EJÉRCITO DE OPERACIONES DEL NORTE
Arica, Junio 21 de 1880.
Señor Ministro:
Tengo el honor de transcribir a V.S. el parte del señor coronel Jefe de Estado Mayor General sobre la toma de Arica. Dice así:
“Señor General en Jefe:
Cuatro días después de la batalla del 26 del pasado regresó a Tacna la división de reserva que había ido a Pachía a las órdenes del señor coronel don Pedro Lagos, con el objeto de deshacer los últimos restos del ejército aliado que, según anuncios, se organizaban allí para atacarnos. Esa división, cuya marcha ordenó V. S., trajo rifles, municiones, dos cureñas de cañón Krupp y un buen número de prisioneros desarmados, que se escondían en aquel pequeño caserío y sus alrededores.
Alejado, pues, por ese lado, todo peligro de ataque y de reorganización del enemigo, V.S. tuvo el pensamiento de marchar sobre Arica, ciudad que los peruanos llamaban inexpugnable por sus minas, sus fosos, sus parapetos, sus defensas naturales y sus cañones.
Al efecto, el día 1º del presente, Cazadores a Caballo y Carabineros de Yungay número 2 llegaron como avanzada al río de Azufre, que corre por el valle de Chacalluta y que dista seis millas de la plaza fortificada. Al pasar el río, hizo explosión una mina y tres soldados resultaron heridos. En ese momento se tomó prisioneros a un ingeniero peruano encargado de hacer saltar las minas y a tres individuos que se ocupaban en la misma tarea.
La caballería permaneció allí en observación hasta el 2, en que el Buin y el 3º de línea arribaron al mismo punto en ferrocarril.
El 3, a las 10 A.M., V. S., el Estado Mayor General, el 4º de línea, el Bulnes, Carabineros de Yungay número 1 y cuatro baterías de artillería salieron de Tacna, y a las 1 P.M. de ese día se reunieron a las fuerzas que aguardaban acampadas en la ribera Norte del valle de Chacalluta. En la noche se juzgó prudente dormir en campamento fuera del tiro de los cañones enemigos y se buscó uno más al Este y en la misma ribera del río.
La mañana del 4 se pasó en reconocimientos para dar a la artillería una colocación que le permitiera dominar la ciudad. Al mismo tiempo se mandó al 4º de línea y a una parte de la caballería al valle de Azapa, que corre de Oriente a Poniente y al pie de la cadena de cerros que termina en el Morro, por donde el enemigo recibía ganado y podía, en un trance difícil, retirarse y tomar el camino del interior.
A mediodía, las baterías se pusieron en marcha y comenzaron a trepar los elevados y arenosos cerros que se levantan por el Este del puerto y que cierran por el mismo lado el llano que se extiende hasta el río de Azufre por la orilla del mar. Tal operación duró la noche entera, salvándose las dificultades de la ascensión, merced a la constancia y a la actividad de los artilleros.
Al amanecer del día 5, los cañones se encontraban en batería en la parte alta de los cerros del Este, dominando el puerto de Arica, y a las 8 A.M. rompieron sus fuegos sobre las fortalezas del enemigo, algunas de las cuales no podían distinguirse bien, pues las barbetas estaban cubiertas de arbustos y a lo lejos parecían sólo grupos de verdura.
La distancia que los separaba de éstas era de 5.000 metros. Los fuertes situados en las alturas paralelas al Morro y los de San José y Santa Rosa, contestaron en el acto, con buenas punterías, a tal punto que nuestros artilleros veíanse cubiertos y expuestos a ser heridos por los cascos de las granadas que reventaban sobre ellos. Hechos algunos disparos para apreciar la distancia y conocer bien la situación de los cañones peruanos, se tocó alto el fuego, que también cesó por parte de aquellos.
Antes de la ruptura de las hostilidades, V. S. mandó de parlamentario ante el coronel Bolognesi, jefe de la plaza al sargento mayor de artillería don José de la Cruz Salvo. Este jefe cumplió debidamente su cometido. Dijo al coronel Bolognesi que V. S., empeñado en evitar la efusión de sangre, pedía, en nombre de la humanidad, la capitulación de la plaza, ya que toda resistencia era inútil, porque el ejército de Tacna, hecho pedazos, dispersado y prisionero en su mayor número el 26, no podía en manera alguna prestarles auxilio; por último, que contaba con un crecido ejército que sitiaría la plaza o la tomaría al asalto, siendo él el responsable de las consecuencias. El señor Bolognesi respondió, después de conferenciar con sus jefes compañeros, que estaba dispuesto a salvar el honor de su país quemando el último cartucho.
Cumplido, pues, el deber que nos imponía la situación difícil del enemigo, no había más que hacer, y,
como lo dejo expresado, se rompió el fuego.
El 6, de orden de V. S. comuniqué por medio de señales al señor comandante del Cochrane una nota pidiéndole la cooperación de la escuadra surta en la bahía para atacar de una manera simultánea por el frente y por retaguardia. Abrigábamos entonces la esperanza de que con esa tentativa los peruanos desistirían del propósito de seguir resistiendo inútilmente, sin probabilidades de triunfo. Al mismo tiempo, obligándolos a batirse, les dábamos la oportunidad para salvar el honor de su país y entrar en honrosa y cuerda capitulación. La sangre preciosa de oficiales y soldados derramada en Tacna y los horrores que trae consigo un combate, nos habían hecho desistir antes de un asalto, esperando arreglarlo todo por la vía tranquila y sensata de la palabra.
Los cañones de campaña abrieron el fuego a las 11 A.M., y a las 1.30 lo hacían el Cochrane, la Magallanes, la Covadonga y el Loa. Todos los cañones enemigos y el Manco Cápac respondieron al ataque, que terminó a las cuatro y minutos.
V. S. recuerda que esa tarde aún alimentábamos la idea de que el enemigo accediera a lo que pedíamos en nombre de la humanidad y de sus intereses; pero en la noche, viendo fallidas nuestras aspiraciones, se tomó el último y doloroso recurso: tomar la plaza al asalto, ya que no queríamos ni debíamos ponerle sitio, lo que hubiera importado un perfecto bloqueo para nosotros, que buscábamos con urgencia una puerta de salida para el océano. Respecto al punto por donde debía atacarse, no cabía vacilación. V. S. había comprendido desde el primer día que era por la retaguardia.
Se dio, por tanto, orden al 3º de línea que marchara a reunirse con el 4º en el valle de Azapa, y junto con él tomara la retaguardia y asaltara la línea de fuertes que termina en el Morro. Se dió el mando de
esas fuerzas al señor coronel don Pedro Lagos. El Buin y el Bulnes, que ocupaban las alturas del Este,
el primero al Sur del valle de Azapa y el segundo al Norte, debían vigilar y defender dicho valle, proteger nuestra artillería y atacar, por el flanco y de frente, la plaza en un momento dado. Estos cuerpos estaban mandados por sus respectivos comandantes Ortiz y Echeverría. En cuanto al Lautaro,
que un día antes había venido de Tacna, atacaría por el Norte a los fuertes de San José y Santa Rosa, llevando a su cabeza al señor coronel don Orozimbo Barbosa. Por el mismo punto avanzaría la caballería al mando de sus comandantes Bulnes y Vargas. De esa manera, los peruanos no tenían más camino que el de la rendición o la muerte. El ataque debía hacerse en guerrilla, pues se tenían datos seguros de que el centro de la población, sus alrededores y los fuertes estaban minados y listos para volar al menor peligro.
La artillería no podía absolutamente abandonar su posición y entrar de lleno a la zona de tiro de los poderosos cañones enemigos, pues habría sido despedazada sin provecho alguno para nosotros. Este cuerpo lo mandaba el comandante Novoa.
Como a las 6 A. M. del 7, los fuertes del Sur hacen fuego por breves instantes y se sienten descargas de fusilería. Una hora más tarde se oye una espantosa detonación y dos columnas de humo y polvo se levantan de los fuertes San José y Santa Rosa como si hubieran hecho explosión. El Manco Cápac abandona la red de lanchas que lo protege, hace algunos disparos al Lautaro, que avanzaba sobre los fuertes, y a las 8 A.M. se hunde. La lancha-torpedo que lo acompaña toma rumbo al Norte, perseguida por el Cochrane y el Loa, que la cañonean sin cesar.
No había duda de que el puerto se hallaba en poder de nuestros soldados, así es que V. S. ordenó a la artillería avanzar sobre el pueblo. No nos engañábamos: el 3º y el 4º de línea se habían tomado en 55 minutos toda la línea de fuertes del Sur al Morro. Perdidos sus principales atrincheramientos, los peruanos hicieron volar los fuertes del Norte. La lucha había sido porfiada y sangrienta hasta lo increíble.
A las 9 A.M. la plaza era completamente nuestra, y la bandera de Chile se ostentaba en los fuertes y en los edificios públicos.
Como V. S. ha podido verlo, la toma de Arica nos ha costado bien poca cosa, dada su situación, sus fortificaciones, sus minas, sus reductos y sus cañones de grueso calibre. No había un solo punto que no fuera una trinchera inexpugnable. Nuestros soldados comprendieron desde el primer instante la magnitud de la empresa; sin embargo, no vacilaron en ir al peligro con imponderable rapidez y atrevimiento. No hay elogio digno de tanto valor y bizarría. El país debe, señor, una distinción a los bravos del 3º y del 4º, que en tan breve tiempo dieron a Chile la posesión de la plaza más fuerte del Pacífico.
El valiente San Martín, comandante del 4º, murió en esta corta pero gloriosa jornada, y corrió igual suerte el capitán Chacón del 3º. Ambos cayeron animando con la palabra y con la acción a sus soldados.
El enemigo perdió a sus mejores jefes. El que no cayó prisionero, rindió la vida. Otro tanto sucedió a los soldados. Sus muertos pasan de 1.000 y sus prisioneros llegan a 1.328; 118 de la categoría de jefes y oficiales, los restantes soldados y marineros.
Por nuestra parte, las bajas suben en todo a 473; jefes y oficiales muertos, 3; heridos, 18; soldados muertos, 114; heridos, 337.
El material de guerra tomado es numeroso. Consiste en 13 cañones, en perfecto estado de servicio, distribuidos de la siguiente manera:
Un Vavaseur de a 250 libras.
Dos Parrott de a 100 id.
Dos id. de a 30 id.
Siete Voruz de a 100 id.
Uno de bronce de a 12 id.
Siete cañones rotos por medio de la dinamita.
Más de 1.500 balas y granadas para esos cañones.
1.200 fusiles de diversos sistemas, con sus respectivas dotaciones de municiones. Además, una cantidad considerable de dinamita, guías, pólvora, herramientas y útiles para el servicio de los fuertes.
Han caído también en poder nuestro muchas banderas y algunos estandartes. El del 2º de línea, quitado por el enemigo en Tarapacá, ha sido recuperado, gracias a las indagaciones hechas por oficiales del ejército.
Remito a V. S. los partes del señor coronel Lagos, que con tanto tino como inteligencia dirigió el ataque del 3º y el 4º de línea, y jefes de los cuerpos que tomaron parte en aquella memorable jornada. Van también las listas correspondientes.
Al concluir, felicito a V. S. por la toma de Arica, complemento de la batalla del 26 de Mayo.
Muy luego pondré a disposición de V. S. los planos de la batalla de Tacna y del puerto y fuertes de Arica".
No cerraré esta nota, señor Ministro, sin hacer antes una honrosa y particular mención del señor coronel don Pedro Lagos, por el valor y serenidad con que supo llevar a cabo el ataque y toma de los fuertes del Sur de Arica, cumpliendo así con mis instrucciones.
Aunque todo el ejército estaba dispuesto a ejecutar la misma hazaña, debo consignar aquí que a los regimientos 3º y 4º de línea les cupo en suerte escribir, el día 7 del presente, una de las más gloriosas páginas de la historia de la República, apoderándose, a pecho descubierto y sin más armas que sus rifles y bayonetas, de las formidables fortificaciones de Arica.
Termino, señor, enviando a V. S., y por su conducto a S. E. y al país, mis más sinceras felicitaciones por el nuevo triunfo que han obtenido nuestras armas.
Dios guarde a V. S.
MANUEL BAQUEDANO
Al señor Ministro de la Guerra.
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Saludos
Jonatan Saona
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