Páginas

8 de marzo de 2023

Rabona: mujer soldado

Sargento peruano y rabona, década 1860
LA "RABONA": MUJER SOLDADO
Por Germán Parra Herrera

Introducción
Los actos en homenaje a nuestros héroes de la Guerra del Pacífico, conllevan un riesgo: omitir, involuntariamente, a alguien que también merece homenaje. Entre los ignorados está un personaje de nuestra historia: la Rabona. Con este epíteto se comete una descortesía. La mención debería ser nominal y no mediante una idealidad. Pero esto es imposible. La modesta condición social de la rabona fue un obstáculo para referirla con nombre y apellido en la historia.

La palabra "Rabona" es popularmente un término peyorativo, insultante. Podemos afirmar que la palabra cayó en desgracia. El concepto deriva de un hecho social, histórico, muy peruano, hoy superado y que nada tiene de vergonzante.

Por el contrario, debería inducir a orgullo. El propósito del presente ensayo es formular un análisis objetivo del rol que cumplió la Rabona en la Guerra del Pacífico y rendirle homenaje.

La Rabona merece, por lo menos, un homenaje global, impersonal como el homenaje anónimo que rendimos al soldado peruano, mediante y ante el monumento al Soldado Desconocido, como tributo a los defensores de las Batallas de San Juan y Miraflores, durante la defensa de Lima.

La Rabona no sólo está privada de homenaje. Ella está vilipendiada y mordazmente definida en el Diccionario de Peruanismos. El concepto Rabona tiene injustas connotaciones de insulto, producto de un análisis superficial, interpretaciones simplistas y prejuicios sociales propios de la mediocridad, que siempre alejan de la verdad.

Rol y status de este personaje
La Rabona fue la leal compañera del soldado, fuera y dentro del cuartel.

En campaña también. Forma parte de la historia del Ejército. Nuestro Ejército, de hecho, tuvo informalmente, en el pasado, un componente femenino: La Rabona. Había en los cuarteles un patio para las Rabonas, donde cocinaban, se hospedaban y lavaban la ropa de su compañero : el soldado peruano. En campaña seguían a las columnas de soldados transportando algún apoyo logístico y propor cionando apoyo moral y espíritu individualizado. El soldado, en su soledad, se sentía acompañado. La mujer se sentía segura. La patria recibía el servicio de dos, por una sola paga y a veces sin paga. No habían desertores, porque la razón de la deserción estaba cerca a los soldados. Todo confirma que: “La soledad es muy hermosa cuando se tiene junto a alguien a quien decírselo".

El soldado estaba junto a su mujer: La Rabona. Y esta permanecía cerca de su amor: el soldado peruano.

La Rabona y el rabonazgo (su actitud), son hechos sociales históricos que corresponden al folklore nacional. En estos años de homenajes a nuestros héroes, se impone una actitud sincera que obliga a la reflexión serena, objetiva y justiciera, alejada de todo desviacionismo, tendenciosidad o sesgo.

La Guerra del Pacífico nos cogió con esta característica social. Durante las campañas terrestres, los batallones de infantería peruanos eran seguidos, a manera de apéndice, por las silenciosas columnas de mujeres peruanas. De allí el nombre: ¡Rabona! Ellas proporcionaban apoyo logístico tolerado, eficaz e individualizado. Apoyo destinado a cada "cholo" o "indio" de nuestro Ejército. Cuando el soldado caía, el auxilio inmediato venía de la Rabona.

La poca asistencia médica durante la guerra, estuvo a cargo de la Cruz Roja Peruana. Pero el servicio no llegaba a las primeras líneas. En 1879, la enfermera ya había ganado, en el mundo, un puesto en la estructura social con la noble tarea de atender a los enfermos, gracias a la tenacidad de la inglesa Florence Nightingale.

Ella combatió y venció el prejuicio que calificaba como denigrante el cuidado de los enfermos. En 1854 obtuvo permiso del gobierno inglés, para, en la Guerra de Crimea, organizar la atención en campaña de los heridos. Hasta entonces, los enfermos y heridos en la guerra yacían moribundos en los “nidos de heridos”, en donde se les depositaba. La mayoría moría por inatención. La Nightingale consiguió reducir los muertos.

En el Perú, el primer auxilio al soldado herido en campaña, venía de la Rabona. Mucho antes de la preocupación de Florence Nightingale, el Ejército Peruano tenía un servicio de enfermería empírico. Este hecho fue desconocido por la enfermera inglesa. De haberlo conocido se habría maravillado y lo habría bendecido. Seguramente también le hubiera sacado mayor provecho, organizándolo y entrenándolo. Jamás lo hubiera denostado. ¡Cuánta falta, para sus fines, le hizo a la Nightingale la Rabona! ¡Cuánta falta, para su amor, le hizo a la Rabona la Nightingale!

Origen del fenómeno social
Nuestra independencia se hizo con montoneros. En términos modernos, con guerrilleros. Eran gente humilde, indios y cholos. Ellos integraban los grupos de montoneros con su familia. La mujer los seguía a todas partes y servía a su marido.
 
Cuando se logró la república y se formó el Ejército Nacional, este fenómeno social fue absorbido, con cualidades y defectos, por la organización. El gregarismo serrano y la tradición del "servinacuy”, fueron factores de este interesante y singular hecho social. Durante la Guerra del Pacífico, cuando se practicaba la "leva", el recluta pasaba a las unidades, informalmente, con su mujer. Hombre y mujer eran unidad inseparable en donde estuvieran y el Ejército era un lugar más.

Homenaje a la Rabona
No todo ha sido olvido. Con la autoridad intelectual y patriótica que caracteriza al Dr. Jorge Basadre, él se refirió, con justicia, a esta típica representante de la femineidad peruana: La Rabona. Exaltó las virtudes de abnegación, valentía y sacrificio. El Dr. Uriel García, en su Loor a la Rabona, cita de Basadre lo siguiente: "Así como del coloniaje nos acordamos demasiado de las calesas y nos olvidamos de los obrajes, así también en la república el recuerdo es para las tapadas con olvido de las rabonas. La tapada anda por los portales ruidosos, de corrillos y pregones; por las iglesias, por el puente, por la alameda, con el encanto del misterio. La Rabona también es andariega; pero son leguas y leguas las que recorre por cerros, arenales y quebradas. La tapada es una flor; la Rabona es... leal a su hombre y a su batallón, perro por la sumisión, llama por lo útil, tigre por el valor, salvaje y fea por lo dolorosa".

La Rabona consoló, enjugó las lágrimas, calmó la sed y cuidó de las heridas del soldado. Interpuso su mano entre el indefenso abatido y la bayoneta del enemigo que lo repasaba. Imploró, lloró y oro, amargamente, ante el cadáver del ser que era todo su mundo. Lo ayudó a “bien morir”, le cerró los ojos, lo enterró, tomó sus armas y continuó, con bravura, la defensa de su patria; patria que es de todos y que ella contribuyó a modelar. ¿ Merece o no nuestro recuerdo y homenaje?

En una crónica de la Guerra del Pacífico de “El Comercio”, referida a la asistencia de los heridos y que apropiadamente cita el Dr. Uriel García, se dice:
"... los que caían víctimas del plomo enemigo no tenían más auxilio que el escaso que podían prestarle los cirujanos de sus cuerpos y las pobres cantineras que se multiplicaban en esas tareas... Nadie los recogió del campo de batalla (a los heridos) porque las ambulancias, como en casi todos los combates pasados, brillaron por su ausencia".

No sólo los heridos quedaron abandonados, también los muertos. Federico Barreto, quien de niño contempló consternado el campo del Alto de la Alianza después de la batalla, patéticamente describió el cuadro:
"Detrás de las trincheras se veían cadáveres sin cuento tendidos en hilera en actitud de acecho. Esperando en silencio la voz de mando de sus oficiales, para salir a batallar de nuevo a buscar la victoria".

No había suficientes Rabonas para enterrar a los muertos. El desastre superó la voluntad y las posibilidades de estas mujeres. Los cadáveres quedaron en la superficie, convertidos en presas de los buitres. Este hecho inspiró a Federico Barreto su poema "El Festín de los Cuervos":

¡Allí estaban las aves de rapiña
luchando cuerpo a cuerpo
por tener cada cual, para ella sola,
la tajada mejor del bien ajeno!

¡Allí estaban las aves de rapiña
siguiendo de los hombres el ejemplo!
¡Así acabó el festín que aquella tarde
ofrecieron los hombres a los cuervos!

Durante la Campaña de Lima, el Jefe Supremo de la Guerra y Defensor de los Indígenas, Dn. Nicolás de Piérola, creó el Servicio de Sanidad de los Ejércitos del Perú. Sin embargo, la atención siguió insuficiente. Ya estábamos en las finales.

Durante toda la campaña, el paludismo, las fiebres intestinales y la tuberculosis, produjeron más bajas que el enemigo. Así informó el Dr. José Casimiro Ulloa, Jefe del Servicio de Sanidad. A menudo, en sus informes, se quejó de las Rabonas a quienes llamaba, también despectivamente, "cantineras".
El término "cantinera” se confunde con Rabona, pero las Rabonas no eran cantineras.

La Rabona no era una cantinera, era un hecho social diferente a la hija del regimiento que ha existido en todos los ejércitos para la diversión solaz y fugaz de los soldados. La confusión de términos es, en cierta forma, culpable del desafecto por aquella figura histórica.

Consideraciones
Si se hubiese actuado como la Nightingale, organizando y utilizando las posibilidades de “el rabonazgo” otra hubiera sido la asistencia a nuestros heridos en la Guerra del Pacífico.

Lamentablemente, no se actuó así. Es pertinente repetir las frases del Dr. Uriel García:
“Cuando se gobierna con olvido del enorme potencial que proporciona el acervo y la tradición de un pueblo, se desvía el canal natural de la historia. Y la nuestra está plagada de esos errores".

La Rabona era mujer honrada. No era la “cantinera”. El amor a su hombre era su único mundo y no otra cosa: eso no fue pecado.

¡Cuán útil fue! ¡Cuán sacrificada! ¡Cuán olvidada hasta hoy! ¡Cuánto servicio a la patria y cuánta ingratitud! La Rabona merece rehabilitación y homenaje. Muchos de nuestros héroes, seguramente, estuvieron agradecidos; hoy lo estamos nosotros; el recuerdo de las efemérides de las batallas de San Juan y Miraflores, en el centenario de su conmemoración, es propicio para grabar con perfiles indelebles la evocación de la Rabona, cuyo testimonio elocuente de amor y beneficio grafica el lienzo de R. Muñiz titulado El Repase, más allá del dolor y de la muerte del ser amado, sacrificios sublimes en defensa del suelo patrio.


********************
Comisión Permanente de Historia del Ejército Peruano (CPHEP). "La Gesta de Lima". Lima, 1981.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. En el Día de la mujer gloria excelsa a este grupo de mujeres andinas que por amor a su hombre y la Patria entregaron todo. Hasta su vida.
    Las Abonas merecen el reconocimiento de la Patria.

    ResponderBorrar