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10 de junio de 2022

Cañón de Arica

Cañón Voruz traído desde Arica

La Ofrenda de Arica al Héroe

Cuando se hacían los preparativos para las fiestas, con que se celebraría la apoteósis de Bolognesi, erigiéndole un monumento en Lima, el patriota pueblo ariqueño, quiso asociarse a la glorificación de su defensor, y acordó colocar al pie del Monumento, un cañón, el mismo que había lanzado sus proyectiles en la batería del Este, el memorable 7 de Junio. Aunque el pueblo de Arica, cumplió sus deseos de enviar el cañón, no se realizó el propósito significativo, de ponerlo en el lugar acordado, por las causales, que se refieren en el artículo publicado en EL COMERCIO de Lima, el 9 de Agosto de1912. Los autores que ejecutaron tan estupenda hazaña, muestran a las claras, que han recibido el legado de heroísmo, de los que sucumbieron en su sagrado suelo, y tal vez sean algunos de ellos, soldados del mismo Bolognesi, sobrevivientes de la hecatombe.

He aquí el artículo:

Una reliquia de la guerra con Chile

Era una luminosa tarde de Setiembre. El silbato de la viejísima locomotora anunciaba su despedida y el tren de pasajeros salía de Arica a Tacna. El rodar lento y pesado del convoy, producía un ronco ruido, formando contraste con el armonioso rumor de las aguas del mar; la espesa columna de humo de la máquina se doblegaba impelida por el recio viento, para caer como sútil gasa, sobre las copas de los higueros, álamos, cucardas, y plátanos de las chimbas, huertas ariqueñas.

Varios habitantes que han despedido a sus parientes y amigos, en el anden de la estación, vuelven a sus hogares y oficinas; algunos peruanos se dirigen precipitadamente al local del «Club Arica», sito en la calle de Arias.

El Club de Arica era entonces un modesto hogar social, donde los peruanos comentábamos las noticias que cada correo del norte nos llevaba de la patria libre; donde agasajábamos a los compatriotas, que solían pasar por nuestra playa cautiva, en sus peregrinaciones políticas, científicas, literarias o artísticas a través de América y Europa; donde fraternizábamos, en fin, con los extranjeros que nos expresaban sinceramente su amor al Perú.

Tomamos asiento al rededor de la mesa de lectura de la biblioteca, unos diez y ocho peruanos, cerrando antes las puertas para evitar impertinentes contertulios. Es el año de 1905. Los ariqueños deben mandar una corona, para que sea colocada en el monumento que la gratitud nacional va a levantar al héroe del Morro, Bolognesi, en una de las plazas de Lima. ¿Ha de ser de bronce esa corona o de flores naturales? Alguien propone que se envíe uno de los dos cañones destrozados, que aun quedan en el legendario Morro.

La idea es sublime, el objeto grandioso; empero su ejecución es peligrosa, atrevida; la empresa es audaz... instantáneamente, todos los corazones palpitan con violencia, se cruzan las miradas fulgurantes entre los asistentes .... ¿No son todos peruanos? ¿No son moradores de esa tierra, regada con la sangre de los mártires de la epopeya más grande que ha presenciado el siglo 19? ¿No hay entre ellos algunos que midieron sus armas con ese enemigo, que hoy tiraniza las provincias en rehenes? ¿No hemos escuchado el sublime eco de la magna respuesta, que para morir por la patria no cabe discusión y que se quema el último cartucho?.... Pues sin añadir palabra, se encomienda la ejecución del propósito estupendo, a uno de los asistentes. Que busque su gente y que todos lo ayuden. Se acordó el texto de la inscripción que en placa de metal debía llevar el cañón, colocado al pie del monumento: «Este cañón que los ariqueños obsequian a la patria, fué el que en 7 de Junio de 1880 vomitó el primer plomo contra el enemigo invasor. Noviembre 1905» El silencio debía sellar todos los labios el secreto guardar lo acordado, hasta que tenga éxito la empresa.

El cañón elegido fue el que se encontraba en la batería del Este, llamada La Ciudadela; elección muy feliz, porque así se podía burlar más fácilmente la vigilancia de la autoridad chilena y porque esa batería fué la primera asaltada por el enemigo del 79 en la madrugada del 7 de junio de 1880. El cañón estaba roto en la recámara y boca. Cañón francés de J. Voruz- Nantes 1864.

El 15 de setiembre de 1905, a las 10 de la noche, el que hacía de jefe de la dificil operación tomó juramento de guardar secreto estricto de lo que debía hacerse a catorce ariqueños, muchachos valientes,abnegados, patriotas. Algún día la historia nacional escribirá sus nombres, en una de sus mejores páginas.

Desde la batería del Este hay que conducir el cañón hasta los cerros altos, fronterizos de la playa de la Lisera, pequeña ensenada al Sur del Morro. La distancia es de dos kilómetros, más o menos, y la recámara del cañón pesa cerca de tres toneladas.(1) Los días son peligrosos, porque son los de las fiestas patrias chilenas y en todas partes hay más movimiento que de costumbre; el terreno es quebrado y arenoso y la reliquia histórica por su forma y su peso es completamente incómoda para ser conducida en hombros. Ninguna dificultad detiene a los peruanos que han jurado realizar la empresa, renunciando a su tranquilidad y tal vez a su vida, en amorosa ofrenda a la patria.

Los catorce juramentados, el jefe y otro peruano más, salían de la ciudad por diversos caminos al lugar designado, a las 10 de cada noche, para volver a sus casas a las 3 de la mañana, después de ruda e incesante lábor y ésto durante once noches consecutivas. Cada operación nocturna se reducía a rodar la pieza en la extensión posible y a borrar los rastros y vestigios que pudieran servir acaso de acusadores del audaz intento.

Solo las brillantes estrellas, parpadeando en el vasto y profundo cielo ariqueño, eran testigos mudos y sonrientes de esta faena patriótica. Las almas de los héroes, que sin duda vagan en esas silenciosas y áridas cumbres acariciarían a esos muchachos, recogiendo en copas de oro, las perlas desgranadas de las sudorosas frentes !!!

La última noche los operarios tienen la playa de la Lisera a 150 metros bajo sus plantas. La brisa matinal refresca sus calenturientas cabezas y desahoga sus jadeantes pechos. Ea, muchachos; recoged vuestros bríos, es el postrer empuje! El cañón es despeñado y abismado; el ensordecedor y horrendo ruido que hace estallar, saltando de risco en risco , compite con el bramido del trueno en una deshecha e impetuosa tempestad: momentos después se recuesta en el blando lecho de las arenosas orillas del mar.
Allí quedó oculto enterrado pocos días hasta que pudiera ser embarcado.

La comisión se había puesto al habla con el capitán de la barca noruega "Colonna" Mr. G. Bickeland, para conducir esa preciosa carga al puerto del Callao, manifestándole el fin patriótico que había inspirado a los ariqueños. El culto capitán comprendiendo la belleza del propósito, aceptó entusiastamente el encargo, dando toda clase de facilidades y armando algunos aparatos necesarios para el embarque.

¿Cómo se llevará el cañón desde la playa al costado de la nave, para depositarlo en sus bodegas? En esa playa no hay muelle, el mar está descubierto y generalmente agitado, la vigilancia de las autoridades marítimas es permanente, para evitar contrabandos y cuidar las mercaderías contra los ladrones. Dos buques de guerra chilenos, «Linch» y «Cockrane» están de estación y fondeados al lado de estribor de la barca «Colonna». Los comisionados se aprovecharon de una circunstancia propicia.

Una de esas noches una lancha hacía lastre en la Lisera para la barca citada; y los mismos peruanos que allí habían dejado el cañón, emprendieron la más arrojada y estupenda de las labores, que hay que realizar para embarcarlo en la lancha. Mejor es imajinar los esfuerzos de esos patriotas, que pretender describirlos! La atrevida operación se ha ejecutado, sin inspirar sospechas; la lancha portadora del cañón, cubierto con el lastre de arena atraviesa la bahía y tranquilamente deja su carga en las bodegas del "Colonna".

Si las marinerías de los buques de guerra chilenos hubieran sabido que pasaba tan cerca esa preciosa reliquia, habrían formado sobre el puente de sus respectivas, naves, para rendir honores a ese destrozado bronce, que llegó a estallar en su incesante tarea de sembrar la muerte en las numerosas huestes asaltantes del 7 de junio!

En la tarde que zarpó de Arica el "Colonna" su distinguido capitán tuvo la gentileza de invitar un lunch a varios caballeros peruanos y a un cónsul extranjero. Estos invitados salieron a bordo de la barca noruega hasta cinco millas del puerto y de allí volvieron en una pequeña embarcación, deseando buen viaje al capitán y satisfechos de haber cumplido su deber de patriotas y de valientes. Era el 2 de Octubre de 1905.

El 9 de Octubre de ese año a las 2 de la tarde fueron embarcados por el muelle fiscal, en un vapor de la compañía inglesa la boca del cañón y dos proyectiles pertenecientes al mismo.

Desgraciadamente no se pudo cumplir el deseo del pueblo ariqueño, de que ese cañón se exhibiera al pie del monumento de Bolognesi inaugurado en Lima en noviembre. La causa de este contratiempo deplorable voy a consignarla.

Un telegrama a los diarios de Tacna, anunciando haber llegado a Lima un cañón del Morro, enviado desde Arica produjo sensación e inquietud a las autoridades chilenizadoras de las provincias cautivas. El intendente don Máximo R. Lira, dirigió un oficio al Gobernador de Arica, D. Luis Arteaga, ordenándole iniciar el juicio criminal respectivo, sobre el robo realizado en las fortalezas de Arica. El juez de crimen D. Alejandro Fuenzalida, empezó las investigaciones, haciendo comparecer mucha gente de mar y muelle, sin resultado alguno.

¿Como podían considerar las autoridades chilenas que la sustracción de ese cañón era un robo, cuando el Gobierno chileno había vendido como hierro viejo todos los cañones que quedaron inservibles sobre el Morro? El comerciante abandonó dos cañones que le pertenecían, uno de los cuales los peruanos quisieron conservarlo con los honores merecidos y lo mandaron a Lima. Este cañón era, pues res nullius. Así lo manifestó en esas circunstancias el periódico peruano «El Morro de Arica».

Para evitar persecusiones inmotivadas, se dió aviso a Lima con el fin de que el cañón se entregara al museo histórico, mientras llegase la ocasión de colocarlo en el lugar acordado, según los nobles deseos de los donantes ariqueños.

Parece que las investigaciones judiciales continuaron, porque dos años después, el gobernador del departamento, don Luis Arteaga, oficiaba al gobernador marítimo, don Agustin Zelaya haciéndolo responsable de la sustracción de ese cañón. Pero, ¿en que forma hubiera podido vigilar este funcionario, para que no desapareciera tan famoso cañón? ......

A fines de marzo de 1911, en «La Mañana» de Santiago se escribía lo siguiente: "Había en el Morro de Arica un cañón que tenía espléndido valor histórico; pues en torno de él se habían agrupado para hacer la última defensa ante la ola devastadora de la infantería chilena, el Coronel Bolognesi y sus oficiales. Pues bien, ese cañón que podía considerarse como el templo sagrado de un patriotismo herido, desapareció una noche hace pocos años, de su polvorienta cureña del Morro. Y está hoy en el Museo Militar de Lima».

«El Mercurio», primer diario de Santiago, contradecía a «La Mañana» en un artículo que puede servir de complemento a la presente relación y del que escogemos algunos párrafos: Tal robo (del cañón) es absurdo, es materialmente imposible, por que exigiría trabajo de mucha gente, durante varios días, con esfuerzos extraordinarios por el peso del cañón y por los obstáculos que opone la naturaleza del terreno de todos conocido. Para realizar semejante hazaña se habría necesitado ponerse de acuerdo con las autoridades de Arica y con todo el vecindario y aun comprometer a todo el mundo para que guardara absoluto sigilo acerca de la laboriosa operación. Esto es imposible, -añade- porque demandaría mucho tiempo, trabajo de diez o quince hombres, empleo de cuerdas, poleas y otras máquinas, largas horas y acaso varios días de complicada labor, larchas de primer orden para el embarque, ruidosas operaciones en tierra y en el mar»...

El que esto escribe, rinde entusiasmado un solemne homenaje de admiración a los actores de este bello y sublime episodio de la era del cautiverio ariqueño. Beta
Lima, 28 de julio de 1912.


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(1) En el cuartel de artillería de esta capital, a solicitud del autor de esta relación, se ha calculado el peso de la recámara del cañón y ha dado 2591 kilos.


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Berroa, Vitaliano. "La Epopeya de Arica". Lima, 1916.

Saludos
Jonatan Saona

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