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10 de noviembre de 2024

Carlos Pauli

Carlos Pauli
Carlos Pauli y el caballo "El Elegante" de Andrés Avelino Cáceres.
Nota escrita por Julio C. Guerrero.

—En el año de 1909, el presidente, señor Augusto B. Leguía, encomendó al general Cáceres la compra de 10,000 fusiles Mauser en Alemania. 

Una vez en Berlín, el general Cáceres fue presentado al Kaiser Guillermo II, quien ya informado de la personalidad del general peruano, le recibió con estas palabras: "Me complace estrechar la mano del vencedor de Tarapacá".

Era por entonces cónsul del Perú en Berlín un rico comerciante judío, Alex F. Schwabach.
En cierta ocasión el general Cáceres le refirió algunos episodios de la campaña de La Breña, entre ellos el relativo a su caballo favorito, el Elegante, que le salvó de ser prisionero de los jinetes chilenos que le perseguían de cerca, a raíz de la batalla de Huamachuco, y del triste fin que tuvo el noble animal en manos de un alemán, el coronel Carlos Pauli, quien hallándose al servicio del gobierno de Cáceres se pasó a los revolucionarios encabezados por don Nicolás de Piérola en 1895.

El cónsul, ni corto ni remiso, delató a Pauli ante la alta autoridad jurisdiccional castrense alemana como ladrón del caballo de batalla del general Cáceres, presidente del Perú. Pauli, que vivía ya en Berlín, fue inmediatamente procesado.

Carlos Pauli era un oficial del antiguo ejército imperial alemán, en el cual ostentaba el grado de capitán. Como era de reglamento en dicho ejército, al dejar el servicio activo obtuvo la clase superior inmediata de mayor.

Un buen día embarcó para América en busca de fortuna. Estuvo algún tiempo en una de las repúblicas centroamericanas como instructor militar. Luego se dirigió al Perú.

Ejercía entonces la presidencia de la república el general Andrés A. Cáceres, cuando se le presentó ofreciéndole sus servicios que el general aceptó gustoso reconociéndole el grado de coronel y designándole instructor general del ejército.

Pauli se dedicó con ahínco y entusiasmo a su tarea. Dio, en primer término, una nueva y moderna composición al estado mayor general, y luego introdujo oportunas modificaciones en la constitución orgánica del ejército...

Cumplida la comisión que le encomendó el gobierno, el general Cáceres dispuso su viaje de regreso al Perú. Antes de emprenderlo visitó la cancillería imperial con objeto de expresar su agradecimiento por las atenciones recibidas, manifestando, al despedirse, que pronto estaría de vuelta y con la representación diplomática del Perú en Alemania.

En 1911, el general Cáceres fue nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario del Perú en Alemania y Austria-Hungría. A insinuación suya obtuve yo el cargo de agregado militar a la legación del Perú.

El cónsul, señor Schwabach; ya tenía reservado alojamientos en el hotel Adlon, situado en la Avenida Unter den Linden.

Recién instalados, una mañana de enero de 1912, el administrador del hotel anunció la visita de un caballero que deseaba hablar con el ministro. El general se encontraba en su habitación con el peluquero. El secretario de la legación, dr. Cavero, y yo estábamos en la sala; Cavero se marchó y quedé yo en espera del anunciado visitante.

A poco llegó éste: un caballero de alta estatura, largas patillas blancas y un tanto encorvado por el peso de los años. Aproximándoseme, tomó mi mano entre las suyas diciéndome: "Soy el coronel Pauli y vengo a arrodillarme- ante s. e. el señor general, para suplicarle me perdone y saque de la aflictiva situación en que me encuentro por mi propia culpa".

Le invité a que tomara asiento. Pauli extrajo luego del bolsillo interior de su levita una revista en la que él aparecía, en un fotograbado, sentado en un banquillo ante el tribunal militar que le juzgaba. Sollozando me leyó la sentencia dictada por el tribunal, trás examinadas las causales del proceso (felonía, deshonra del uniforme, robo del caballo de batalla del general Cáceres, presidente del Perú). "¿Cómo, señor, se preguntaba, enjugándose las lágrimas, cometí semejante infidelidad en contra de s. e. quien me atendió siempre desde el primer momento en que me presenté? Pero solo él puede aún salvarme con su valiosa recomendación."

Entonces le pregunté: ¿Cuál fue el motivo, coronel Pauli, que le indujo a abandonar el puesto que ocupaba usted y pasarse a los revolucionarios? —"Verá usted, me repuso, concretamente, los ofrecimientos y promesas que me hicieron los emisarios del jefe de la revolución, señor de Piérola: ascenso y reconocimiento del grado de general y contratación de una misión militar alemana, de la cual sería yo el jefe. Esto significaba un gran aliciente para mí. Ya puede usted colegir que se me consideraba como un elemento esencial para la buena marcha y resultado de la campaña revolucionaria. Debía, por tanto, reunirme a Piérola y ser su consejero militar."

"Cuando me entrevisté con Piérola, me confirmó los ofrecimientos hechos por sus delegados. Señor: vaya un petizo tan perspicaz para persuadir y engatuzar a uno, dejándole convencido y dispuesto a seguirle."

"Y así fue como me puse a su servicio y a ser su constante consejero, y puedo asegurarle que sin mi asesoramiento no habría conseguido el objeto que ambicionaba.'"

Esta afirmación de Pauli me fue confirmada algunos años más tarde, en cierta ocasión, por don Isaías, hijo del señor de Piérola, muy germanófilo y admirador de los militares alemanes. Declame: "Si no es por Pauli no habría entrado en Lima don Nicolás" (era el trato que daba a su padre).

Y dígame usted coronel Pauli —volví a inquirir,— usted que conocía tan bien el ejército de Cáceres ¿estaba seguro de derrotarle con la montonera? — "No; de ninguna manera —fue su respuesta— Era un
ejército disciplinado, valiente y aguerrido que adoraba a su general .."

¿Y entonces?— "De lo que estaba yo persuadido —prosiguió— y lo preveía, era de que el general Cáceres no daría nunca orden alguna de acometer a la población. Figúrese usted en qué estado habría quedado la ciudad de Lima si las tropas de Cáceres se hubieran lanzado contra los edificios y casas desde cuyos balcones, ventanas y azoteas les disparaban a mansalva. Las tropas de Cáceres eran tropas aguerridas al par que férreamente disciplinadas, en tanto que la montonera tenía solo el entusiasmo y el fanatismo partidario. Con todo, hubo una terrible mortandad; felizmente encontramos un lugar donde resguardarnos: el convento de San Agustín, gracias a las diligencias del delegado apostólico, gran amigo de Piérola y quien emprendió seguidamente también gestiones para el cese de las hostilidades y la dimisión del general Cáceres."

¿Y lo del caballo de batalla del general Cáceres, coronel Pauli?
"Ah, si: Cuando marchábamos ya sobre Lima, cerca de Vitarte, se me indicó el fundo del general (Barbadillo), asegurándome que allí se encontraba el famoso caballo el Elegante. Lo hice traer. Hermosa estampa de animal, que merecía el nombre que le habían puesto; pero, ya algo viejo, no pudo resistir mucho el peso del jinete que era yo y quedó en el camino... No debí haberlo montado."

En esto salió el peluquero y entré yo en la habitación para anunciar al general Cáceres la visita de Pauli, diciéndole la forma como se había presentado. "Sea cualquiera que fuere —me respondió—, no deseo verle; no solo me traicionó sino que también robó mi caballo y lo mató".


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Guerrero, Julio César. (Redacción y notas) "Andrés Cáceres. Memorias de la guerra del 79". Lima, 1976. 

Saludos
Jonatan Saona

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