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1 de junio de 2019

Guillermo Cilley

Guillermo H. Cilley
Guillermo H. Cilley

(Texto tomado de "El Perú Ilustrado" Lima, 14 de setiembre de 1889)

Una existencia vigorosa acaba de desaparecer dejando brillante huella en su tránsito por la tierra.

Tal puede decirse, del malogrado compatriota Guillermo H. Cilley, obrero infatigable del progreso, cuyo espíritu superior lo condujo á dar cima á obras importantísimas en la América del Sur.

Fué en esta tierra querida, que ambos elejimos por segunda patria el heraldo avanzado del génio norte-americano, que hizo brotar, la luz de la civilización en regiones abruptas en las cuales jamás había sonado el silbato de la locomotora.

Alma grande y generosa, abierta á todos los sentimientos nobles é ideas levantadas, cuando la hora fatal sonó para el Perú, él fué uno de sus mejores amigos.

Fresco está el recuerdo de los servicios que prestó á esta capital durante la aciaga época.

La sociedad limeña que pudo apreciar las hermosas dotes que como individuo reunía y la colonia que siempre le contó orgullosa entre sus miembros más conspicuos, lloran hoy amargamente su temprana desaparición, cuando aún mucho podía esperarse de su inteligencia y espíritu empresista.

Qué, pues, que al clamor general se una la voz lastimera del leal amigo para recordarle y tributarle esta sincera manifestación.

Ojalá que ella pueda mitigar en parte el dolor de su atribulada familia.
Peter Bacigalupi

Penosa es nuestra tarea de hoy y fiel expresión de nuestro dolor, el luto que cubre las columnas principales de “El Perú Ilustrado.”

El distinguido ciudadano norteamericano, el ilustrado ingeniero, el digno obrero, colega de don Enrique Meiggs, el leal amigo del Perú tenía su lugar yá designado en nuestra galería de notabilidades y lejos, muy lejos, de nosotros ¡a idea de que esa expontánea y sincera manifestación que preparábamos al que fué Guillermo H. Cilley, nos sirviera, á la vez que para enviar nuestro pésame á los deudos y á los compatriotas del que dejó de ser, para que nuestra República aprecie la perdida irreparable que acaba de sufrir.

La prensa local, como lo hará mas tarde toda la del Perú, ha sido fiel intérprete de los sentimientos de Lima que rodeara el féretro de Guillermo H. Cilley, haciendo ver cuanto deplora su inesperada desaparición de entre nosotros. Pero “El Perú Ilustrado” tenía deberes tanto mas tristes cuanto mas inexcusables, puesto que su propietario, compatriota del señor Cilley, estaba ligado á él por lazos de verdadera amistad—Luto doble es pues, el nuestro, y por ello, postergándolo todo, ocupamos nuestra primera página con el retrato, que si antes pudiéramos decir que la engalanaba, hoy solo sirve para que el Perú valorize lo que fué para esta pobre patria el respetable y querido huésped.

Guillermo H. Cilley

‘El Comercio” en su edición del 10, al dar cuenta del fallecimiento del señor Guillermo H. Cilley, consiguió algunos apuntes biográficos, de los cuales tomamos los párrafos que siguen, haciéndolos núestros:

El señor Cilley pertenecía á una familia distinguida de los Estados Unidos; nació el año 1839, el 21 de Mayo, en la villa Nortfíeld del Estado de New Hampshire, siendo sus padres descendientes de familias puritanas que emigraron, primero de Inglaterra y después de Holanda, para buscar en el nuevo mundo la libertad que les fué negada en el viejo.

Sus antepasados militaron en las filas del ejército de Washington y en el hogar paterno existían las armas que cada soldado de ese ejército conservaba en su poder por disposición del mismo libertador, para que sirvieran como talismán á los hijos de los que habían vertido su sangre en la noble causa.

Impelido por la energía de su natural carácter y por la costumbre americana, el señor Cilley dejó á muy tierna edad la casa paterna, para buscar su propio porvenir en el mundo. Empleóse primeramente en uno de los grandes ferro-carriles del Estado de Massachussets, donde recorrió toda la escala, desde fogonero de una locomotora hasta maquinista, maestro caminero, y por fin, cuando todavía contaba muy pocos años, fué jefe de tráfico de una sección importante de esa línea.

De aquí provienen los vastos y sólidos conocimientos que tenía en todo lo relativo á la administración y manejo de ferrocarriles.

Resolvió reasumir sus estudios para ingeniero en la ciudad de Boston, donde fué encargado de la administración general de la empresa de gas de esa ciudad.

Llamaba su atención el gran desenvolvimiento que en esa época esperimentaba el estado de California, y resolvió trasladarse á él. Consiguiólo y una vez en ese lugar se le interesó en diferentes empresas mineras, recorrió todo ese estado y la república de México, regresando á California. Ahí conoció á don Enrique Meiggs. En California logró reunir, merced á su trabajo é inteligencia, una modesta fortuna, la que habiendo regresado á visitar á sus padres, perdió en distintas especulaciones en que fué inducido á entrar en la ciudad de Boston; cosa que no llamaba la atención en esa época, pues era entonces cosa muy corriente ganar y perder una fortuna en breves días.

Se ocupó en este tiempo de la fabricación del entonces recién conocido explosivo nitroglicerina, la que tuvo que abandonar por un accidente que le sobrevino, y que á no ser por su gran serenidad, le  hubiera costado á él y á sus compañeros la vida; pues habiéndose hecho uso por descuido de uno de los empleados, de ácido de mala clase, sobrevino la descomposición del nitroglicerina, precursora de las explosiones que tantas veces suceden en la fabricación de esta materia.

Ya Cilley veía las llamadas que proceden á la explosión. Huir era perecer; por lo que arrostrando el peligro y sufriendo tremendas quemaduras, logró cerrar las diferentes válvulas que conducían
á los tanques, abrir los caños de agua y los desagües de estos, y en un momento, evitar la pérdida de muchas vidas.

Debiendo, por decirlo así, comenzar de nuevo, resolvió aceptar la invitación que don Enrique Meiggs le hacía desde Chile para que le ayudase en la construcción de ferro-carriles que había emprendido en esa República.

En Chile, como en el Perú, fué, en la construcción de las líneas, el brazo derecho del audaz empresario.

Habiendo sobrevenido la guerra entre estas Repúblicas y España, el Gobierno de Chile pidió á Meggs que recomendara una persona de buena voluntad y de reconocida integridad, que pudiera servir de agente confidencial de Chile para conseguir en los Estados Unidos los elementos bélicos de que tanto necesitaba.

Meiggs no vaciló un momento en recomendar á Cilley, por lo que el Gobierno de Chile le confió con amplios poderes esa delicada misión, que cumplió con éxito notable, pues sin fondos, sólo con la autorización necesaria de comprometer el crédito de Chile, proveyó á esa República de todos los elementos bélicos que necesitaba, los cuales logró embarcar en Boston con todo el sigilo necesario, merced al auxilio que le prestó su primo el célebre general Bulter. Es de advertir que las armas que el Perú consiguió, al mismo tiempo por conducto de su representante el señor Barreda, se debieron, en buena parte, á los esfuerzos de señor Cilley.

De regreso á Chile á principios del año 1866, fué portador de despachos de ese Gobierno al del Perú, habiendo tenido (pie desembarcar en Pisco, llegando á Lima por tierra.

Estuvo en el combate del 2 de Mayo.

Celebrados por Meiggs los diferentes contratos con el Perú, vino á desempeñar el importante rol que le correspondía en estas obras.

Obtuvo de Meiggs en 1870 el sub-contrato para la construcción del ferro-carril de Pacasmavo, donde esperaba mediante su contracción personal, obtener un regular beneficio: pero enmarañada la construcción del dificilísimo camino de la Oroya, que había sido encomendada á varios administradores, tuvo Meiggs que obligar á Cilley á encargarse de ella, á lo cual ha dedicado, como es notorio, toda su inteligencia y actividad, desde aquella época.

Queriendo D. Manuel Pardo conocer el estado en que se hallaba la construcción de los diferentes ferro-carriles, las sumas invertidas en ellos, las cuentas del contratista con el Gobierno, y, en fin, todos los pormenores relativos á estas obras, llamó por indicación de Meiggs á Cilley, quien en menos de dos horas dió al Presidente con la mayor exactitud y de memoria, los datos que necesitaba res pecto de todos los ferro-carriles del Perú. Hay en Lima muchos caballeros amigos de Pardo que le oyeron manifestar la sorpresa que le causó el conocimiento minucioso que Mr. Cilley tenía de todos los diferentes ferrocarriles del país.

Durante la guerra con Chile, prestó al Perú valiosísimos servicios, sin escusar ni gasto ni trabajo personal, como es de pública notoriedad: y su energía obtuvo que el invasor no destruyese los ferro-carriles de la Oroya y Ancón.

Bajo el fuego de lanchas cañoneras chilenas, sacó, personalmente, varios trenes de carga de Ancón, en cuya empresa fue acompañados por algunos de sus propios empleados, quienes como él no hacían alarde del servicio prestado, ni del valor desplegado.

Las simpatías de Cilley han estado siempre con las buenas causas y su noble corazón siempre dispuesto á hacer el bien no sólo sin ostentación, sino con la reserva y modestia que le eran características.

Inteligente, perseverante, cumplidor, afectuoso por nuestro país, afable y bondadoso corazón, el señor Cilley deja numerosos amigos, nacionales y extranjeros, que deploran su prematura desaparición.

Estos apuntes la exactitud de los cuales garantizamos, podemos completarlos con los siguientes datos que acabarán de perfilar la vida del que fué afectuoso amigo de nuestra República.

Después del fallecimiento de don Enrique Meiggs, tuvo que hacer el señor Cilley un viaje á EE.UU. Don Manuel Pardo, presidente entonces del Senado, escribíale de vez en cuando, instándolo para que regresase al Perú, donde su presencia era necesaria para la buena marcha de los ferro-carriles.

Al fin el señor Cilley accedió al deseo de Pardo, y cuál no sería su dolor, cuando, llegado á esta capital, recibió la noticia del asesinato perpetrado en la persona del ilustre ciudadano.

El señor Cilley fué el entusiasta iniciador de la gran obra del socavón del Cerro de Pasco que terminada, debe variar por completo la situación de ese gran asiente mineral é influir poderosamente en el bienestar del país. Logró realizar la que era una de sus mas sinceras aspiraciones: la obra del socavón comenzó: cerca de quinientos metros se había avanzado: pero desgraciadamente las complicaciones que por entonces sobrevinieron, hiciéronla paralizar, postergándose su terminación y por consiguiente, retardando el comienzo de la nueva era que ese importante trabajo debe abrir al país.

Próximos los días de San Juan y Miraflores, de eterna recordación, el entonces presidente de la República, confió al señor Cilley la colocación del célebre malcriado que desde el Morro Solar tanto daño hizo al enemigo y que Mr. Cillev montó en breves horas.

Este oportuno y valiosísimo auxilio que nos prestara el señor Cilley, dió lugar para que en los primeros días de la ocupación, el invasor pretendiera mortificarlo. Pero la energía del digno ingeniero, su franca declaración, con respecto á los deberes que le imponía su carácter de administrador de intereses fiscales del Perú pusieron término feliz á la asaz difícil situación en que se viera por algunos días.

Uno de los últimos y mas importantes servicios prestados por el señor Cilley al Perú, servicio que mereció de toda prensa y, muy especialmente de nosotros, la manifestación que correspondía, es elección que del Perú hiciera la Universidad de Harvard para el establecimiento del observatorio que funciona ahora en Chosica.

En el número 102 de nuestra publicación y en otros posteriores, hemos hecho al señor Cilley la justicia debida, haciendo notar, junto con el “Boletín de Minas", que la venida de la expedición científica á que hacemos alusión, debióse, en mucho, á los esfuerzos del señor Cilley.

Debemos también, mencionar que el señor Cilley era uno de los mas decididos protectores de la Escuela de Ingenieros, establecimiento que consideraba el mas importante del país.

Una de las cualidades que más caracterizó á Cilley, fue su filantropía, oculta siempre bajo el velo de sincera modestia.

Numerosas familias, recibían de él socorros no pequeños y así los RR. PP. de Ocopa como los Descalzos de esta capital tenían en el ferro-carril todo género de franquicias, pues el señor Cilley le habían concedido pasaje gratis para sus personas y para las cargas destinadas á sus conventos.

Tales apuntes que la brevedad del tiempo no nos permite hacer tan detalladamente como debiéramos, justifican con exeso el sentimiento de profundo dolor que en nuestra sociedad ha ocasionado el triste suceso que motiva nuestras lineas.

Duerma en paz el que fué Guillermo H, Cilley, que su recuerdo vivirá entre nosotros, mientras haya quienes rindan culto á aquel sublime sentimiento que se llama gratitud.


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Texto e imagen tomados del "El Perú Ilustrado" núm 123, Lima, 14 de setiembre de 1889.

Saludos
Jonatan Saona

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