Es el 22 de Noviembre de 1883. El sol caldea la quebrada de Yarabamba y Quequeña. Ella es alegre, de campiña fecunda, pródiga en rubias mieses, rebozantes del grano bendecido. Está cortada por un río de frescas aguas cuyas líneas caprichosas semejan una "franja de plata bruñida". Al costado, allá en el fondo del cerro, existe una casucha de vulgar arquitectura y, á la puerta y en las tardes, sombreándose los labriegos, apagando la sed con el clásico licor de nuestra tierra, bajo una rústica ramada, sostenida por torcidos maderos. Tal vivienda es la picantería de "El Mollecito" y su propietaria Da. Juana Rivera.
Hasta allí fué á dar el oficial del Destacamento residente en el enviado pueblo de Quequeña, enviado días antes por el Crl. José Velásquez, Comandante en Jefe de la División chilena que ocupaba Arequipa. La misión de este soldado fué la de recoger las armas y municiones que poseía el batallón peruano Pocsi, fuerte de setecientas plazas, formado por los habitantes del distrito que daba el nombre al batallón y por los de los pueblos de Yarabamba, Quequeña, Polobaya y Sogay.
Aquel hubiera llenado cumplidamente su cometido á no encontrarse con una rubia, de amplias caderas, crenchas de oro, contrastando con unos ojos más negros que la conciencia del jayán araucano que la requebraba, enamorado repentinamente hasta lo más profundo del alma, según el decía. La mujer y la chicha servían de regocijo al oficial, y unos labriegos, entre ellos Florencio Barreda, censuraban acremente y en voz alta la conducta reprensible de la moza que con visible desenfado, flirteaba con un enemigo de la patria. Sus recriminaciones llegaron á oídos del soldado que enfurecido provocó una reyerta, la cual tomó escandalosas proporciones. Los puñetazos menudeaban y las interjecciones soeces aderezaron el entredicho, hasta que Barreda previendo funestas consecuencias optó por el camino de ausentarse en dirección de su casa, haciéndose siempre lenguas contra el ejército de a más muertas que lo festejaban con sus plantas el suelo de esta noble y mansa tierra.
A poco de cruzar Barreda la calle de Yarabamba, encontróse con su hermano Nicanor Rodriguez y con Mariano Linares. Siguieron caminando los tres hasta llegar á la entrada de la hermosa Alameda que parte de este lugar con dirección á Quequeña, cuando vieron que un soldado del piquete chileno intentaba raptar á una mujer demente llamada Rudecinda Zamudio, que aún existe, la cual se resistía desesperadamente, pues notorios eran los instintos malévolos de ese fauno salvaje. Barreda y su compañero como todo peruano digno, no pudieron soportar con indolencia extorciones de tal naturaleza y terciaron en el asunto con calor, aumentado aún, luego que Linares reconoció en el soldado al ladrón que el día antes le había robado su reloj, en despoblado, ó sea en el camino solitario que conduce de Pocsi á Quequeña. La lucha fué recia y hubiera corrido sangre, porque el chileno armado de una carabina Pibode iba á disparar, cuando Linares, certero, se la arrebató, administrándole sendas bofetadas y recios puñetazos que le tundieron las costillas y le dejaron tan mal parado como al célebre Hidalgo Manchego, después que los yangueses le acometieron en el bosque de las jacas.
Maltrecho y desarmado el desgraciado Tenorio regresó cariacontecido á su cuartel sin llegar á ver á su jefe, más afortunado, que seguía en "El Mollecito", requebrando á la rubia de ojos negros, con todo éxito.
Ya en Quequeña el estropeado militar hizo á sus colegas del piquete un relato hiperbólico de los acontecimientos, disimulando su falta y exagerando la agresión justificada de los peruanos. Irritados todos, determinaron tomar la revancha, eligiendo una hora aparente para acometer á los ofensores, en cuya persecución salieron del cuartel, al caer de la noche del 22. No pudiendo encontrar á los mismos defensores de la demente procedieron á la captura de Nicanor Herrera y tres personas más, que ni siquiera habían presenciado la contienda de la tarde. Este acto de violencia indignó los ánimos de los demás vecinos del lugar, máxime cuando en esa época la excitación era profunda por el herido patriotismo y nadie podía mantenerse tranquilo ante los atentados de la soldadesca enemiga.
Organizaron un pelotón de voluntarios compuesto de Andrés Barreda, Mariano Linares, Federico Barreda, Andres Herrera, Cleto Málaga y de los hermanos Casimiro, Luciano y Juan Arenas, capitaneados por el bravo Crnl. de guardia nacional Don Nicanor Rodríguez que había dado frecuentes pruebas de bizarría, durante las revoluciones de Cáceres; y armados todos con rifles Remington atacaron al piquete, parapetado en la casa de Don Pantaleón Rodríguez que les servía de cuartel, trabándose un combate muy reñido que duró pocos minutos, cediendo los chilenos á la pujanza y brío de los peruanos que rescataron á Herrera y á las otras personas indebidamente capturadas. A consecuencia de la refriega quedaron como únicos muertos tres soldados chilenos. El resto de araucanos fugó, refugiándose en casa D. José Torres; sólo uno de ellos huyó hasta Arequipa, donde ante sus jefes, hizo la relación de este episodio, falseando los hechos y atrayendo toda culpabilidad sobre los dignos ciudadanos de Quequeña.
La Comandancia organizó una comisión investigadora, formada de dos Jefes y un facultativo para el reconocimiento de los cadáveres.
Entre tanto el oficial de «El Mollecito" que sólo asomó al lugar siniestro en la madrugada del 23, cuando ya sus subordinados dormían el sueño eterno, sorprendido por los desgraciados sucesos tuvo la peregrina idea de urdir una estratagema para desorientar al Comandante en jefe, dado el caso de que el soldado huido hubiese descubierto la verdad de los acontecimientos. Su propósito fué aseverar que sólo se trataba de un motín entre soldados chilenos, siendo la embriaguez la causa de los luctuosos hechos.
Conocedores del carácter chileno, que gusta de aliar la injusticia á la crueldad, el Gobernador del distrito ya nombrado y el Alcalde Municipal D. Juan Arenas convinieron en coadyuvar á tal ardid á fin de evitar represalias tal vez más sangrientas.
Mientras tanto la Comisión chilena investigadora había llegado ya al pueblo de Yarabamba, donde trató de inquirir la verdad. Mas los peruanos dominados de su espíritu de confraternidad, ha crecido en esos momentos de peligro, procurando más bien desorientarla, previendo la venganza nada quisieron responder al interrogatorio. Siguió la Comisión á Quequeña y en la plaza dió principio á sus labores, mandando comparecer al oficial del piquete y á las autoridades ya referidas, los cuales procedieron á informar como se había acordado, con tanta sangre fría y certeza en las respuestas que al espíritu más sutil se le hubiera llevado la persuasión en el sentido declarado.
Quedó en suspenso por breves momentos el criterio de los oficiales investigadores. Sólo la contradicción entre el relato del fugitivo y las aseveraciones de personas respetables, comprobadas con
la deposición del oficial responsable los mantuvo indecisos. Si se adquiere una otra prueba favorable, el soldado chileno por su huida hubiera sido declarado codelincuente del motín. En estas circunstancias se presentó repentinamente la enagenada Rudecinda, anhelosa de castigo, y en voz airada hizo la relación concreta de los verdaderos acontecimientos, sin omitir el menor detalle, formulando con su declaración una acusación terrible contra los nueve valientes de la víspera. La Rudecinda, aunque demente, comprendió la gravedad del caso y trató de enmendar su falta, refiriendo luego con datos sombríos las extorciones de que había sido victima por parte del roto armado, y la valerosa y oportuna defensa de sus paisanos.
Esta escena consternó á los allí presentes, señaladamente al oficial del piquete que temblaba como azogado. El gobernador Torres atrevióse á balbucear: "Señor, esa mujer es loca; todos pueden aseverar lo mismo". A lo cual el Jefe contestó: "Y ustedes son unos imbéciles que han creído burlar la acción de la justicia con mentiras groseras. El oficial del piquete, sacando fuerzas de flaqueza, pretendió formular una disculpa, más fué interrumpido por su superior que le colmó de interjecciones viles, escogitadas del vocabulario indecente del roto.
A su vez el facultativo hizo el reconocimiento médico-legal constatando el número de balazos que habían victimado á sus compatriotas venidos á su parecer de los techos de la vecindad hacia el cuartel; pues así lo revelaba la dirección de los proyectiles.
De todo lo acontecido se formuló una acta minuciosa. En seguida, los que constituían la Comisión, montaron en sus escuálidos caballos y volvieron nuevamente á Arequipa. En la excursión fueron acompañados de canes adiestrados al pillaje; y durante el regreso, aprovecharon de sus servicios en la caza de gallinas, que honradamente entregaban á sus amos para que satisfaciesen los estómagos exhaustos.
Velázquez que acicateado por el vándalo Lynch, llegado pocos días antes, esperaba ansioso conocer los detalles de la matanza como él decía, para castigar el crimen con mano de hierro, estimó como prueba evidente el acta formulada por los investigadores é inmediatamente organizó el Tribunal militar de los Jefes de alta graduación Coroneles D. Rafael Vargas, D. V Ruiz, D. Gabriel Alamos y el Secretario N. Marchant, los cuales discutieron y juzgaron el suceso y á renglón seguido procedieron á redactar la sentencia de flajelación y muerte, que á la letra dice así:
Quequeña, noviembre 24 de 1883
Vistos...
1°. Que la Comisión de nuestro ejercito no cometió ningún acto de extorción observando buena conducta, permaneciendo constantemente con las autoridades peruanas.
2°. Que fueron atacados por una poblada de sesenta personas de los pueblos de Yarabamba y Quequeña, siendo los autores principales los ciudadanos peruanos Andrés Barreda, Mariano Linares, Federico Barreda, Casimiro Arenas, Nicanor Rodríguez, Andrés Herrera, Luciano Arenas, Cleto Málaga y Juan Arenas.
3°. Que ni un solo habitante de los pueblos de Yarabamba y Quequeña, gobernadores, sacerdotes, etc., etc, hizo un solo acto de demostración en favor de nuestros soldados debiendo con arreglo á los principios de moral y legislación de todos países, considerarse cómplices en el atentado, puesto que no lo evitaron pudiéndolo.
4°. los vecinos de Yarabamba y Quequeña han tolerado que los primeros autores del crimen permaneciesen en la población hasta la mañana y no los aprehendieron para ponerlos á disposición de la justicia lo que los coloca en el rango de encubridores.
De los individuos aprehendidos se separaron todos aquellos que por su ancianidad, niñez ó enfermedad no habían tenido bastantes fuerzas físicas para contener á los asesinos de los soldados chilenos, quedando en fila 26 individuos peruanos. De estos se sortearon seis que fueron Liborio Linares, Manuel B. Linares, Angel Figueroa. Luciano Ruiz, Juan de Dios Acosta y José Mariano Avila.
Con estos antecedentes y oído el dictámen fiscal, condeno:,
1° A la pena de muerte á los ciudadanos peruanos Liborio Linares, Manuel B. Linares, Angel Figueroa. Luciano Ruiz, Juan de Dios Acosta y José Mariano Avila, los que serán fusilados en el mismo sitio en que fueron ultimados los soldados chilenos.
2° A sufrir cien azotes los ciudadanos peruanos Máximo Villanueva, Juan Flores, Feliz Arenas, Martín Lira, Manuel Pantigoso, Pablo Chacón, Mariano Linares, Mariano Quispe, Manuel Rivera, Mariano Oporto, Feliciano Zamudio, Juan Álvarez, José María Málaga, Mateo Rosa, Mariano Arenas, Manuel Torres, Mariano Cornejo, Andrés Oporto y Mariano Villanueva.—Consúltese. V. Ruiz, RafaeI Vargas, Gabriel Alamos.
Proveído por el Militar. Marchant, Secretario.
Arequipa, noviembre 24 de 1883.
Apruébese y dése á conocer en la orden del día de la División Velásquez.
Certifico haber dado á la sentencia del Tribunal Militar en la parte dispositiva de los artículos 2° y 3° y en conformidad con lo dispuesto por el articulo 1° se arrasarán las propiedades de Andrés Barreda, Mariano Linares, Andrés Herrera y Juan Arenas. El resto de los individuos comprendidos en este artículo no eran propietarios —Marchant, Secretario.
Los considerandos de la sentencia se llevaron redactados á Quequeña al amanecer del día veinticuatro por el Tribunal, custodiado por sesenta soldados de la División residente en Arequipa. Llegó esta manada de hienas al distrito de Yarabamba y practicó una leva escrupulosa, cogiendo á cuanto individuo audazmente se aventuraba por las calles, arrancando á los prudentes del interior de sus hogares y despoblado la campiña de inocentes que habían ido como de costumbre á practicar sus faenas. Fué conducido el rebaño humano á Quequeña, á golpe de culata y de toda clase de ofensas.
Los más avisados procuraron rehuir al secuestro, ocultándose convenientemente, sólo los que tenían la conciencia tranquila y que jamás previeron la terrible venganza que iba á realizarse, incautamente se dejaron aprehender.
En número de 26 fueron los capturados que son precisamente los citados en las cláusulas 1°. y 2°. de la inicua condena del Tribunal chileno sin que ninguno de ellos como ya hemos dicho —tuviese la menor participación en los acontecimientos; pues los autores verdaderos tuvieron la precaución de huir á lejanos lugares ó de ocultarse en sitios bastante seguros é ignorados. Es sabido que los más fueron amparados por el Gobernador de Carumas. En cambio todos los presos inocentes, sin ápice de culpabilidad; aquello se veía á las clara; especialmente D. Luciano Ruiz que llegara allí poco antes de la Comisión reparadora de delitos. Vino desde lejos, del valle de Tambo, trayendo algunos cestos de fruta, los cuales testificaban patentemente su reciente arribo.
Formaron en fila en la plaza de Quequeña los aprehendidos, delante del atrio de la Iglesia, y de allí el Jefe les apostrofó, así como á la multitud diciéndoles, entre otras muchas cosas lo que sigue: "Ustedes, son unos salvajes revolucionarios; nosotros hemos venido á libertarlos y sin embargo con profunda ingratitud asesinan á nuestros soldados, no sólo aquí sino en las mismas calles de Arequipa. Ahora no se nos escapará ni esta iglesia; no dejaremos piedra sobre piedra."
Dispuso, en seguida, que Liborio Linares, hermano de Mariano, uno de los patriotas justicieros, fuera flajelado en público; avanzaron hacia él ocho soldados y, desnudándole, le azotaron á golpes de ronzal por cien veces consecutivas. Si no falleció tras de la ofensa fué por su robustez extrema.
Estupor espantoso embargó los ánimos de los vecinos al presenciar esta crueldad bárbara; y uno de los formados, amedrentado en sumo grado, consiguió escapar de las filas, penetrar al templo y asilarse en el camarín de la Virgen del Rosario, patrona del pueblo. Cobijado bajo el manto de la sagrada imagen pensó salvarse. Todo fué en vano. Advertidos los chilenos de su huída, á los gritos del jefe: "Matadle, sino se dá preso", corrieron en persecución y arrancándolo del lugar sacrosanto lo incorporaron nuevamente en las filas, que sufrían las angustias del moribundo.
El señor Emeterio Retamoso, párroco titular de la doctrina, fué llamado á su vez, sufriendo duras recriminaciones interpelaciones soeces por no haber dado sepultura á los cadáveres, durante más de cuarenta y ocho horas, los cuales estaban ya en plena descomposición. Los dicterios del insolente Jefe, excitaron los furores de la soldadesca que prorrumpió en improperios viles contra el sacerdote infortunado.
A presencia del Ministro de Cristo volvióse á flajelar por segunda vez al exánime Linares y por vez primera á Mariano Oporto.
Este exceso de crueldad suscitó murmullos de indignación y de terror en los peruanos y el Sacerdote prorrumpió en dolorosas súplicas i en los lamentos más desesperados, suplicando á los terribles verdugos que cesaran en sus venganzas, mucho más cuando los castigados eran completamente inocentes. Como sacerdote del Altísimo no podía mentir. Sus protestas perdiéronse entre la insolente grita de aquellos vándalos enfurecidos.
Luego ordenó el jefe el quintarlos. La adversa suerte designó á seis de ellos cuyos nombres desearíamos que se graben indeleblemente en la memoria de todo peruano para cuando llegue la hora de las necesarias reparaciones. Es forzoso que ese recuerdo excite el odio inherente á las justas venganzas.
Aquellos mártires se llamaron Liborio Linares, Manuel B. Linares, Angel Figueroa, Luciano Ruiz, Juan de Dios Acosta y José Mariano Avila. Se dispuso en seguida su fusilamiento, en casa de Pantaleón Herrera, sitio en que murieron los chilenos durante la noche del 22. Los quintados fueron hacia allí conducidos á golpes y colocados en la amplia habitación de la casa de Herrera, á lo largo de una de las paredes y se procedió á los preparativos de la gran iniquidad que iba á perpetrarse.
Sólo Esquilo en los tiempos antiguos ó en los nuestros Maeterlinck, hubieran podido describir en todo su colorido sangriento aquella horrible trajedia. Nosotros, apenas podemos dar una vaga y pálida idea.
Las palabras del Jefe: "Tiradores adelante" produjo en los inocentes intenso estupor. Un sudor frío báñóles el rostro, los cabellos se les erizaron y el corazón les pareció que
iba á estallar dentro del pecho. El silencio sólo era interrumpido de cuando en cuando por sollozos de intensa amargura, de profunda angustia. Según frase de Alberto Ghiraldo su dolor era un dolor ardiendo. Entre rugidos de ira y lágrimas de fuego suplicaron al chileno el perdón de la vida; porque eran inocentes. El párroco intervino, también, ardientemente, habló de sentimientos humanitarios, de la nobleza de los vencedores apeló á todo recurso de elocuencia, más todo en vano, absolutamente en vano. Uno de los condenados ofrecióle sus chacras; otro donación de sus animales; aquel prometió la entrega de todos sus bienes, sin reservarse nada; Juan Acosta clamó desesperadamente, diciéndole que les obsequiaba su mula enjaezada por tal de que le permitiera hacer testamento, arreglar de cualquier manera sus asuntos; su justa petición fué denegada. No hubo poder atenuador de la firme frialdad del araucano; nada que hiciera ceder la determinación de esa hiena sanguinaria.
Luego que aquellos mártires recibieron los últimos auxilios de la religión fueron impunemente asesinados por los disparos de seis rifles que desde la puerta de la sala apuntaron sobre ellos.
Algunos murieron rápidamente y sus cráneos destrozados dejaron saltar el encéfalo, manchando la vetusta pared; otros quedaron en el suelo, aún con vida, lanzando imprecaciones horrorosas. Presto ordenó la repetición del fusilamiento, anegándose los asesinos en la propia sangre de las víctimas, que corría como un caldeado arroyo por el piso de la sala. A pesar de esto el cuerpo de Manuel Benito Linares palpitaba aún, entonces se practicó un acto horrible que puede concebir la imaginación. En medio de risotadas de los verdugos y los estertores de los moribundos, se le quitó á Linares el ceñidor y haciendo de él una especie de cuerda, lo estrangularon como se hace con los perros atacados de hidrofobia, cuando la dosis de veneno no alcanza á victimarlos.
Aquella hecatombe fué una visión maldita, escena de desolación y crueldad espantosas. Pasado el frenesí del primer momento y las risotadas nerviosas, los soldados quedáronse largo rato inmóviles, contemplando los cadáveres enrojecidos en un mar de sangre. Uno do ellos tal vez impresionable, tal vez aguijoneado por la conciencia, empezó á derramar lágrimas diciendo: "Esto sí que hace llorar". Los demás capturados, los que no fueron condenados á la última pena, ordenóse que se les flajelara á razón de cien azotes por persona. Se les condujo á sitio adecuado, en el comienzo del camino Pocsi, luego se les echó en tierra donde cuatro esbirros; les sujetaban brazos y piernas y comenzó el castigo. El látigo caía acompasado sobre los infelices, con la brutalidad del domador de fieras. Los alaridos de las víctimas se oían a lo lejos. Y allí con el cuerpo desnudo, hinchado, la piel en horribles desgarrones se les abandonó al fin. Muchos, creyéndose aún perseguidos echaron á correr en pos de un refugio salvador y de algo con que cubrir su desnudez.
No quedó satisfecho el vandalaje con crímenes tan inauditos. Procedióse a incendiar las casas de Andrés Barreda, Mariano Linares, Andrés Herrera y Juan Arenas, autores de los hórridos sucesos; pero que fugaron oportunamente, hallándose en ese momento á más de una jornada del lugar de la trajedia. Hecho lo cual, satisfecha la ferocidad de los tigres, retiráronse á Yarabamba desde donde contemplaban con delectación neroniana, el incendio que; poco á poco iba devorando las humildes viviendas.
Como había que satisfacer el estómago exhausto por aquel "honroso trabajo", usurparon de una infeliz mujer, llamada Teodora Flores, una res enviada á una chichería próxima para su condimento. Esperaba allí el rancho la hambrienta tropa, cuando sintió de súbito nutridos disparos de fusilería, cual si hubiera sonado la hora de la revancha, de la justicia inexorable, y montando en sus cabalgaduras rápidamente, olvidándose de su hambre canina, emprendió la más vergonzosa y ridícula fuga que puede concebirse. Ya largo rato que habían cesado las descargas y el piquete corría por la pampa, acelerada, desesperadamente.
Después de la huida averiguó la causa verdadera de las descargas y se supo para mengua del valor araucano que provinieron de unos paquetes de municiones que don Andrés Barreda escondió en el techo de su casa y que éste al incendiarse los hizo estallar. ¡Loor al soldado chileno, valeroso ante víctimas inermes y ridículo ante las amenazas de un enemigo superior.
He aquí el desenlace altamente cómico de lo espeluznante traiedia. Las campanas de la iglesia de Yarabamba y Quequeña, entre tanto, dejaban oír sus plegarias, clamando la venganza del cielo hacia el crímenes que los hombres pudieron evitar, portándose con rectitud, honradez y acertada dirección en la Campaña del Pacífico, sin que exijamos valor, pues que el soldado peruano lo ha tenido en exceso en toda circunstancia, ante el enemigo por poderoso que fuese, en oposición á Jefes que sólo han poseído desmesurada ambición personal.
Luego los cadáveres en el hoyo iban cubriéndose con paletadas de tierra para clamar, desde el seno de nuestra madre amorosa, venganza, que debe, perdurar mientras haya corazones que alienten en la patria peruana.
Más tarde el Concejo de Arequipa, á raíz del informe del párroco de Quequeña (1), dirigió al Comandante en Jefe de la División Crl Velásquez, nota viril y enérgica, protestando de los luctuosos acontecimientos, que descortésmente fué devuelta sin respuesta alguna.
La historia será inexorable para juzgar estos hechos. Pueden perdonarse ó disculparse los más grandes crímenes perpetrados durante el furor de la contienda; pero la crueldad fría, meditaba, consciente, del enemigo victorioso para con el vencido no tendrá perdón por valiosas que sean las razones que aleguen.
Nosotros oigamos siempre los lamentos que salen de las tumbas de Quequeña y hagámonos grandes á toda prisa para vengar la sangre de esos infortunados mártires!
F. Choque González
Sansón Carrasco.
NOTAS —(1) El informe del señor Retamoso corre en los archivos oficiales del H. Concejo de Arequipa. No se inserta aquí, por no dar extención desmesurada al presente trabajo.
(2) En toda la precedente narración no hay un sólo detalle que si no está comprobado por documentos, lo está por el testimonio de testigos oculares que merecen absoluta fe.
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Diario "La Bolsa", Arequipa, 31 de julio de 1910.
Saludos
Jonatan Saona
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