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30 de mayo de 2022

Carlos A. Belaunde

C.A. Belaunde (según familysearch.org)
Carlos Fortunato Agustín Belaunde Magariños

Nació en Tacna el 2 de marzo de 1848, hijo de don Juan Fortunato Belaunde y de doña M. Carmen Magariños.

Se dedicó al comercio.
Casó el 3 de octubre de 1867 en Tacna con la señorita María Encarnación Albarracín, teniendo descendencia.

Se estableció temporalmente en Bolivia, donde el 28 de marzo de 1875 bautizó a su hijo Nicolás Agustín y el padrino fue Nicolás de Piérola.

En 1880 era Coronel de Guardias Nacionales y 1° Jefe del batallón "Cazadores de Piérola", acantonados en Arica.

Sobre su participación en la guerra, tomaré lo escrito por Gerardo Vargas Hurtado en su libro: "La Batalla de Arica, 7 de junio de 1880". Lima, 1921.

"Nota discordante en el Consejo de guerra. —El jefe del “Cazadores de Piérola” deserta en presencia del enemigo. 
Como sucedió en las filas sitiadoras, también hubo nota discordante en las nuestras en la junta de guerra que acabamos de historiar; pero nosotros, siguiendo consejo de un militar amigo y codepartamentano, hemos estado a punto de no consignarla en esta páginas, para no amenguar la solemnidad y trascendencia del acuerdo que adoptó la junta precitada, en la que todos opinaron como el coronel Bolognesi, menos uno, acaso, por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se adueñó de su sér, ya que se trataba de un jefe improvisado elevado a la categoría de tal, con mando de cuerpo, por el favoritismo político. Nos resistimos a estampar su nombre, pero nos manda imperativamente hacerlo nuestro deber de escritores verídicos y el hecho de que tampoco faltaron jefes cobardes en las filas chilenas, dos de los cuales se resistieron a asaltar las baterías peruanas. Estos militares chilenos fueron don Ricardo Castro y don Luis José Ortiz.

El jefe peruano que discrepó de la opinión de sus compañeros de armas, fué el coronel de guardias nacionales Agustín Belaúnde, jefe del batallón “Cazadores de Piérola”, formado casi en su totalidad de gente colecticia tacneña. En el consejo de guerra este individuo fundó su voto en favor de la capitulación, alegando que, habiéndose perdido toda esperanza de auxilio, sea de Leyva, o de Montero, era pueril creer que las escasas tropas de que se disponía, fueran capaces de contener el empuje de las orgullosas legiones invasoras; que no era acción de cobardes capitular ante enemigo tres o cuatro veces superior en número, haciendo antes “tabla raza” de Arica y sus fortificaciones; finalmente que no hacerlo así, era sacrificar, a sabiendas, tanta juventud en flor; era llevarla al matadero.

Es de suponer la indignación que causaría a los presentes tales declaraciones; todos protestaron de ellas, atribuyéndolas a cobardía. Fué está, en efecto, nota triste, discordante, en momento tan solemnes, en que la imagen bendita de la patria flotaba en la amplia sala, ensangrentada, envuelta en los pliegues vaporosos de nuestra bicolor enseña, clamando venganza por las ofensas que el enemigo acababa de inferirle en el Campo de la Alianza.

Pero Belaunde no paró ahí; al saber que, por razones de orden disciplinario se había decretado su arresto, a bordo del monitor “Manco Cápac”, no esperó la notificación del caso: desertó de su cuerpo en circunstancias que el enemigo asediaba la plaza.

Cuando el oficial encargado de notificarle el arresto se constituyó en el cuartel del “Piérola”, Belaúnde ya había consumado su acto indigno y vil; hacía rato que se hallaba de fuga, camino de Arequipa, dándose trazas para no caer en poder del enemigo, que a la sazón merodeaba por los alrededores de Arica. Esto sucedía en 1° de junio.
          
Belaúnde a punto de ser pasado por las armas.
Cuando aquél huía desatentado del teatro de su hazaña a esconder la vergüenza de su acción, la justicia estuvo a punto de caer inexorable sobre él. Sin pensarlo se encontró en el camino a Tarata con el prefecto de Tacna, doctor Pedro Alejandrino del Solar, que se dirigía a Arequipa, después de la derrota del Campo de la Alianza.

Belaúnde no pudo disimular la contrariedad y el temor que experimentó por tan inesperado encuentro. I como no pudiera justificar su presencia en ese sitio, ni dar noticias concretas de la guarnición de Arica, hizo sospechar que había desertado de las filas de Bolognesi; por lo que el doctor del Solar lo redujo a prisión, salvando milagrosamente de ser fusilado por no haberse encontrado en esos momentos oficiales de alta graduación para formar consejo de guerra.

Las patriotas placeras tacneñas castigan al desertor.
Dos o tres años después de la ocupación de Tacna por las armas de Chile, Belaúnde regresaba de La Paz (Bolivia) a la primera de las ciudades citadas. Un buen día se le antojó visitar la plaza del mercado; pero nunca lamentará lo bastante la hora en que tal hiciera. Lluvia de coles, cebollas, patatas, etc., arrojaron sobre él las patriotas placeras tacneñas, la mayor parte de las cuales lloraba la pérdida de un deudo o amigo suyo muerto en el combate de Arica.

Así castigaron la cobarde acción del que desertó de las filas que comandaba, en circunstancias que el enemigo de la patria se hallaba al alcance de los cañones del puerto.

Belaúnde diputado al Congreso.
El dictador Piérola pagó con creces a Belaúnde— a quien estaba ligado por los vínculos del compadrazgo— los servicios políticos que le prestara en sus pasadas revoluciones.

Olvidó el agitado caudillo demócrata que este mal peruano llevaba en su frente el “inri” infamante de cobarde y desertor; y haciendo escarnio de la vindicta pública, que a gritos reclamaba el castigo del réprobo, le prestó eficaz apoyo en su gobierno (1896), a efecto de que fuera elegido—como lo fue—diputado al congreso por la provincia de Tayacaja no obstante haber protestado de ello los representantes, parlamentarios por Tacna libre, distinguiéndose entre éstos por la vehemencia y calor con que trató el punto, el probo y patriota tacneño señor Modesto Basadre..."


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Vargas Hurtado, Gerardo. "La Batalla de Arica, 7 de junio de 1880". Lima, 1921.
La fotografía es de familysearch.org publicada por algún descendiente.

Saludos
Jonatan Saona

1 comentario:

  1. La dura aseveración del escritor Vargas Hurtado en su libro de 1921 sobre los comandantes chilenos Ortiz y Castro tiene, por desgracia, fundamentos serios. El escritor Nicanor Molinare (veterano, asimismo, de la GDP) acusa a ambos derechamente de cobardía y abandono de deberes militares frente al enemigo en el capítulo dedicado al asalto y toma de Arica, en su obra sobre hechos de armas en esa guerra. Y está luego el hecho incontestable de que ambos fueron separados - después del 07.06.80 - de los mandos de sus respectivas unidades (RI N° 1 Buin y RI N° 3) y enviados a Santiago a disposición del gobierno. "Discretamente", como concepto, pero nadie en las filas del ECH dejó de enterarse del asunto. Fueron reemplazados por oficiales jefes que cumplieron, en la siguiente campaña de Lima, y tal como se esperaba de ellos, con guiar directamente a sus regimientos hacia el enemigo en las trincheras y reductos de San Juan y Miraflores.

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