Explicaciones del Comandante Gana sobre la captura del “Rímac”
Señor don Benjamín Vicuña Mackenna.
Tarma, setiembre 5 de 1879.
Mi distinguido amigo:
¡Que conjunto de circunstancias favorables para la caída del Rímac se conjuraron durante su último viajes!
Parece que la indolencia chilena jamás se presentó con mayor realce que en esa funesta travesía.
Se empieza por dar orden al gerente de la compañía americana de vapores para que se navegue lejos de tierra. Se asegura al que suscribe que el Cochrane, llegado el 19 a Antofagasta, saldría a cruzar fuera del puerto para proteger nuestra entrada; y se me escribe también que el mar estaba libre de enemigos.
Se empecina el capitán del Rímac en no querer tomar el puerto de noche, a pesar de las instancias de todos; porque ha de saber Ud. que yo a bordo era un simple pasajero y solo podía tomar el mando de la nave cuando ésta se hallase agredida.
El gobierno quería acarrear la menor responsabilidad y la descargaba sobre la compañía de una manera tan absoluta, que nos señalaba a los jefes militares embarcados, el mero papel de pasajeros durante los viajes.
Las órdenes las recibían los capitanes directamente de sus patrones y a nosotros nos eran transcritas esas órdenes.
Llega el vapor al amanecer a hallarse de manos a boca con la Unión, como a cuarenta millas de Antofagasta. Cree el capitán y piloto sea la Pilcomayo y seguimos corriendo a tierra con toda celeridad. Más el ingeniero es nuevo, porque el primero que antes tenía lo habían contratado dos días antes para el Amazonas, como se había transbordado la mejor marinería a la corbeta O'Higgins, y el buque en vez de correr doce millas, como lo había conseguido en su primera escapada del Huáscar de Antofagasta, ahora no pudo correr más de once millas.
Toda la gente extranjera creía que podía acreditar neutralidad obrando lo menos posible en favor de la defensa del buque, que era la fuga, y tanto el capitán que se metió en su camarote, como los demás pilotos, con excepción del 1º, no se les veía la cara sino se les enviaba a llamar.
De otro lado, el imponente reventar de las granadas dentro del buque los tenía como en día de ánimas, y la tripulación mercante del Rímac, que no pudo resistir a tales impresiones, se precipitó sobre la cantina de los licores y la borrachera trajo el desorden y la imposibilidad de ocuparla en nada.
Así fue que comisioné al 2º piloto para echar algunos cabos de manila al agua, para ver modo de enredar la hélice de la Unión que seguía la estela del Rímac, y después de estar forcejeando en esta faena, vino a decirme que era más probable que se enredase la nuestra que la enemiga por falta de buenos marineros.
Si no, hubiera sido por el respeto y dos centinelas que se colocaron del escuadrón Yungay, no estaría yo escribiendo a Ud.; puesto que la tripulación me habría asesinado impunemente.
No puede Ud. imaginarse lo que es una turba ebria espantada por el miedo.
Pero ésta como se pudo contener en ciertos límites por la tropa, en nada influyó para nuestra caída, como tampoco para salvar el honor de las armas de Chile hasta donde nos era posible.
Cuatro horas hemos resistido el fuego de la Unión sin que mediara la menor interrupción: bien que si al principio lo hizo por batería, después viendo que perdía camino, lo ejecutaba con un cañón de proa.
Diez granadas penetraron en el casco y la Providencia solo pudo hacer que no barriera alguna con gran parte de los 350 hombres que había a bordo.
Nuestra bandera no quise exponerla sin gloria y estuvo guardada siempre.
No refiero a Ud. las maniobras ejecutadas por el Rímac para alejarse de la Unión y del Huáscar; baste decir a Ud. que era lo único que se pudo hacer en beneficio de alguna probabilidad de salvar.
Tomar la tierra era imposible; echar a pique el buque tampoco lo fue, porque habiendo yo dado la orden en la última extremidad, los maquinistas, que no querían morir, no la cumplieron ni la habrían cumplido sin un revólver al pecho. El contador mismo del Rímac se atolondró tanto, que a pesar de haberle yo mismo dado la orden de arrojar la correspondencia y guardar el tesoro, si lo había, solo botó al agua los
paquetes que tenía en su oficina y olvidó una valija que había en el cuarto del tesoro. En cuanto al dinero solo había cuarenta pesos de la compañía.
Yo, entre tanto, con el comandante Bulnes y un capitán Campos, nos pusimos a romper toda la correspondencia oficial que se me había entregado, y como el tiempo era apremiante, la mandé a los fogones de la máquina.
No menciono a Ud. algo de lo referente a los caballos porque estaban en manos de los jefes del escuadrón y también porque todos tuvimos el ánimo resuelto de sucumbir con el buque. La impotencia absoluta en que estábamos había llenado el corazón de amargura y no se veía más que caras desesperadas.
Excuse si suministro a Ud. estos ligeros datos sobre tan cruel como prevista desgracia.
Su A. S. S. y amigo.
Ignacio L. Gana*******************
Vicuña Mackenna, Benjamín. "Historia de la Campaña de Tarapacá. Desde la ocupación de Antofagasta hasta la proclamación de la dictadura en el Perú". Tomo II. Santiago de Chile, 1880.
Saludos
Jonatan Saona
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