Dibujo hecho por Josué Valdez, graficando el supuesto entierro |
Entierro simulado para sacar un cañón
Texto tomado de las Memorias de Antonia Moreno Cáceres.
"Por prudencia, yo estuve escondida hasta que hice salir de Lima, con dirección al campamento peruano, al ex gobernador de Cocachacra, Salarrayán, y al oficial Ambrosio Navarro. Ambos, muy arrojados y valientes, partieron con un cargamento de armas, municiones y hasta con un cañoncito que se pudo conseguir. Este contingente lo mandé en las mulas que Cáceres me había facilitado con tal objeto, cuando regresé de Matucana. Era muy arriesgado sacar de Lima armamento, estando la ciudad tan bien vigilada por los soldados de la guarnición chilena; pero mi dignidad de peruana se sentía humillada, viviendo bajo la dominación del enemigo y decidí arriesgar mi vida, si era preciso, para ayudar a Cáceres a sacudir el oprobio que imponía el adversario.
Mi viaje a la sierra, donde se alistaba ese puñado de héroes resueltos a sufrir y luchar solo por salvar el honor del Perú -pues no tenían grandes probabilidades de éxito- animó mi espíritu rebelde a la servidumbre. Y entonces me entregué, con todo el ardor de mi alma apasionada, a la defensa de nuestra santa causa, dedicándome a la conspiración más tenaz y decidida contra las fuerzas de ocupación.
Para sacar de Lima el cañoncito que el obispo Tordoya me había obsequiado, tuve que urdir una macabra estratagema: ¿cómo librarlo de caer en las redes del enemigo? Pues se me ocurrió simular un entierro. Hice desarmar el pequeño monstruo y colocarlo en un ataúd; los “deudos” del “difunto” eran los oficiales, que debían partir con él a cuestas hasta el cementerio, primero, y después hasta las abruptas sierras, donde acampaba el ejército del Centro. La comitiva “entristecida” siguió, por las calles de Lima, la ruta al camposanto y, en seguida, pasaron a un corralón donde esperaban listos los guías y las bestias que habían de conducirlos a su destino, habiendo sido recibidos triunfalmente con abrazos y gritos de alegría.
Esta arriesgada hazaña necesitó gran coraje y serenidad, pues pasaron
el “cadáver” ante las narices de los chilenos; pero tanto Navarro
como Salarrayán tenían temple de acero y no se arredraban ante
ningún peligro, exponiendo impávidamente sus propias vidas. Seguramente,
iban pensando que el querido “muerto” resucitaría algún día
no lejano, entre las crestas de los Andes, lanzando con estrépito su
voz vengadora.
El grupo de estos acompañantes, presidido, como he dicho, por
Ambrosio Navarro y el ex gobernador Salarrayán, se jugaba el todo
por el todo en tan atrevida proeza; pero ¡qué triunfo para estos valientes
muchachos, haber burlado así a los enemigos! Dios premió este
arrojado rasgo de amor a la patria.
El viaje mío al campamento del Centro, fuera del indicado objeto
de conseguir el reconocimiento del gobierno de García Calderón,
tenía también por fin que mandasen gente de confianza para recoger
el contingente de armas que tenía listo."
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Saludos
Jonatan Saona
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