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8 de enero de 2025

Ese pequeño tambor

El Tambor
Ese pequeño tambor 
Por Domingo Curti S. Suboficial

Cuantas veces he sentido al leer en los capítulos de nuestra historia, el compás de un tambor al marcar el paso de aquellos soldados de antaño. Hacerlo es retroceder a los nacimientos de la patria, la cual lanzaba en forma incipiente los primeros gritos de libertad y que para defenderla y posteriormente mantenerla, necesitó desde los primeros días, hombres para ello. Como era costumbre de aquella época, se instalaba afuera del cuartel un niño de no más de once o doce años vistiendo el uniforme de su regimiento, armado con un gran tambor (muy semejante a los bombos de los grupos folclóricos actuales), el que comenzaba a tocar en forma vigorosa y acompasada, llamando al enganche de los futuros reclutas.

Era la costumbre heredada del ejército Napoleónico de principios de siglo XIX, que comenzaba a perfilarse como una época marcada por profundos cambios. En este lado del mundo el recién formado “ejército”, que más bien lo era en el papel que en la realidad, pues carecía en su mayor parte del concepto básico de lo que debía ser la disciplina militar y de un vestuario y armamento adecuado para recibir el nombre de ejército como tal. Aunque las órdenes en ese mundo de planes, movimientos de tropas en el campo de batalla, marchas y contramarchas se pensara que eran fáciles de ejecutar, no lo eran, se necesitaba de alguien que transmitiera dichas órdenes.

Ese elegido no era otro que un niño orgullosamente vestido de uniforme y que por armamento portaba un gran tambor y una corneta terciada a su espalda, durante las marchas mantenía la consonancia con su instrumento y en el campo de batalla, cada compás correspondía a alguna orden, la que también podía ser dada con algún toque determinado de corneta.

En este tecnificado y sofisticado siglo XXI, el solo hecho de pensar en ver a un niño de once o doce años vistiendo uniforme y más aún entrando en combate, esquivando las balas y la muerte, merecería la condena y el rechazo de toda la comunidad.

Sin embargo, si nos situamos en el tiempo y espacio, veremos que era normal ver en los regimientos de antaño a mujeres y niños haciendo vida de cuartel. Ellas eran las famosas y legendarias cantineras y que prácticamente en cada cuerpo había dos o tres, los niños eran lógicamente sus hijos. Ellos nacían escuchando órdenes, su escuela era la ruda disciplina de aquellos años y sus rudimentarios conocimientos los habían aprendido de sus profesores que no eran otros que Cabos y Sargentos y en su mayor parte no sabían de las travesuras y correrías de sus pares “civiles”.

Fueron esos niños los que marcaron el paso y transmitieron las órdenes en el Ejército Libertador que cruzó la cordillera para batirse en Chacabuco y Maipú; los que un día zarparon con sus respectivos regimientos a independizar al Perú; los mismos que años más tarde y a las órdenes del General Bulnes jugaran con la muerte en un Combate de Portada de Guías o en la Batalla de Yungay.

Pero donde más se cubrieron de gloria fue en la Guerra del Pacífico, ¿sabe alguien la edad de los cornetas que tocaron zafarrancho de combate en forma ininterrumpida durante el Combate Naval de Iquique? 

El primero fue Gaspar Cabrales, de catorce años y cuando éste cayó, recogió el instrumento Nolberto Escobar y luego Crispín Reyes de la misma edad. En el Ejército sus nombres permanecieron prácticamente anónimos, resaltando entre ellos el corneta José Avelino Águila, con sólo diez años de edad, quien se lució tocando a “calacuerda” durante todo el Combate de Sangra, aquel 26 de junio de 1881 en la Sierra Peruana.

Con el pasar de los años y la llegada de la reorganización alemana al Ejército se perdió para siempre la tradición de las cantineras y de los niños soldados tambores, hasta el día de hoy en que estas figuras ayer comunes y cotidianas no son más que un glorioso recuerdo que evocan esos lejanos tiempos de hacer la guerra dentro de un marco de honorabilidad e hidalguía guerrera.

En la actualidad podemos contemplar a ese pequeño tambor en actitud de alerta, como esperando transmitir esa orden superior que llegará desde otros tiempos, inmortalizado en el bronce, a los pies de la “escala de piedra” en el Museo Histórico y Militar.


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Departamento de Historia Militar. "Revista de Historia Militar", n° 3, noviembre 2004.

Saludos
Jonatan Saona

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