Abrumados por la más intensa y legítima emoción vamos a dar cuenta a nuestros lectores de los últimos momentos del que fue mariscal de la República don Andrés Avelino Cáceres, cuyo fallecimiento ocurrió anoche en Ancón.
Como es sabido, el ilustre militar se había trasladado al mencionado puerto, desde hacía algunas semanas, con el propósito de buscar mejor ambiente en procura de mejorar su salud quebrantada por la arterioesclerosis que minaba su existencia, más que todo por su avanzada edad.
Fueron con él a Ancón, haciéndole compañía, su nieta la señora Rosa Porras Cáceres de Sisson y su ayudante y secretario el teniente don Armando Arroyo Vélez.
Según testimonio de este caballero, el mariscal sintióse notablemente mejorado con el cambio de clima. Todos los días, al mediar la tarde, salía a pasear apoyado en el brazo; unas veces de su nieta, otras de su ayudante, algunas veces, también, de su ordenanza.
El martes, al regresar a su domicilio después de su acostumbrado paseo, díjole a su ayudante que se sentía un poco fatigado, y agregó, que esto le causaba extrañeza, pues que el día anterior que había caminado cerca de doce cuadras no había experimentado la menor fatiga. "La culpa de todo, -dijo en seguida-, la tienen los años, que es la única valla que, hasta ahora, no he podido salvar para seguir adelante".
En la noche llamó a su secretario y le dictó una carta dirigida al doctor don Salvador Cavero, quién, como se sabe, se encuentra en Washington.
Terminada la carta, el mariscal la firmó con pulso un tanto tembloroso, y ordenó al teniente Arroyo Vélez que la pusiera en el correo.
Esta firma, que el Mariscal Cáceres estampó tres cuartos de hora antes de morir, y que, por lo mismo, la consideramos de inestimable valor, fué fotografiada ayer para este diario y la publicamos ahora, en zincograbado, al pie de estos renglones.
Al despedirse el teniente Arroyo Vélez de su ilustre jefe, éste le encomendó la misión de gestionar para el día siguiente un tren expreso a fín de regresar a su residencia de Miraflores en compañía de los suyos.
"Estoy muy lejos aquí -agregó para explicar su decisión- de los centros políticos, y esta circunstancia me tiene impaciente". El oficial manifestó que tendría presente el encargo y, en seguida, se despidió del mariscal estrechándole la mano. Eran las 11 de la noche.
Tan pronto como salió el teniente Arroyo de la casa para trasladarse al hotel en donde tenía su alojamiento, el mariscal se metió en cama.
Media hora después un agente de policía, enviado por el ordenanza que cuidaba al enfermo, despertó al ayudante diciéndole que el mariscal se había agravado repentinamente y que requería su presencia. El teniente voló a medio vestir en auxilio de su jefe al que encontró medio incorporado sobre su lecho, arrojando gran cantidad de sangre por la boca, mientras el ordenanza lo sostenía sujetándolo por debajo de los brazos.
Al notar el viejo guerrero a su secretario movió la cabeza como para hacer un signo negativo y se desplomó sobre la cama. Estaba muerto. Eran las 12 y 20 del 10 de octubre. Dentro de un mes exactamente, es decir el 10 de noviembre, debía cumplir 89 años."
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Artículo publicado en el diario "La Crónica”, Lima, jueves 11 de octubre de 1923.
Saludos
Jonatan Saona
Honor y Gloria al Taita
ResponderBorrarTodo el honor y toda la gloria para el Tayta
ResponderBorrarIndómito Mariscal del Perú sus valores cívicos y patrióticos son un valioso e imperecedero legado.
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