Ciudadanos:
Hace cincuenta y ocho años que en este sagrado recinto y en torno de la bandera patria, juraban nuestros libertadores, hacer todo género de sacrificios para llevar a cabo y sostener en toda época la independencia y el honor peruanos.
Fieles a este sagrado juramento volvemos hoy a reunirnos para aceptar, con la resolución del mártir y generoso desprendimiento del patriota, la loca provocación que nos hace Chile: ese país, que después de haber inundado de aventureros al resto de la América, se lanza él mismo en el torbellino de una política de aventuras.
Nuestro corazón americano se sublevó ante ese ultraje sangriento hecho a la moral, a la civilización y al derecho. De nuestros labios brotaron palabras de ardorosa simpatía en favor de una hermana indefensa cuyo suelo había sido impíamente profanado.
Chile, que durante treinta años había trabajado secretamente contra nuestro país, creyó llegado el momento de llevar á cabo sus inconcebibles planes de desmembración, planes inspirados por la codicia, alentados por el desdén que siempre nos han inspirado sus balandronadas y puestos en planta por una escuadra que en el río Santa Cruz no pudo hacer frente a dos cañoneras y un blindado.
Estos son, en resumen, los móviles y el significado de la declaratoria de guerra que Chile nos ha hecho.
¿Hay en ello algo de extraordinario o de imprevisto?
No, señores. Chile ha sido en toda época el gran traidor de la América y el más insigne conspirador contra la estabilidad de los gobiernos regularmente establecidos en los estados limítrofes o vecinos.
Cuando la República Argentina estaba, en 1866, comprometida en una guerra extranjera, Chile lanzó contra ella al conspirador Varela, dándole armas, pertrechos y buques.
¿Por qué hacía eso?
Para levantar en ese suelo generoso, un gobierno que, como el de Melgarejo en Bolivia recompensara sus esfuerzos obsequiándole un pedazo de territorio, el Estrecho de Magallanes quizás.
Más o menos, en la misma época, incitaba Chile al Ecuador a que buscase querellas al Perú.
En 1872, esa nación ofreció a Quintín Quevedo, dinero y elementos de guerra para derrocar al gobierno de Bolivia, exigiéndole como en recompensa la cesión hasta el Loa, del litoral boliviano, y garantizándole su concurso para arrancarle al Perú una parte de su costa.
Hoy que todos estos hechos se van aclarando ante el gran tribunal de la conciencia americana, es necesario que sepa el mundo libre, que, si la infortunada Cuba ha sucumbido después de heroicos esfuerzos, quedando atada al carro triunfal de la España, Chile tiene una gran responsabilidad por tan desgraciado resultado.
Cuando el gobierno del Perú reconoció la independencia de Cuba, había obtenido promesa formal del representante chileno, de ayudarlo en sus esfuerzos para conseguir la libertad de la heroica Antilla. Es del dominio del mundo, incluso de la España, que nuestro país estaba resuelto a apoyar con dinero y elementos de guerra a Cuba. Llegado el momento de enviarlos se le preguntó a Chile cuál era el concurso que ofrecía.
¡Contestó que daría su influencia diplomática!
Si aquello no fue una burla, digna del más alto desprecio, reveló que en ese país el mercantilismo y la codicia habían borrado hasta las huellas de todo sentimiento generoso.
¿Por qué, pues, nos hemos de admirar de la serie de escándalos que Chile está dando al mundo?
Su declaratoria de guerra a nuestro país es un designio de la Providencia, que sin duda quiere dar al Perú la noble y altísima misión de hacer desaparecer de las aguas del Pacífico, esa bandera manchada de tanto crimen.
Cada vez que nuestros buques han surcado el océano, para purgar los mares de esos piratas disfrazados de guerreros, el triunfo y la gloria han coronado los esfuerzos de nuestros valientes marinos.
Hoy como siempre, o triunfarán o se hundirán.
Ellos forman la vanguardia de un pueblo que ha aceptado la guerra, para sepultar en la ignominia a esa nación, lanzada en medio de la América como un castigo; de esa nación que, si consiguió, con la grandiosa ayuda del argentino, romper las cadenas de una esclavitud de trescientos años, no ha podido aun desviar el látigo infamante que sobre las espaldas de su pueblo tiene suspendida la justicia.
Esos mares, que representan las lágrimas de todas las generaciones que vivieron bajo el yugo de los conquistadores, serán una vez más testigos mudos de los sacrificios y de las glorias del Perú.
Mientras ellos se consuman, protestemos contra la conducta de Chile, con la nobleza que corresponde a un pueblo, que durante medio siglo ha servido de invencible baluarte a la libertad americana."
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Diario "La Patria", año VIII n° 2343. Lima, Domingo 6 de abril de 1879.
Saludos
Jonatan Saona
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