"Don Pedro Lagos, cuando serían las 3,45 á 4 de la tarde del domingo 6, hizo un último reconocimiento, llevando una compañía del 3º.
Lagos, acompañado de los comandantes Ortiz, del Buin; de don Ricardo Castro, del 3º de línea, y San Martín, del 4º; por don José Antonio Gutiérrez, segundo del 3º y que en verdad fueron con el mayor don Federico Castro (que también andaba en este reconocimiento) los verdaderos jefes de su cuerpo, que don Ricardo Castro cobardemente abandonó; del sargento mayor don Juan N. Henríquez, mayor del Buin; y de sus ayudantes de campo don Julio Argomedo Lira, don Enrique Salcedo, don Belisario Campos, don Enrique Munizaga, don Segundo Fajardo, capitán y comandante de equipajes; de Ricardo Walker y de Manuel Romero, avanzó sobre los fuertes Ciudadela y Este a fin de estudiar bien y por última vez esas posiciones y el campo de tiro que hacía el oriente de esos reductos existía.
Lagos quería estudiar las lomadas y hondonadas que tenía a su frente; el terreno comprendido entre el costado este de la posición enemiga y el punto en que él y sus acompañantes se encontraban. Para mejor mirar y ver esa localidad echaron pie a tierra Lagos y todos los nombrados; y ocultando cuanto pudieron, agazapándose, recorrieron esas eminencias y lomadas, vieron, estudiaron, su topografía con calma y con tranquilidad absoluta y sin que el enemigo se diese cuenta de la operación.
Terminada esta, don Pedro, en el propio terreno designó el lugar en que acamparía cada uno de los dos cuerpos que ejecutarían el asalto, al amanecer del siguiente día lunes 7 de Junio, y señaló con su mano a todos aquellos que él creía bravos soldados (dos hubo que no lo fueron) el camino que habrían de tomar sus unidades para rendir a Arica y llevarlos a la muerte, a la victoria y a la gloria!
-Este ataque no será al trote, señores, que debe ser a la carrera; el enemigo debe y tiene que ser sorprendido y rendido antes que estallen las poderosas minas del Morro, exclamaba don Pedro.
Terminada aquella faena, hecho ese último reconocimiento, se puso en marcha la comitiva; y cuando se encontraba fuera de tiro de la plaza, don Pedro hizo alto, ordenó el retiro de la tropa de infantería, se bajó de su caballo y rodeado de todos sus acompañantes y con tono reposado y tranquilo, dijo:
-Ya Uds. han visto y podido apreciar bien la topografía del terreno en que van a operar; el 4º de línea, agregó mirando a San Martín, a quien conocía desde niño, atacará y tomará el fuerte Este y el Morro; ese puesto le he designado al 4º; por lo que respecta al asalto y toma del Ciudadela, yo no quiero agraviar a Uds., agregó mirando a los señores don Ricardo Castro y don Luis José Ortiz, comandantes del 3º y del Buin; conozco y estimo la pujanza de sus regimientos y para no agraviar a nadie he resuelto rifarlos, que la suerte decida quien deba atacar y tomar el Ciudadela.
Un profundo silencio siguió a esas palabras; los corazones de aquellos hombres, estamos ciertos que latieron más apresuradamente; se iba a jugar el ataque, la gloria de servir a la patria y era lógico que aquellos soldados, veteranos todos, quisieran tomar parte en aquella función de guerra que prometía ser grande, famosa. Todos querían ofrendar sus vidas!
Y, sin embargo, aquello no fue así, pues dos jefes hubo a quienes tomó la flaqueza, el miedo, y no estuvieron a la altura de su deber y del buen nombre del Ejército de su patria: el comandante del Buin, Ortiz, y el del 3º Ricardo Castro!
La historia, que premia a los buenos ciudadanos, guarda en sus archivos documentos terribles que prueban la verdad de nuestra narración; y si al contar descarnadamente esta operación, herimos ajenas susceptibilidades, no es nuestra la culpa, sino de los que no supieron dominar sus nervios y su miedo...
Don Pedro sacó de su bolsillo una moneda; testigos oculares de aquel hecho, que aún existen, aseveran que tomó un peso fuerte, y lanzándolo al aire dijo, dirigiéndose al comandante Ortiz: ¿Cara o sello?
-Águila, respondió el comandante del Buin.
Y al mismo tiempo todos aquellos hombres, ansiosos, ávidos, fijaron siguieron con la mirada, con la vista, la subida y caída en la arenisca montaña de aquel peso fuerte que encerraba el derecho de atacar, de vencer, de aspirar a la gloria, de servir a Chile, a la patria bendita y querida!
Y águila fue la que ganó!
Cuenta un testigo ocular, retirado hoy como coronel, que fama tiene de esforzado entre los viejos veteranos de aquella edad, hombre sano de alma, más no de cuerpo porque los achaques de la edad y de la campaña lo tienen ya postrado, que él se quedó mudo cuando vio relucir en el suelo el águila de aquel peso fuerte que quitaba a su regimiento la gloria de aquella jornada, y que Ortiz se apresuró a recoger.
-"Sentí como una congoja cuando vi que Ortiz había ganado tristeza que se cambió en súbita alegría, un segundo después, cuando el comandante del Buin dirigiéndose al comandante señor Ricardo Castro, dijo: qué suerte la tuya, Ricardo, me ganaste, hombre, tu cuerpo atacará!¡Ese regimiento era el mío, el 3º!"
Y el viejo veterano, don Federico Castro, al narrar después de treinta y un años aquel episodio de su vida de soldado, de servidor público, con mano firme, secaba una furtiva lágrima que le arrancaba aquel recuerdo.
Don Pedro vio como todo el mundo aquella tristísima maniobra del jefe del Buin, y una despreciativa y dura mirada cayó sobre aquel señor que, desde ese día, perdió para siempre el aprecio de sus subordinados y de todos los que conocieron aquella acción.
Desde ese momento, moralmente hablando, Ortiz dejó de ser jefe del Buin.
León García, Henríquez, Álamos, Ramón Valenzuela, Juan M. Donoso, Francisco Fuentes y demás nobles oficiales del 1º de Línea, recibieron aquella tristísima noticia con rabiosa desesperación.
En cambio los niños del Tres, cuando por D. José Antonio Gutiérrez y D. Federico Castro, supieron la feliz noticia echaron al aire sus quepíes de brin y con vivas a Chile y hurras a la patria, saludaron tan fausta noticia!"
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Molinare, Nicanor. "Asalto y toma de Arica, 7 de junio de 1880". Santiago de Chile, 1911
Saludos
Jonatan Saona
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