Ricardo Ortiz de Zevallos y Tagle |
(20 de Febrero de 1844)
Se conmemora el día de hoy, el centenario del nacimiento de un peruano ilustre, don Ricardo Ortiz de Zevallos y Tagle, cuya vida resultó por demás fecunda, en las múltiples actividades que abarcó, ya como diplomático, ya como jurisconsulto y político.
Había nacido en Lima, el 20 de febrero de 1844, como fruto del matrimonio de don Manuel Ortiz de Zevallos y García y de doña Josefa Tagle y Echevarría. Su abolengo ilustre le venía de los marqueses de Tagle, uno de los cuales, el fundador, don José Bernardo de Tagle y Bracho, había alcanzado este privilegio, merced a una disposición otorgada por Felipe V, en 26 de noviembre de 1730. Estos rancios títulos, con el correr de los años y por orden de sucesión hereditaria, pasaron a don Tadeo de Tagle y Bracho, don José Manuel de Tagle Isasaga y don José Bernardo de Tagle y Portocarrero, quien ocupó la Presidencia de la República, desde el 7 de julio de 1823, hasta el 10 de febrero de 1834, en que le fue conferida la suma del poder público al Libertador Bolívar...
Don Ricardo Ortiz de Zevallos que por fallecimiento de sus padres, recibió el mayorazgo, casó con una dama de la mejor sociedad de Lima, doña Carmen Vidaurre y Panizo, hija de don Melchor Vidaurre que fue Vocal de la Corte Suprema, hijo éste a su vez de don Manuel de Lorenzo Vidaurre y Encalada, que fué hijo legítimo de don Antonio de Vidaurre y La Parra, Coronel del regimiento de Saña y General de caballería, y de doña Manuela Catalina Encalada y Mirones, personas ambas de la nobleza del Perú, y con enlaces de las familias más distinguidas de este Reino y las más ilustres y antiguas casas linajudas de España. Don Manuel Lorenzo de Vidaurre, que fue Oidor de la Real Audiencia del Cuzco, por nombramiento obtenido en mérito del decreto de 29 de julio de 1810, era un afamado publicista, comentador del primer código civil y gran orador y jurisconsulto, habiendo sido el primer Presidente de la Excma. Corte Suprema de Justicia del Perú.
Los primeros estudios los realizó don Ricardo Ortiz de Zevallos en el Liceo de Versalles, en cuyas aulas se distinguió, sobresaliendo entre sus demás compañeros, y obteniendo las mejores notas, después de rendir lucidas pruebas. Recibió así una sólida y esmerada educación, siempre bajo la mirada avizora de su padre, quien lo llevaba de continuo para que visitara los grandes centros culturales del viejo mundo, despertando así en el hijo, esa afición por todo lo bello, que se exteriorizó con el correr de los años. Poseía pues don Ricardo Ortiz de Zevallos, y en su mocedad, un apreciable bagaje de cultura, el que puso de manifiesto, cuando de lleno entró a servir en la vida pública.
De regreso de Europa, donde había completado con todo lucimiento sus estudios superiores, se matriculó en la Universidad Mayor de San Marcos, ingresando a la Facultad de Jurisprudencia, en la que obtuvo el título de abogado, el 12 de agosto de 1868, fecha de grata recordación, porque durante ella, y con intervalos de días apenas, recibieron su grado respectivo, quienes después sobresaldrían en el foro, en el periodismo, en la magistratura y en la cátedra. Nos referimos a los doctores Felipe Varela y Valle, Andrés Avelino Aramburú, Federico Panizo, Severino Salcedo, Claudio Ozambela, Juan Francisco Pazos, Emilio A. del Solar, Ramón Ribeyro, Luis Felipe Villarán, Ramón Alzamora y Manuel Cucalón, quienes dejaron huelle indelebles de su paso por los viejos claustros de San Marcos.
Veinticuatro años contaba don Ricardo Ortiz de Zevallos, cuando ingresó a la carrera forense, empezando desde aquella lejana fecha a ejercer su profesión, en el bien acreditado estudio de su padre, en el cual se ventiló más de una causa famosa.
Por herencia le venía esta marcada inclinación por las disciplinas jurídicas. Su abuelo había sido un integérrimo magistrado, y su progenitor, hombre de gran figuración en los estrados judiciales. Don Ricardo Ortiz de Zevallos, había seguido pasa a paso tan enaltecedoras carreras, y con la vocación que sintió por el estudio de las legislaciones peruana y extranjera, y los estudios y comentarios profundos que de los mismos hizo, llegó a convertirse en uno de los más afamados jurisconsultos peruanos de la segunda mitad del siglo XIX. Informes y alegatos luminosos en que resplandecían argumentos, verdaderamente incontrastables, proclaman de consuno la paciencia de este esclarecido varón, orgullo de la ciencia forense. Para coronar su carrera brillante de varios lustros, ingresa a la Corte Suprema en condición de Vocal de este alto cuerpo y elegido por unanimidad su Presidente, dirige y orienta las deliberaciones de sus demás compañeros, eminentes todos, con un tino y sagacidad únicos.
En un rasgo necrológico que apareció en la revista "Actualidad", al darse cuenta de la desaparición del doctor Ortiz de Zevallos, se decía entre otras cosas:
"Su laborioso estudio de abogado fue un magnífico gabinete de acción y de consultas jurídicas ; los estrados del más alto Tribunal del Estado, guardan el eco de sus opiniones y de sus fallos siempre ilustrados, siempre inclinados a rumbos nuevos, siempre inspirados en sentimientos que, siendo eminentemente justos, no excluían ni una tolerancia reflexiva, ni una comparación generosa"...
También fue diplomático y de carrera, el doctor Ortiz de Zevallos. Estudió bien y a conciencia las disciplinas internacionales y siguió muy de cerca los acontecimientos más saltantes, en que intervino el Perú, en el viejo y el nuevo mundo. Su exquisito don de gentes, completaba las bellas cualidades que lo adornaban, destacándolo con todos los atributos del verdadero diplomático. Así fue como desempeñó en Francia la encargaduría de negocios con el carácter de ad honorem; y cuando el gobierno de Piérola, empezó la tarea de la reconstrucción nacional, después de las tremendas jornadas del 17 y 18 de marzo de 1895, el doctor Ortiz de Zevallos, ocupó el portafolio de Relaciones Exteriores, con fecha 30 de noviembre de aquel año, manteniéndolo hasta el 10 de agosto de 1896, en que fue reemplazado por el doctor don Enrique de la Riva - Agüero.
Uno de los acontecimientos más importantes que tuvieron lugar durante la fecunda gestión ministerial del doctor Ortiz de Zevallos, fue la implantación de la misión militar francesa, que por primera vez tuvo a su cargo la reorganización del ejército del Perú, conforme a los métodos y sistemas europeos, imperantes en ese entonces.
La administración pública, cada vez que fue necesario, contó siempre con los servicios inapreciables del doctor Ortiz de Zevallos. Tan destacada personalidad, y dada su sapiencia indiscutible, mereció siempre los honores más altos, que constituyen la verdadera consagración. Como político, estuvo siempre afiliado a las filas del partido demócrata, al que aportó sin reservas el concurso de su talento, permaneciendo siempre leal a su jefe, y destacándose en primera línea en el seno de aquella agrupación. Nunca aceptó las transacciones que él suponía claudicantes y fue partidario acérrimo de la conducta recta y honorable, lejos de los halagos y de las complacencias culpables. Desde este punto de vista, era un hombre circunspecto e inflexible en la más cabal acepción de la palabra. No medró nunca en los cargos elevados que ocupó, y por eso su nombre quedó limpio y sin mácula, en el revuelo torbellino de la política, que mal trató en más de una ocasión, reputaciones consagradas. Senador por Cajamarca, sus iniciativas y dictámenes, marcaron definida orientación. No poseía las cualidades distintivas del gran orador, pero en cambio, escribía bien, sobre los más variados tópicos.
Don Ricardo Ortiz de Zevallos se prodigaba en toda forma, y por eso su labor resultó por demás diversificada. Fue Teniente Alcalde del Concejo Provincial de Lima, diplomático en dos oportunidades, político en otras, miembro distinguido y Decano del Ilustre Colegio de Abogados y Vocal de la Corte Suprema, de la que fue su Presidente, habiendo formado parte de aquel alto Tribunal por catorce años consecutivos desde 1901 hasta 1915.
Hombre de carácter, que había asistido en su niñez y en su mocedad, a las luchas enconadas de las facciones militares, y en las que también había intervenido su propio padre, don Ricardo Ortiz de Zevallos, sentía como en carne propia los dolores de la patria. Era enemigo irreconciliable de las contiendas anárquicas, y cuando llegó la oportunidad de mantener incólume el pabellón de la República frente a la intromisión agresiva extranjera, don Ricardo Ortiz de Zevallos, que apenas contaba veinte y dos años de edad, se alistó en filas y concurrió a las improvisadas baterías del Callao, peleando el 2 de Mayo de 1866; hazaña que después había de repetir cuando en la guerra del Pacífico, organizó el Batallón Universitario N° 18, del que fue su Jefe con el grado de Coronel, concurriendo en condición de tal a la cita de Miraflores, el 15 de enero de 1881, en cuyos reductos dejó su nombre bien puesto, incluido en la categoría de los bravos.
En la vida social, el doctor Ortiz de Zevallos reveló una actividad extraordinaria. Fue primer Presidente del Jockey Club, socio fundador y Presidente del Club de la Unión y del Club Regatas Lima de Chorrillos y Presidente del Club Nacional. Su residencia elegante y aristocrática de la calle de San Pedro, que fue la mansión solariega de sus antepasados, los marqueses de Torre Tagle, vió desfilar por sus regios salones, a lo más selecto de la sociedad de Lima, en aquellas reuniones inolvidables de la segunda mitad del siglo XIX, que registran las viejas crónicas. La exquisitez de sus maneras, hacía del doctor Ortiz de Zevallos, una de las personalidades más simpáticas y atrayentes con que contó la Lima de antaño. A su porte fino y distinguido, unía una vastísima cultura, adquirida y perfeccionada en los viajes que desde niño realizó al viejo mundo. Hombre de reconocida versación artística, se deleitaba clasificando y estudiando los valiosos óleos de su inigualada pinacoteca, una de las más selectas que contempló en sus viajes por América, el afamado pintor y crítico Bernardo María Yeckel.
Pertenecía el doctor Ortiz de Zevallos, y como miembro honorario, a varias instituciones jurídicas extranjeras y estaba condecorado, con las insignias de Isabel la Católica de España y la Legión de Honor de Francia. Su fallecimiento ocurrió el 18 de julio de 1915, fue hondamente lamentado en el Perú y en el viejo y el nuevo mundo, tributándosele en todos los órganos de publicidad, los rendidos homenajes a que evidente mente se hizo acreedor, por su talento indiscutido y sus virtudes nobilísimas.
Lima, febrero de 1944.
Evaristo San Cristóval
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Centenario del nacimiento del Dr. R. Ortiz de Zevallos
(20 de Febrero de 1844 - 20 de Febrero de 1944)
Se cumplen hoy cien años del nacimiento de un peruano ilustre que sirvió a su patria en los más distinguidos campos, haciendo brillar siempre las más altas cualidades del caballero y del patriota y dejando tras su vida una estela de admiración y de cordial simpatía que penetra en el alma aún de aquellos que no lo conocieron personalmente pero que son sensibles a la influencia de los espíritus escogidos. Es grato, por eso recordarlo en fecha tan significativa y rendirle homenaje de justicia que su sencillez natiya jamás hubiera exigido.
Don Ricardo Ortiz de Zevallos y Tagle nació del matrimonio de don Manuel Ortiz de Zevallos y de doña Josefa Tagle el 20 de febrero de 1844 en el Palacio de Torre Tagle, cima de gracia de la arquitectura limeña y solar de sus antepasados los Marqueses de Torre-Tagle. Descendía por la línea paterna de los Ortiz de Zevallos, gente de guerra y de blasones cuyo lema junta el sutilísimo ardid de la estrategia y el bronco arrebato de las luchas medievales: "zevallos para vencellos es ardid de caballeros". Por línea materna descendía del marquesado de Torre-Tagle envuelto en la leyenda de un romance arcaico: "Tagle se llamó quien a la sierpe mató y con la infanta casó". El padre había tenido figuración pública en el gobierno de Castilla en el que desempeñó la cartera de Hacienda en los años 57 y 58. Fue hombre, además, de cultivado espíritu que llegó a formar la más numerosa y selecta colección de cuadros que ha existido en el país, muchos de los cuales todavía constituyen grupos importantes y exornan las casas de sus descendientes. Por línea materna Don Ricardo era nieto de don José Bernardo Tagle y Portocarrero, Marqués de Torre Tagle, figura prócer de nuestra independencia que decidió el éxito de la expedición libertadora de San Martín sumándose a ella mediante la insurrección de Trujillo que por eso recibió el nombre de Departamento de la Libertad.
Don Ricardo era hombre fino y elegante, por las maneras exteriores y por la refinada cultura y el espíritu, y ello tiene explicación, además de la que proporcionan sus antecedentes familiares, por la educación francesa. Fué, en efecto enviado muy joven a Francia y siguió los cursos del Bachillerato en el Liceo de Versalles. El ascua de aquella formación clásica iluminó siempre su inteligencia y se derramó en reflejos y matices haciendo inconfundible su capacidad para las altas disciplinas del Derecho, para el juicio penetrante y equilibrado y para el "sprit" de la conversación. Vuelto al Perú, ingresó como alumno en la Facultad de Jurisprudencia de San Marcos y adquirió, tras brillantes estudios, el título de Abogado, se dedicó entonces a la carrera, ejerciéndola bajo la alta inspiración de su padre, en el mismo estudio, y contrajo matrimonio con doña Carmen Vidaurre y Panizo, mujer de serena y dulce belleza, hija del jurisconsulto don Melchor Vidaurre y nieta del famoso don Manuel Lorenzo de Vidaurre, el primer Presidente de la Corte Suprema de la República y figura preclara de la inteligencia peruana. Tenía para el camino de la ciencia jurídica los más benéficos penales y fué en él, tanto por ésto como por sus condiciones personales, un grato acierto continuar paso a paso su curva ascensional. Adquirió, así, muy pronto reputación de gran abogado con un fondo de versación profesional a la vez que se inmaculada probidad. Por eso culminó su carrera en la Corte Suprema, dentro de los severos requisitos que por entonces el ambiente y la práctica exijan para ser magistrado de tan alto tribunal. Fué miembro de la Corte desde 190 hasta 1915 y ejerció su presidencia dándole a ésta el prestigio de su personalidad y de su carácter. También fué Decano del Colegio de Abogados, elevada situación que por entonces como ahora solo se discierne a quienes alcanzan dentro de la vida profesional categoría de excepción.
No fué don Ricardo Ortiz de Zevallos un político de vocación; pero consciente de su responsabilidad cívica e interesado vivamente en el servicio de su patria, se aproximó a la figura fulgurante de Piérola y fué uno de sus hombres de confianza. Parece extraño este encuentro en la esquina del pueblo del hombre representativo de la democracia y del descendiente de la más rancia nobleza limeña, en sí mismo un aristócrata por la educación y por los gustos; pero tiene su explicación en la grandeza del alma de Ortiz de Zevallos y en la idea que él tenía de su nobleza. Esta no era para avasallar a los demás con irritantes privilegios sino de acuerdo con la tradición de la más pura nobleza castellana, era para distinguirse en empresas abnegadas en el servicio de un ideal. En el momento de ese ideal era la patria en evolución hacia más claros y abiertos horizontes. Ortiz de Zevallos estaba con la patria y con Piérola. En el gobierno de Piérola fué Ministro de Relaciones Exteriores. En la vida pública fué además Senador por el Departamento de Cajamarca, Teniente Alcalde de la Municipalidad de Lima y Encargado de Negocios en Francia.
Ese mismo ferviente patriotismo lo demostró en las dos ocasiones en que el país se encontró envuelto en guerras internacionales durante su vida. Peleó en la batalla del 2 de mayo del Callao. De ella tenía emocionados recuerdos y el justo orgullo de vencedor. Durante la guerra con Chile, debido a su gran prestigio entre la juventud intelectual y a sus condiciones de organizador, formó y comandó el Batallón Universitario que se cubrió de gloria en los campos de la lucha. Debió sentir a la vejez, no obstante los contrastes que sufría su patria, la satisfacción de haberla servido con toda la fuerza de sus brazos.
Hombre de muchas facetas como los diamantes de ley, don Ricardo no solamente brilla con luz propia en los aspectos tan variados que hemos visto , sino además en la vida social. Era personalidad centrípeta de los salones y de los clubes. La vida social es ornamento que culmina gratamente una vida y resulta hasta una virtud si no se comienza por ella como actividad esencial. En don Ricardo era como la sonrisa después del esfuerzo. Luego de la lucha ejemplar en el estudio, en el trabajo, en la meditación, en el servicio de la cosa pública, en el heroísmo del campo de batalla, podía venir y venía hacia él la compañía de hombres y mujeres en las horas dichosas de la reunión social, del deporte, de la charla, del esparcimiento distinguido y amable. Fue por eso el Primer Presidente del Jockey Club de Lima, Presidente del Club Nacional, Presidente del Club de la Unión y Presidente del Club Regatas Lima de Chorrillos. Una vida, en suma, que procede de ilustres confluencias de sangre; pero que no se agota lánguidamente en el recuerdo de aquellas, sino que se enrique ce a sí misma con un estilo propio: el estilo de un gran ciudadano у de un gran caballero.
José Jiménez Borja
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"La Revista del Foro" año XXXI, n° 7-9. Lima, Julio-Setiembre de 1944.
Saludos
Jonatan Saona
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