Apuntes de un viajero (Luis Carranza Ayarza)
I.
De Huancayo á Iscuchaca.
1883
Huancayo es, entre todas las poblaciones de la Sierra, la que más semejanza ofrece con las ciudades de la costa.
El valle espacioso en que está situado, dilata sus horizontes recordando los del litoral; al mismo tiempo que su gran avenida central, más ancha que la calle de Malambo de Lima, y sus casas de estilo completamente limeño, sorprenden agradablemente al forastero, que por primera vez visita esas regiones, después de haber visto Tarma y Jauja, que pueden tomarse como tipos adelantados de poblaciones serranas.
Su campiña tiene también un sello especial que no se encuentra en ninguna otra ciudad del interior; porque su belleza no consiste como en todos los demás lugares andinos, en los accidentes del terreno, en sus lomadas, en sus laderas, en sus quebradas y en sus alfalfares; sino en el contraste que presentan á la vista sus llanos desnudos con sus campos sembrados, y los bosques de álamos y árboles frutales que cubren algunos terrenos de las magníficas riberas del río Jauja, el cual corre á 2 kilómetros de Huancayo; y las huertas y granjas que embellecen su campiña por el lado de los cerros bajos, que cierran el oriente á un kilómetro de distancia. El puente de la Mejorada, á dos kilómetros de Huancayo, es el único que pone en comunicación á esta ciudad con los numerosos pueblos de la banda derecha del río.
En el camino de Huancayo á Pucará, encuentra el viajero el caserío de la Punta, á una legua; y Sapallanga poco más adelante. Esta parroquia ha sido reputada como la más productiva de toda la Arquidiócesis; de manera que es hoy mismo uno de los curatos más disputados.
Saliendo de los campos sembrados de Sapallanga y á una legua de este lugar hácia Pucará, termina el terreno llano en el cauce espacioso de un riachuelo, que baja de la sierra de Marcavalle por el fondo de una quebrada que corre de Sur á Norte.
Atravesando este riachuelo comienza la cuesta de Pucará con suave declive. A trescientos metros del riachuelo se levanta aquel pueblo como en anfiteatro, flanqueado a la derecha por una cadena escarpada de cerros, y á su izquierda, por el hondo valle que hemos mencionado.
De la plaza de Pucará se domina gran parte del valle de Jauja. Se ven á Huancayo, San Jerónimo y los campos de Concepción á ocho leguas de distancia.
Saliendo de Pucará, camino á Iscuchaca, sigue la cuesta hasta la cima de la pequeña cordillera de Marcavalle á dos y media leguas. Esta cadena corre de oriente á occidente cortando perpendicularmente el camino que vá de S. á N. Por el E. se pierde en la gran cordillera oriental y por el O. termina en una profunda dislocadura causada por la acción brusca de las aguas del Mantaro ó rio Jauja, que en un tiempo remoto debió deformar allí una catarata de 50 metros de elevación; pero sin duda el ímpetu de sus corrientes gastaron al fin, ó rompieron con violencia aquella enorme barrera de peñascos, fracturando la sierra de Marcavalle.
Esta cordillera se trasmonta en dos horas. Albajar se presenta á la vista, y hacia la derecha, la altísima sierra de Chupaca y Mito, á cuyos pies corre el Mantaro, de NNO. á SSE, hasta Iscuchaca.
A tres leguas de Marcavalle, se encuentran las pequeñas y pintorescas aldeas de Ñahuimpuquio y Acostambo. Se levantan sobre un llano hermoso, cerrado al E. y O. por una cadena baja de cerros: la primera sigue paralelamente á la quebrada de Iscuchaca, mientras que la segunda desaparece a dos leguas: de manera que el camino que al principio vá por el fondo de esta garganta, se convierte después en un desfiladero, con altísimas rocas a la izquierda y un profundo barranco a la derecha, á cuyos piés corre el Mantaro. Este es el célebre desfiladero de Iscuchaca, que termina en un puente de cal y piedra que lleva el mismo nombre.
Nosotros llegamos á Acostambo á la 7 de la noche en uno de los últimos días de Mayo de 1883. El General Cáceres había emprendido su retirada á los Departamentos del Norte, siguiendo el camino fatal de Huamachuco: llevábamos un pasaporte con su rúbrica. En los primeros tapiales que dan entrada al pueblo, fuimos detenidos por una avanzada de guerrilleros de la aldea: eran tres indios altos, esbeltos, de chaqueta, calzón corto y montera. Llevaban lanzas y hablaban español.
¡Alto ahí! nos dijeron, saltando de las tapias con aire amenazador. ¿Dónde van? nos interrogaron. - Sorprendidos con esta aparición detuvimos nuestras bestias, y ya con mas calma, con testamos que éramos viajeros recomendados por el General, y para probarlo, presentamos el pasaporte que tenía estampada la firma de aquel caudillo. El indio de más edad hizo que le trajeran un tizón de la choza vecina, y á su luz reconoció la autenticidad del documento, manifestando suma complacencia al ver la rúbrica del General Cáceres. Desde ese momento, fuimos atendidos y agasajados en el pueblo. Se nos proporcionó alojamiento, cena y forraje. Al siguiente día fuimos honrados con una escolta de lanceros de infantería que habría dejado satisfecha la vanidad de cualquier cacique.
El pueblo estaba en asamblea, y contamos cosa de 100 guerrilleros acampados en la plaza: el resto del contingente militar de Acostambo era á la sazón degollado en Quiulla, cerca á la Oroya, por los chilenos que expedicionaban sobre Cáceres.
No hay en todo el interior del Perú indios más hermosos que éstos, ni más racionales. Sus ancianos son muy respetados y en los días críticos se congregan en el átrio de su iglesia parroquial; y chacchando coca, discuten con una gravedad romana las sérias cuestiones del momento, siendo sus resoluciones acatadas por el pueblo, como fallos de la sabiduría misma.
Esta costumbre revelaría un alto grado de progreso político de esa comunidad de indios, si el ejemplo en las clases cultas del país no mostrara que el progreso está más bien en aproximarnos al tipo de las sociedades, donde uno solo debe gobernar según su capricho.
Nahuimpuquio es la marca entre los departamentos de Junín y Huancavelica. A la izquierda de aquellas dos poblaciones y á cuatro leguas, están los pueblos de Tongos y Pasos, que en la guerra civil pasada, han adquirido una triste celebridad por mil episodios sangrientos.
Ñahuimpuquio y Acostambo, fueron incendiados por los chilenos; los que han dejado en sus moradores recuerdos que no se
borrarán en muchas generaciones.
Son estas aldeas muy antiguas. La primera está al terminar
la bajada que desciende de la sierra de Marcavalle y se extiende
en el fondo de un vallecito abierto, flanqueado por dos cadenas
poco elevadas como hemos dicho. El aspecto de la aldea es triste, y el paisaje tiene aquel sello de melancólica y agreste belleza,
peculiar a esas zonas andinas donde los campos son amarillos, ásperos sus cerros, siempre verdes sus tremadales, bajo un cielo
limpio y oscuro; y donde las heredades tienen por linderos hileras de mústios keschuales que sombrean azulados riachuelos y
canales que serpean en la llanura.
A poco menos de una legua y al extremo del vallecito, se levanta Acostambo, caserío cuya posición gráficamente descrita
por Cieza de Leon a mediados del siglo XVI, marca hoy mismo el punto de separación de dos razas y de dos inmensas regiones del antiguo imperio de los Incas... Acostambo y Ñahuimpuquio son restos de la perdida nacionalidad de los Chancas, siendo Huilcashuaman (Vilcas, actual) el
más notable testimonio de su poder, y uno de los más hermosos
monumentos de la civilización incaica.
En Ñahuimpuquio termina la raza huanca; desde allí comienza á hablarse el quechua; y el viajero que compare un poco los tipos y las costumbres de los pueblos que recorre, notará, si pasa por aquella aldea y por Acostambo, que la fisonomía de sus habitantes es muy distinta de la de los huancas. Estos son de tez más oscura, de estatura baja, de aspecto huraño y estúpida mirada. Sus mujeres usan anaco, graciosa túnica ceñida á la cintura con cierto aire, dejando descubiertos los brazos y el seno de la india. Los de Acostambo, son mas esbeltos y de tez casi mestiza; su fisonomía es abierta; y su mirada calmada y respetuosa; usan trenza, calzon corto y chaqueta. Son hospitalarios y tienen fama de belicosos. Así como termina allí el idioma huanca, para comenzar el quechua; también acaba el uso del papel moneda, pues en Acostambo no corren ya los billetes sino la moneda de plata; de manera que es aquella aldea la raya que separa a la vez dos razas y dos sistemas monetarios.
Continuando el camino á Iscuchaca, y á 2 leguas de Acostambo, se penetra en el gran desfiladero de aquel nombre.
Dos leguas antes de llegar al puente se encuentra la hacienda de Casma, propiedad de los señores Salazar. Se ven allí hermosísimos alfalfares, una buena casa, y un molino con un pequeño bosque de magníficos cedros. Hace pocos años que había seis de estos árboles, verdaderos monumentos vegetales por su corpulencia y su antigüedad; pero hoy no existen, porque el propietario los hizo cortar para aprovechar la madera. Hemos notado que en el Perú hay una verdadera aversión por los bosques y por los árboles, pues en todas partes son destruídos sin motivo.
En fin se llega á Iscuchaca situada a la margen derecha del Mantaro. Este punto ha sido considerado como uno de los más importantes centros estratégicos por ser inexpugnable, cerrando el paso á cualquier fuerza militar que intente avanzar por la margen izquierda; pero, con la artillería moderna, las trincheras naturales de Iscuchaca no tienen la importancia que antes. Por otra parte, no es éste el único camino que conduce de Junin á Huancavelica, pues hay otro, muy ancho y conocido, por Chupaca y Mito, dejando el Mantaro a la izquierda.
De Huancayo a Pucará hay dos y media leguas; de Pucará á Marcavalle, otro espacio igual; de allí á Acostambo, dos leguas, y de Acostambo á İscuchaca, siete....
De Iscuchaca á Lircay.
Dejando Iscuchaca y continuando el camino a Huancavelica, hay que ascender desde el profundo valle del Mantaro hasta el pueblo de Huando á tres leguas, que miden la extension de la cuesta pedregosa de Iscuchaca.
Huando, es una población de 800 almas, situada en la cumbre de la gran cadena que cierra el valle del Mantaro por la derecha . Su clima no es muy frio sin embargo; todas las laderas y la campiña están cultivadas con sementeras de trigo, cebada y papas. Hay también buen pasto para ganado vacuno, del que se ven hermosos rebaños.
Encontramos allí doscientos cincuenta guerrilleros acampados, de los cuales, cuarenta tenían armas de fuego, y los restantes empuñaban lanzas y rejones. El campamento era muy animado. Se veían pabellones formados de esas toscas armas, cuyas astas brillaban entre el humo de las hogueras de la pachamanca. Multitud de mujeres y niños iban y venían como hormigas, llevando y trayendo leña, carne, papas; y conduciendo: burros, vacas, carneros y cuanto es indispensable en toda féria de indios: y es realmente una feria, un campamento de guerrilleros.
Al ver reunidos en campo cerrado tal diversidad de tipos de
la misma raza, hablando en distintos dialectos, y ostentando los
vestidos más fantásticos, como la chaqueta y el calzon corto; ojo
tas mas o menos artísticas; llicllas (manta corta ) de bayeta de colores resaltantes; anacos, sencillos ó bordados, con sus entallados corpiños, mostrando los relieves del cuerpo en toda su pureza escultural; al mirarlos rostros graves de los guerrilleros, con esos ojos
que centellean entre los vapores del aguardiente, como la luz cenicienta de los astros en noches brumosas; al oir esa infernal algazara de mujeres, hombres y niños, confundidos con sus asnos, sus
caballos y sus cabras; evoca uno instintivamente aquellos aninia
dos y grotescos cuadros descritos por los viajeros de las estepas
tártaras. El campamento de Huando era en efecto un hacinamiento de pagos y comunidades á semejanza de una reunión de tribus nómades de la Tartaria.
Este extraño vivac, se convierte en un caos infernal, en la oscuridad de la noche. La algazara aumenta, con los efectos de la
chicha y del aguardiente; y el espectador vé á los resplandores de
las fogatas, pasar ante sus ojos como las figuras de una linterna
mágica, parejas danzantes, coros de cantoras indias, perros que ladran, burros que atolondran con sus rebuznos, vacadas que mugen, y rostros feroces de indios sedientos do sangre.
En esos momentos, raros, en que el espíritu de esa raza se entrega á las expansiones del alma, como si despertara de un profundo letargo, es peligroso recordarles de cualquier modo su condición real. Entonces sus pasiones comprimidas, estallan; y los actos mas crueles testifican, que el hombre, cualquiera que sea su índole ó su raza, es feroz, al reivindicar su libertad , ó cuando se siento con poder para vengar seculares ultrajes.
A dos leguas y media de Huando, está la pintoresca hacienda
de Acobambilla, donde el viajero puede estar siempre seguro de encontrar una generosa y amable hospitalidad.
A cinco leguas, y por una bajada poco pendiente, se llega a un desfiladero que termina bruscamente en el valle de Huancavelica,
cuyo triste aspecto es difícil describir.
De Huancavelica á Lircay, median diez leguas castellanas.
Hay dos caminos: el nuevo que es el traficado aunque mas largo;
y el antiguo, mas corto pero mas pantanoso.
Escogimos este último por indicación de nuestro guía. A una
legua se encuentra el caserío de Huailacuchu...
De Lircay á Ayacucho.
Saliendo de Lircay, camino de Ayacucho, hay que subir una empinadísima cuesta de tres leguas, desde cuya cumbre Alalak, abraza la vista un inmenso espacio. Puede decirse que se vén todos los valles de Angaraes y de Huancavelica.
Al oriente se presenta el magnífico nevado de Rasuhuillca, á veinte leguas, dominando la cadena de montañas que cierra el lejano horizonte como una faja azul. Al pié de ese nevado solitario se abre el hermoso valle de Huarpa, que se diseña vagamente desde las alturas de Lircay. Una mancha oscura á un lado de aquel valle señala la campiña de Huanta; así como los campos cultivados que se distinguen al frente y en las faldas de la cadena azul, á una remota distancia hacia el SE., marcan la línea donde debe estar Ayacucho á siete leguas al Sur de Rasuhuillca. El camino continúa muy quebrado y hay que avanzar cuatro leguas más para comenzar la gran bajada que conduce á Seklla y Julcamarca. El frío es intenso por momentos, cuando el cielo se nubla, y el calor mortificante, si el tiempo es sereno.
La sed suele hacerse insaciable en esas altas regiones, y el viajero busca á cada momento un manantial ó un arroyo donde aplacarla. Hacía tres horas que caminábamos sin encontrar agua, y vimos á la distancia una choza: nos dirigimos á ella á pedir algo que apagase la sed; encontramos una india que ordeñaba su vaca: era joven y de agradable aspecto. Tenía a su lado un chiquillo que nos miraba con asombro y curiosidad, ocultándose entre los pliegues del faldellín de su madre. La mujer nos presentó un mate lleno de leche y no quiso recibir su valor, diciéndonos en quechua con tono afectuoso, que eso lo hacía para
que la Providencia protegiera á su marido que estaba en el ejército del General Cáceres: “tal vez, añadió, á estas horas busca él
también quien lo auxilie en alguna necesidad y no hay quien le
dé un pan". Su consternación fué grande al pronunciar estas
tristes palabras. Nos preguntó después, con increíble candor, si
conocíamos á su marido; y como le contestamos que no, ella
replicó: "cosa extraña, porque es muy bueno y servicial, y un
pastor muy honrado de la estancia de Seklla ” .
Tan natural es que los campesinos supongan que todo el mundo está encerrado dentro de los linderos de su aldea, que se sorprenden que haya quien no conozca á cualesquiera de sus vecinos.
Ya tarde llegamos á Julcamarca. Habíamos caminado catorce leguas, como medían nuestros padres.
El sonido lúgubre y salvaje de unas cornetas de cuerno, nos
anunció que estábamos en la campiña de Julcamarca, población
de mil quinientas almas, situada en una gran altura y en la vertiente occidental de la cadena que separa el valle de Urubamba
del de Huanchuy.
Fuimos atendidos por el gobernador Quevedo, el que nos informó que tenía reunido un cuerpo de guerrilleros para enviar
los á Iscuchaca: el toque de los cuernos era llamando a los que
faltaban.
Nada hay más pavoroso ni más imponente que el sonido de
esos instrumentos bélicos de los indios. Sus notas son lúgubres
y cavernosas; parece que llamaran á degüello, y los cuadros más
siniestros se presentan a la imaginación del que oye, en medio
de aquellos solitarios cerros, sus monótonos y prolongados écos.
Este es el instrumento músico con que amenizan sus fiestas y
sus corridas de toros en las que nunca faltan dos ó tres víctimas
de su brutalidad.
Al siguiente día proseguimos nuestro viaje dirigiéndonos á
Ayacucho, á nueve leguas de Julcamarca.
Una cuesta caliza de media legua conduce desde aquel pueblo á la cima del valle, desde donde se vuelve a ver, á poco andar, la cadena azul de Rasuhuillca. A dos leguas se presenta de
improviso el hermoso y profundo valle de Huanchuy, á cuyo
fondo corre el río Cachi. La bajada es pendiente al principio y
luego se hace de declive suave hasta llegar frente a un caserío.
De allí se ven los cañaverales de Huanchuy, los viñedos de Kayarpachi, y campos cultivados de muchas haciendas y estancias.
Kayarpachi es una finca á la que el señor Mavila ha dado cierta importancia con sus actuales viñedos, poco extensos, pero que producen el mejor vino áspero que se vende en Ayacucho; su calidad suele ser tan excelente, que puede compararse al mejor burdeos de segunda clase.
El valle de Huanchuy se prolonga hacia el N., donde se hace más angosto. Allí se encuentra el magnífico cañaveral de Llamoktachy, con sesenta fanegadas de tierra llana, aparente para el cultivo de caña criolla. Una casa espaciosa y un trapiche hidráulico de sistema moderno, revelan al viajero la importancia de esa finca. Su propietario, señor Morote, habría hecho de aquella hacienda un modelo de las de su clase, si la guerra actual no hubiera paralizado, en los Departamentos del Centro, todo trabajo y toda industria.
En el mismo valle y á dos leguas de Llamoktachy, se encuentra la hacienda de Cangari, casi en las goteras de Huanta. Es un hermoso viñedo que puede considerarse como un tipo, por la perfección de sus oficinas, su magnífica casa, su lagar, sus alambiques de destilación, sus bodegas, y lo bien cultivado de sus viñedos. No hay en la costa hacienda que aventaje á ésta en sus condiciones de limpieza y trabajo. Produce dos mil arrobas de vino, aunque de clase inferior al de Kayarpachi.
A tres leguas de Llamoktachy y en dirección SE, está Ayacucho. El camino que conduce á esta ciudad desde aquella hacienda, es bastante accidentado. Hay que subir una cuesta de legua y media desde el fondo del valle hasta la cumbre de la cadena de cerros calizos que separa la hoya del rio Cachi del espacioso valle de Ayacucho. Esa cuesta es la de Conok, donde, seis meses después que nosotros pasamos, fué degollado un jóven Rocha por las montoneras que hostilizaron a los chilenos en su retirada. Se vé aún manchada de sangre la piedra donde se hizo la ejecución (1).
Terminada la cuesta y caminando una legua, se trasmonta aquella cadena, y se presentan repentinamente a la vista las llanuras de Pucuhuillca que se pierden entre los repliegues de la lejana cordillera azul que se levanta al E.; más cerca, se vé una pampa cortada por dos profundas quebradas que forman un ángulo recto. Son las pampas del Llano y del Arco que se extienden al N. y al E. de la ciudad; mientras que ésta se oculta en el fondo de un vallecito formado por una pequeña montaña arenisca, Acuchimay, y los cerros calcáreos del poniente.
El panorama es de los mas bellos ; y no hay viajero que no quede agradablemente sorprendido al mirar Ayacucho desde la cima de la Picota, que así se llama la bajada que por el O. dá entrada á la ciudad...
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(1) En Diciembre de 1883.
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Texto tomado del libro "Colección de Artículos publicados" por Luis Carranza (2° serie), Lima, 1888
Saludos
Jonatan Saona
Un tremendo orgullo al leer este articulo...mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo nacieron en Acostambo..de seguro, mi bisabuelo lucho contra el ejercito chileno invasor... saludos...
ResponderBorrarUna fuente valiosa de información costumbrista, que seguramente será - o habrá sido - de mucha utilidad para los investigadores.
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