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26 de marzo de 2019

Juan Ureta

Juan Ureta
El Doctor Don Juan Ureta. 
(Texto tomado de "El Perú Ilustrado" Lima, 4 de agosto de 1888)

Nació en Arequipa el año de 1848. 
Hijo del eminente magistrado Dr. D. Manuel T. Ureta recibió la preciosa herencia de su talento, cultivado por una esmerada educación y favorecido por su prodijiosa actividad, y por entrañable amor al bien y á la humanidad. 

Estudiaba en los claustros de San Carlos, y ya le preocupaba la instrucción de los niños pobres, la cual fué la noble tarea de toda su vida. Dio forma real á sus propósitos el año de 1868, cuando apenas contaba 20 años, fundando la Sociedad «Colaboradores de la Instrucción» que por muchos años sostuvo el Colegio gratuito de Instrucción media. Muchos de los hombres que hoy figuran en el foro, en la política y en el comercio recibieron en ese Colegio las lecciones que habían de prepararlos para la instrucción facultativa. Juan Ureta, su fundador y primer director, recibió en 1874 del Concejo Provincial de Lima una medalla de oro como justo premio de su iniciativa y de su incansable trabajo para sostener ese provechoso plantel. 

El mal estado de su salud le obligó á trasladarse á Arequipa, donde ejerció la profesión de abogado con tanto éxito que llegó á tener uno de los primeros, ó tal vez el primero de los estudios de esa importante capital. 

En Arequipa fué el Apóstol de la instrucción. Los huérfanos, los expósitos y los niños pobres, fueron el preferido objeto de sus esfuerzos y de su trabajo. No le satisfacían las lecciones que en los colegios y en las escuelas daba. No fué bastante para él la reorganización de los institutos municipales que como inspector de instrucción de la H. Municipalidad y como jefe de esa sección en varias épocas, emprendió hasta ponerlos en el mejor estado posible. Para la noble aspiración de su alma eran estrechos los límites de un colegio y se dirijía al campo, á las aldeas, á los villorrios, y en el atrio de un modesto templo reunía á los niños para abrirles la inteligencia á las primeras nociones de la verdad y el corazón al amor del bien. 

Ahí enseñaba, repartía libros y socorría con su dinero las necesidades de las chozas. Alma profundamente cristiana sin afectación, solo aspiró durante toda su vida á consolar al pobre, en cuyo favor fundó varias instituciones que sería largo enumerar. Per transit bene faciendum. 

La gratitud, esa preciosa virtud de las almas nobles, se reveló en Arequipa el 5 de este mes, día en que se inhumó su cadáver, con un espectáculo conmovedor. 

La multitud agradecida; el niño que ya era joven, el enfermo que había sanado, el pobre que había saciado el hambre; el anciano consolado; todos los que habían recibido algún beneficio de la mano de Juan reunieron en la calle, á la puerta de la casa en que vivió; y en el momento en que el ataúd se colocaba en el carro mortuorio fué arrebatado por la multitud que tomó en los hombros los queridos restos. Así, en ese sublime trono de la gratitud fué conducido hasta el Cementerio que está en Arequipa á gran distancia de la ciudad. 

Los elogios fúnebres se sucedieron al pié de su cadáver; y al día siguiente en sus suntuosos funerales, ocupaban en el templo lugar preferente las corporaciones de huérfanos y expósitos, presididos por hermanas de la Caridad, de esa caridad que fué la diosa de su culto. 

Su actividad le daba tiempo para todo. Secretario de la Legación del Perú en Bolivia, organizó el archivo que, ó no existía ó se hallaba en desorden; director de las defensas locales de Arequipa, durante la guerra con Chile, se le vio al lado del humilde obrero sufriendo los rigores del sol canicular y los hielos del invierno; empleado público, era esclavo de su deber, sufriendo frecuentes quebrantos en su salud por llevar el trabajo masada de lo ordinario; miembro de la «Unión Católica.» llenó los deberes que le imponía tal carácter; abogado, hacía suyas todas las causas que se le encomendaban, sin cobrar dinero al pobre y haciendo los gastos que aquel no podía hacer. 

Tal fué el ciudadano que hemos perdido, hoy que tanta necesidad tenemos de hombres buenos y sinceros, de hombres activos para el bien común, de hombres inteligentes é ilustrados para derramar luces en las masas ignorantes. 

El señor Dr. D. Juan Ureta, deja una viuda y dos tiernas niñas que llevarán con orgullo su nombre. 


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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 65, Lima, 4 de agosto de 1888.

Saludos
Jonatan Saona

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