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6 de noviembre de 2022

Molina sobre Germania

Firma de Modesto Molina

Modesto Molina sobre el combate de Pampa Germania

Hay aquí una escena de horror que no es ajena a estas "Hojas del proceso".

En la tarde del 18, que nuestro Ejército pasaba cerca de la Oficina "Jermania" presenció un espectáculo conmovedor y que produjo en él una impresión, más grande todavía, si se tiene en cuenta su estado moral, el mal efecto que le produjo la toma de Pisagua y la convicción que reinaba, desde el primero al último soldado, de la ineptitud é incompetencia de los dos principales Jefes del Ejército para conducirlo a la victoria.

El 5 se desprendió desde "Agua Santa" sobre el enemigo una avanzada compuesta de 44 hombres de "Húzares de Junín" y 50 de un escuadrón boliviano. Ambas fuerzas iban mandadas por el Comandante D. José Buenaventura Sepúlveda. La aliada estaba a órdenes del Capitán Manuel María Soto.

La descubierta acampó en una hondonada, con el objeto de hacer tomar un pienso a los caballos y de que descansase la tropa, estropeada por el sol y la marcha. Poco precavido Sepúlveda y confiado en que no podría encontrarse tan cercano el enemigo, se vió víctima de su buena fé.

Alguno de los tantos espías y merodeadores que vagaban por esos campos, avisó, sin duda, a la descubierta chilena el estado y número de nuestro retén, pues se presentaron de repente 40 invasores y trabaron combate con una guerrilla de nuestra jente, que, aunque en un punto bajo y poco favorable para la defensa, logró arrollarlos.

Los chilenos emprendieron la fuga vergonzosamente; pero cuando Sepúlveda y los suyos se preparaban a salir del lugar en que fatalmente se hallaban, se encontraron rodeados por mas de 200 enemigos que se precipitaron, sable en mano, sobre los nuestros, El Capitán Soto fugó a los primeros tiros, con algunos soldados. Los que quedaron a la liza, tanto peruanos como bolivianos, hicieron una resistencia tenaz, heróica, desesperada. La avalancha numerosa de cobardes que cayó sobre ellos, no dio tiempo a nuestros bravos ni aun para volver a cargar sus armas. Allí hubo un combate cuerpo a cuerpo, mano a mano, pecho a pecho. El estado de mutilación y destrozo en que se hallaron los cadáveres, acusa la obra de la infamia y la alevosía. La lucha fué de cinco contra uno, como en Calama, como en Pisagua, como en Mejillones, como en todas partes. Fué un asesinato y una refriega. Los numerosos tajos y golpes que tenían las víctimas, prueban que no las ultimó una sola mano, sino varias, con sables cortantes, afilados intencionalmente, como el corvo. Sepúlveda tenia cinco heridas. Una de ellas le había dividido el cráneo; otra le había cortado una mano. Las demás eran como hechas con un puñal agudo. Así se encontró a los infortunados. Tenientes Clodomiro Puente Arnao, José Loza y Octavio del Mazo. El aspecto que estos y los soldados presentaban, helaba la sangre, sublevando la conciencia. Cayó en ese encuentro un oficial Barron, boliviano, destrozado por el sable.
Esta matanza duró tres horas.

Quedaron en el campo veinticinco hombres, de los que dos eran bolivianos. El asesinato habría sido total, si el miedo no se apodera de esos grandes criminales, Pruébalo así el abandono en que dejaron el campo, horrorizados de su obra y temerosos de que nuestro brazo cayese sobre ellos para castigarlos. Intencionalmente solo dieron sepultura a sus propios muertos. Los nuestros quedaron abandonados donde habían caído, espuestos al sol y a ser pasto de las aves de rapiña. A sus asesinos no los movió ningún sentimiento piadoso de caridad, en favor de esos desamparados que quedaban insepultos. Así es el enemigo: su odio nos niega hasta un puñado de tierra,

Mas de veinte troncos humanos, quedaron como un ejemplo para nuestro Ejército, que lo aprovechó de un modo incontestable en Tarapacá, castigando al que en el campo de batalla es cobarde con el enemigo con quien se bate, y después de la pelea es inhumano con el contrario que asesina traidoramente.

***
En este encuentro, que fué fatal para nosotros, porque perdimos un Jefe y oficiales y soldados valientes, se levanta una escena que merece consignase en estas Hojas porque tiene toda la grandeza del romance heroico.

Entre los soldados que se hallaron en el combate, el moreno Ramírez cayó destrozado por las balas y el sable, en un charco de sangre; pero no había muerto. Antes de fugar, los enemigos pasaron una revista cruel, neroniana por sobre los cadáveres, a los que, para convencerse de que lo eran tales, les clavaban, por todas partes el sable agudo. Llegaron hasta Ramírez y ejercieron sobre él la espantosa prueba. De pies a cabeza lo punzaban una y cien veces para cerciorarse de que aquel era un cadáver insensible; pero Ramírez no hacía el menor movimiento. Parecía yerto. Junto a él había un herido chileno, que, de cuando en cuando, levantaba la cabeza, repetía palabras incoherentes y confusas y lanzaba alaridos lastimeros. Sospechando Ramírez que podía ser visto por ese enemigo y denunciado a los chilenos se volvían a ese sitio, prefirió mantener su actitud inmóvil, ríjida, imitando a la muerte misma, con la que luchaba tan heroicamente, como lo había hecho con sus matadores. Así se mantuvo hasta la noche en que, amparado por sus sombras pudo arrastrarse exánime, casi agonizante, lejos de ese circo romano en que habían sino sacrificado nuestros héroes.

Ese hombre es el protagonista de un drama formidable, y puede contar sufrimientos que valen un siglo, pero que pasaron en un minuto.

El sol contempló al día siguiente a ese infortunado, cuya naturaleza de bronce había tenido fuerza suficiente para sobreponerse a la agonía y al vértigo que presceden al instante supremo.

Cuentan que fue hallado por una buena mujer, la cual le proporcionó agua y cuidados hasta que pudo volverlo a la vida. Allí fueron también heridos el soldado Valladares y el Sarjento Pimentel, a quien se infirieron nueve incisiones: siete de sable en la cabeza y dos a bala.

Ramírez vive, restableciéndose de sus heridas y soñando con que va a volver a la pelea. Cuando esta idea halagadora galvaniza su cuerpo esqueletizado y débil por la sangre, que ha perdido, parece como que se ilumina su rostro de ébano y como que quisiera que el día de la venganza fuese el siguiente al en que él pudiese empuñar su sable de creyente mahometano, para cobrar golpe por golpe y heridas por herida.


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Molina, Modesto. "Hojas del Proceso. Apuntes para un libro de Historia". Arica, 1880.

Saludos
Jonatan Saona

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