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24 de enero de 2018

Ribeyro en Miraflores

Ramón Ribeyro
Relato del Doctor Ramón Ribeyro Jefe del Reducto N°2 y Coronel del Batallón N° 4 de Reserva

"El 25 de Diciembre abandonó Lima el ejército de Reserva para ocupar sus posiciones en Miraflores. Mi batallón constaba de 400 plazas. Calculo en más de 800 hombres los que tomaron parte en la batalla.

Nos instalamos en el Segundo Reducto, Nuestra operación fue despejar el campo, situado frente a nuestra línea de combate; un bosquecito de olivos, situado a unos cuantos metros delante del Reducto, lo derribamos por completo. En esta operación tomamos parte todos, inclusive yo para dar ejemplo a los demás.

El 13 de Enero se venían sobre Miraflores los miles de dispersos de la batalla de San Juan. Los primeros en llegar fueron los músicos de la banda del batallón “Callao”. Los conocía a todos por sus nombres, porque el segundo jefe de aquel cuerpo, Comandante Ochoa, uno de los mejores militares de aquel tiempo, muy pundonoroso, muy bravo y de una voz poderosa, aparente para el comandante de una batalla, era mi íntimo amigo, y había sido el instructor de mi batallón, prestándome en varias ocasiones su banda de músicos. Por eso al divisarlos salí a su encuentro.

_ ¡Y el comandante Ochoa?. Le pregunté a uno de ellos.
_ “Ha muerto”

Había cumplido su palabra aquel valiente jefe. Con frecuencia comía en mi casa y al hablar de la próxima batalla y de nuestra desorganización militar, decía:
“Nosotros, no venceremos, pero yo no regresaré del campo de batalla.”

Detrás de los músicos del batallón Callao”, venían en grandes masas los fugitivos de los demás cuerpos derrotados. Comprendí el peligro que amenazaba Lima, si esos soldados sin jefes y sin disciplina, invadían sus calles, y resolví cerrarles el paso, sacando fuera de mi reducto dos compañías de mi batallón. Al mismo tiempo le sugerí la misma idea a los coroneles Lecca y Colina, jefes de los reductos y batallones de Reserva 1 y 3 y 2 y 6. Con esas fuerzas contuvimos, no sin algún trabajo, aquella avalancha. Un oficial que huía se me enfrentó:

_”Con que derecho me detiene Ud.?”_, me dijo. “Usted no es mi jefe!”
_ Con el derecho que me dan las bayonetas de mis soldados.

Un Sargento tuvo la audacia de levantar su rifle y apuntarme, gritando:
_ Hay que matar a estos argolleros_ nombre con el cual se designaba a los civilistas.
Esas divisiones políticas minaban las tropas y nos causaron daño.

El doctor Patiño Zamudio, que era soldado de mi batallón, empuñó rápidamente el cañón del arma. Otros desarmaron al sargento. Yo le lancé mi caballo y lo derribe dentro de la zanja del reducto.

_ ¡Hay que fusilarlo! gritaron varias voces.
_ Yo no fusilo a nadie, les repuse.

Por fin contuvimos a los fugitivos y salvamos a Lima. Esos derrotados fueron distribuidos en los espacios abiertos que había entre reducto y reducto. Unos quedaron a órdenes del entonces Coronel Andrés A. Cáceres; otros bajo el comando del Coronel César Canevaro. El resto se dividió entre los coroneles Dávila y Suárez.

El 15 de Enero por la mañana las tropas chilenas comenzaron a ocupar posiciones en frente de nuestra línea y, lo que es más grave, a instalar su artillería. Como cada vez se acercaban más o nuestro frente, envié mi ayudante, Capitán Flores, donde el dictador para preguntarle si consentíamos, cruzados de brazos, que los chilenos siguiesen acercándose.

No recibí respuesta.

A las dos de la tarde y cuarto, el General Baquedano y su Estado Mayor efectuaron un reconocimiento de nuestra línea, aproximándose de forma imprudente. Entonces algunos soldados del “Guarnición de Marina”, que estaba a la derecha de mi reducto, le hicieron fuego, contestaron los de la escolta del General Baquedano. Encendióse en el acto el fuego en toda la línea. Al romperse los fuegos, yo acababa de quitarme la casaca y la espada para recostarme un momento en el interior del rancho que en el mismo reducto tenía el sargento -que después fue un gran ministro de guerra- don Elías Mujica. Yo hacía dos noches que no dormía y estaba rendido.

No fui a acostarme a mi tienda de campaña, porque esa misma mañana había llamado a mi ordenanza para que llevase a Lima todo el equipaje y desarmase mi carpa, tan persuadido estaba de que ese mismo día - ya fuese por arreglos de paz o por un gran combate- quedaría todo terminado.

Rotos los fuegos me situé en el medio del reducto, teniendo a mi lado a mi ayudante y a mi corneta de ordenes.

Volvimos a las cuatro y media a rechazar a los chilenos, y esta vez quedo el campo completamente libre delante de nosotros. Se produjo entonces tal alegría en nuestras filas, que la banda de música de nuestro batallón comenzó a tocar diana.

Mandé suspender ese toque:
No está todo concluido todavía, les dije. Los chilenos han sido rechazados, pero disponen de fuertes tropas de refresco y han de repetir el ataque.

En este tercer y cuarto ataque fuimos vencidos. Los chilenos lograron romper nuestra línea y apoderarse del primer reducto a las cinco y cuarto de la tarde. Desde allí rompieron el fuego contra nosotros, que nos vimos envueltos entre dos fuegos. A pesar de eso resistimos un largo rato, y fue solo cuando ya era materialmente imposible sostenerse, que ordené la retirada. Salimos del reducto en medio de una lluvia de balas, pero conservando el orden en las filas. Nos atrincheramos en una tapia que había a retaguardia y allí contuvimos un momento a los chilenos.

En seguida por la carretera, emprendimos la retirada hacia Lima. Mi batallón fue el único de los cuatro primeros batallones de Reserva, que se retiró formado hasta la plaza de Armas. Allí hice formar poco después de las ocho de la noche. Éramos por todo sesenta y tantos hombres. Y un detalle importante. Habíamos salvado la bandera. Todavía conservo, aquí en mi casa, esa reliquia en torno de la cual cayeron tantos valientes.

Formado mi batallón en la plaza, penetré a caballo en palacio. Ambos patios estaban atestados de soldados y oficiales de todos los cuerpos. Subí al ministerio de Guerra y al despacho presidencial. No había ya comando de ninguna clase.

El desastre era completo.

Volví entonces a montar caballo y poniéndome al frente de mi batallón, di orden de marchar. En las bocacalles había soldados de la caballería que mandaba el comandante Barredo, que no dejaban salir a nadie. Se nos dio la voz de ¡ Alto ¡

_ Son los restos del batallón número 4 de Reserva, dije yo entonces.
_ Paso libre a esos valientes, contestó, aquel jefe saludándonos con su espada.

Conduje los sobrevivientes de mi batallón hasta la calle de Valladolid. Allí les dirigí unas cuantas palabras de despedida y les ordené que se retiraran a sus hogares, mientras yo corría en busca de mis hijos y de mi esposa, asilados en el colegio de Belén.

Fue tan grande la impresión de mi esposa al verme regresar sano y salvo, que a pesar de su carácter enérgico sufrió un accidente.

Volviendo a la batalla. Si esta hubiera terminado a las tres o cuatro de la tarde, los chilenos habrían entrado a la ciudad a sangre y fuego. La resistencia opuesta por la reserva demoró el desenlace hasta las seis de la tarde. A esas horas los chilenos no osaron ni aproximarse a la ciudad, temiendo encontrarse con una tercera línea de combate, y Lima se salvó, una vez más, gracias a la Reserva.

Muchos días después de la caída de Lima, me encontré en una forma casual en una tienda, con un comandante francés al servicio de Chile, que en la batalla de Miraflores mandaba un cuerpo de caballería. Al ser presentado este jefe me dijo:

_”Usted y sus soldados se salvaron de que los destrozáramos en el momento en que emprendían la retirada, porque cuando recibí orden de cargar y perseguir a los fugitivos, tropezamos con un cerro de árboles y ramas, que nos cerraban el paso, enredaban las patas de los caballos y derribaban a los jinetes”. Perdimos por ese motivo más de un cuarto de hora”.

Esos árboles y esas ramas, pertenecían al bosque de olivos, situado enfrente de mi reducto, y que hice derribar días antes de la batalla."

(De “ultima Hora”._ Lima 15 de Enero de 1916)
HISTORIA Y ROMANCE DEL VIEJO MIRAFLORES. LUIS ALAYZA Y PAZ SOLDAN.
ANEXO B, PAG 247 – 251. ED. CULTURA ANTARTICA S.A LIMA – PERU 1947.


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Texto e imagen publicado por Renzo Castillo en Historia Militar de la Guerra del Salitre 1879. Perú

Saludos
Jonatan Saona

2 comentarios:

  1. Su memoria de la batalla es muy buena lectura. Habría sido interesante que diera más detalles de la manera como su batallón de reservistas se enfrentó a las divisiones chilenas que los atacaron. Llama la atención su mención de que los disparos que iniciaron la batalla fueron hechos por el batallón Guarnición de Marina. Por lo general se lee que "Nunca se supo quién abrió fuego". Esto probaría que fué una Unidad Peruana la que rompió el armisticio. 60 sobrevivientes de 400 formando en su batallón, y 800 como número total formando en la línea de defensa del Reducto No. 2, luego de rechazar dos ataques frontales, demuestran que el choque fué durísimo. La defensa opuesta al ejército invasor salvó el honor nacional del Perú.

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  2. La Reserva salvo la ciudad. Mientras Pierola huia vergonzosamente al interior

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