El Subteniente Toscano
Agosto 10 de 1895.
-Estimado amigo Vedia: Los párrafos de carta que le adjunto son de un sacerdote argentino que está actualmente en el Perú, y en ellos me relata una linda hazaña del actual comandante Toscano. En toda su sencillez, trazan la silueta de un soldado brillante.
"No es más elocuente que el episodio que voy a narrarle ninguno de aquellos que el incomparable D'Esparbés eligió entre los muchos que se cuentan del gran ejército, para formar la leyenda del águila: parece una hazaña de aquellos soldados de la Francia heroica, que rivalizaban en audacia y en valor y eran émulos en punto a cumplir sus deberes con la patria.
El ejército peruano, acampado en "La Noria", acababa de ser batido por los chilenos en el campo de San Francisco, y bajo las órdenes del general Buendía iba a emprender la penosa retirada hacia Arica a través del desierto.
Era la madrugada.
Los cuerpos comenzaban a formar para la marcha, cuando el general en jefe, con su brillante séquito de oficiales, se presentó en el campo del histórico batallón "Ayacucho", depositario de la bandera que el mariscal Sucre le diera en horas de gloria y que, como los demás, se alistaba para la jornada.
El jefe y los oficiales se apresuraron a rodearle, y él con voz reposada y tranquila les expuso la situación desesperante del cuerpo: la histórica bandera, la reliquia del ejército peruano, quedaba a merced de los chilenos en el almacén-depósito de "La Noria", donde se la había guardado antes del desastre. Era necesario que un oficial decidido fuera a buscarla, arrancándola de manos del enemigo, dueño ya de toda la comarca.
La empresa no era tentadora, seguramente. Los oficiales, consternados, se miraban entre sí, pero no se adelantaban a la voz del anciano general, que hacía un esfuerzo por recuperar la insignia sagrada que en días felices había jurado defender.
Reinaba un silencio sepulcral. De repente, de una de las filas más lejanas partió una voz: era un subteniente casi imberbe, desconocido, que se ofrecía a tentar la empresa si otro oficial más caracterizado no da reclamaba para sí.
El entusiasmo fué indescriptible: aquella voz varonil y decidida devolvió el ánimo a sus compañeros, y casi en brazos de ellos llegó el subteniente ante el viejo general, que le dió sus instrucciones, bien pocas por cierto.
Su misión se limitaba a llegar a "La Noria" que estaba en medio del campo enemigo a tomar la bandera del "Ayacucho" y a tratar de llevarla al extranjero, pues no era posible pensar en una reincorporación, dado que el cuerpo iba a atravesar el desierto con rumbo a Arica.
El subteniente buscó en la división 50 soldados de caballería oriundos de la comarca, que debían secundarlo en la empresa y, momentos después, mientras el ejército se internaba en el desierto, él volvía la cara al enemigo y marchaba hacia "La Noria" por caminos extraviados.
A las 12 de la noche penetraba al corazón del cuerpo enemigo, asaltaba y derrotaba la gran guardia que custodiaba el trofeo anhelado en el mismo almacén-depósito donde se le había guardado y se apoderaba de la insignia que en sus comienzos de vida militar encarnaba todos sus deberes de soldado.
Los momentos eran preciosos. Los derrotados, repuestos del pánico producido por el ataque inesperado, podían volver a invalidar la brillante victoria hija de la decisión y de la audacia: el joven subteniente reúne su tropa, la dispersa dándole orden de que huya a los cercos vecinos y él solo, a pie, llevando bajo el chaleco la bandera querida, encamina sus pasos hacia la casa de un arriero argentino en busca de hospitalidad.
Los derrotados volvieron, huronearon la comarca, buscaron el rastro de la partida asaltante, pero pronto necesidades urgentes llamaron su atención hacia otros sucesos y el incidente fué casi olvidado.
Entretanto, el subteniente, vestido de particular, paseaba en el campamento chileno esperando la llegada de algún tren que fuese a Iquique y a los cuatro días se presentaba ante el almirante Lynch, en esta plaza, obteniendo de él un pasaporte para atravesar las líneas chilenas y tratar de llegar a Arequipa, donde, según una historia inventada ad hoc, tenía a su padre ganadero argentino-casi moribundo.
Veinte días después de su salida de las filas del "Ayacucho", el subteniente se incorporaba a él en Arica, donde había llegado la división Buendía, después de penosísima marcha por el desierto, y depositaba en manos de su jefe la venerada reliquia.
El esfuerzo, la audacia y el valor dieron al bravo subteniente un galón más que bien ganado se lo había-y atrajeron sobre él las miradas del ejército entero, pues cuando los diarios chilenos noticiaron la toma de la bandera del "Ayacucho", los peruanos pudieron desmentirla concurriendo con ella al Campo de la Alanza y a las batallas de Chorrillos y Miraflores.
Como recuerdo de esta hazaña he visto en los libros del batallón histórico la copia de un certificado que dice:
Al jefe que suscribe le constan todos los servicios que el capitán de infantería de ejército don Pedro Toscano manifiesta tener prestados.Yo, como primer jefe del "Ayacucho", en cuyo cuerpo ha servido dicho capitán, me es altamente satisfactorio informar que su comportamiento en las campañas y batallas libradas contra los chilenos ha sido el de valiente y pundonoroso oficial.Cábeme, además, el deber de hacer constar que, mediante el capitán Toscano, fué salvado el estandarte del batallón, pues, después del desastre sufrido en San Francisco, marchó a "La Noria", donde había quedado tan brillante insignia y de ahí la condujo hasta Arica, atravesando por entre los enemigos. Que conste también que en la batalla del Campo de la Alianza salió herido.--Arequipa, noviembre 19 de 1891.---Nicanor R. de Somocurcio.
Me dicen que el bravo subteniente del ejército peruano, don Pedro Toscano, luego de vuelto a la Argentina, su patria, siguió la carrera militar y es hoy un bizarro jefe que comanda el 10.° cuerpo de infantería en esa república.
¡Ojalá sea a orillas del Plata lo que fué a orillas del Rímac: un modelo de valor y de modestia!"
Agradecido a su deferencia, amigo Vedia, le estrecha la mano.
Fray Mocho
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Álvarez, José (Fray Mocho). "Salero Criollo". Buenos Aires, 1920.
Saludos
Jonatan Saona
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