(Texto tomado de "El Perú Ilustrado" 11 de junio de 1887)
Este famoso peñón que en la costa del Perú bañan las olas del océano Pacífico, no es un monumento de la naturaleza digno por sí solo de llamar la atención del viajero: su celebridad la debe al gran acontecimiento realizado el 7 de Junio de 1880 en su cima, por un puñado de valientes y leales defensores de la patria.
El Morro de Arica está situado á los 18°, 28', 55" de latitud Sur, levantándose 268 pies sobre el nivel del mar en actitud dominante y hasta cierto punto inaccesible. En diversas ocasiones se colocaron en él pequeñas piezas de artillería, para resguardar la plaza de aquel puerto de los ataques de embarcaciones piratas y de las que contra ella pudieran dirijirse, con motivo de las dicidencias políticas de los gobiernos del Perú; mas, no por esto puede decirse que alguna vez hubiera sido convertido, en un poderoso baluarte, pues cuando en 1879 se pensó en la construcción de una verdadera fortaleza que sirviera de defensa á las legiones que, por mar y por tierra, debían rechazar la misión de los ejércitos chilenos y sus formidables escuadras, apenas se notaban en el Morro, lo mismo que en la playa y en la Isla, insignificantes despojos de aquellas antiguas fortificaciones.
Fué, pues, el 9 de Mayo del año que hemos citado, cuando el Contra-almirante Montero salió del Callao llevando una porción desordenada de elementos de defensa de un grupo de jóvenes entusiastas, destinados á ayudarlo en tan importante tarea; y con la actividad que permitían tan escasos elementos, comenzóse á montar, desde luego, cañones de menor calibre en el Morro y tres mayores en la playa, en plataformas de madera y con cureñas de mar los primeros, y los segundos en construcciones provisionales de mampostería v madera. Y así fué como á la llegada del General Prado, entonces Presidente de la República, encargado de la dirección de la guerra, el 19 de Mayo estuvieron listos para hacer fuego tres cañones Voruz de á 70 y 2 Parrot de á 100 en el Morro, así como los de á 150 en la batería de San José, construida para defensa del Morro á la vez que de la playa.
Poco después, el General Prado fué conductor de gran parte de lo que faltaba, de mucho de lo que era necesario y, sobre todo, el poder y la posibilidad para la consecución de los elementos de ejecución inmediata; mas no por esto se desplegó mayor actividad en los trabajos que la que hasta entonces habían manifestado el Comandante Mesa y el Coronel Panizo encargados respectivamente de las obras de fortificación en el Morro y en la playa, pues el mencionado General no se empeñó, como debiera, en exijir el plan general de defensa, el programa de los trabajos y su posible presupuesto, ni resolvió autorizar ampliamente la ejecución de los gastos que demandase la obra. Y así trascurrieron los meses hasta que, en Noviembre del mismo año, la defensa del Morro consistía únicamente en un cañón Vavasseur de á 250, bien montado, dos de á 100 Parrot y cuatro Voruz de á 70, en la batería baja, y dos cañones más en la batería alta: en todo 9 cañones. Plataformas, ligeras de madera; montaje, de marina, menos el Vavasseur, y todo esto imperfecto é incompleto; tiro á barbeta, enteramente descubierto; campo lo mismo, solo sobre el mar; parapeto, dos sacos de tierra á lo largo de las cortinas; polvorín, un depósito subterráneo; pañoles, uno de saquetes; comandancia, ligera; habitaciones, de madera, y cuartel, un salón estrecho de lo mismo. Nada prevenido para una defensa posterior; ni almacenes de víveres, tanques para agua, recinto, prevención, pañol de bombas, maestranza ni repuestos indispensables.
¿A qué ocuparnos en este lugar de las baterías de «San José,» «Dos de Mayo» y «Santa Rosa» que, á pesar de estar llamadas á ser una defensa positiva de la ciudad y del Morro, corrían la misma suerte de éste. Si se hubiera obedecido á un plan y á un programa acordados, qué distinta habría sido la suerte de los entusiastas y valerosos defensores de Arica, que supieron sacrificarse en aras del patriotismo, antes que retroceder un paso al frente del enemigo!
Habiendo llegado á Arica los distinguidos ingenieros peruanos Teodoro y Augusto Elmore, después de la pérdida del departamento de Tarapacá, el Contraalmirante Montero ordenó verbalmente al primero que se agregara á la comisión que el General Prado había nombrado, antes de retirarse, para llevar á cabo la defensa de esa plaza, y dicho ingeniero, después de practicar el debido reconocimiento de las obras que se hallaban en ejecución, presentó al señor Contra-almirante un memorándum en el que, de una detenida discusión minuciosamente escrita, deducía las observaciones siguientes:
1° El orden de los trabajos no es el que conviene á las circunstancias.
2.° No está proyectado todo lo que se debe.
3.° La comisión carece de la independencia y elementos necesarios.
El señor Elmore dice en ese mismo documento:
«Siendo la clave de la defensa de Arica la posición del Morro, á él ha debido principalmente concretarse los trabajos de fortificación completos. Para que sus fuegos no sean ilusorios, preciso es sostenerlos con las baterías de la ensenada; para lo cual los trabajos, completos también, han debido continuarse en los fuertes de ésta. Por último, es conveniente el establecimiento de un campo atrincherado que diera ventajas á la guarnición sobre cualquiera fuerza invasora.»
«Hasta hoy se ha defendido Arica artillando el Morro por el O. y el E., levantando tres baterías en la ensenada y corriendo una línea de trincheras en la pampa, por el E. La defensa del O. debe rechazar todo ataque por el mar y la del E. cualquiera invasión por tierra. Pero ¿se ha conseguido hacer de esta plaza una verdadera fortaleza? ¿cuál es el plan de fortificación que se tiene?»
«Es evidente, agrega el señor Elmore en seguida, que cualquiera que sea ese plan, si él existe, la conducción de los trabajos no ha correspondido á las apremiantes circunstancias que los han motivado.»
El ingeniero de Estado presentó al señor Contra-almirante la planta de la población, con las líneas aproximadas de las resistencias de sus terrenos y su proyecto de mina, insistiendo á la vez en que la defensa del Morro no debían concretarse al simple montaje de cañones en posiciones que dominasen el mar y los diversos pliegues del terreno por su retaguardia: «es preciso, decía, hacerlo inaccesible á las fuerzas de infantería que pudieran atacarlo, para que su artillería sea intomable y, por lo mismo, de acción segura y constante;» y, desarrollando con entera lucidas sus planes, manifestó al señor Contra-almirante la manera de llevarlos inmediatamente á cabo; debido á lo que se obtuvo por ventaja el cambio de la batería de Chuño á Cerro Colorado, mientras una guerrilla cualquiera podía apagar los fuegos de. las baterías que quedaron en pampa. Pero los flancos quedaron descubiertos; las eminencias sin minas y la pampa solo interrumpida por un macizo de tierra que, á pié ó á caballo, podía ser fácilmente flanqueado.
En este estado las cosas, ocurrió el cañoneo de 27 de Febrero y con él se suspendieron todo los trabajos comenzados.
Circunstancias muy graves, que no es del caso enumerar determinaron la salida del ejército á Tacna, quedando la plaza de Arica definitivamente entregada al decidido Coronel Don Francisco Bolognesi, el dia 3 de Abril, en que el Estado Mayor General también se trasladó á aquella ciudad, para no volver más, como lo anunció un experimentado jefe.
Con el nombramiento del Coronel Bolognesi, se llevó á la jefatura del Morro al distinguido Comandante Moore, en reemplazo del Comandante Carrillo, llamado á Lima por el Gobierno. Haciéndose, así mismo, otros cambios en el personal de los jefes, se ejecutaron otras órdenes terminantes, y el ingeniero señor Elmore (T.) quedó nombrado en primer término para servir al E. M. G., á órdenes del Jefe de la plaza.
El Coronel Bolognesi, resuelto á defender á todo trance la posición que se le había confiado, atrajo á sí á todos aquellos que podían ayudarle eficazmente en su propósito. Activo, á pesar de sus avanzados años, todo lo emprendió sin arredrarse por la escasez del tiempo y su absoluta falta de elementos. Organizó sus brigadas para que cada cuerpo, cada batería, se sirviera con entera independencia y pensó, desde luego, seriamente en las medidas de resistencia, leyendo con avidez el memorándum de que anteriormente hemos hablado.
En estas circunstancias, sobrevino la catástrofe de 26 de Mayo, en el Campo de la Alianza, y, en vista de ella, comenzaron los aprestos para resistir decididamente, los ataques del enemigo, cualquiera que fuera la suerte que se esperase á los defensores. Seguro como era el sacrificio, la decisión unánime fué porque la caída se hiciera con estrépito: precisaba hacer al enemigo el mayor daño posible é impedir que cayeran en sus manos los pequeños elementos con que se contaba hasta entonces: la plaza había de ser, pues, tomada sobre montones de cadáveres y hecha ruinas con todas sus fortalezas, muelles y ferrocarriles, y todo quedó así arreglado en esa memorable noche.
La presencia de la primera partida de caballería enemiga en Chacalluta, el día 30 de Mayo, sujirió la idea de minar el lugar que, probablemente, les serviría de aguada, y se dispuso la colocación de las cargas, lo que llevaron valerosamente á cabo, en la madrugada del 2 de Junio, los señores Elmore y Ureta que habían ido á entregar su existencia por dar el primer ¡atrás! al invasor y levantar la gran figura de Arica á la altura que era debido, para que, al mirarla, tuviera que retroceder de espanto.
Después de esto y, habiendo caido el señor Elmore prisionero en poder del enemigo, el ejército chileno que no había peleado en Tacna y que se componía de tres numerosos regimientos, un cuerpo de infantería y 28 piezas de artillería, entre cañones de montaña, volantes y ametralladoras, llegaba por trenes á las inmediaciones de Arica, restableciendo algunos de los daños que en la vía ocasionara la explosión de Chacalluta.
En la noche anterior al 5 de Junio se movía el campamento enemigo, y durante ella sus soldados montaban la artillería donde les pareció conveniente, á 3000 metros unas piezas y á 5000 las otras, de las fortalezas de la plaza. Claro el día, enviaron á la plaza á un mayor Salvo para que notificara la rendición á nombre del General Baquedano, y, después de haber sido dignamente recibido, regresó á su campamento llevando la respuesta del Coronel Bolognesi, consignada en estas pocas pero elocuentes palabras: "la plaza no se rinde; quemará su último cartucho." Entonces fué que se rompió el cañoneo por parte del enemigo, á cuyos fuegos contestaron nuestros cañones y nuestros valientes soldados por espacio de tres días, hasta que llegó el memorable 7 de Junio, y con él la serie de hechos que ligeramente pasamos á referir para terminar estos apuntes.
Las fuerzas enemigas que en número de cinco mil seiscientos ochenta hombres y 28 piezas de artillería atacaban la plaza de Arica, para combatir con mil seiscientos cincuenta y uno, que era el número total de nuestros soldados, lo hicieron tan brusca y rápidamente que solo llegaron á ser distinguidas cuando estaban á tiro corto de rifle, pues comenzaron á avanzar antes que aclarase el día, protegidos por las sombras de la noche y las escabrosidades del terreno.
El día había llegado, y la lucha se hacía terrible y encarnizada. El bravo Coronel Bolognesi asistía personalmente con su Jefe de Estado Mayor y ayudantes á los lugares donde el combate era más recio animando á la tropa con su ejemplo y llevando el entusiasmo á todas partes; mientras el Comandante Moore, por su parte encargado de sostener el último palmo de la plaza, aprovechaba de la pequeña dotación que á sus órdenes tenía para dominar las eminencias que primero resultaron coronadas.
Generalizados los fuegos desde la primera batería hasta la cresta del Morro, el lomaje que las separa parecía un abismo cerrado por negras nubes de humo que, semejando una tempestad horrible, esparcían la muerte y el esterminio en esa considerable extensión de territorio.
Por fin, después de una hora y media de heroica resistencia, cuando gran parte de los defensores habían caído muertos ó heridos por las balas del enemigo, se tocó fuego en retirada, como se hizo, retrocediendo hasta la falda del Cerro Gordo, donde el Comandante Latorre trató de organizar los restos de artesanos para continuar allí la resistencia. Mientras tanto el valiente Coronel Arias, sin retroceder un paso, se batía cuerpo á cuerpo con los primeros asaltantes, hasta que, rodeado por todas partes, en momentos en que la batería iba á ser tomada por el enemigo, cumple su consigna un heroico artillero dando fuego á la Santa Bárbara, haciéndola volar en mil pedazos y arrastrando á los numerosos soldados que habían osado subir los primeros. Así terminó el fuerte más avanzado de Arica, y de él no sobrevive un artillero, ni uno solo de los soldados que supieron defenderlo hasta rendir su existencia.
A pocos instantes de esto la reserva enemiga aparece en el alto que domina la cresta del Morro; no era posible sostener más el fuego en esa parte y el Comandante Moore dá la orden de reventar los cañones que mandaban en persona el Comandante Espinosa y el capitán Daniel Nieto. Hecho esto, el Coronel Bolognesi hizo retirar la gente al último palmo de terreno que en el Morro le quedaba: la cortina que limita con el mar!
Tan luego como avanzó el enemigo, la resuelta voz del Comandante Moore hizo oír la orden de ¡fuego a la Santa Bárbara! Corre el operador á obedecerla, pero sea que el fulminante falló ó que por la precipitación del momento se dejase de llenar algún requisito en el delicado manejo de la electricidad, es lo cierto que el depósito de pólvora permaneció inerte, mudo! El comandante Moore pide una mecha para correr personalmente á darle fuego; pero ....... ya el enemigo estaba encima!
Únicamente cuatro hombres de nuestra parte sostienen el tiroteo, y es imposible luchar cuerpo á cuerpo con toda la masa enemiga. ¡Alto el fuego! grita el coronel Bolognesi. ¡Alto el fuego! repite el coronel Ugarte que, al correr á contenerlo, cae herido por una bala en el trayecto; y cuando el comandante Moore iba á dar la misma voz, una descarga enemiga lleva á su pecho la bala que había de destrozar ese corazón generoso, y otra descarga hace caer al altivo Bolognesi que, pocos momentos después, fué ultimado con Ugarte y todos los demás heridos que no podían moverse.
Así murieron esos valerosos jefes, fieles siempre á su bandera, á su honor y á su consigna; y así terminó esa plaza fuerte, después de tres días de ataque en que el enemigo tuvo que quedar espantado por la energía, resolución y firmeza de sus nobles defensores.
Hoy, el Morro de Arica es tan solo un monumento de gloria para los buenos peruanos!
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Texto e imagen tomados de "El Perú Ilustrado" núm 5, Lima, 11 de junio de 1887.
Saludos
Jonatan Saona
He aquí un a versión peruana (1887) en que el coronel Ugarte es ultimado en la cima del morro, y no salta al vacío a lomo de su caballo.
ResponderBorrar¿Tiene aquello real importancia? No para mi. Lo trascendente es que cayó en su puesto, combatiendo hasta el final, junto a otros jefes distinguidos.
Fue la razón por la que Manuel Baquedano, comandante en jefe del Ejército de Chile a la sazón, dispuso rendir honores militares a los adversarios caídos. Se reconoció en ellos el valor heroico hasta entregar la vida por su patria.