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27 de diciembre de 2022

Benavides en El Manzano

Arturo Benavides Santos
Arturo Benavides en El Manzano

El 25 de diciembre le correspondió a mi regimiento el servicio de gran guardia. Avanzó como dos kilómetros hasta un punto denominado Manzano; y a mi compañía se la destacó más adelante de avanzada.

Al caer la tarde me ordenaron alistar veinte soldados, dos cabos y un sargento; y acompañados por el capitán-ayudante de semana, avanzamos cinco o seis cuadras más, y durante el camino me dieron instrucciones sobre lo que debía hacer. Me informaron que una caballería enemiga debía pasar por ahí, y que a fin de sorprenderla iban a colocar la tropa que estaba a mis órdenes, de manera de poder cumplir la misión que se me confiaba. Cuando la caballería enemiga se presentase debía dejarla pasar, para que el regimiento se encargara de batirla; y cuando retrocediera huyendo yo debía atacarla, cortarle la retirada y tomar prisioneros. 

Al llegar a cierto paraje que supongo ya habían reconocido, repitió a la tropa las instrucciones que me había dado, agregando que todos íbamos a quedar como centinelas apostados al frente del enemigo. 

La ubicación del puesto avanzado que se me confiaba estaba en cierta parte donde el camino se estrechaba entre dos montículos, que quedaban a ambos lados formando un portezuelo.

Diez soldados, un cabo y el sargento fueron colocados a un lado del camino, y el resto y yo al otro lado. Dando cara a la parte por donde debía venir el enemigo la colocación del ala izquierda era: el sargento a la izquierda y hacia su derecha los diez soldados y el cabo, guardando una distancia entre unos y otros como de cuatro metros; y la del ala derecha, el cabo a la izquierda, los diez soldados a continuación y yo después. Al sargento se le proveyó de un montón de piedrecitas que debía tirar cada cuarto de hora al soldado del lado y éste al siguiente hasta que llegara a mí. Se inventó ese ingenioso medio para reemplazar el grito o canto “centinela alerta”, o el golpe en la cartuchera que entonces se acostumbraba para avisar que los centinelas vigilaban. 

Cuando el ayudante nos dejó acurrucados a ambos lados del camino cerró la noche.

Las dos o tres primeras horas pasaron sin novedad ni grandes molestias.

Las piedrecitas llegaban a mi costado sin interrupción en la forma ordenada, lo que me demostraba que todos estaban despiertos y alertas.

Hacia la media noche los ojos se me cerraban de sueño. Me los restregaba, los mojaba con saliva, pero todo era inútil, el sueño me dominaba. Procuraba pensar en cosas espantables, y me forjaba situaciones horribles por haberme quedado dormido pero no conseguí despabilarme. Las piedrecitas continuaban llegándome, y pensaba que los soldados cumplían mejor que yo su obligación, y me afeaba mi poca voluntad para dominarme, pero el martirio continuaba.

Verdaderamente afligido creyendo que me iba a dormir y que seguramente los soldados también se dormirían, pensaba que seríamos sorprendidos, y que a mí se me seguiría un consejo de guerra y que sería fusilado; y rezaba a la Virgen para que me ahuyentara el sueño, pero éste persistía... 

Recordaba que cuando niño me causaba indignación que los apóstoles se hubieran dormido cuando acompañaban en el huerto a Nuestro Señor, y entonces los compadecía y les pedía que a mi me lo espantaran... y nada... 
¡Me dormí!
¿A la una?... ¿a las dos?... i Quién sabe!

Yo iba formando un montón con las piedrecitas que me llegaban, y cuando desperté conté nueve fuera del montoncito.

¡Había dormido más de dos horas!... 

Hubiera querido brincar, correr o andar, pues estaba como agarrotado... 
Me contenté con incorporarme un poco y hacer ejercicios gimnásticos con los brazos y cabeza; y poniéndome de espaldas con las piernas.

¡Cómo se hubieran reído mis compañeros si me hubieran visto en tan grotesca postura!

Llegó el alba y el enemigo no se presentó... 

A poco se me dio orden de incorporarme a la compañía, y cuando lo efectué, ésta se unió al regimiento.

Dieron café y nos retiramos al campamento de la brigada.

Al día siguiente le correspondió al Curicó hacer el servicio que había hecho el Lautaro el día antes, y al amanecer del 27 sorprendió y batió al regimiento de caballería peruana que se esperaba. El combate fue corto, pero reñido, pues al principio opuso el enemigo enérgica resistencia, creyendo sin duda que se encontraba con una pequeña avanzada; pero cuando se percataron que el que los había sorprendido era un fuerte destacamento y que fue reforzado inmediatamente por un regimiento, se desbandó.

Mi regimiento alcanzó a llegar cuando el Curicó se batía, y momentos después el enemigo emprendió la fuga. 

El segundo jefe del Curicó, comandante Olano, murió en este combate. El enemigo dejó quince a veinte muertos; y casi todos los demás fueron hechos prisioneros. 


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Benavides Santos, Arturo. "Seis años de vacaciones. Recuerdos de la Guerra del Pacífico. 1879-84" Santiago, 1929.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. Inexplicable la decisión del coronel Sevilla de elegir esa ruta para alcanzar las líneas peruanas. Venía en retirada desde la costa de Ica, y había tratado de hostilizar la marcha de la 1a Brigada de la 1a División (Lynch) en su desplazamiento Pisco-Lurín. No hubo exploración antes de avanzar por El Manzano, obviamente, lo que sorprende porque se trataba de un regimiento de caballería. Vale decir, de tropa apta y preparada para ese tipo de misión. Tampoco recogió noticias de los civiles del sector, quienes le hubieran informado de la ubicación de las fuerzas chilenas, instaladas allí desde el 22.12.80. Pudo, asimismo, escoger otra ruta, más al interior, y sortear así las avanzadas enemigas.
    ¿Fatiga? ¿Desidia? La historia no recogió detalles, pero el precio pagado fue alto.

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