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22 de febrero de 2024

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Designación de José A.de Lavalle como enviado a Chile según sus Memorias

"Confieso que sólo por vagos y desautorizados rumores había llegado a mi noticia, que nuestras buenas relaciones con Chile corrían peligro de sufrir alteración, a consecuencia de ciertas diferencias entre esa república y la de Bolivia, cuando el 19 de febrero de 1879, y a eso de las 5 de la tarde, recibí una esquela de mi amigo el señor don Manuel Irigoyen, ministro de Relaciones Exteriores, pidiéndome que le viese inmediatamente en su despacho, pues tenía que hablarme de un asunto importante.

Acudí al punto a la llamada del amigo y del ministro, y allí en muy rápida conversación -pues expresóme que el Presidente esperaba el resultado de nuestra entrevista para irse a Chorrillos por el tren de las 6- manifestóme, que el estado de las relaciones entre Chile y Bolivia hacía temer un rompimiento entre ambas, que el Perú necesitaba hacer todo esfuerzo por evitar, pues no podía ocultárseme que, en la posición de éste respecto a aquellas, ese rompimiento era susceptible de procurarle serias complicaciones en su política externa y aun en la interna, que era indispensable precaver. Que, al intento, se había acordado ese día en consejo, acreditar un ministro de primera clase en Chile, con ese especial objeto, pues sólo teníamos allí un secretario de legación. encargado de negocios ad interim, única especie de legación que el estado financiero del país le permitía mantener allí. Que, en atención a ciertas condiciones personales que hallaba en mí, y que no repetiré aquí; a mi conocida simpatía por Chile; a mi conocimiento de ese país y de sus hombres públicos y a mis muchas relaciones en él, tanto él como S. E. [el Presidente de la República] se habían fijado en mí para desempeñar ese cargo, habiendo sido su indicación, unánime y entusiastamente acogida por el Consejo de Ministros, y esperando de mi patriotismo, que yo no rehusase ese encargo.

Contéstele que, en principio, yo no podía negarme a prestar a mi país el importante servicio que se me exigía, y para el cual en realidad, me consideraba idóneo, no por las otras razones que su antigua y afectuosa amistad le sugería, sino por mis verdaderas simpatías por Chile y mis relaciones en ese país. Pero que era necesario que entrásemos en algunos detalles, antes de dar mi definitiva aquiescencia. Eran éstos: primero, que, aunque la legación en Chile hubiera sido en otros tiempos mi bello ideal diplomático, me parecía ya raro, bajar de ministro en Rusia y en Alemania, a ministro en Chile; segundo, que, aunque por eso pasase, en atención a la importancia relativa que tenía Chile para el Perú, era una cosa algo dura, exigirme que perdiese mi puesto de senador, por aceptar una misión especial y transitoria por lo tanto.

Replicóme el señor Irigoyen, que no estimase la importancia de la legación en Chile por la importancia de Chile como nación, sino por la importancia de Chile en sus relaciones con el Perú, que hacían que, a su juicio, la legación en aquella república, fuese la primera de las de ésta. Que comprendía perfectamente, que era duro exigirme que sacrificase mi asiento en el Senado, a una misión transitoria, y que, por eso, se había pensado en ofrecérmela con el carácter de permanente; pero que se habían detenido ante la consideración de que parecería raro acreditar en esos momentos una Legación permanente de primera clase, cuando por tanto tiempo se había tenido una de tercera clase, encargada a un simple secretario; y que, además, el carácter de permanente, añadió sonriendo, "con el objeto de mantener y estrechar las "buenas relaciones que felizmente existen entre ambos países", amenguaría la importancia y solemnidad de la misión que se me ofrecía; que, si yo quería, se me aseguraría que se le daría el carácter de permanente después de conseguido su especial objeto, para lo cual consultaría con S. E.; pero que la hora avanzaba; que ya no alcanzaría S. E. el tren de las 6 si lo demorase más; que iba en el acto a hablar con él; y que, con el resultado de su conversación, me escribiría o me vería en la noche.

Conforme me lo había ofrecido el señor Irigoyen, a las 7 de la noche, poco más o menos, de ese mismo día 19, recibí de él la esquela que sigue: "Querido colega. -Aceptado el secretario y su permanencia al frente de la Legación, en caso de que el éxito de su misión extraordinaria, sea satisfactorio, como vivamente lo deseo por Ud., por mí, y sobre todo por nuestro país.- En cuanto a lo demás, tiene Ud. que hablar con el Presidente; y así me encarga que se lo diga, como igualmente, que lo vea Ud. esta noche en Chorrillos. Puede Ud. pues, irse después de comer.- Suyo.- M. Irigoyen.- Febrero 19 de 1879".

En mérito de esta carta partí para Chorrillos, decidido a aceptar la misión que se me ofrecía, si de mi conversación con S. E. resultaba que armonizábamos en ideas respecto a la política de que debía ser intérprete.

Recibido por el general Prado con la cordialidad con que siempre me acogió en las pocas veces que le visité durante su gobierno, no por otra causa, sino porque siempre me ha repugnado parecer palaciego, díjome que ya había acordado con el señor Irigoyen que se me confiriese el cargo de ministro en Chile con el carácter de permanente, tan luego como terminase la misión especial que se me confiaba si su éxito era, como lo esperaba, el que todos debíamos desear. Dicho esto, el general Prado, que es poco locuaz, se limitó a algunas vagas generalidades sobre la delicadeza de las relaciones entre el Perú y Bolivia; sobre las complicaciones externas e internas que podría traer al Perú una guerra entre Bolivia y Chile; sobre lo peligroso de los principios que avanzaba Chile; sobre la excitación que iba apareciendo en la opinión pública. etc., etc. Manifestóseme. sí, muy explícito y terminante, en la expresión de sus deseos de que no se turbase la paz con Chile, y en las órdenes que me dió, de propender a ese fin con todos mis esfuerzos. en los límites de las instrucciones que se me diesen, y en conformidad con lo que la dignidad y los intereses de la nación exigían.

Parecióme S. E. muy preocupado y muy desconfiado del buen éxito de la misión que me confiaba, y, como la hora avanzaba y yo tenía que volver a Lima por el tren de las 11 de la noche, me despedí de él recibiendo la orden final de partir por el vapor que zarpaba del Callao el 22 sin falta, porque era urgentísima mi presencia en Chile, y el encargo de que le viese antes de partir.

Prometíle que, a pesar de lo estrecho del tiempo, pues sólo sesenta horas faltaban para la salida del vapor del 22, listo para marchar por él estaría, si por el ministerio se me despachaba, asegurándole que, ciertamente, no me marcharía sin cumplir el deber de ir a pedirle sus últimas órdenes...


En el curso del siguiente día 20 y mientras me ocupaba de los indispensables arreglos domésticos que mi ausencia requería, recibí una esquela del señor Irigoyen diciéndome que fuese a verle, "pues necesitaba conversar algo conmigo". Pasé luego a su despacho y allí me impuso el señor Irigoyen de las gestiones hechas ante el gobierno de Chile por el encargado de negocios señor Paz Soldán, a fin de procurar por medio de un arbitraje, la solución del conflicto chileno-boliviano y del contenido de las comunicaciones de éste hasta, si la memoria no me es infiel, del de su nota de 24 de enero, cuyo satisfactorio sentido destruía el telegrama del mismo señor, de 14 de febrero, que casi aniquilaba toda esperanza de buen éxito para mi misión. No obstante lo cual, el señor Irigoyen insistía en la necesidad de que marchase al punto a desempeñarla a fin de hacer el último esfuerzo para evitar un rompimiento entre Bolivia y Chile.

Pasamos luego a acordar con el Señor Irigoyen y su oficial mayor el señor Larrabure y Unanue, la en este caso dificilísima redacción de las credenciales, cosa harto sencilla en el de una misión ordinaria, no difícil en el de una misión semejante a la que yo llevaba, cuando el mediador es simplemente un amicus litis compositor; pero muy delicado en éste, en que el mediador obraba impulsado no por un sentimiento de simple humanidad, sino por evitar un conflicto en el que, fatal y necesariamente, tenía que ser parte por las razones expuestas en el párrafo anterior, hubiese o nó existido el pacto del 6 de febrero de 1873, que en aquel momento no existía para mí.

Esta conferencia importantísima como lo era, interrumpíase a cada momento, ya porque llamasen al ministro al gabinete de S. E., ya porque me llamasen a mí para firmar ciertos documentos en la Caja Fiscal, ya porque ocurriesen no pocos importunos en demanda del señor Irigoyen.

Atareadísimo con urgentes ocupaciones para aprestarme a marchar, no volví a ver a este señor hasta el siguiente día 21, en cuya mañana recibí una nueva esquela suya, previniéndome que le viese en el ministerio a las 3 de la tarde de ese día.

Ocurrí puntual a su llamada, y apenas me había expresado que el objeto de ella era que tuviésemos una conferencia con los enviados bolivianos señores [Serapio] Reyes Ortiz y [Zoilo] Flores, cuando llegaron estos señores. y pasamos con ellos al salón del ministerio.

Conocía yo muy poco al señor Flores, ministro plenipotenciario de Bolivia en el Perú y; al señor Reyes Ortiz, enviado extraordinario en misión especial de la misma nación, era la primera vez de mi vida que le veía y ha sido la última también.

Después de las usuales ceremonias de introducción, hiciéronme esos señores, principalmente el señor Reyes Ortiz, que era el que llevaba la palabra, una relación somera de las de Bolivia y Chile desde el tratado de 1866 hasta el momento en que hablábamos, relación que apoyaba con algunos documentos consignados en varios folletos impresos que me ofreció para mi instrucción y cuyos títulos no tengo presente por haberlos agregado, como de razón, al archivo de mi misión. Inútil es decir que el señor Reyes Ortiz presentaba las cosas de una manera irreprochable para su gobierno, y que tal [o] cual observación que yo le hacía, tendente a sugerir que, en algunos casos, los procedimientos de éste no eran enteramente correctos. era por él acogida con mal reprimido disgusto. En todo el curso de esa conferencia no se hizo la más ligera alusión a compromisos preexistentes entre el Perú y Bolivia. Y cuando al terminarla manifesté yo a los enviados bolivianos mis esperanzas de que. a pesar de todo. llegaríamos a un punto en que las cosas tuvieran pacífico desenlace, esos señores. entre tibias demostraciones ele que así sucediese. dejaban entrever las pocas que abrigaban de que tal fuese, sin poder ocultarme enteramente los deseos de que todo lo contrario aconteciese. principalmente el señor Reyes Ortiz, menos dueño de sí, quizás, que el señor Flores.

Separámonos, y a mi creencia, tan poco satisfechos de mí los enviados bolivianos, como yo ele ellos. Ellos no podían menos de haber conocido en el curso de la conversación las vivas simpatías que yo abrigaba por Chile, el buen concepto que me merecían sus gobiernos y mi ardiente anhelo por evitar toda complicación entre el Perú y esa nación. Cosas todas que no podían series agradables. heridos como estaban en su amor propio nacional y deseosos ele vengar los agravios recibidos por su patria. mediante una guerra a que arrastrasen al Perú, guerra en la que. a todo turbio correr, Bolivia podría ganar algo y nunca perder más de lo que ya perdido tenía. Yo no podía tampoco menos de ver en ellos los agentes de una política enteramente contraria a la que yo servía: los hombres que. por deber y por pasión, tenían precisamente que hacer todo esfuerzo por arrastrar a mi país a la senda de que yo procuraba apartarlo, esto es, aquella que lo condujese a encontrarse con Chile en una guerra internacional...


En la noche del 21 fui a hacer mi visita de despedida al ministro de Chile en el Perú, señor Godoy, persona con quien tenía muy buenas relaciones, pues le había conocido en Lima en 1874, estando ya casado con una señorita de esta ciudad [doña Mariana Prevost], cuya familia materna he siempre estimado y querido como mía propia. El señor Godoy me manifestó que apenas había sabido mi nombramiento lo había telegrafiado a u gobierno, al que escribía también por el mismo vapor que me conducía; que mi nombramiento sería muy bien acogido por su gobierno pues le eran conocidas mis simpatías por su país; que no necesitaba recomendarme a nadie pues sabía la muchas relaciones que yo tenía en Chile, etc. Parecióme quejoso y hasta irritado con mi gobierno y aún me habló con cierta acritud de la conducta que observaba con él respecto al pago de un crédito de cuya cobranza estaba encargado, no sé si en su carácter oficial o particularmente. Respecto a mi misión, a vueltas de las corteses manifestaciones de sus votos porque alcanzase el mejor éxito, descubríle pocas esperanzas y aún menos deseos de que lo obtuviese, haciéndome sospechar que había más armonía entre sus aspiraciones y las del señor Reyes Ortiz, que entre las de uno y otro y las mías.


Llegó el día 22 designado para mi partida. Por mi parte estaba enteramente expedito a cosa de las 3 de la tarde: pero el ministerio no me había aún despachado, y no tenía ni credenciales, ni pleno poder, ni instrucciones, ni documento ninguno referente a mi misión.

Dirigíme entonces al ministerio de Relaciones Exteriores, a fin de manifestar al señor Irigoyen que si no partía ese día mismo, no sería mía la culpa. Encontréle en traje de ceremonia y preparándose a pasar al salón de audiencia, para acompañar al Presidente en la recepción de S.A.I. y R. el Príncipe Enrique de Prusia. Aseguróme el señor ministro que todo estaría pronto en tiempo y que se había ordenado al vapor que demorase su partida hasta que yo llegase. Con esta seguridad me despedí del señor Irigoyen recibiendo de él, con el abrazo del amigo, la más expresivas recomendaciones para que no perdonase esfuerzo por evitar un conflicto internacional, en la esfera de mis instrucciones, y las más vivas manifestaciones de sus deseos como Ministro y como amigo, de que el más completo éxito fuese la consecuencia de mis esfuerzos.

Pasé luego a despedirme del general Prado, al que encontré en su gabinete vestido de gran uniforme. Apenas habíamos cambiado un saludo. apareció a la puerta un edecán, a anunciarle que S. A. se acercaba. No tuvo el Presidente tiempo sino para darme un estrecho abrazo, diciéndome estas palabras, que la solemnidad de las circunstancias me ha hecho conservar textualmente en la memoria: "Adiós, amigo; no tengo más órdenes que darle sino que haga Ud. cuanto pueda por evitarnos una guerra, sin que sufran en lo menor la honra, la dignidad, ni los intereses del país''. Estas palabras me las dijo el general Prado, teniéndome estrechado contra su pecho, algo conmovido, pero con mucha firmeza y mucho énfasis. Cúmpleme declararlo así para honra suya y en obsequio de la verdad. No pudo ser más explícito ni más conciso en sus instrucciones. La ejecución corría de mi cuenta.

Volví al punto a mi casa y allí esperé los prometidos documentos. Eran las 5 de la tarde y aún no venían. Mandé al ministerio a mi hoy llorado hijo, con orden de que no se moviese de allí sin ellos, y que de allí siguiese a caballo al Callao, si no había oportuno tren. Se acercaban las 6 de la tarde, resolví irme por ese tren, y bajaba la escalera de mi casa con algunos amigos que me acompañaban, cuando llegó mi hijo, jadeante, con un grueso paquete en la mano. Ordenéle que lo conservase cuidadosamente, y que no me lo diese sino cuando ya estuviésemos a bordo, y seguimos nuestra marcha.

Las 7 de la noche serían cuando puse el pie en la cubierta del vapor Loa, volado después en el Callao. perteneciente a la Compañía Sudamericana y que navegaba con bandera chilena.

Reinaba en él la confusión que precede a la partida de un vapor de carga y pasajeros a la vez. Iba repleto de éstos.

Como yo había ocurrido muy tarde por pasaje. no tenía camarote, y se me designó el salón de las señoras para que durmiese esa noche, hasta el siguiente día en el que se me daría el camarote que ocupaba una señorita que iba a Tambo de Mora o Pisco. No pude ocuparlo hasta que salió el vapor,
que eran largas de las 8 de la noche, y entonces vinieron a hacerme compañía algunos pasajeros. entre otros mi íntimo amigo el señor don José Boza, acaudalado vinariego de la provincia de Ica, y don Eloy P. Buxó, literato español, que a Pisco se dirigían.

Pasé en tierra con mi buen amigo el señor Boza y su estimable familia todo el tiempo que el Loa permaneció en Pisco, y sólo a mi regreso a bordo y después de instalado convenientemente, pedí a mi hijo el paquete que había recibido en Lima a mi salida y que, como fácilmente se observará por esta minuciosa relación, no había tenido antes tiempo de abrir.

Dicho paquete, que no contenía oficio ninguno del ministerio, y del que acusé recibo en mi oficio No. 5, dirigido del vapor Loa, frente a Mollendo, con fecha de 24 de febrero, contenía los siguientes documentos:

1° Credencial original y copia.
2° Pleno poder.
3° Pasaporte.
4° Copia de un oficio dirigido en 2 de enero a las legaciones de la república en Chile y en Bolivia.
5° Copia de otro oficio dirigido por la primera en 24 de enero.
6° Copia de un telegrama de la misma, de 14 de febrero.
7° Copia de un oficio de la misma de igual fecha.
8° Copia de otro dirigido a la legación en Bolivia, en 4 del mismo.
9° Copia de un oficio dirigido por la legación de Chile en Bolivia, al ministro de Relaciones Exteriores de esa república, en 8 del propio mes.
10° Una especie de índice cronológico de los documentos a que había dado lugar la cuestión entonces pendiente entre Chile y Bolivia.
11° Dos cuadernos impresos, conteniendo el uno los tratados de límites celebrados entre Chile y Bolivia, y titulado el otro, Anuario de leyes y disposiciones supremas de Bolivia.
12° Un pliego cerrado con el rótulo de Documentos reservados.

Abro ese pliego y me encuentro con una copia simple del tratado de 6 de febrero de 1873.
¡Era la primera idea que tenía yo de la existencia de semejante pacto!"



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De Lavalle, José Antonio. "Mi misión en Chile en 1879". Lima, 1994.

Saludos
Jonatan Saona

3 comentarios:

  1. Tenemos entonces, haciendo fe de lo que señala el señor De Lavalle, que se le envía a una misión reservada - e importante, como que se arriesgaba comprometer a su país en una guerra - y tanto el presidente del Perú como el respectivo ministro no le informan a su enviado - durante las conversaciones previas - de la existencia de un solemne tratado suscrito en 1873 que ligaba sus destinos con Bolivia ante un eventual conflicto internacional. Raro, por decir lo menos.
    Y luego, que el señor De Lavalle se entera a bordo del "Loa", ya iniciado su viaje hacia Chile para asumir la comentada misión mediadora, de la existencia de tal tratado. Lo encuentra entre los documentos que se hacen llegar a última hora. Cabe suponer que habrá leído su texto con detención durante los días que duró su viaje hasta Valparaíso. Tuvo un plazo, pues, para compenetrarse plenamente de su contenido.
    Y que niega tener conocimiento del mismo cuando es interpelado al respecto, durante el curso de conversaciones formales, por el presidente de Chile y sus ministros. Mismo que conocían desde meses antes la existencia de tal tratado y sus líneas generales, aunque no sus detalles.
    Vale decir, que el señor De Lavalle se presenta ante Chile como un tercero bien intencionado, como un país amigo que procura intervenir imparcialmente, ocultando su compromiso secreto, aunque formal, con Bolivia.
    Y que pretende mediar, en esa condición, en el conflicto chileno/boliviano ya gatillado.
    He leído muchísimas páginas peruanas en relación a estos hechos, y en ninguna de ellas he dejado de encontrar sorpresa y repulsa ante la reacción indignada de autoridades y público chilenos por la falacia del Perú en esta gestión.
    Lo que explica, quizás, que durante todo el conflicto que estalló a poco andar, Perú y Chile siguieran hablando idiomas distintos, con cero posibilidades de entendimiento. Hasta 1883.

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  2. El comentario anterior corresponde a mi autoría.
    Raúl Olmedo D.

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  3. Para empezar, que puede criticar el político chileno sobre la actuación hecha por el Diplomático Peruano La Valle, que según histografia chilena, mintió,.cuando es más sabido que Chile también lo hizo ya que conocían del tratado peruano boliviano desde el. Mismo momento de su concepción, todo ello gracias a la información dada por su casi aliado Brasil.
    La. Pregunta es por que no desde ese momento de. Sabido. De. Dicho tratado Chile, pidió las explicaciones del caso, o es que un hombre engañado no pide las explicaciones a. La. Mujer desde el. Mismo momento de enterarse de la puesta de cachos, por honor y amor propio, valores que Chile
    Ese. Tratado solo fue tomado como una excusa para iniciar una guerra, en el. Momento donde Chile asta a bien armado y tenía asegurada la guerra, obviamente con el padrinasgo de totalmente interesado de la Corona

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