PARTE DE LA GUARNICIÓN DE LA CORBETA ESMERALDA.
A bordo de la cañonera “Magallanes” bloqueando a Arica, Abril 8 de 1880.
Señor comandante del Regimiento Artillería de Marina:
El oficial que suscribe, comandante de la guarnición de la ex-corbeta Esmeralda, da cuenta a V.S. de lo ocurrido en ella el 21 de Mayo del año próximo pasado, fecha del combate que este buque sostuvo con los blindados enemigos e por haberse extraviado el primero dirigido desde Iquique a la Mayoría del cuerpo.
El día fijado, en la mañana muy temprano, se avistaron humos por el Norte: al principio se creyó fuera el vapor de la mala y poco después buques de nuestra escuadra; pero a las ocho y minutos, cuando recién se había izado la bandera, se reconoció que los buques avistados eran los blindados ya citados,
—Estando el comandante en la toldilla, hizo tocar inmediatamente zafarrancho de combate; al oírse este toque, la guarnición ocupó al instante los puestos que de antemano le estaban asignados en el plan de combate: el que suscribe con una parte en la toldilla como guardia de bandera y el resto distribuidos, unos como centinelas de escotillas y otros como sirvientes auxiliares de las baterías. Eran las 8.40 A. M. y el Covadonga pasaba inmediato a nuestro costado, cuando el buque enemigo, a la distancia de 3.000 metros, nos hizo su primer disparo, el cual cayó exactamente entre la proa de aquél y la popa de nuestro buque; un viva unísono lanzado a Chile por las tripulaciones de ambos buques se dejó oír.—El Covadonga se puso al habla; recibido que hubo las órdenes de nuestro comandante, rasgó el aire con dos tiros de sus colisas de a 70, siendo imitado casi inmediatamente por nuestro buque, que rompió el fuego con una andana de la batería de estribor. Desde aquel momento el combate quedo iniciado entre el Huáscar y nuestros dos buques.— La Independencia seguía avanzando sin hacer aun uso de su artillería. Nuestro comandante concibió la idea de interponerse entre los fuegos del enemigo y la población, a fin de que las balas del monitor hicieran el mayor estrago posible en esta última.
Entretanto, el fuego del Huáscar e Independencia, que ya había entrado también en combate, era flojo y de pésimas punterías; en cambio, el nuestro era vivísimo y nuestros proyectiles rebotaban unos inmediatos a sus costados y otros en la misma cubierta. Serían las 9.45 A.M. Nos encontrábamos frente a la población y como a 150 metros del muelle de fierro que existe en esa bahía, cuando disparos de artillería y un nutrido fuego de fusilería hecho por las tropas, nos anunció que nos batíamos con dos enemigos: los blindados en el mar y el ejército en tierra.—Inmediatamente nuestro comandante ordenó cubrir ámbas baterías y romper el fuego sobre tierra, lo que se efectuó al instante, tanto por la guardia de bandera que yo comandaba, como por los rifleros de las cofas. La primera sangre que vimos correr sobre la cubierta de nuestro buque fue causada por estos disparos.—Mientras tanto el buque había virado y con el andar que era posible, nos alejamos de la costa, poniéndonos pronto a salvo de los disparos de tierra. Fuera ya de la población, el enemigo redobló sus tiros: pero estos eran tan mal dirigidos que hasta aquel momento, las 10 A.M., después de hora y media de combate aún no nos había acertado un solo balazo. Entretanto, la Covadonga, seguida y hostilizada de cerca, por la Independencia, habla con seguido doblar la isla, dejándonos empeñados en combate solo con el Huáscar —Eran las 10.20 A.M. cuando recibimos el primer y único dispare que el enemigo nos acertó a larga distancia.--El proyectil penetró por un camarote de babor, y después de atravesar todo el buque, herir a uno y producir un pequeño incendio, salió por estribor. Inmediatamente que se notó fuego a bordo, la brigada de incendio acudió a sofocarlo, y yo, por orden del comandante, ordené a parte de la guardia de bandera, se dirigiera igualmente al lugar amagado con el objeto de ayudar a aquélla en sus esfuerzos, consiguiéndose extinguirlo después de pocos momentos de trabajo. El combate continuó con viveza por ambas partes hasta las 12 M., hora en que el enemigo, cansado talvez con nuestra obstinada resistencia, resolvió hacernos rendir o echarnos a pique con su poderoso espolón. En efecto, virando y poniendo su proa perpendicular a nuestro costado, dio toda fuerza, a su máquina.
Nuestro comandante ordenó cargar y esperar en esa posición, gobernando convenientemente para evitar el choque. El enemigo avanzaba, con rapidez. A 200 metros, más o menos, nuestra batería concentrada rompió sus fueros sobre él, al mismo tiempo que la tropa de mi mando, rifleros de cofas hacían un nutridísimo fuego de fusilería sobre la cubierta del monitor que, avanzando siempre, solo contestaba a nuestros disparos con las ametralladoras de sus cofas, rifleros de la torre y guarnición que convenientemente parapetada, hacía desde popa un fuego bastante nutrido. Estos tiros hicieron bastantes bajas en la gente que conmigo se hallaba en la toldilla. Pocos instantes después, un choque sumamente recio nos indicó que el Huáscar daba a nuestro buque un espolonazo en la aleta de babor. El choque fue tan recio, que al que suscribe lo lanzó con tal fuerza sobre estribor, que si no hubiera sido por la jarcia de mesana lo hubiera arrojado al agua. El comandante que está inmediato a la baranda, se tomó de ella para no caer, a inmediatamente que el buque recobró su estabilidad, se lanza, espada en mano sobre la cubierta del buque enemigo, gritando: “¡Al abordaje muchachos!!”, pero desgraciadamente este llamamiento fue hecho en el instante en que el enemigo nos disparaba a boca de jarro los dos cañones de su torre, y en consecuencia, no alcanzó a ser oído sino por los que le estaban muy inmediatos, permitiendo que le secundaran solo el sargento de la guarnición, Juan de Dios Aldea, y un soldado, pues el resto de la gente que se lanzó en su seguimiento solo llegó cuando el enemigo, que talvez preveía nuestro ataque, se había retirado a una distancia en que ya hacía imposible todo abordaje. El monitor al retirarse continuaba haciéndonos fuego, y una bala de rifle me arrancó la gorra, causándome un ligero rasguño en la frente.
Serian las 12.30 P. M., más o menos, cuando el Huáscar se preparó para darnos el segundo choque, lanzándose como la vez primera, a toda fuerza de máquina. Nuestro buque, al mando del segundo comandante, teniente 1° Uribe, se preparó para la embestida, organizando trozos de abordaje, alistando espías y anclotes para asegurarnos al costado del enemigo, que pocos momentos después nos daba el segundo espolonazo. El teniente Serrano y 14 hombres más de la tripulación saltan al abordaje; pero mueren sin haber encontrado un solo enemigo con quien combatir a pecho descubierto.
Este choque abrió una inmensa brecha, dando paso al agua que inundó con ligereza la santa bárbara y la máquina. Como se ve, quedábamos sin movimiento y sin más provisión de pólvora, lo que agregado al número de bajas y de cañones fuera de combate, hacía creer que éste tocaba a su término. En efecto, el enemigo, después de algunos instantes, dirigió su proa hacia nosotros con la intención manifiesta de concluir. Toda nuestra gente se preparó para este nuevo espolonazo con un tercer abordaje, y el cabo Reyes, por muerte del corneta, empezó a tocar ataque. Sería la 1 P.M. cuando nuestra corbeta recibió el golpe de gracia. Un tercer y último choque, dado en el centro del buque y con mayor fuerza, que los anteriores, acabó de ultimarla. Al mismo tiempo, dos balazos disparados a boca de jarro, con los cañones de su torre, uno de los cuales, penetrando por la antecámara, mató a todos los ingenieros y a varios heridos que contiguo se encontraban; y el otro, penetrando por debajo de la toldilla, llevó las piernas de los timoneles, hiriendo a los ayudantes de éstos. Desde este instante el buque principió a sumergirse visiblemente; en consecuencia, los pocos sobrevivientes, imposibilitados de continuar el fuego por falta de municiones, se retiraron a la toldilla al mando de sus respectivos jefes, esperando tan solo el final de ese combate que ya contaba cuatro horas.
Por último, cuando la Esmeralda completamente llena de agua se hundía, disparando antes su último balazo, un viva a Chile fue lanzado por toda la tripulación. Tal fue el fin de nuestra corbeta: se sumergió en el abismo con su glorioso pabellón al tope.
La guarnición, compuesta de 32 individuos y del que suscribe, se batió durante el combate con la bizarría y denuedo característico del soldado chileno cuando defiende y la honra inmaculada de la patria.
Entre los que descollaron por su arrojo, merece especial mención el sargento de la guarnición Juan de Dios Aldea, quien, acompañando al comandante Prat en el primer abordaje, recibió siete heridas, de resultas de las cuales murió a los tres días en el hospital de Iquique, después de haber soportado la amputación de un brazo y una pierna.
De toda la guarnición que, como he dicho antes se componía de 32 individuos, solo ocho sobrevivieron, y de los cuales uno, José Antonio Barrera, murió de resultas de una herida recibida en un brazo.
A consecuencia de haber relevado días antes del combate, por orden del comandante, ocho individuos de mi tropa por igual número de un exceso de la goleta Covadonga que se encontraban en el vapor La Mar, no me es dable dar a V. S. el nombre de cada uno de los individuos que combatieron el 21 de Mayo.
Le incluyo una lista de los ocho del Covadonga embarcados últimamente, como también el nombre de cinco de los que fueron relevados por éstos; pues los otros tres se me escapan a la memoria. Del resto le será a V.S. fácil tomar el nombre por la lista de la guarnición que pasó revista el 15 del citado mes de Mayo.
Lo que comunico a V. S. en cumplimiento de mi deber.
Dios guarde a V. S
—Antonio D. Hurtado.
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Texto tomado de la web laguerradelpacifico.cl/PCNI del investigador Mauricio Pelayo
Saludos
Jonatan Saona
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