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21 de enero de 2020

Domingo Castillo

Domingo Castillo
Don Domingo Castillo 
Teniente Coronel 2.° Jefe del Rejimiento Santiago

VII.
El capitán de la compañía guerrillera del primer batallón del Santiago, ascendido más tarde a teniente coronel movilizado, pertenece a la cría de los soldados cuya composición física i moral hemos bosquejado, i por esto el presente libro, dedicado como un museo a las glorias del ejército, acoje con especial simpatía su franca, resuelta i nacional imajen.

VIII.
El comandante Castillo era hijo de Santiago, o más propiamente de Peñaflor, donde pasó en humilde albergue su niñez. Nacido en 1839, era soldado del Buin en 1854, i cabo 1.° en 1859. Lucía todavía fresca su jineta cuando en el asedio que experimentó Talca en aquel año, recibió la primera confirmación del plomo, sin lo cu al el soldado, como el cristiano que no ha recibido la imposición de las manos, no es enteramente cristiano. Una bala recibida en la batalla es como un sacramento en la milicia.

I tan es así, que el bravo i piadoso jefe, hoi desaparecido, i que ayer conducía nuestras huestes a la sombra de una imajen de la Virjen, a guisa de los primitivos cruzados, dióle testimonio de aquel bautizo en el fuego con la siguiente epístola, que hemos visto orijinal:

"Señor don Domingo Castillo.
"Santiago, marzo 31 de 1859.

“Mi bravo i querido cabo de escuadra:
“Hoi he tenido el gusto de recibir su carta del 8, por la que veo se encuentra mejor de su herida, lo que celebro en el alma, i ojalá su restablecimiento sea completo para que continúe dando honor al cuerpo con su valor. Pronto le irá el nombramiento de su jefe, debido a su buena conducta frente al enemigo. Yo me glorío de premiar a los que con abnegación completa desprecian la muerte cuando el deber lo manda. Usted en lo sucesivo será uno de mis elejidos.

“Erasmo Escala."

IX.
Nadie habrá olvidado que el ilustre veterano que escribía esta carta era entonces coronel del Buin. Nadie dejará de reconocer asimismo que el “querido cabo de escuadran del sitio de Talca merecía ser uno de los elejidos del futuro jeneral en jefe de nuestro ejército.

X.
Durante los años de larga paz, que sólo interrumpían de tarde en tarde las escaramuzas i las griterías de los indios fronterizos, guerras de pinos que no de soldados, el cabo de Talca ascendió lentamente en su carrera. Sin embargo, fué subdelegado del “indómito Puré", ni como tal delineó sus calles i puso multa a sus vecinos, que sin eso no habría podido ser subdelegado ni siquiera celador en Chile.... Cuando estalló la guerra hallábase en la asamblea de Angol, i habiéndosele ofrecido el mando de una compañía en calidad de teniente del Santiago, voló a ocuparla. El sabía que luego se haría capitán i algo más, si era preciso.

XI.
I en efecto, cuando ocurrió la nocturna repechada de la cuesta de Los Anjeles, por el lado de la grieta de Tumilaca, famosa en los encuentros de Piérola i Montero, el teniente Castillo era ya capitán; i no sólo fue ésto sino que en esa madrugada llevaba la vanguardia de la división Muñoz con su compañía, por lo cual fué especialmente recomendado en el parte de la jornada.

XII.
I otro tanto acontecióle en Tacna, donde a la verdad no necesitaba de la tinta del cuartel jeneral para ser dignamente encomiado; porque de su compañía quedaron en el campo dos oficiales, dos sarjentos i treinta i ocho individuos de tropa. ¿Necesitaba más elocuente boletín que ese de su denuedo i de su gloria? Si algo faltaba, allí estaban los cadáveres de Olivos, de Dinator i de Torreblanca para dar el ineludible testimonio. El intrépido tercer jefe del Santiago, el mayor Silva Arriagada, había caído también a veinte metros del capitán Castillo en el avance jeneral, i en sus brazos dió aquél su último suspiro. Con tales testigos bien podría un valiente perdonar el silencio de los partes oficiales i hasta el ahorro de los grados militares que a otros se prodigan.

XIII.
Implacable en la batalla como lo son jeneralmente nuestros soldados cuando se baten, el comandante Castillo mostraba jenerosa humanidad con los vencidos i otro tanto ejecutaba con los suyos.

“Este jeneroso i caritativo oficial,—decía de él el canónigo Solís de Obando en un pliego autógrafo que tenemos a la vista, —salvó en Tacna la vida de un pariente mío i pupilo, que cayó herido en esa batalla; i quedando éste casi exánime por la pérdida de sangre i la sed durante toda la noche siguiente a la batalla, tendido en el campo, el capitán Castillo que lo echó de menos en su rejimiento, vino de Tacna expresa mente a buscarlo, hasta que lo encontró casi espirante, i cargándolo en sus hombros lo condujo a las ambulancias. El oficial así salvado fue el subteniente don Desiderio Huerta Solís, que logró, gracias a la abnegación de un buen soldado, recobrarse en breve en el hospital de Copiapó."

XIV.
Cupo al capitán Castillo, ascendido a sarjento mayor después de Tacna, i a teniente coronel después de Lima, el señalado honor de conducir al fuego en las dos batallas de Chorrillos todas las compañías guerrilleras de la división Lagos, por la extrema derecha de la línea enemiga, i en esa dirección sostuvo oportunamente las brillantes cargas de Yávar i de Manuel Bulnes en los llanos de Pamplona.

El mayor Castillo volvió a ser recomendado por su pericia i su serenidad, i de hecho quedó en Lima en calidad de segundo del Santiago, el cuerpo más temido de los peruanos.

XV.
A la cabeza de él hizo en seguida el comandante Castillo la campaña de la sierra, primero con el coronel, hoi jeneral. don José Francisco Gana, i después a las órdenes del bravo coronel Canto del 2° de línea. Asistió a la batalla de Pucará librada por el último contra Cáceres en marzo de 1882; i cuando meses más tarde las compañías del Santiago, imprudentemente dispersadas en los desfiladeros de Marcaballe, se vieron obligadas a retroceder el mismo día (julio 9 de 1882) en que la 4.° compañía del Chacabuco era inmolada hasta el último hombre en La Concepción, el bravo Castillo mordíase su renegrido bigote al ver que por la primera vez durante tres años de victorias sucesivas, su querido Santiago no arrollaba al enemigo con la punta de sus bayonetas.

XVI.
Después de aquellos hechos de armas, hubo el comandante Castillo, a virtud de una medida militar del jeneral en jefe del ejército de ocupación del Perú, de separarse del mando superior de su cuerpo, su antiguo i querido rejimiento Santiago, reducido ahora a batallón; i aquella especie de divorcio para un jefe célibe le entristeció profundamente. La enfermedad traidora que en breve le arrebató a la lista de los vivos, que corresponde al llamado de la lista de cuartel, le entristeció en efecto profundamente, i comenzó así para él en el corazón, es decir, en el desengaño, i de ese mal murió.

XVII.
El comandante Castillo era un hombre probadamente valiente, brioso, de porte franco i caballeroso, el tipo del buen camarada bajo la bandera, del buen muchacho en la tienda de campaña, jeneroso i abierto para con todos.

Pero no son esas cualidades del alma las que nos han puesto esta vez la pluma en las manos para trazar su elojio, porque para escribir cosas de guapos, en nuestra tierra faltaría vida i no sobrarían resmas. El bravo segundo jefe del bravo Tejimiento Santiago era notorio en el ejército por su enerjía, por su decisión i su entusiasmo. Pero al mismo tiempo hízose acreedor a un voto especial de gratitud pública por sus sentimientos de clemencia ostentada en el campo de batalla, no menos que en las revelaciones íntimas de su alma.

El corvo que de ordinario llevaba suspendido a su cintura no era un cuchillo, era simplemente un utensilio de campaña: no era una amenaza, era una prenda del vestuario en país enemigo i combatiente.

Fué el comandante Castillo como subalterno i como jefe un verdadero domador de enemigos, i esto de tal manera, que quien peleó a su lado con mayor denuedo en los Anjeles fué un cholo de Huatacondo, llamado Isidro Reyes, qué él conquistó en una expedición del Santiago a esos parajes, siéndole tan fiel el indio que en la quebrada de Tumilaca recibió junto a él dos balazos, de cuyos resultados vino a curarse en su casa de Peñador, sanando en breve de las heridas de la fidelidad i del agradecimiento.

XVIII.

A la postre de sus fatigosas campañas por los médanos i por la puna, estas dos inclemencias jeográficas del Perú, el mayor Castillo acantonado con su cuerpo en el Callao, sucumbió de otra inclemencia harto más implacable, propia de aquel clima en que si el hombre es manso, el temple es sordo pero fiero, incansable minador del alma i la salud; i siendo uno de los primeros atacados por la fiebre amarilla, sucumbió en esa dolencia i a su tristeza en aquel puerto en los primeros días de abril de 1883.

XIX.
I como semejante calamidad había sido prevista, anunciada e incesantemente expuesta ante la conciencia pública i el criterio de una administración heredera (pero sin beneficio de inventario) de ajenos yerros, nos será lícito recordar en esta parce las propias palabras con que anunciamos a sus compatriotas la noticia de aquel lance, al tenerse noticia de su fin, palabras de justa condenación que así decían:

"El comandante Castillo ha muerto en todo el vigor de la vida (44 años); i quisiera el cielo que su sacrificio prematuro fuese el último en el largo rol de los que son sacrificados al falso prisma de una política que prefiere la garantía de los pergaminos, que cualquier intruso desgarra, a las de las victorias, que nos hicieron por completo i para siempre dueños de nuestros destinos i del de nuestros enemigos" (1).

(1) Mercurio de Valparaíso del 13 de abril de 1883


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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.

Saludos
Jonatan Saona

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