Piérola Dictador
I
Cuando en Lima i el Callao se tuvo por cierto que el viaje del presidente Prado no había sido, como por todos al principio se creyera, una visita a la dársena o a los buques de guerra anclados en la bahía sino una fuga al estranjero, toda la jente de aquellas impresionables i sobrescitadas ciudades, se echó a la calle i se entregó a una especie de rabioso frenesí. Sobrábales para ello justicia, porque la deserción comenzaba esta vez por donde generalmente termina, por los caudillos, que son la última esperanza de las muchedumbres.
No había nadie que no comprendiera el culpable e ignominioso significado de aquel acto: tan fino i acerado es el criterio del pueblo aun en los tumultos. I de esta manera no menos de diez mil almas penetraron de tropel en la plaza mayor de la capital, profiriendo maldiciones contra los huían i contra los que se quedaban, en la noche del 18 de noviembre, día de la fuga.
II
Un pelotón de descontentos se apoderó, como era ya costumbre en los días de emoción popular en Lima, del campanario de la Catedral i comenzó el toque de arrebato, mientras que grupos enfurecidos recorrían las calles de la población en demanda de los cuarteles o de las mansiones de los hombres que, como don Nicolás de Piérola, no habían perdido todavía del todo su prestijio. Si no hubiera sido tan viva aquella noche la imájen atróz de los hermanos Gutiérrez, hubiese creído el espectador estranjero transportado a las plazas i calles de Nápoles en los días de Masanielo.
“Campanas a vuelo (decía un diario de localidad a la siguiente mañana, describiendo la borrasca de la noche precedente)
Llamada del pueblo i fuerza sobre las armas.
Principió el laberinto.
Cada cual comentaba el suceso como mejor lo comprendía.
Los ministros de la guerra i gobierno, seguidos de la escolta respectiva, recorrieron las calles principales, escuchando al paso gritos contra sus personas i esclamaciones de indignación.
¡Abajo los traidores!
¡Mueran los chilenos de palacio!
¡Viva el pueblo!
¡Viva don Nicolás de Piérola!
¡Abajo La Cotera!
¡Abajo los ministros inútiles!
¡Fuera maulas!
¡Abajo los bandidos!
Tal gritaba la multitud.
Un coche lleno de jente del pueblo recorrió algunas calles gritando: ¡Viva Piérola, abajo los traidores!
A las nueve de la noche, a la cabeza del batallón Callao, entró el señor ministro de la guerra a la plaza de Armas, por la calle de Bodegones.
La multitud compacta ocupaba las veredas de dicha calle i se agolpaba en la plaza.
Los gritos contra el jeneral La Cotera no cesaban, éste metió espuelas a su caballo i trató de abrirse paso con violencia.
Sea efecto de la aglomeración de jente, sea el empuje del caballo, lo cierto es que dos mujeres rodaron por el suelo i el jeneral, subiendo por las gradas del átrio de la Catedral, se colocó en la esplanada de éste.
El batallón Callao se encaminó a palacio i la policía comenzó a hacer despejar la plaza. Fuerza de caballería arrolló al pueblo.
Una gran multitud se había encaminado entre tanto hasta cerca del cuartel donde está el batallón de don Nicolás Piérola, pronunciando los unísonos gritos que ya hemos mencionado”.
III
El doctor Piérola era evidentemente el hombre de la situación, de la esperanza i del tumulto, era el piloto aclamado en la borrasca, era el Masanielo de la insurrección popular ya irreprimible.
Pero, fuera que el oro de los Dreyfus no hubiera desempeñado todavía el importante rol que se le ha atribuido; fuera temor a las fuertes adhesiones que el jeneral La Cotera conservaba todavía en la porción más sólida del ejército de Lima, como el batallón de línea Callao, la artillería i los rejimientos de caballería que custodiaban la plaza; fuera en fin, que el golpe definitivo de la dictadura no estuviese todavía del todo maduro i concertado, aquella situación intermedia entre dos caos, indefinida i tenebrosa, se prolongó todavía durante tres días, manteniéndose firme sobre el arzón de su silla de batalla el jeneral La Cotera, acusado por el pueblo de usurpador como los Gutiérrez.
En la noche del 19, al renovarse los tumultos, la caballería cargó al pueblo en la calle de Judíos i hubo varios heridos. Pero a su vez el émulo del ministro en el conflicto, más resuelto o más afortunado, logró darle el postrer asalto en la tarde del 21 de noviembre en que inició sobre las ruinas humeantes de la patria en agonía su audaz i egoísta dictadura.
Ese hecho trascendental sucedió de esta manera.
IV.
Contaba por seguro el coronel Piérola para intentar un golpe de mano, con el batallón que el mismo mandaba con el nombre de Guardia peruana, fuerte de 600 plazas, con el batallón Cajamarca que había traído a Lima desde sus ásperas serranías su entusiasta adepto el coronel cajamarqueño don Miguel Iglesias, hombre de corazón i de hígados, i con el cuerpo de Artesanos de Ica que comandaba el conocido i turbulento coronel don Pablo Arguedas, el mismo renombrado cabeza de motín en el atropello del Congreso nacional, bajo Castilla, en 1858.
Tenía esta tropa por cuartel el edificio acasamatado que en Lima llaman hoi de Carceletas i que sirvió en otros tiempos, en un costado de la estrecha plaza de su propio nombre (hoi de Bolivar) a la guarda i suplicio de los penitenciados de la Inquisición. Era ese sitio por consiguiente un lugar fuerte, aparente para una resistencia tenaz i distante del palacio en línea recta solo tres cuadras, al Oriente.
V.
Fuera plan preconcebido del comandante Arguedas, hombre conocidamente bravo, fuera denuncio, fuera, recelo i desconfianza del ministro de la guerra, que se mantenía en el palacio custodiado por el fiel batallón Callao, mandó el jeneral La Cotera a las dos de la tarde del domingo 21 de noviembre una orden a aquel iracundo jefe para que enviase a la plaza dos compañías armadas. Contestó el comandante Arguedas negándose a cumplir semejante mandato porque, a su decir, su tropa carecía de fornituras.
Irritado más vivamente por esta respuesta burlesca, el ministro de la guerra despachó un ayudante con orden perentoria para que el jefe que así evadía el cumplimiento de su deber, se presentase inmediatamente en palacio a dar cuenta de su conducta i de su audacia.
Opuso el comandante Arguedas, resuelto ya a claras luces a la rebelión, una nueva negativa dando esta vez por escusa su salud.
I rotas así juntamente la valla de la disciplina i la cólera mal reprimida del ministro, sin ser ya más dueño de aguardar, echó mano de los cuerpos que conceptuaba más fieles, los hizo tomar las armas i rodear el cuartel del batallón sublevado.
Eran las cinco de la tarde.
VI.
Circunvalaban en efecto a esas horas el edificio de Carceletas, situado según dijimos en uno de los costados de la plaza de Bolivar i frente a frente de la estatua del Libertador, los batallones Paucarpata, Guardia de Honor i Guardia civil, con una batería abocada desde la calle lateral de Juan de la Coba i toda la caballería de la guarnición de Lima puesta sobre las armas i en son de combate.
Sin más intimidación que su orden de batalla rompieron el fuego sobre los amotinados las tropas del gobierno a las cinco i media de la tarde, cuando el sol del estío hallábase todavía apartado de su ocaso, i así en la plena luz de un día festivo, un pueblo que había sido recientemente vencido en tierra i en el mar, ofrecía el bárbaro espectáculo de la matanza recíproca por la disputa del poder en una hora de codicia i desesperación.
VII.
Cerca de dos horas duró ese cruel encuentro fraticida, i no ménos de cuarenta muertos i cien heridos ensangrentaron aquel mismo pavimento que antes había calcinado la hoguera en la ciudad maldita.
Doscientos mil tiros de rifle i cuarenta i dos disparos de cañón, fueron hechos durante el combate, cayendo mortalmente herido en el choque cuerpo a cuerpo el comandante Moreno, segundo jefe del batallón Paucarpata, i de menos gravedad los tenientes coroneles Naola, Pio, Castillo i Grados i varios oficiales subalternos.
VIII.
Las fuerzas que obedecían al impetuoso ministro de la guerra no habían logrado, sin embargo, apesar de tantas pérdidas, desalojar la valerosa tropa del comandante Arguedas que hacia fuego parapetada tras de las bóvedas redondas de Carceletas; i después de hora i media de nutrido tiroteo, hubieron de replegarse aquéllas un tanto desmoralizadas, sino vencidas, a la plaza i al palacio. El batallón Guarochiri, había entrado también por compañías al fuego de refuerzo, pero no logrando ventajas se retiró junto con los otros.
IX.
A las 7 de la noche el batallón Ica cantaba en consecuencia victoria en su reducto casi inespugnable. Sus bajas consistían en quince heridos i seis muertos que quedaron tirados sobre las azoteas a ha inclemencia de la noche.
Mas a esa altura de la contienda empeñada, el comandante Arguedas no estaba ya solo. El doctor Piérola había sacado su batallón a la calle i marchaba resueltamente hacia la plaza i el palacio, llevando sus soldados sus mantas de bayeta atadas al cinto, manera de pelear de los indios del Perú.
En su camino la Guardia Peruana, encontró de paso al indeciso batallón Izcuchaca, i sin vacilar le atacó dispersándolo a los pocos tiros.
X.
Alentado con esta ventaja, Piérola corrió a paso de trote hacia la plaza i ocupó sin resistencia los dos portales que por sus costados del sur i del poniente la rodean. Era ésa una posición fuerte para tropa de infantería por cuanto los arcos de aquellos edificios encubren a los que hacen fuego.
Mostró en tal ocasión notoria valentía personal el coronel Piérola, porque sabía que el palacio estaba guarnecido con fuerza veterana (el batallón Callao) i ocupadas las azoteas i hasta las torres de la Catedral, en torno de la plaza, con varios batallones. La caballería, i especialmente los Lanceros de Torata al mando del después famoso coronel Zamudio, defensor de Pisco, circundaba además aquel recinto i le ponía sitio.
El coronel Piérola, solo con su batallón, rompió no obstante el fuego con indisputable bravura, i mantuvo allí un combate desventajoso por más de media hora contra el grueso de las tropas de La Cotera. La caballería misma lo acometió lanza en ristre, pero hubo de retirarse la última dejando diez o doce caballos muertos en el sitio.
XI.
Con todo esto, sintiéndose sin apoyo, porque el coronel Arguedas demoraba en salir de su fuerte posición, acordóse el coronel Piérola que el batallón Cajamarca guarnecía al Callao i que allí tenía mayores connivencias en la artillería i otros cuerpos.
En esta virtud, sin sentirse derrotado i solo como medida estratéjica, retiróse hácia las 10 de la noche a la plaza de la Esposición, i habiéndosele unido en aquel sitio una hora después el batallón Ica i varias turbas armadas, emprendió a media noche el caudillo sublevado su marcha hacia el Callao por la ancha carretera que comunica la capital i el puerto.
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Vicuña Mackenna, Benjamín. "Historia de la campaña de Tacna y Arica, 1879-1880" Santiago, 1881.
Saludos
Jonatan Saona
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