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24 de junio de 2020

Testimonio de Ríos

José Dolores Ríos
Batallón Buin 1.° de línea.

Declaración del Subteniente José Dolores Ríos

«En Chosica, a diez y nueve días del mes de Octubre de mil ochocientos ochenta y dos, el Fiscal hizo comparecer ante sí y presente Secretario al subteniente del batallón Buin 1.° de línea, don José Dolores Ríos, quien después del juramento prestado en forma, fué interrogado en la forma siguiente:

Fiscal: Diga Ud. si el día 20 de Junio de 1881 salió de Casapalca hacia el lugar denominado Cuevas, bajo las órdenes del capitán del mismo cuerpo don José Luis Araneda, manifestando qué número de tropas llevó hacia ese punto, cuántos días permanecieron de guarnición, en qué fecha fueron atacados por las montoneras enemigas, cuánto tiempo duró el combate, qué número de bajas hubo por una y otra parte, si para el alimento de la tropa tuvo necesidad el capitán Araneda de mandarlo buscar fuera del lugar que guarnecían; si las disposiciones que tomó cuando fué atacado fueron las más prudentes, según su juicio, al carácter y modo de combatir del enemigo, y por último, manifieste Ud. el mérito que le merece la conducta, comportamiento y disposiciones tomadas por el capitán Araneda en el combate de Sangra, dijo:

Que el día 20 a que se refiere la primera parte de la pregunta que se le hace, salió de Casapalca formando parte de las fuerzas que al mando del capitán don José Luis Araneda iban a guarnecer el punto denominado Cuevas, con el objeto de proteger la retirada de las fuerzas expedicionarias que venían del interior de las sierras al mando del comandante don Ambrosio Letelier, constando de 79 hombres de tropa y 3 oficiales subalternos el total de individuos que fueron al mando del capitán Araneda. Permanecimos en la indicada guarnición desde el día 20 que llegamos, hasta el día 4 ó 5 de Julio, fecha en que regresamos a Casapalca. Aproximadamente 8 días antes de emprender nuestro regreso a este lugar, fuimos atacados por fuerzas enemigas en número de 400 hombres, más o menos, en la hacienda Sangra, lugar que el capitán juzgó oportuno ocupar para mantener la guarnición, habiendo dejado en Cuevas, que dista 6 a 7 cuadras de este punto, un destacamento de 14 soldados a cargo de un sargento, con el objeto de resguardar el camino que va de ese punto a Junín, según órdenes que recibió y que nos las hizo presente en conversaciones que con él tuvimos.

El ataque principió como a la 1 P. M., continuando sin interrupción hasta las 3 P.M., hora en que abandonamos las trincheras, encerrándonos en una de las casas de la hacienda, donde permanecimos hasta el día siguiente, teniendo a raya al enemigo. Como durante este largo espacio de tiempo es necesario explicar los detalles ocurridos, entraré a señalarlos minuciosamente:

Como a las 12 M. del día 20 tuvo noticias el capitán Araneda, por dos paisanos, que los montoneros les habían quitado como a una legua de distancia del lugar que guarnecíamos, varias prendas de ropa que llevaban, cuyos individuos y datos suministrados por un señor que se encontró cerca de las casas de la hacienda de Cuevas, acreditaban que en los alrededores del lugar que ocupábamos, habían algunos enemigos armados; más tarde, aproximadamente media hora después de haber obtenido estas noticias, se sintió por espacio de cinco minutos un vivo fuego de fusilería a alguna distancia de nosotros, el cual, a nuestro juicio, provenía de una tropa que había salido temprano mandada por el capitán en busca de víveres, la que combatía con los montoneros enemigos. Este otro aviso indudable de la aproximación del enemigo, fué causa para que el capitán reuniera la tropa y apostara otro centinela junto al que había colocado ya en un lugar dominante, a fin de que si el enemigo se avistaba, bajara uno a prevenirlo, quedando el otro de observación. Media hora más tarde, esto es la una ya, uno de los centinelas bajó a avisar que el enemigo se veía y que avanzaba sobre nosotros; el Capitán a esta noticia, subió a observar por sí mismo la efectividad del parte del centinela y convencido del hecho, bajó y dispuso la tropa para sostener el ataque. Encontrábamonos aún tomando nuestra colocación de defensa, cuando principiamos a recibir los fuegos del enemigo, causándonos
desde luego la herida de un soldado. 

Parapetados ya en las trincheras formadas por pircas de piedras, que servían de cierre a unos corrales, comenzamos a contestar los fuegos; el enemigo continuaba avanzando sobre nosotros y rodeándonos por todas partes, causándonos muchas bajas en la tropa, aun cuando estábamos tras de las trincheras, en atención que ellas eran muy bajas y el enemigo desde la altura podía ofendernos; tanto más si se considera lo angosto del valle en que estábamos, que tendría unas 3 cuadras de ancho. En estas posiciones se sostenía el combate sin ventaja alguna para nosotros, pues el enemigo continuaba haciéndonos bajas y estrechándonos más y más. Advertiré que cuando principió el combate, tenía el capitán Araneda a su lado sólo dos oficiales y 37 individuos de tropa, más o menos, encontrándose el resto de los 79 con que contaba, distribuidos en la siguiente forma: 15 hombres en Cuevas al mando del sargento Blanco; 7 que habían salido por la mañana temprano a buscar víveres al mando del sargento Bysivinger; 5 que salían en distinta dirección y con el mismo objeto al mando del cabo Oyarce, y 15 que ordenó al subteniente Guzmán llevara para que se parapetara en otras pircas de piedras que habían cerca de una iglesia, la cual distaba del punto que nosotros ocupábamos, de 25 a 30 metros, con el objeto de evitar se tomaran unos 60 caballos, más de mil cabezas de ganado lanar y algunos animales vacunos.

Después de dos horas de sostenido fuego y considerando él Capitán imposible mantenerse por más tiempo en las trincheras sin que todos hubieran corrido el peligro de perecer, pues ya hasta este momento contábamos con 5 muertos y 9 heridos, y el enemigo nos iba estrechando más y más, y siempre dominándonos; por último, el Capitán determinó abandonar la trinchera para encerrarse en una casa que servía de cuartel al personal y donde estaba depositada toda la munición que se llevaba para la división Letelier, casa que presentaba sólidas garantidas de resistencia; al efecto, nos introdujimos a la referida casa, el Capitán, los 9 heridos que habían en las trincheras, 10 hombres que no habían recibido daño alguno y que estaban presentes, el subteniente Saavedra y yo, faltando para el completo de los 37 individuos de que disponía el capitán Araneda, el número de 13, los cuales ya, tal vez porque el subteniente Guzmán llevó más de los 15 designados o por otra circunstancia que ignoro, no se encontraban presentes en ese momento; pero sí puedo asegurar que no estaban muertos ni heridos en las trincheras.

Desde esta hora, 3 P.M., continuaron haciéndonos disparos hacia adentro de la habitación que ocupábamos, hasta cerca de las dos de la mañana, causándonos durante este tiempo dos bajas: un muerto y un herido.

El enemigo nos intimaba que nos rindiéramos y nos hacía promesas de no hacernos mal alguno, a lo cual le contestábamos haciéndole fuego y el Capitán con sus voces de mando en alta voz, trataba de hacer ver al enemigo que contaba con bastantes fuerzas para combatir aún.

Los enemigos, considerando inútiles los esfuerzos para hacernos rendir, pusieron en juego algunos medios para incendiar la habitación; pero ello fué infructuoso, pues cada vez que se acercaban, tenían que retirarse prontamente a consecuencia del fuego que recibían, hasta que al fin viendo su imposibilidad, se retiraron poco a poco, quedando nosotros dueños por último del campo.

Durante el trascurso del tiempo que pasamos encerrados en la casa, el Capitán hacía tocar llamada con el corneta, a fin de que se le incorporara la tropa del subteniente Guzmán, que aun la creía en sus inmediaciones; pero todo era inútil, pues este oficial se había retirado a Casapalca, después de una hora de combate con la parte del enemigo que lo atacó.

A las 4 A. M. del siguiente día, ya el enemigo se había retirado por completo, pudiendo entonces nosotros salir del lugar donde nos habíamos encerrado. Inmediatamente después que salimos de la casa, nos pusimos en reconocimiento del campo a fin de recoger los muertos y heridos; y encontramos 17 muertos y 18 heridos, de ellos 7 muertos de la tropa que comandaba el capitán Araneda y 10 heridos, siendo el resto de muertos y heridos de la tropa que tenía el subteniente Guzmán y sargento Blanco.

Respecto a las bajas del enemigo, no las puedo apreciar en razón a que cuando se reconoció el campo donde ellos habían operado, no encontramos ninguno; pero sí tengo motivos para creer que tuvieron algunas bajas por dos fusiles que se encontraron de ellos y algunos rastros de sangre, lo que hace
presumir que los heridos se los llevaron con anticipación y los muertos tuvieron suficiente tiempo para poderlos enterrar.

Sobre la pregunta que se me hace de si el Capitán tuvo necesidad de mandar buscar víveres, digo: a mi juicio no hubo tal necesidad, pues desde el día que llegamos a Cuevas hasta el mismo día del combate, había carne en abundancia, pues en este día había en los corrales de la hacienda más de mil cabezas de ganado lanar y algunos animales vacunos; pero sí carecíamos de los demás elementos necesarios para condimentar la comida y fué con este propósito con el que se mandó a los dos piquetes de que he hecho mención fuera del lugar que guarnecíamos.

Fiscal. Diga Ud. a qué distancia fueron mandados aproximadamente estos piquetes y si fueron solos o con algún guía, dijo:
Que el sargento Bysivinger fué con un guía a buscar papas a las casas de una hacienda que distaba más de una legua del lugar que nos encontrábamos, y el cabo Oyarce con los 4 individuos marchó solo en otra dirección en busca de animales que se decía había por ahí.

De estos piquetes, el del sargento Bysivinger fué completamente destruido y muertos todos los individuos, según lo hemos sabido después por el soldado Santos González y el soldado Pérez, que fueron tomados prisioneros ese día y quienes se fugaron del lugar en que los tenían prisioneros; el cabo Oyarce con sus 4 hombres se incorporó al siguiente día a nuestras fuerzas, trayendo algunos víveres y animales.

Respecto a las disposiciones que tomó el Capitán cuando fué atacado, creo que por las circunstancias no podía obrar de otro modo, sino quedarse en las mismas casas de la hacienda, atrincherándose en las pircas que ahí había, pues sólo en el caso de haber contado con una hora de tiempo, antes de haber sido atacado, podía haber tomado una altura donde no hubieran dominado por completo a nuestras fuerzas, contando al mismo tiempo con un campo expedito para maniobrar en el sentido que hubiera sido más conveniente; pero como el tiempo fué demasiado escaso, hubo que resignarse a permanecer abajo, a pesar de las ventajas que hubiéramos tenido atacando a un enemigo que tanto conocemos, aun cuando cuente con fuerzas 10 veces superiores.

Fiscal. Diga Ud. si inmediatamente de avistarse el enemigo mandó aviso al jefe de la plaza de Chicla y Casapalca a fin de que vinieran en su protección, y si dado el aviso, podía haber llegado oportunamente la tropa, conocida la distancia entre estos puntos, dijo:

4. «Que no se mandó aviso alguno, no obstante que impedimento no había para ello y que contaban con caballos para este fin, pudiendo haber estado el propio en 4 horas de marcha, pues sólo dista 6 leguas de Casapalca a Cuevas, y la tropa que hubiera venido habría demorado en su marcha unas 6 horas; así es que, sin andar muy ligero, tomando en consideración la distancia y el descenso del terreno, podría haber llegado tropa entre once y doce de la noche.

Contestando la última pregunta, dijo: Que la conducta, comportamiento y disposiciones tomadas por el capitán Araneda fueron, a su juicio, satisfactorias, habiendo demostrado en ese acto valor y serenidad.

No teniendo más que exponer, se dio por terminada esta declaración y para constancia firmó con el Fiscal y Secretario.

H. Camus, Fiscal
Alejandro Tinsly, Secretario
José Dolores Ríos, Declarante"


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Documento inserto en el Sumario para averiguar el grado de distinción de Sangra. Publicado en "Revista chilena de historia y geografía", Impr. Universitaria, 1931, Volumen 68.

Saludos
Jonatan Saona

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