Ricardo Serrano |
Sarjento Mayor del 3.° de Línea
V.
Ricardo Serrano, como sus hermanos Ignacio, Ramón, Eduardo i Rodolfo, todos soldados o marinos, nació en Melipilla en 1854, i niño inculto i casi selvático todavía, sus padres le trajeron a Santiago para abrirle carrera, cuando tenía diez o doce años.
Educóse en escuelas i colejios de particulares especialmente en el de Harbin hasta 1875, en que, mediante las influencias del coronel Gómez Solar, obtuvo un puesto de subteniente en el rejimiento 3.° de línea, a la sazón en las fronteras.
Durante su niñez, como en su primera mocedad, Ricardo Serrano mostró, en oposición a su festivo i jenial hermano Ignacio, un carácter concentrado, arisco, susceptible i en ocasiones duro. Nacido para la guerra, comprendía todos sus heroísmos como todos sus rigores, i refundíalos ambos en el austero cumplimiento del deber militar, haciéndose por esto estimar en todas ocasiones de sus jefes; pero su severidad a veces excesiva hacía que sus soldados, temiéndole, aún le amaran. La primera ejecución militar verificada en Antofagasta al principio de la campaña tuvo por motivo el arrebato de un soldado joven e impetuoso que por el rigor de un castigo le disparó un balazo a boca de jarro, magullándole apenas el hombro, al penetrar en el cuerpo de guardia. Al verse así agredido, el subteniente Serrano se precipitó sobre el delincuente, lo desarmó por sus propias manos i lo entregó a la justicia i al banquillo.
Lance semejante ocurrióle en la malhadada expedición a Moliendo, porque intentando reducir al orden una turba de soldados ebrios i feroces, los acometió a sablazos hasta que un cabo de su propio rejimiento le atravesó la boca de una puñalada. El subteniente Serrano parecía predestinado a morir entre jente soberbia i amotinada.
VI.
Llevólo en consecuencia su buen hermano primojénito a Curicó, donde cultivaría el silencioso pero enérjico niño un pequeño fundo en un paraje vecino al pueblo llamado Los Guindos. Con este motivo i cuando Ricardo no había cumplido aún 20 años, incorporóse en calidad de subteniente en el batallón cívico de aquel pueblo, del cual era a la sazón comandante el mismo impertérrito jefe, bajo cuyo mando deberían rendir la vida cinco años más tarde, i junto con él, bajo el mismo glorioso comando, "los tres capitanes del 3." Se habrá comprendido que hacemos en esto alusión al valentísimo coronel don José Antonio Gutiérrez.
Ricardo Serrano, como sus hermanos Ignacio, Ramón, Eduardo i Rodolfo, todos soldados o marinos, nació en Melipilla en 1854, i niño inculto i casi selvático todavía, sus padres le trajeron a Santiago para abrirle carrera, cuando tenía diez o doce años.
Educóse en escuelas i colejios de particulares especialmente en el de Harbin hasta 1875, en que, mediante las influencias del coronel Gómez Solar, obtuvo un puesto de subteniente en el rejimiento 3.° de línea, a la sazón en las fronteras.
Durante su niñez, como en su primera mocedad, Ricardo Serrano mostró, en oposición a su festivo i jenial hermano Ignacio, un carácter concentrado, arisco, susceptible i en ocasiones duro. Nacido para la guerra, comprendía todos sus heroísmos como todos sus rigores, i refundíalos ambos en el austero cumplimiento del deber militar, haciéndose por esto estimar en todas ocasiones de sus jefes; pero su severidad a veces excesiva hacía que sus soldados, temiéndole, aún le amaran. La primera ejecución militar verificada en Antofagasta al principio de la campaña tuvo por motivo el arrebato de un soldado joven e impetuoso que por el rigor de un castigo le disparó un balazo a boca de jarro, magullándole apenas el hombro, al penetrar en el cuerpo de guardia. Al verse así agredido, el subteniente Serrano se precipitó sobre el delincuente, lo desarmó por sus propias manos i lo entregó a la justicia i al banquillo.
Lance semejante ocurrióle en la malhadada expedición a Moliendo, porque intentando reducir al orden una turba de soldados ebrios i feroces, los acometió a sablazos hasta que un cabo de su propio rejimiento le atravesó la boca de una puñalada. El subteniente Serrano parecía predestinado a morir entre jente soberbia i amotinada.
VI.
No nos haremos nosotros jueces entre la severidad que el capitán Serrano empleaba para con sus soldados i su propia comprensión de los deberes de su puesto. Pero lo que se hacía fácil deslindar es que siendo aborrecido en los cuarteles, seguíanlo todos a porfía en los combates. Simple subteniente antes de Tacna, condujo su compañía en línea de batalla hasta el pie del Morro de Arica, resultando por la tercera vez herido en la campaña, i por su conducta en aquel combate extraordinario fué ascendido a teniente en el campo de batalla i poco después a capitán.
VII.
Pero más que en Arica, donde el capitán Serrano desplegó a la vista de todo el Ejército su extraordinaria condición de bravura i de empuje i personal, fué en los cerros de Ate, durante el esforzado reconocimiento que el domingo 9 de tuero de 1881 i en la antevíspera de la gran batalla, practicó con diversas secciones de todas las armas el coronel Barbosa. Coronada una altura casi inaccesible por fuerzas numerosas i parapetadas del enemigo, comprendió el jefe del reconocimiento que aquélla era la llave de la posición, i para dominarla ordenó al valeroso comandante del 3.° de línea don José Antonio Gutiérrez la hiciese tomar a toda costa.
Señaló el comandante Gutiérrez para empresa de tanto peligro al capitán Serrano, i éste agradecióle el favor i la preferencia con una sonrisa, que no era común en su hermoso, pero severo rostro. Detúvose toda lo división como para presenciar aquel hercúleo ascenso, i cuando vieron a media falda de la árida montaña la tropa del 3.° acribillada por el enemigo desde la altura, la juzgaron perdida. —"Ya el chico, esclamó el comandante Gutiérrez, aludiendo a la pequeña talla del capitán Serrano, me hizo pedazos la compañía..."
VIII.
Pero no sucedió así, porque el enemigo, al notar aquella impasible audacia, desamparó la altura, dejándola sembrada de cadáveres.
Cuando el comandante Gutiérrez divisó en la cumbre flamear la bandera de la compañía del capitán Serrano, dió por lograda la jornada, i devolvió a su digno subalterno su crédito por entero. En lugar de perder su compañía, le había regalado una victoria.
Por ese hecho excepcional, el nombre del capitán Serrano fué puesto en la orden del día i ascendido a sarjento mayor graduado en el campo de batalla.
IX.
Cebado por su propia bravura, esta gula insofrenable del soldado chileno, vió el capitán Serrano con no disimulado disgusto, que su rejimiento había sido dejado a retaguardia para formar la reserva en la jornada de Chorrillos, junto con el Valparaíso i Zapadores. Así díjose-lo con ira en la marcha de Lurín durante la noche del 12 de enero a su hermano Rodolfo, bizarro mozo que había roto los vendajes de cirujano de las ambulancias para servir de ayudante en la batalla al valientísimo coronel don Demofilo Fuensalida, comandante del Santiago.
Para los Serrano de Melipilla, pelear no es tarea ni fatiga, es solo un ejercicio muscular, un paso de armas como los que se acostumbran en las salas de esgrima. Son todos, los de mar como los de tierra, soldados de vanguardia.
X.
No comprendiendo por esto en su verdadero significado la posición brillante i el lucido destino estratéjico de los cuerpos de reserva en las batallas modernas, el capitán Serrano se limitó a decir, a guisa de adiós a su hermano aquella noche.—"Yo sabré buscar mi desquiten. A otros dijo, como el capitán Ibáñez del 4°, que si le dejaban manejar su compañía como en Ate, haría con ella algo de que su Tejimiento no tendría por qué arrepentirse ni avergonzarse.
XI.
I en efecto, cuando la brigada Gana (1.° de la 2.° división), después de tomadas a la bayoneta las lomas i caseríos de San Juan con imponderable fortuna, llegaba jadeante a Chorrillos, i el Tejimiento Esmeralda se metía al mando del bravo Holley temerariamente dentro del pueblo i se veía cercado en todas direcciones de enemigos, el 3.°, que llegaba de refuerzo, recibió orden de penetrar a sangre i fuego a la ciudad i rescatar la posición sumamente comprometida de sus compañeros.
I aquel fué el momento que el capitán Serrano elijió para consumar su promesa i su "desquite".—Lanzando su compañía por la falda de la ladera llamada el Salto del Fraile, a cuyo pie yacía Chorrillos, Capua del Perú, cuyo Napóles es Lima, arrolló toda resistencia hasta un muro que por un flanco del panteón del pueblo le cerraba el paso i a la vez lo protejía contra la lluvia incesante de proyectiles que de la altura vecina le arrojaban.
Diestros los soldados chilenos en el arte de cubrirse, gracias al constante ejercicio de guerrillas. se parapetaron tras las tapias, i desde allí sostuvieron largo espacio de tiempo reñido combate con los últimos defensores de los morros.
El capitán Serrano pasaba como uno de te guerrilleros más notables de nuestra brava infantería. Pero arrebatado por su natural arrojo el hermano del abordador del Huáscar, como si se sintiera sofocado por eso de pelear atrincherado, lanzó, contra los ruegos de muchos, la voz de saltar la muralla protectora, dió él mismo el ejemplo i se puso en campo raso a proseguir su temeraria hazaña.
El capitán Serrano fué seguido esta vez, como el capitán de Iquique, sólo por un puñado de los suyos, i entre éstos por aquel subteniente Sanfelices, montañés de Vichuquén, cuya vida albina vez hemos de contar en estas pájinas, i que allí sucumbió con él (1).
XII.
Según los informes mas fidedignos recojidos de aquel lance ignorado de la batalla, el capitán Serrano tenía a su frente uno o dos batallones que se batían a la desesperada cuando él los agredió con treinta o cuarenta soldados, i esa debió ser la verdad, porque en pocos minutos i tas últimos fueron aniquilados, sin escapar uno sola cuando Rodolfo Serrano, concluida la batalla, fué a recojer los restos exánimes de su amado hermano i compañero de la vida, encontró junto a él no menos de cien cadáveres chilenos. la mayor parte del 3.° La compañía del capitán Serrano era la 4.a del 1.°, es decir, la compañía guerrillera. Ya lo hemos dicho, los Serranos de Melipilla no acostumbran a pelear sino a vanguardia.
Declara, en efecto, un testigo de vista, que parecía haber tenido lugar en aquel sitio, más que un combate, un pujilato a bala ¡ arma blanca, porque el capitán chileno, entre otras heridas, tenía destrozada una mano i la frente atravesada por un proyectil, hallándose su cadáver medio reclinado sobre el muro. A su lado, ¡ como en actitud de protejerlo con su cuerpo, abrazándolo con el brazo derecho, yacía un viejo i tostado sarjento del 3.° que, así, con aquel jeneroso sacrificio, vengó los atentados de encono i de venganza de sus adversarios. Ambos fueron enterrados juntos en el inmediato cementerio, desalojando a los primeros ocupantes de una tumba. El derecho de conquista se extiende en la guerra más allá de los sepulcros, i los soldados chilenos de Chorrillos, al escalar el morro Solar, se habrían creído con lejítimo derecho, como los héroes de Homero, para disputar la entrada del cielo a sus enemigos.
Por lo demás, el cadáver del atrevido mozo tenía las señales de la profanación cobarde que en Chorrillos ejecutaran los peruanos con los que a su paso encontraron después de vencidos.
Por esto, si en Arica i Ate el capitán Serrano había sido un héroe, en el Salto del Fraile recibió como martirio la consagración de su singular denuedo, muriendo como su heroico hermano, dignos ambos de ser capitanes de Chile, el uno en el mar i el otro en tierra firme.
El capitán del 3.° fué en todo igual al de la Esmeralda, excepto en el teatro de su hazaña.
Ricardo Serrano sucumbió junto a un cementerio.
Ignacio Serrano había caído sobre el lomo de hierro de un tritón del mar.
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(1) No lejos del mayor Serrano cayó también en esa sangrienta jornada su jemelo en gloria i compañero de rejimiento el capitán Luis Alberto Riquelme Lazo, puesto al par con él en la orden del día del ejército i del 3.° por aquel valeroso hecho de armas.
He aquí cómo se había desarrollado, según sus respectó: hojas de servicio, la carrera paralela de estos dos héroes.
Ricardo Serrano fué nombrado de la clase de paisano sub teniente del 3.° el 18 de agosto de 1875 i ascendido a teniente en el campo de batalla de Arica el 7 de junio de 1880. El 22 de octubre de ese año fué nombrado capitán, i el 11 de enero de q881 sarjento mayor en el campo de batalla de Ate. Tenía al morir 20 años.
El capitán Riquelme Lazo se incorporó a la Academia militaren 24 de febrero de 1874 i entró de subteniente del 3° el 1° de abril de 1879. Como Serrano, era ascendido en el campo de batalla de Arica el 7 de junio de 1880, i promovido en seguida, como él, a capitán, peleaban juntos en Ate i morían juntos en Chorrillos.
El capitán Riquelme era hijo del teniente coronel don José Antonio Riquelme, que le sobrevivió apenas unos pocos meses i pariente inmediato por la línea materna, del jeneral O'Híggins. Fué su madre la buena señora doña Jacoba Lazo, hija del juez-superior don Silvestre Lazo i hermana de una numerosa familia de patriotas. Era natural de Santiago i murió de 19 años.
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Ricardo Serrano era el antepenúltimo de siete hermanos nacidos todos en Melipilla, todos soldados o marinos.
IV.
Venido al mundo en época de estrechez para los suyos, hacia el año de 1855, trájolo su hermano mayor, notable injeniero, a educarse en Santiago, haciéndole frecuentar, cuando era mui niño todavía, el colejio de Olano en el barrio de la Maestranza i el de Harbin, en el antiguo Alto del Puerto.
Pero desde temprano también, el futuro héroe de Ate no mostró sino mediocre afición a los estudios en libros. Apenas si hojeaba aquellos que tenían láminas guerreras o pájinas de batallas.
V.
I a propósito de ese alistamiento póstumo, recuérdase todavía una característica anécdota de la índole atrevida de aquel valerosísimo mancebo, porque no habiendo comprendido una voz de mando del mayor Gutiérrez en la parada de la plaza de armas de Curicó, dejó de plantón su compañía; i cuando un comedido ayudante vino a sacarlo del lance ofreciéndole reemplazarlo en el mando, mostróle el bisoño aprendiz su puesto al intruso con la punta de su espada.
El subteniente Serrano no había nacido para labrador como San Isidro, i de esta suerte en la primera oportunidad enrolóse en el ejército de línea donde el dios "Empeño" procuróle por el mes de agosto de 1875, cuando aún no había cumplido veinte años, una subtenencia en el cuerpo bajo cuya bandera un lustro más tarde debía gloriosamente morir.
VI.
Era el subteniente Serrano pequeño de estatura; mas animaba su pecho el alma henchida de los heroísmos humanos, i aunque sus camaradas de cuartel llamáronle siempre "el chico Serrano", apodo que su bravura tornó en dicho popular en el ejército, hizo tan ajigantada carrera, que al concluir el segundo año de la guerra era ya sarjento mayor de ejército, ascendido en el campo de batalla. Hoi mismo, si el plomo enemigo no hubiese despedazado su enérjica estructura, comandaría con buen derecho uno de nuestros mejores batallones antes de haber vivido treinta años.
VII.
Promovido, en efecto, a teniente durante la marcha del ejército desde Pacocha a Tacna, donde su cuerpo, puesto en la reserva, fue sólo testigo de la jornada, cúpole en suerte de rifa entrar a la bayoneta al asalto de Arica, i allí fue gravemente herido en una rodilla.
Trasportado en una Camilla a Valparaíso, los cuidados i la suntuosidad de una anjélica señora, que lo curó en su propia casa, salváronle de una cruel amputación; i, en consecuencia, en los últimos meses de 1880 pudo volver a incorporarse en su rejimiento, llevando en sus hombros las presillas de capitán del 3° de línea, pago de la sangre por él derramada en buena lid.
Sus despachos de capitán tienen la fecha de octubre 22 de 1880.
VIII.
Eran esos los días en que el ejército entonaba alegres cantares, i al son de bulliciosas músicas encaminánbase, rebosando de alegría, en cuarenta trasportes, rumbo de Lima. De suerte que apenas desembarcado en Curayaco (diciembre 22 de 1880), el capitán Serrano iba a combatir en el Manzano el 27 de ese mismo mes, i en Ate el 9 de enero de 1881.
Conocida de todos fue la denodada e impertérrita manera cómo el capitán de la 4.a compañía del primer batallón del rejimiento 3.° de línea atacó las posiciones peruanas de Ate, ejecutando bajo el mando del bizarro coronel Barbosa (hoi intendente civil, cuando debería ser sólo jeneral de línea) una maniobra militar de felicísimo alcance, porque perturbó totalmente el escaso criterio estratéjico del dictador del Perú i de sus consejeros.
Fue el capitán Serrano destinado a dominar los empinados cerros medanosos que cierran el estrecho valle de Ate por el lado del oriente, sirviendo de blando espolón i recuesto a los Andes; i el alentado cuanto ájil mozo ejecutó aquella dificultosa ascensión con tanto brío i ardimiento de su persona, que sus soldados iban rezagándose por el cansancio en las laderas i tirándose desesperados i de bruces en la arena. Fue en ese momento crítico cuando el impaciente coronel Gutiérrez, juzgando que los bultos blancos que caían i rodaban a la distancia eran cadáveres, exclamó:
-"Ya el chico me perdió la compañía!"...
IX.
Pero no era así, sin embargo, sinó todo lo contrario. El capitán Serrano habíase encumbrado sólo para tener bajo sus pies, entre los Andes i las nubes, un pedestal digno de su denuedo; i apenas llegó a la cima, desalojó a bayonetazos a los peruanos, tres veces más numerosos que su corta hueste, mientras que otro capitán, tan valeroso como él, si bien mucho más juvenil, arrollábalos en la llanura hasta sobre sus propias trincheras, a las puertas de Lima, a su salida por el oriente.
Llamábase el último Alberto Riquelme Lazo, que en aquel encuentro precursor era sólo teniente del 3."
Casi juntos fueron en consecuencia ambos ascendidos con el glorioso titulo de haber alcanzado sus grados, como Córdoba en Ayacucho, en el campo de batalla.
El capitán Serrano fue nombrado sarjento mayor; i el 12 de enero, es decir, en la víspera de Chorrillos, donde, engarzados, se puede decir, por el brazo con el capitán Riquelme, uno i otro, que tantas analojías mostraron en su corta carrera, debían sucumbir. Los dos denodados mozos habían subido a la cima sólo para que mejor contemplaran el ejército i su patria lo grandioso de su común sacrificio.
X.
Cuando las silenciosas columnas del campamento de Lurín se deslizaban como la silueta de pardos fantasmas por la solitaria llanura velada por luna nebulosa, que en aquella noche vistióse de luto sólo para dar mayor brillo al sol de la victoria que tras su carro seguía, reconociólo su hermano Rodolfo, ayudante de campo del coronel Lagos, i le felicitó por su ascenso de aquella mañana. El juvenil sarjento mayor del 3.° dióle por toda respuesta una melancólica sonrisa, i apretándole cariñosamente la mano díjole, a manera de adiós, estas solas palabras: -¡Mañana es la grande!
XI.
I tal aconteció, porque nombrado el 3.° de línea, por su fama para combatir, en la reserva, precipitóse en la segunda faz de la batalla como un torrente de acero sobre el pueblo de Chorrillos, que los peruanos defendían con desesperación desde las azoteas, desde las paredes del cementerio, desde el Salto del Fraile, desde el empinado Morro Solar, erizado a esas horas todavía de cañones i ametralladoras i dominando desde sus áridos farellones todo el sangriento i desgarrador paisaje que se interpone entre los médanos i la risueña Lima.
El capitán Serrano, que no había nacido para detenerse delante de los obstáculos sinó para atropellarlos con su pecho i con su espada, se encontró delante de un muro, en el camino del
cementerio, que por de pronto le ofreció algún atajo por el lado del poniente.
No había allí ningún cobarde, pero los menos ardorosos le aconsejaban detenerse hasta embestir con todo el grueso de la tropa. No dió oídos el temerario mayor, ufano de su continuo trato con la victoria, a aquel aviso, i saltando briosamente la accesible barda que lo separaba del enemigo oculto, i acompañado apenas de un puñado de secuaces, como su hermano Ignacio al saltar sobre el Huáscar en Iquique, rodeáronlo inmediatamente dos cuerpos peruanos que se retiraban de la altura al pueblo, i alli, junto a unos árboles, cayó aquel intrepidísimo chileno derribado por dos balas, una de las cuales habíale traspasado la mano de la espada i la otra la sien derecha.
Mas, no obstante aquel doble golpe mortal, el arrogantísimo mozo no había sucumbido del todo, porque un viejo sarjento se había adelantado como para sostenerlo, i en esa forma, apoyados ambos en el tronco de un árbol, les hallaron muertos.
¡Gloriosísima actitud de dos bravos que el bronce habría perpetuado en la antigüedad!
XII.
La perdida del mayor Serrano vistió de duelo todos los corazones, porque siendo tan joven mostrábase con las dotes de un gran soldado a los 26 años de su edad. Era vijilante, laborioso, sumamente desprendido de sus haberes con los soldados, bravo como pocos, talvez como nadie, excelente camarada, "buen muchacho", en toda la palabra, como el capitán Ibañez del 4.°, pero inflexible disciplinario. Fue por esto un tanto duro en ocasiones, lo que motivó que en el cuartel de Antofagasta un soldado de su compañía, airado por un castigo, disparábale a boca de jarro su rifle, rozándole el hombro, atentado por el cual el hechor fué en el acto fusilado.
Poco más tarde, al verificarse a media noche la infelicísima expedición i desembarco en Islai i Mollendo (marzo 9 de 1880), en que todo trocóse en incendio, botín i orjías, el entonces teniente Serrano intentó traer a la obediencia la tropa desbandada, en cuyo propósito acometió con la espada a un grupo de ocho o diez amotinados que rehusaban darse a la razón. I en semejante lance un cabo de Navales asestóle tan feroz puñalada que si no hubiese sido la ajilidad del agredido le habría dejado en el sitio.
El afilado corvo alcanzó a rebanarle sólo parte del carrillo, de los labios i de la lengua.
XIII.
Corría como opinión común en los campamentos que el mayor Serrano no era amado de su tropa sino temido i aun detestado.
I eso talvez no se hallaba demasiado lejos de ser la verdad bajo la lona, en el ocio o junto al tibio fogón de los descansos.
Mas, apenas tocaba tropa el corneta de la compañía guerrillera del 3.° i los soldados comenzaban a alinearse i percibían la enérjica apostura de su inmediato jefe, se aprontaban sólo a seguirle resueltos i sumisos cual a un adalid antiguo.
I fué así, como para dar un desmentido a los banales rumores de las filas, que uno de los viejos sarjentos de su compañía adelantóse para cubrirle con su cuerpo, cayendo ambos, como
Larroche Jacquelin i el granadero vendeano, en la misma heroica fosa.
Todos los héroes, los que la historia cita como memorables, hasta los que han vivido en las selvas todavía sin nombre del Nuevo Mundo, se asemejan; i por ello la admiración que inspiran tiene siempre la misma profunda intensidad.
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Texto e imagen tomado del "Álbum de la gloria de Chile", Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna.
Saludos
Jonatan Saona
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