Periódico "El Porvenir" |
Callao, Diciembre 10 de 1879.
Las últimas operaciones militares.
Hoy, que ya estamos en posesión de la mayor parte de los datos necesarios para formar un concepto claro, exacto y bien definido acerca de las últimas operaciones militares que han tenido lugar en el teatro de la guerra, de veinte días á esta parte; ha llegado el momento de apreciar los hechos en toda su importancia, y, con pleno conocimiento de causa, como es de rigor tratándose de asuntos tan graves y que tan directamente interesan al honor nacional, emitir una opinión concienzuda, cuidando, al hacerlo, de no abrigar prevenciones, como así mismo también de no usar lenidad ó una perjudicial indulgencia alentadora del delito, al juzgar fría y desapasionadamente a los hombres y las cosas.
Creemos que ha llegado el momento de que se haga la luz necesaria en todo aquello que se relaciona de alguna manera con las operaciones bélicas; de que se conozca á los hombres á quienes se ha confiado la altísima y sagrada misión de salvar al país, reivindicar su honra vulnerada y castigar al infame invasor; de que se juzguen a los actos de todos; de que se sepa lo que cada uno ha hecho y puede hacer; de que se comience á inscribir en el catalogo de los buenos hijos de la patria á los que se hayan hecho acreedores de ello y de que se lanze el veredicto condenatorio y se imprima el estigma de los réprobos, con marca indeleble sobre la frente, á los que tal cosa merezcan, por ineptos, por cobardes, por traidores; y es, por último, la hora de que todos veamos claro, si se nos lleva a la suspirada meta de la victoria, o si, por el contrario, se nos empuja a la profunda sima de la ignonimia y la vergüenza.
Después del desembarque de los enemigos en Pisagua, suceso que de ninguna manera podía evitarse; pero que ha debido sí, ser mas costoso para los chilenos si para el efecto se hubiesen adoptado las precauciones que aconsejan la prudencia y el arte militar; después de inmotivado abandono del Hospicio, Jazpampa y otras ventajosas posiciones desde donde se podía hostilizar victoriosamente á las huestes salteadoras que hollaban con su impura planta nuestro suelo; todos esperamos con ciega confianza en el éxito de una batalla decisiva, que se libraría después de reunido nuestro ejército y concentrado en el punto necesario.
Hemos creído que el abandono de todos aquellos lugares estratéjicos, obedecía á un plan bien combinado; hemos creído que nuestro ejército mandado por militares experimentados, hábiles y valientes, llevaría en sus penosas marchas, todo lo necesario para asegurar un triunfo; que tuviera víveres, agua, municiones, forrage, todo, en fin cuanto es indispensable para un ejército en campaña.
Pero de todo esto y de muchas otras cosas carecían nuestros valientes.
No es extraño, pues, que un génio de negras y fatídicas álas se ha ya cernido sobre nuestro campo.
Tras una imprevisión, tras una falta, tras un desastre, era lógico, era natural que vinieran otros desastres, originados por nuevas imprevisiones, y nuevas faltas.
Hé ahí porque la batalla de San Francisco, que no obstante las desventajosas condiciones en que fué empeñada, debió ser una espléndida victoria, fué , sin embargo una cuasi derrota.
¿Y por qué?
Bochornoso, mortificante, sensible es decirlo: — porque no hubo plan, porque no hubo acuerdo entre los gefes, mejor dicho, porque no hubieron gefes que supieran dirigir á nuestros heroicos soldados y hacer fructuoso el cruento sacrificio de tantos nobles hijos de la patria.
Lanzado nuestro ejército en esas condiciones, á una lucha temeraria, y después de haber suplido con su valor mil veces probado, la deficiencia de sus recursos y elementos bélicos; después de haber casi coronado la cima, y de poner en fuga al enemigo, y de tomarle dos ó tres cañones: se tocó á retirada, los batallones en completo desórden comenzaron á replegarse en lugar de ir á prestar eficaz auxilio á sus hermanos; unos tomaron camino á Arica y otros á Tarapacá; y mientras tanto, nuestros soldados, valientes, sufridos y resignados hasta lo sublime, caminaban faltos de todo recurso y sin una persona que los dirijiera, pues el General en Jefe del Ejército y el Jefe de Estado Mayor habían marchado á Tarapacá, en busca de víveres.
Pero en medio de tanta calamidad, de tanto desastre y de tan triste cuadro, el aliento de la patria conducía probablemente á nuestras legiones, al sitio en que debían reparar en parte aquel desastre.
La batalla de 27 del mes próximo pasado, será sin duda ninguna, uno de los episodios mas gloriosos de esta guerra.
Cerca de cuatro mil hombres cansados, hambrientos, necesitando quitarle las municiones al enemigo para batirlo, sostuvieron una lucha encarnizada con cinco mil chilenos, á los que derrotaron completamente, tomando como magnífico trofeo de la victoria ocho cañones, un estandarte perteneciente al invencible "Buin", varías banderas y algunos prisioneros.
En lo mas encarnizado de la desigual lucha, la división vanguardia, á paso de vencedores y armas á discreción, como los soldados de Córdova en Ayacucho, avanzó sobre el enemigo, y haciendo una descarga á cincuenta métros de distancia, habiendo tenido que soportar el fuego de los enemigos durante todo el trayecto, se lanzaron á la bayoneta, como un impetuoso torrente, arrollando todo cuanto encontraron á su paso.
Pero todo esto, que enaltece a nuestros soldados hasta la apoteosis de la gloria, no puede relevar á los jefes de la grave responsabilidad en que han incurrido.
El General Prado debe ser inexorable con el que entregó la ciudad de Iquique al enemigo, y con los que, por incuria, por torpeza ó falta de valor, dieron lugar al desastre de San Francisco.
Ha llegado el momento que se haga justicia, pero justicia tremenda é inflexible, justicia reparadora de los desastres pasados; justicia que esté suspendida sobre la cabeza de todos, para evitar los desastres futuros.
El Perú no quiere sucumbir, no quiere ser víctima de algunos malos hijos, y el Perú se salvará, porque quiere y puede salvarse á despacho de todo y pasando por encima de todo.
Deben tenerlo muy presente todos aquellos que se encuentran hoy frente al enemigo, después de haber con traído el compromiso solemne de vencer ó morir.
No hay remedio: ó el Capitolio, a donde están las coronas de laurel para los vencedores, ó la roca Tarpeya, desde donde se lanzará á ... los que lo merezcan."
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Texto e imagen del diario "El Porvenir", gentileza del investigador Ernesto Linares.
Saludos
Jonatan Saona
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