de ataud, el aspirante Goicolea, caído junto al voluntario Lersundi, al pié de su cañón, apénas hai una palabra que decir sobre la mañana de una vida en que el sol se puso fuera de su hora. El aspirante don Eulojio Goicolea era natural de Chiloé i cuñado de Ignacio Serrano, llamado el «abordador». Cuando el último dejó el servicio activo i ocupó el destino de capitán de puerto del Tomé, sacó al niño de la escuela, i con amor de padre le dió lucida educación en el liceo de Concepción, al paso que en el hogar instruíale en ejercicios que le prepararían para la carrera del marino. El jóven Goicolea con tal maestro no habría adquirido talvez, como Thomson, la ciencia del mar, pero como él aprendió a morir.
Un tierno detalle. El aspirante Goicolea, como Ernesto Riquelme, era poeta; pero la primera pulsación de su lira no vibró a impulso de secreta llama, sino del entusiasmo por la patria. Cuando nuestra flota estaba en Lota, en diciembre de 1878, presajiábale las glorias i batallas en una composición que dió a luz El Chilote i que tenia este título de reto: A la República Arjentina. El aspirante Goicolea tenía entónces 16 años.
Quiso, por tanto, el destino confundir en un solo sacrificio, en un fragmento de hierro, en una sola corona empapada de sangre, dos vidas, para una de las cuales el heroísmo era ya una leyenda, i para la otra un ensueño.....
XXIX.
Con la desaparición del comandante Thomson de su puesto de combate, no cesó éste. Su bravo segundo, por él escojido, el teniente don Emilio Valverde, hijo de Valparaíso i de un honorable empleado de hacienda de ese puerto, tomó el mando del monitor i continuó batiéndose con arrogancia durante una larga hora. Los fuegos cesaron solo a las tres i media de la tarde, dirijiéndose los respectivos combatientes a ocupar sus sitios acostumbrados en la bahía.
La triple jornada del 27 de febrero habia durado así siete horas casi consecutivas, desde las 8 i media de la mañana hasta las 3 i 30 de la tarde.
A esa hora pasó el comandante Condell a bordo del Huáscar, i no pudo reprimir sus lágrimas al contemplar los restos destrozados de su antiguo jefe i maestro. Pero reprimiéndose para la hora de la venganza, tomó el mando en jefe del bloqueo i despachó la Magallanes a pedir aquélla a Ilo, donde yacía la escuadra i tenía sus reales el ejército de Chile, no del todo desembarcado todavía.
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(1) Gustavo Rodríguez, correspondencia al Nacional de Lima, Arica marzo 9 de 1880.
(2) (Telegrama)
DEL SUB-PREFECTO DE ARICA AL PREFECTO DE TACNA.
Arica, febrero 27
(A 1.25 Ρ. Μ.)
Baterías haciendo fuego. Desgracias que lamentar de la guardia civil, un muerto i cuatro heridos; del batallón Cazadores de Prado, un herido. Casas averiadas: don Gabriel Vigueros, la oficina de C. Mackenie i Ca., casas del doctor Rodriguez Prieto i Federico Dausslberg, Abraham Cornejo i don Manuel Lezano, el Club, aduana, Luisa Grimaldos. Por hallarme ocupado en dar agua a baterías i batallones no son mas minuciosos los telegramas.
Sosa.
Un telegrama del día siguiente individualizaba estas desgracias en la forma siguiente:
PAISANOS.
Muertos. Ambrosio Oré, Julián Osques, Melchor A. Briceño, Adrián Roseto (de ocho años), Manuel Chifu (asiático.)
Heridos. Fermín Pacheco, Julián Aragen, Pedro Rojas, José M. Zajis, Luis Calle, Mauricio Céspedes, Manuel Contreras, Úrsula Castro, señora Contreras i dos hijos.
MILITARES.
Muertos del batallón Cazadores Prado: dos i un herido, soldados; i un capitán herido.
Un muerto Arequipa Guardia, i dos heridos.
Arica, febrero 28 de 1880.
Sosa.
El ejército se retiró durante el bombardeo al vecino valle de Azapa, tras los cerros que hacen anfiteatro a Arica, i la población quedó completamente desierta. Es curiosa a este propósito la disculpa que envió el párroco de Arica al prefecto Solar, escusándose de su tardanza para felicitarlo, debido a su justo miedo a las balas.
"VICARIA DE LA CIUDAD DE SAN MARCOS DE ARICA.
Arica, abril 6 de 1880
Señor prefecto:
Con motivo de haberme visto separado de este punto algunos días, a la distancia de tres leguas de mi curato, a consecuencia del contínuo bombardeo de este puerto, no me permitieron las circunstancias de felicitar a U. S. antes de ahora por el arribo a tan digno puesto, pues algunos días antes ya me lo había indicado el Jefe Supremo doctor don Nicolás de Piérola, de lo que tengo el honor de ofrecer mis servicios a la digna persona de V. S.
Dios guarde a V. S., señor prefecto.
José Diego Chavez,
Cura i vicario."
(3) En un artículo biográfico que publicamos en El Nuevo Ferrocarril del 26 de abril de 1880, dejamos perfectamente demostrada la identidad de este orijen.
El marinero primero Apolinario Lersundi, natural de la sierra de Ranquil en Coelemu, era nieto de un don Ignacio Lersundi, vizcaino, que vino a Chile a principios del siglo i fué padre del jeneral don Agustin Lersundi i del padre del marinero del Huáscar, que tenia su propio nombre. Ese don Ignacio era hermano del jeneral i ministro español, i cuando presidia el consejo de la reina en 1851, lo hizo ir a España, acojiéndolo con mucha benevolencia. La madre del combatiente del Huáscar, mozo de 30 años, se llama doña Cármen Romero, i vive en la mayor pobreza i desamparo, viuda, en el Tomé.
(4) "Durante ese tiempo, en que tan cerca estaban ámbos contendores, permanecieron en silencio sus cañones. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué el Manco Cápac, a tan corta distancia, no hundió a su adversario con sus gruesos proyectiles, i por qué el Huáscar no disparó sus cañones de a trescientos, que podrían haber causado graves daños a nuestro monitor?
"En los cañones del Manco Cápac se quedó la primera sección de la lanada, quebrándose el atacador, i tuvo que meterse un hombre a sacarlo, perdiéndose de este modo un tiempo preciosísimo. I en cuanto al monitor enemigo, o se le descompuso la torre, o la muerte de su comandante le impidió hacer fuego en ese instante. - (Relación citada de Gustavo Rodríguez.)
Según un teniente del Manco Cápac, hoi prisionero en Chile, el cañón que se inutilizó fué el de la derecha, que mandaba el teniente limeño Asin. El disparo que mató a Thomson fué hecho al centro del Huáscar, por el teniente don Bernardo Smith, natural de Arica, que mandaba el cañón de la izquierda; pero quien propiamente dirijía el combate era el capitán Moore, enviado a bordo espresamente por Montero en la última hora para ofrecerle una ocasión de rehabilitarse después de su fracaso de la Independencia.-(Datos del teniente Daniel Duran.)
(5) Hé aquí como el comandante Pando resumía la tercera parte del combate en nuevo telegrama enviado a Tacna: «Segundo combate: principia 2.15 P. M.
"Sale monitor; con batería Sur combate enemigos. Huáscar recibe bomba a popa que lleva pabellón: iza otro palo mayor. Huáscar se interpone entre baterías Morro i Manco; crúzanse a 50 metros sin hacerse daño; Huáscar no jira torre; Manco, atrácase atacador. Se retiran enemigos, Manco, sin averías, pero hace agua calderas.
"Cañones enemigos pueden incendiar Arica.
"Punterías Morro, malas.
Pando.»
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Vicuña Mackenna, Benjamín. "Historia de la campaña de Tacna y Arica, 1879-1880". Santiago, 1881.
Saludos
Jonatan Saona
Tanto habla del aventurero Thomson, que por valiente lo volaron en pedacitos, a eso le llaman heroismo, en la aletoriedad del combate recibes lo que tanto fuiste a dar.
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