I.
El soldado de la República que fue el primero en llevar a las montañas del Perú i al pecho de nuestros jóvenes soldados la chispa de la inmortalidad, encendida en lo alto de sus mástiles por el capitán Prat en las arenas de Iquique, i que, como éste, sucumbió dando al ejército de tierra el ejemplo de una resolución sublime simbolizada en su bandera, el teniente coronel don Eleuterio Ramírez, nació en la ciudad de Osorno el 18 de abril de 1837, año de graves acontecimientos militares en la República.
II.
Toda su familia había sido de soldados, en sus dos ascendencias, i continuaría siéndolo con él. Fué su padre el sarjento mayor don José Ramírez, capitán de la independencia, al paso que su madre, doña Marcelina Molina, era hija de aquel bravo comandante del rei, don Lucas Molina, que, comandando el batallón Valdivia en el sitio de Chillan, cayó muerto sobre su espada, atravesado por una bala en el memorable ataque del 6 de agosto de 1813. Su abuelo, del mismo nombre del precedente, había sido el restaurador de Osorno en las últimas guerras con los araucanos; i no era difícil trazar el entroncamiento de este viejo soldado, mediante auténticas jenealojías, hasta los capitanes de su nombre que asistieron al cerco de Granada bajo Isabel la Grande.
Asimismo todos sus hermanos entraron en la carrera de las armas casi desde su infancia: don Antonio, que murió mui joven en 1870 después de haber dado a luz el “Faro militan", estimable publicación profesional; don Francisco, residente actualmente en Osorno, i don Pablo Nemoroso, que le acompañó al Perú como capitán de compañía en su propio batallón. Aun de dos hermanos que de su primer enlace diérale su madre, don Fernando i don José Antonio Lenis, murió el primero gloriosamente en el puente de Buin en enero de 1839, i el último mandó hasta hace pocos años el batallón de marina que da guarnición a nuestras naves.
III.
Bajo estos antecedentes, don Eleuterio Ramírez. que era el mas joven de aquella tribu de guerreros, entró casi niño a hacer su aprendizaje de las armas al cuerpo de Jerdarmes de línea en 1855. Tenía entonces apenas 18 años, pero su noble porte, su pundonoroso carácter i su dedicación a todos sus deberes, hicieron que en menos de tres años (1858), ascendiese a ayudante mayor de su cuerpo.
Cambiado éste en batallón regular de infantería bajo el número 5.°, con motivo de la revolución i guerra civil de 1859, hizo el ayudante Ramírez las dos campañas que requirió aquella dolorosa lucha fratricida, encontrándose en el Sur en el sitio de Talca, i en el Norte en la memorable batalla de Cerro Grande, librada victoriosamente por las tropas del gobierno a las del caudillo del Norte, don Pedro Gallo, a las puertas de la Serena el 29 de abril de 1859.
IV
Cuando encontraron su término estos luctuosos acontecimientos. lucía el joven Ramírez sobre sus hombros las charreteras de capitán a los 22 años; i en esta capacidad pasó al batallón 2,° de línea, que en esa época comandaba el hoi jeneral de división don José Antonio Villagrán, i el cual, llevado por él al fuego como jefe, debería encontrar gloriosa tumba en la hórrida quebrada de Tarapacá 20 años más tarde.
Continuó el capitán Ramírez ganando noblemente sus ascensos en el servicio del país, ya destacado en las Fronteras, donde emprendió varias campañas al interior de la tierra rebelada en 1860 i en 1868, ya cubriendo contra los españoles la guarnición del puerto de Caldera en 1865-66.
Pero no puede decirse, que halló cabal fortuna en su carrera, sinó cuando habiendo subido al puesto de presidente de la República don Federico Errázuriz, hízose éste su protector decidido.
Un hermano del presidente, don Diego Errázuriz, había sido casado con una hermana del capitán Ramírez en Osorno, i a esta circunstancia, así como al conocimiento personal de sus méritos, debió el último el favor de ser llamado a Santiago a trabajar casi a los ojos del jefe del Estado, en la inspección del ejército, i, en seguida, el honor mucho más señalado de mandar en jefe el batallón 2.° de línea.
V.
Hallábase en consecuencia el comandante Ramírez, a la cabeza de este valeroso i bien disciplinado cuerpo, reducido, empero, por economía a esqueleto, cubriendo la guarnición de Valparaíso i repartido en sus fuertes, cuando en febrero de 1879 estalló la guerra; i fué por este motivo el primero en partir al teatro de las operaciones, limitado en esa hora al arenal de Antofagasta.
VI.
Recuérdanse todavía por todos, las escenas conmovedoras de aquellos adioses del patriotismo que daban a la partida de cada uno de nuestros convoyes, el aspecto pintoresco i el tinte heroico de las primeras cruzadas:—el pueblo entero agrupado en la playa, las embarcaciones cubiertas de vistosos gallardetes, los soldados que partían ajitando sus cimeras en el aire et medio de estruendosos vivas a la patria, los votos de los que quedaban, los voluntarios que de la arena misma, arrojando los desvalidos sus ponchos, la juventud sus libros, todos su egoísmo, saltaban a la borda pidiendo un fusil.
Pero nadie caracterizó mejor aquel movimiento de expansión del patriotismo i de apego austero al deber, que el comandante del 2.° de línea al poner el pie con su bandera en la cubierta del trasporte Rímac que el 20 de febrero de 1879 condújolo al desierto.—"Señores,—exclamó el comandante Ramírez formulando su programa de guerra en un banquete de amigos que precedió de unas pocas horas la partida.—"Señores: a nombre del batallón 2.° de línea i del mío propio, doi las mas sinceras gracias por la espontánea i noble manifestación de que hemos sido objeto, tanto de parte del pueblo de Valparaíso, como de vosotros mismos, que formáis en las filas de los esclarecidos ciudadanos de esta localidad.
"Pero debo recordaros que el honor que hacéis ahora al cuerpo de mí mando, a quien ha caído en suerte el ser llamado uno de los primeros a la defensa de los intereses, de la honra de nuestra patria, lo recibo, no solamente en nombre del batallón 2° de línea, sinó, en el de todo el ejército, que. como nosotros, está llamado a defenderla.
"Permitidme, pues, en este momento, que recuerde a los viejos compañeros de armas que formaron en las filas del Carampangue, Chacabuco, Maipú, Buín, Santiago, Colchagua i Carabineros de Yungai, del último de los cuales, se ha formado este batallón, i que han legado a la historia de nuestra patria pájinas gloriosas, con hechos inmarcesibles de abnegación i heroicidad.
"Esa huella luminosa de victorias, seguirá siempre este batallón, continuando de esta manera la tradición de acontecimientos que han enaltecido al ejército chileno i mantenídolo en la esfera respetuosa de que ha gozado, dentro i fuera de la República"
VII.
No valen por lo jeneral las palabras, sinó a condición de que las revalide el hecho o el sacrificio. Pero, cuando, como en el caso presente, el vino vertido en la copa del festín, trocóse en breve en raudal de noble sangre derramado en el cáliz de la muerte, combatiendo, revístense aquellas de la solemnidad de un voto profético i sublime.
VIII.
Ajustó en efecto, el comandante Ramírez, su conducta de jefe i de soldado a su promesa, i no hubo vida más sobria que la suya en el campamento, ni cuerpo mejor tenido en la ruda guarnición del desierto, que el que él mandaba. Destacado el 2.° en Caracoles, cúpole la fortuna de abrir la campaña, retardada tímidamente i por todos los caminos en los consejos de gobierno, apoderándose el 23 de marzo, un mes después de su desembarco, de la aldea fronteriza de Calama, llave del interior de Bolivia por ese rumbo del desierto.
Mostró el comandante Ramírez, notoria bizarría en ese hecho de armas, conduciendo él mismo su tropa al paso difícil del río Loa, i mostrándose el primero en todas partes. Pero ha quedado constancia íntima de que adentro de su pecho vió, con amargura, desconocida la significación de aquel primer estreno de las armas i de las victorias de Chile, pues no recibió la más leve manifestación de estímulo en su carrera, ni siquiera en la forma de una esquela de congratulación o de saludo. Al contrario, nombrado gobernador militar de Calama, quitáronle los artilleros que le acompañaban; i un mes después de la ocupación de aquella plaza, escribía al autor de estas memorias con mal disimulada ironía, que, como se hallaba a cargo del puesto más adelantado sobre el enemigo, había almacenado los cañónes por carecer de quienes los sirvieran... No se atrevía, sin embargo, el discreto i disciplinado jefe a decir que dos días después de ocupada aquella posición fuerte, había sido mandada desalojar por un telegrama personal del jefe del Estado, lo que fué causa de que cuatro soldados de su cuerpo se ahogaran en el Loa, i que perecieran en las marchas i contramarchas todos los ganados de lana, pan i sustento de aquella apartada i fríjida comarca.
IX.
Prosiguió desde entonces la guerra el comandante Ramirez con sufrida resolución, mas sin
volátil entusiasmo. Preveía que marchaba al sacrificio; pero, sin alegrarse delante del holocausto, lo aceptaba. Todas sus cartas íntimas del campamento de Antofagasta, revelan este estado melancólico pero magnánimo de su espíritu.
Aconsejábales a los suyos i a su propio hijo retirarse de la ingrata carrera que le había cabido en suerte; pero se manifestaba enérjicamente dispuesto a cumplir su deber hasta el fin.
Una reyerta de jurisdicción con el jeneral en jefe del ejercito había aumentado su desazón, sin comprometer por esto en lo más mínimo sus propósitos de derramar por su patria i su bandera. cuanta sangré aquella pidiérale por su honra i cuanta necesitare la última para su lustre.
X.
En esta situación de los ánimos, que comenzaba a ser común en el ejército, tuvo lugar el desembarco de éste en la segunda lenta etapa, de las cuatro en que se repartió la guerra, ocho meses después de la primera. I como no cupiese al 2.° de línea, elevado desde los primeros días de la campaña a rejimiento, la fortuna de tomar parte activa en el asalto de Pisagua, ni en la batalla de San Francisco, a causa de haber sido retenido cerca de su persona por el jeneral en jefe, no fué difícil a su comandante embarcarse en la aventurada empresa de ir a rodear al ejército aliado disperso en la última jornada, (19 de noviembre de 1879), siguiéndolo al través del desierto hacia la quebrada de Tarapacá. que era su punto natural de retirada hacia Arica, i hacia Tacna o hacia Bolivia.
XI.
Emprendióse en consecuencia aquella expedición con mas aturdimiento que estratejia, formándose una columna de dos mil hombres que se confió al intelijente i valeroso coronel, don Luis Arteaga, poco versado todavía en los accidentes prácticos de la guerra. Como es sabido, el 2.° de línea formaba la mitad i la parte más sólida de aquella tropa, lanzada de improviso i sin aprestos a las arenas candentes de la pampa del Tamarugal.
Verificóse todo esto en los días 25 i 26 de noviembre de 1879, la noche de cuya última jornada pasaron los soldados en el hielo de fríjida noche, sin víveres, sin agua, sin abrigo, sin guía i casi sin brújula.-- Durmió el comandante del 2.° esa postrera hora de su vida transido de frío, junto con sus soldados i bajo el mismo escaso cobertor que el joven comandante del batallón movilizado Chacabuco, don Domingo Toro Herrera, a quien hizo presente, en el lúgubre silencio de las altas horas, presentimientos tan melancólicos como heroicos, sobre la situación.
Pero cuando, junto con el primer claror del alba, resonaron las dianas del aciago día 27. montó el comandante del 2.° su caballo de. batalla, un potro chascón, trofeo de Calama, i, poniéndose a su cabeza, descendió sombrío, casi irritado pero completamente resuelto, al fondo de la quebrada en que debía hacerse, según cálculos bisoños, el encierro de un enemigo que no se había contado ni siquiera reconocido desde lejos.
Tenía esto lugar por el lado de Huaraciña a la entrada de la quebrada, mientras que el comandante Santa Cruz avanzaba hacia las cabeceras de Quillaguasa para completar el círculo con sus Zapadores, ufanos i confiados desde Pisagua.
XII.
Dislocada por consiguiente la columna chilena i dividida en tres trozos, cuando era de rigor su unidad estratéjica, avanzaban los mil hombres del 2.°, envueltos en sus capotes, asemejándose a una enorme serpiente negra, por el fondo de la inexplorada i lúgubre quebrada, cuando sintiéronse los primeros disparos del ataque súbito que los dos jefes peruanos, del apellido de Suárez, llevaron desde el pueblo de Tarapacá a la columna aislada de Santa Cruz. I al oír la primera detonación, el brioso jefe del 2.° que iba adelante con sus ayudantes Fierro i Arrate, (este último, su propio hijo político), reconociendo con su anteojo, torció bridas, i llegando al galope sobre su columna, gritó con voz enérjica:—"Muchachos! Ya es tiempo! Arrojen sus rollos, i adelante!"
XIII.
Dicho esto, cuatro compañías del 2.°, tirando al suelo sus capotes i sus vacías caramañolas, con la ajilidad de diestros gladiadores, se lanzaron a paso de carga por el chircal del seco estero llamado allí quebrada de Tarapacá; i conducidos por el bravo Vivar, segundo del cuerpo, arrolla con cuanto encontraron a su paso, hasta las calles mismas de la aldea
Mas, rodeados en esta por triples fuerzas i abandonados por sus compañeros de la altura que habían cedido el campo, las cuatro compañías del 2.°, continuaron batiéndose hasta formar un solo montón de cadáveres chilenos, encima de otro montón de cadáveres peruanos. En Tarapacá, peleando como dentro de un ataúd, no hubo heridos sinó muertos.—"En el espacio de unas pocas varas,—decía, dos días después, un viajero que recorrió el campo,—dejaron los peruanos, cincuenta i siete cadáveres, i entre ellos no encontré más que un soldado del 2.°, que lanzó su último suspiro teniendo asido del pelo a un cholo corpulento, i en ademán de hincarle los dientes en el cuello".
XIV.
Pero, montón por montón, la compañía del capitán Necochea que era una de las que había corrido al trote al ataque, había perdido 45 soldados i todos sus sarjentos, i la del capitán Abel Garretón, dejaba 62 cadáveres i sólo tres heridos. Hizóse entonces preciso a los pocos sobrevivientes de aquella atroz hecatombe, retirarse combatiendo en torno a la bandera, i el primero en llegar al sitio que ocupaba el comandante Ramírez sobre el caserío de San Lorenzo, vijilando la desigual batalla, fué el bravo Necochea, que dejaba a su hijo prisionero.
—«Mi comandante,—gritóle Necochea al llegar jadeante.—Monte a caballo, que el enemigo llega.
—«¿Cuántos hombres trae?—pregunta fríamente el comandante al capitán.
—«¡Treinta, señor!
—«Yo he recojido aquí quince, i con ellos nos haremos fuertes....
XV.
Encerróse entonces el ínclito jefe en un corral de pircas con cuarenta soldados i dos cantineras, que le vendaron su primera herida aun cuando las huestes aliadas rodeaban, como en el mar de Iquique, al pelotón chileno, i con ahullidos espantosos le intimaban rendición, arrimando por todas parte la tea a las techumbres pajizas del caserío, no se oyó, como en el mar peruano, una sola voz que no fuese la de alentarse los unos a los otros para morir dignos de Chile, es decir, para morir matando.
Sucumbió de esa manera, en desigual, tenaz, i prolongadísima pelea, sin esperanza de rescate, cual la de Iquique, el bizarro jefe del 2.°, con todos los suyos, porque (rasgo sublime!) ni las mujeres se rindieron. .
I cuando, cuatro meses más tarde, sus compañeros de armas, humedeciendo los apagados tizones con sus lágrimas, desenterraron sus calcinados restos, encontráronlo asido todavía de su espada, cubierto de cenizas, i entre la osamenta de sus heróicos subalternos. Ramírez como Prat, no se había rendido.
XVI.
Ocupóse el ejército i el país en tributar los honores debidos a restos tan gloriosos, cuando fueron hallados; i atravesando el desierto i el mar, en procesión solemne, llegaron aquellas caras cenizas a la capital en la medianía de marzo.
"Era el sábado 13 de marzo de 1880,—dice una relación de esa época ya remota,—i el convoi que venía en incesante marcha desde el fondo de las sierras del Perú i de sus mares, deteníase, compuesto de cuatro carros mortuorios, a las puertas de la ciudad redentora.
"Esta, como una sola ola de lágrimas, se había precipitado a su encuentro, i no hubo jamás tránsito ni de mayor ni de más intensa ternura en la vida de este pueblo helado, al que una alba cordillera de granito i nieve parece servir de atalaya i de sudario.
No hubo en aquellas solemnes horas una sola diverjencia, i el primero en pronunciar su fallo de glorificación i de promesas, fué el Estado. "El Gobierno de la República,—exclamaba aquel día el Diario Oficial en sus columnas de honor profusamente enlutadas, —el Gobierno de la República, se ha apresurado a dictar para la pompa fúnebre con que deben ser recibidas aquellas cenizas, para su decoroso enterramiento, todas las medidas que están dentro del círculo de sus facultades, i que son además compatibles con la iniciativa, que en estos casos es preciso respetar, de las familias de los ilustres difuntos i de gratitud i admiración de sus conciudadanos".
I mas adelante proseguía:
"Esta manifestación no será, nó, un estímulo para el posterior cumplimiento de las obligaciones contraídas para con la patria, que de ello no ha menester el entero e incondicional patriotismo chileno. Será solo el cumplimiento de un deber por parte de la gran masa social, cuya dignidad i derechos colectivos defienden actualmente nuestros ejércitos, i en obsequio de los cuales rindieron sus vidas los bravos soldados cuyas cenizas vuelven a la ciudad nativa, a descansar en el lecho de tierra que les mulle la gratitud de sus conciudadanos i que pronto decorarán, como es debido, el arte con sus mármoles i bronces, la patria con sus recuerdos i la historia con sus fallos.
"¡Bien venidos esos muertos que ya viven la vida de la inmortalidad, conquistada con su heroísmo!"
XVII.
Tal fué la vida i tal la muerte, ambas rápidamente bosquejadas, del capitán ilustre i del jefe de mayor graduación en el ejército de tierra, que sucumbió en el puesto del deber i de la gloria en las primeras etapas de la guerra; por lo cual, consagrando a sus manes esta primera ofrenda del respeto, no hemos hecho sino seguir el orden de precedencia de su sacrificio magnánimo, de su tumba prematura.
Delante de la gloria i de sus consagraciones no hai, por lo demás, ni primeros ni últimos llegados, porque al reflejo de su luz radiante como la del sol, todas las existencias heroicas se funden en un sólo, vivido e inmortal destello.
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo I, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
Los delirios de MACKENNA , convertir ladrones en heroes . Chile declaro la guerra no alrevez, porque obviamente sabia que tenia lñas de ganar, se habia preparado con aticipacion.
ResponderBorrarInsultar a los héroes enemigos, a soldados que entregaron si vida en defensa de su bandera, es de baja condición. Entiendo la necesidad de autodefinirse como "anónimo".
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