Subteniente del Rejimiento Valparaíso
I.
He aquí nó una vida sino una esperanza de vida. Imajínese el lector que habrá de leer estas breves memorias en remota posteridad, imajínese una criatura de quince años, fresca, rosada, rubia la copiosa cabellera, alba la tez como la mañana antes del sol, los tersos labios semejantes a los de cándida virjen i retozando todavía en las maternas faldas, (esos segundos i más dulces pañales de la vida) que comienza a sentir conciencia i afecciones. Ese niño, hermoso como un ensueño de la primera maternidad, había nacido en Valparaíso el 30 de enero de 1864, i ¡dato terrible! al espirar en esa misma ciudad en ese mismo día de 1881, envuelto en el regazo de la madre, mojado de lágrimas, habrían sus guardianes creído divisar sus labios húmedos todavía del manantial de sus senos: ¡tan corto había sido el límite del tiempo que separó su tumba de su cuna!
Juan Jullián, que así se llamaba aquel querido niño, cumplió 17 años el mismo día en que el destino lo separó de amantísimos padres que todavía le lloran.
II.
Fué el autor de sus acelerados días uno de esos titanes del trabajo, para quienes la vida ha sido sólo la incesante brega de la intelijencia con la suerte, don Carlos Jullián, antiguo i rico armador de Valparaíso, decano honorable hoi día del comercio francés en estas costas.
Su madre fué la señora Lucrecia Chessi, una de las mujeres más encantadoras de su época i en cuyo rostro los surcos del dolor no han borrado todavía los matices de la primera flor de la hermosura.
III.
Cuando estalló la guerra, Juan, predilecto de la madre en el hogar i en la tumba, tenía apenas 15 años, i a escondidas de quien así le amaba marchóse en aquella edad en que la conciencia es todavía un destello, pero el corazón un poder, asentar plaza de soldado en el rejimiento Valparaíso cuando se alistaba en San Felipe para marchar a Lima. Mas por lo galano de su rostro infantil i para no darle el continuo afán del fusil, hiciéronlo sarjento segundo. En esta condición vino con su cuerpo a la revista que en setiembre de 1880 pasó la capital a los más gallardos seis mil soldados de su novel ejército; i es fama que al verlo en las filas un cruel profeta exclamó en la acera: "A ese niñito lo van a matar con municiones...".
IV.
Era el sarjento Jullián tan extremadamente tierno por la expresión de sus sentimientos más que por la de sus años, que al embarcarse en Arica para Lima en la fragata Norfolk, no acertaba a decir a su amorosa madre, en la única carta que le escribiera (diciembre 11 de 1880), sino estos conceptos de tímida i afectuosa fe: "Si Dios i María Santísima lo quieren, amada mamá, la volveré a ver mui luego. Pero si su voluntad me fuere contraria, confórmese con la muerte a que me ha destinado Dios". I más adelante, repasando en su infantil memoria sus juegos, sus hermanos, sus sobrenombres, decíala todavía: "Adiós, mamá adorada; no se olvide de su hijo que se acordará de usted en el campo de batalla. Ruegue siempre por mí, i pídale a la Santísima Virjen por mí i despídame de toda la familia".
Venían en pos los cariñosos apodos de la infancia, i todavía, después de designar a cada uno de sus pequeños hermanos con las denominaciones poéticas del hogar que se columbra por la última vez, ponía el adolescente a su epístola de adioses esta varonil posdata que revela al héroe i que se cumplió como si hubiera sido un siniestro mandato: "Si soi herido, haré que me lleven a Chile para morir en mi casa."
El niño volvíase así hombre i el hombre trocábase en adalid guerrero en presencia de la batalla cuyos laureles cubrirían más tarde su liviano i virjinal ataúd.
V.
Todo verificóse en seguida como él lo había previsto i casi profetizado.
Ascendido a alférez en la víspera de la batalla, porque en todas partes era preciso ir esperando la edad a aquella criatura escapada del seno de su madre, una bala atroz bandeóle la pierna derecha en el campo de Chorrillos al comenzar los fuegos. Llevado en brazos de un soldado a la ambulancia i de allí al fatal trasporte Itata i a Chile, como lo tenía pedido, llegó casi moribundo, ¡ai! como tantos otros mártires de aquel horrible bajel, a la puerta de su hogar; i he aquí la manera dolorosísima como ocurrió aquel lance, según su propio padre, que ha necesitado apartar las lágrimas de sus párpados para describirnos en el seno de la antigua amistad aquel lúgubre cuadro:
"Hallábase su madre,—nos escribía nuestro amigo desde su retiro en el valle de la Ligua (establecimiento de Cabildo),—hallábase Lucrecia en la ventana de nuestra casa en la calle de la Victoria el triste día en que llegó a Valparaíso el Itata (el 27 de enero) viendo pasar los heridos, i preguntó a un joven que venía con ellos, i que creo era Cardemil, si Juan, nuestro hijo, venía en aquel trasporte, i le contesta: "Sí: viene como yo." (Venía herido i flaco como un cadáver).
"Entonces divisa otra camilla i se encuentra con Carlos Escobar, quien les dice que Juan no venía en el Itata i que se había portado mui valiente en el combate de Chorrillos. Vuélvese Lucrecia a casa; siempre con la vista fija en !as camillas que pasaban, ve una llevada por cuatro bomberos de la 3.“ compañía a cuyo lado estaba mi hijo Luis acompañando a su hermano, i tanta fué la emoción del pobre Juan que al ver a su madre se escondió la cara con su kepi"...
¡Qué cuadro i qué enseñanza para los que inventan las guerras, para los que las adoran, para los que por egoísmo las usufructúan!
"Cuando supe,—añade el infeliz padre,—que había vuelto herido mi Juan fui a Valparaíso, i contar lo que ha sufrido este mártir i lo que hemos sufrido nosotros no me es posible, i al escribir esta carta, semejante recuerdo me hace verter lágrimas..."
VI.
Dando todavía treguas al tiempo presuroso, la muerte aguardó esta vez, como para dar lugar a que en aquel rostro casi anjélico, desfigurado por el agrio plomo i el hediondo veneno del pus, apareciesen los signos de que aquella víctima era una devolución lejítima de la guerra, de que era no un ánjel asesinado por un rayo del cielo, sino un soldado que había. peleado i había vencido en el fragor de campal batalla en tierra firme. I por esto sólo el día en que enteró diecisiete años, el 30 de enero de 1881, descendieron sobre su lecho los mismos alados jenios que en la víspera, velaron su cuna i envueltos ahora en primorosos tules, que recordaban los colores del iris i de las dos banderas de su orijen, condujeron su alma pura a las alturas!...
¡Sublime trasformación!
VII.
Entretanto, ¡oh Chile! ¿no te sientes orgulloso de llevar en tu pecho las señales de la maternidad de tales seres?
Entretanto, ¡oh república! matrona ilustre, madre implacable, ¿estás satisfecha ahora de tu prole i de la ajena?
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Texto e imagen tomado de "El Álbum de la gloria de Chile", Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna
Saludos
Jonatan Saona
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