Narciso de la Colina |
Narciso de la Colina
Es una de las más altas y simpáticas figuras de la guerra del 79.
De pie, sobre el pretil de un reducto, vestido con el uniforme de coronel de la Reserva, está, el 15 de enero de 1881 un ciudadano joven, simpático, inteligente, probo y laborioso, que manda el batallón No. 6 y dice a los suyos: "¡No haya temor! ¡Sus proyectiles no ofenden! ¡Triunfaremos!" y un momento después, sin agonía, sin lanzar un ¡ay!... cae, fulminado por el plomo del enemigo.
Es el mismo que, algunos meses antes, al regresar del campo de instrucción, condujo a sus oficiales y soldados a una fonda, para refocilarlos a su costa, pues estaban harto cansados y hambrientos por el largo y rudo ejercicio de ese día; y al beber con ellos la copa de estilo, símbolo de fraternidad, les hizo jurar por su honor “que triunfarían con su estandarte o morirían al pie de él”. Había acomodado a los tiempos modernos el antiguo voto de las madres de los Lacedemonios, que iban a la guerra: al darles el escudo, les decían: “o con él, o sobre él."
Narciso de la Colina era buen esposo y buen padre, porque supo ser buen hijo, y, por esto fué buen ciudadano, valeroso soldado, mártir de la patria.
En la carrera diplomática supo distinguirse por sus altas dotes; y, entre otras legaciones, sirvió la de Bélgica y la de Quito, bajo las órdenes del doctor Barrenechea. No obstante, modesto e independiente, la dejó por otra más humilde.
Iquique, la ciudad en que residió por largo tiempo, y en la que se dedicó al comercio, honradamente y con inteligencia no vulgar, le profesaba gran respeto y particular consideración. Allí se hablaba de él como de un modelo de hombría de bien, de austeridad de costumbres y de virtudes cívicas.
Y de ahí se trasladó a Lima para ocupar el arriesgado puesto que le señalaron su patriotismo y el honor.
De virtud espartana, abandonó su encantado hogar, por defender el hogar ajeno y el propio; se arrancó de los tiernos brazos de la esposa y de los hijos por defender, junto con los propios, a las esposas e hijos de sus compatriotas.
El sentimiento patrio, enaltecido por el sentimiento cristiano, hizo de Colina un héroe, un mártir.
Y, con la tranquila resignación de los mártires aguardaba su muerte el 14 de enero, víspera de la batalla de Miraflores. En su tienda de campaña, solo, sereno, y con un crucifijo en las manos, se preparaba a morir como los mártires, orando y contemplando los dolores del Divino Mártir del Gólgota, que murió por la redención de todos.
Al siguiente día, el mártir era un león terrible, que, de un salto, trepaba el pretil de su reducto, y desde allí desafiaba el plomo veloz del enemigo.
Vivió como un modelo de ciudadanos! Se inmoló como un héroe! Combatió como un león! ¡Fué digno de su nombre y de su patria!
Que aquel se recuerde con veneración y gratitud, y ésta sea tan grande como su alma la deseaba.
He ahí los premios que puede apetecer en la tierra Narciso de la Colina. ¡Lo demás, en el cielo!
En este batallón de Colina, se hizo práctica la consigna militar, de sucumbir las dos terceras partes de los combatientes.
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Torres, José Luis. "Catecismo Patriótico, Los mártires". Lima, 1979.
Saludos
Jonatan Saona
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