Un digno prócer de la Independencia, ligado á una respetable matrona, dió la existencia á José Antonio Rueda. Fué su padre el capitán de artillería don José Antonio Rueda, y su madre es la señora María Rivas, viuda de Rueda, de ilustración poco común y de virtud acrisolada. Nació en esta capital el año de 1836, y niño aún fué llevado al Cuzco donde marcharon sus padres y recibió esmerada educación en el colegio de Ciencias y Artes.
La marcada predilección que el joven Rueda tenía por la carrera de su padre, vencedor en Junín y Ayacucho, le hizo ceñir la espada el año 1852 en clase de Subteniente, como ayudante de campo del General don José Allende quien conservó durante su vida una marcada distinción por los dos jóvenes Rueda, José Antonio, del que hablamos, y Fidel, que vive y tiene el grado de Teniente Coronel. Después fué destinado en el batallón Lima al mando del Coronel don Felipe Rivas, con quien concurrió a la batalla del Alto del Conde y asalto de Arequipa donde fué prisionero.
José Antonio Rueda hizo la campaña de la Regeneración por los unos de 1856, 57 y 58 á ordenes del General Vivanco asistiendo á los diferentes combates que se libraron hasta obtener el resultado de la toma de Arequipa por el Mariscal Don Ramón Castilla.
Posteriormente marchó destinado al departamento del Cuzco durante el gobierno del General Pezet y los del Coronel don José Balta y de don Manuel Pardo.
Durante su permanencia en el Cuzco se enlazó con una de las más distinguidas matronas de aquella ciudad, y cuando el grito de guerra llamó á los peruanos al punto de la defensa patria, Rueda se incorporó en el batallón “Huáscar" núm. 13, en calidad de tercer jefe. Ese batallón, que en tierra quizo imitar las hazañas de nuestro llorado monitor, cumplió gloriosamente su cometido, pues los tres jefes y los diez y echo oficiales quedaron muertos en el Campo de la Alianza. Su primer jefe fué el Coronel don Belisario Barriga.
José Antonio Rueda contaba al morir en ese campo de horrible matanza 45 años de edad.
Sus restos han sido recogidos, y descansarán en el mismo suelo donde se meció su cuna.
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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 167, Lima, 19 de julio de 1890.
Saludos
Jonatan Saona
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