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16 de enero de 2023

Leguía en Chile

Augusto Leguía en 1878
"Su educación en Chile

Tenía Leguía trece años cuando sus padres acordaron enviarlo a Chile. Dos causas originaron este viaje: iniciarse en el estudio de la carrera comercial en un colegio inglés que había en Valparaíso y que por ese entonces era uno de los mejores de América, y buscarle para su dolencia bronquial un clima que le curara. Se le tomó pasaje a bordo del vapor inglés Santiago, de ruedas y apenas de 800 toneladas, y en él llegó al Callao. En este puerto, visitó a sus hermanos Carlos y Nicanor, que se hallaban de cadetes a bordo de El Meteoro, buque donde funcionaba la Escuela Naval que dirigía el capitán de navío don Camilo Carrillo.

Hospedado en Lima en casa de uno de sus familiares, intentó hacer su educación en uno de los colegios de instrucción media de nuestra capital. No se lo permitió el clima, tan malo para su dolencia como lo había sido Lambayeque, y a las cuatro semanas de haber llegado, volvióse a embarcar nuevamente para Valparaíso, adonde llegó sin novedad, y en donde el asma no volvió a molestarle en todo el tiempo que en aquel puerto residió.

Siendo el padre del joven Augusto administrador general de Pátapo, hacienda que pertenecía a don José Tomás Ramos, que residía en Valparaíso, a este don José Tomás se le dió poder para que tuviera a su cargo al hijo de don Nicanor, y para que dirigiera su educación. Fueron dos estos señores Ramos, de origen portugués: uno, el susodicho don José Tomás, y otro, don Antonio Joaquín. Tuvo el primero algunas propiedades en el Perú, entre ellas Pátapo, y el segundo muy ricas tierras en el valle de Cañete...

Ostentoso como era don José Tomás, colocó a su recomendado en el mejor y el más caro colegio que había en Valparaíso. Era éste un plantel de instrucción comercial, en el que sólo se hablaba inglés, liceo que se hallaba regentado en esos días por los señores Goldfinch y Blum. Estando en él lo mejor de la juventud porteña, tuvo el joven Augusto oportunidad de relacionarse con muchos chilenos que después hicieron gran papel en la política de su patria. En el mismo año de estudios, o en años superiores, encontró en ése colegio a Rafael Dañino, a Rafael y Jorge Cantuarias, a Miguel Pardo, a Mario Bracamonte y a Eduardo Fischer, chileno, con quien intimó, y que después fué alcalde municipal de Valparaíso. En los cuadros de honor del colegio de años anteriores encontró el nombre de nuestro finado compatriota Guillermo Billinghurst.

No obstante de que a los internos en cuyo rol estaba nuestro colegial dábaseles salida todos los domingos, prefería nuestro joven lambayecano quedarse al lado de sus directores, que mucho le estimaban, especialmente el señor Blum, que a menudo le invitaba a tomar el té en la noche en sus propias habitaciones.

Los domingos que salía a la calle dedicábalos a pasear la ciudad, y en la tarde, antes de internarse, a visitar a su apoderado, en cuya casa siempre encontraba, especialmente en la de Viña del Mar, a gente muy selecta y muy encumbrada por el abolengo y la fortuna. Recuerda haber visto entre los concurrentes a la familia Sarratea, y a uno de los señores Serdio, entonces archimillonarios, siendo dueños de una flotilla de veinte veleros que, trayendo azúcar a Valparaíso, llevaban trigo al Perú. Su corta edad y su condición de extranjero imponían a nuestro colegial respeto y alejamiento con aquellas gentes de buen círculo porteño, entre las cuales don José Tomás, pero especialmente su distinguida esposa, hacíanle el honor de recibido. Eran lo menos treinta años lo que don José Tomás llevaba a su esposa, siendo esto motivo para que si, en hombres, fueran señorones los que visitaban la casa, en el grupo femenino brillaran la juventud y la belleza. Poseedor el joven Leguía de una peseta semanal, que era todo lo que su apoderado le daba, su modestia guardaba relación con su riqueza, la que pudo haber sido digna de conmiseración si sus padres y su tía, doña Dolores Reaño, de cuando en cuando, desde Lambayeque no se hubieran acordado de situarle en Valparaíso dádivas pecuniarias muy por encima de la consabida peseta semanal del apoderado.

En el verano de 1878, el alumno de los señores Goldfinch y Blum conoció a don Manuel Pardo. Estando éste de visita en casa de don José Tomás, de quien era muy amigo, en un domingo de los muchos de aquel verano, el dueño de casa con gran ceremonial, que muy amigo de las buenas formas era, presentóle al grande hombre. Con paso firme el joven compatriota avanzó hasta el sitial que ocupaba el ex presidente, y con orgullo le apretó la mano que éste le tendió. Hay cosas que jamás se olvidan, mucho más si ellas ocurren en los tempranas días de la existencia.

Recuerda Leguía, como si el encuentro se hubiera verificado ayer, la intensidad con que la vista del eminente compatriota conmovió su espíritu. Siendo Pardo un hombre rígido, disciplinado, avasallador, cuya fisonomía imponente no siempre abría el corazón y el ingenio, no fué un sentimiento de expansión, sino uno de muy profundo respeto, lo que la presencia del eminente estadista prodújole en el corazón. Recuerda todavía Leguía que en aquella tarde le vió vestido con levita negra, pantalón obscuro y botines de charol, y que después de hacerle algunas preguntas sobre sus familiares, a los cuales había conocido en el Perú, y sobre sus estudios, con toda solemnidad y como quien pronuncia una sentencia, le dijo: "Joven: es preciso estudiar mucho para ser útil a la Patria."

Cuando se rememora todo esto, hoy que sobre la fecha de 1878 han pasado cincuenta años, y al mirar hacia atrás se contempla todo aquello como algo vago y misterioso que por efecto de la distancia parécenos que no tuviera contacto con lo de ahora, aquel Leguía de sus mocedades antójasenos un espíritu venido de ignotas regiones. Si es así como el corazón siente estas cosas, es de otra manera como la mente aprecia el contacto habido entre el Leguía de ayer y el estadista eminente, ya con toda su historia hecha y en vísperas de ser asesinado. ¡Quién entonces al uno habría de decir que sería por la Providencia el encargado de continuar la obra trunca iniciada en 1871, y al otro, que sus horas estando contadas, sin saberlo, al recomendarle que estudiara mucho para que fuera útil a su Patria, lo estaba iniciando en el propósito de ser su sucesor, y le imponía el mandato de concluir la obra soñada por él, y sólo ahora realizada, en estos siete últimos años de nuestra vida pública! 

Residencia acatada con más honores, y por esos mismos años visitada también por el joven Augusto Bernardino, fué la que ocupaba Monseñor Taforó, prestigioso arzobispo de Santiago. Era el ilustre prelado tío carnal de las señoras Salcedo, y, por lo tanto, tío también del hijo de doña Carmen, y no tanto por los vínculos de sangre como por la profunda simpatía que el joven estudiante parecía haberle inspirado, fué mucha la distinción con que siempre el encumbrado eclesiástico en su casa le trató. Era aquella mansión arzobispal, por esos años de 1878, centro donde se congregaba muy culta y linajuda sociedad.

Pocos hombres públicos en Chile, en su vida de relación, ejercieron la influencia que el ilustre pastor tuvo entre las señoras de la aristocracia. Era algo parecido a la atracción magnética lo que el arzobispo empleaba para allegarse voluntades. Parte principalísima de su personalidad para ejercer tan manifiesta influencia, exteriorizábase en su carácter suave, insinuante siempre predispuesto al perdón y a la caridad. Era alto, delgado, notable por su varonil hermosura. Su sentimentalismo, la elocución y el énfasis declamatorio, tenían que llegar al corazón de sus oyentes, siendo tanto el cariño que las señoras le profesaban, que veían hasta en su borrascosa juventud motivo conducente al realce personal.

Habilísimo como era y siendo maestro en el difícil arte de saber vivir, dióse cuenta de lo que su joven sobrino valía, y con gran empeño propúsose internarlo en el Seminario de Santiago, en su deseo de que siguiera la carrera eclesiástica. «Hay en ti - decíale - fuerza de voluntad para el dominio de los corazones, para penetrar en el campo de las conciencias y para curar los males del alma. No has nacido para que te dominen, sino para dominar, y si te inicias en la carrera eclesiástica, Dios y los hombres te lo agradecerán.»

Caía en el vacío las palabras del amado prelado, no teniendo el sobrino ninguna vocación para ponerse el vestido talar, y pasando así las cosas, el cambio de carrera no se verificó."


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Dávalos y Lissón, Pedro. "Leguía. Contribución al estudio de la historia contemporánea de la América Latina". Barcelona, 1928.

Saludos
Jonatan Saona

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