Emilia Serrano de Wilson |
Texto sobre Miguel Grau escrito por la Baronesa de Wilson
Emilia Serrano de Wilson, quien usaba el título de Baronesa de Wilson, era una escritora española, que había recorrido varios países americanos, entre ellos estuvo en Perú y conoció personalmente a Miguel Grau.
En su libro "América en fin de siglo", publicado en Barcelona en 1897, tiene un capítulo sobre el Perú y en especial a la memoria de Grau
"CAPITULO XV
AYER, HOY Y MAÑANA. — MIGUEL GRAU. — CORRIENTES FEDERATIVAS.
...La guerra que Chile inició en 1879 contra el Perú y Bolivia, fué una de las principales causas para ese agotamiento de fuerzas morales y materiales en que el Perú se encuentra.
No pertenece á este libro hacer un relato de la campaña sangrienta, ni poner sobre el tapete las cuestiones que, razonadas ó no, la motivaron.
Labor dificilísima ha de juzgarse la de narrar sucesos contemporáneos que para todos los lectores carecerían tal vez de imparcial criterio por más que á él estén sujetas estas páginas.
Por extremo interesante para la historia será el luctuoso período de combates, invasiones y hazañas gloriosas que han dado carácter legendario y homérico á la guerra que desató por entonces los lazos que unían á las tres repúblicas hermanas. En las páginas de gloria peruana, es la más culminante la muerte de Gran y la pérdida del Huáscar. Consagraremos algunas páginas al héroe.
III
Naturaleza vestía sus galas más risueñas é ideales, cuando en una apacible mañana y en risueña quinta de las cercanías de Lima, conocimos al marino caballeresco, que hoy es héroe inmortal, no sólo en los históricos anales peruanos, sino ejemplo gloriosísimo hasta para los pueblos lejanos de Piura, cuna feliz de Miguel Grau.
Habíasele convidado á un almuerzo de despedida en la víspera de su marcha para aquella expedición postrera, que formaba el segundo período en la famosísima campaña durante la cual El Huáscar y su comandante lograron fijar la atención de ambos mundos, y en verdad que el monitor peruano estuvo tan estrechamente unido con Grau en glorias y hazañas, tan identificados ambos, que no sabríamos desligarlos, ni fuera posible hablar del abnegado y singular patricio, sin poner en relieve la nave teatro de sus triunfos y tumba de nobilísimas aspiraciones.
Tanto y tan extenso se había dicho del marino y de su barco, que sentíamos verdadera fiebre de impaciencia desde el día anterior, y fueranos imposible dar cuenta de la impresión que produjo la presencia de aquel hombre que, tras breve plazo, había de ocupar un puesto culminante en el templo de la historia peruana.
Tenía Miguel Grau varonil figura; dulce afabilidad en el semblante; cutis tostado por el sol de los trópicos y curtido por las salobres brisas que desde muy niño habíanle acariciado. La estatura pasaba de mediana; la complexión robusta y vigorosa, propia para hacer frente á los peligros y vencerlos con titánica entereza.
La frente era alta y espaciosa como forjada para ceñir laureles.
Los ojos negros, hermosos y rasgados, traducían el valor indomable, la serena intrepidez del hombre resuelto á sacrificar su vida en defensa de los sagrados intereses patrios.
Avasallaba el marino por su trato cortés y delicado, por la franca expansión de su carácter, por el ardiente y noble entusiasmo bélico.
Temible adversario en el combate, demostraba en la victoria toda la magnanimidad encarnada en su gran corazón, elevado y generoso. Así lo pregonan amigos y adversarios.
Aseguran sus más íntimos que la modestia de Grau llegaba á la exageración, hasta el punto de negarse todo mérito en los culminantes servicios hechos á su patria, sorprendiéndose de que hubieran alcanzado resonancia y avergonzándose de las ovaciones, que, según él, eran inmerecidas.
Miguel Grau era amantísimo de la vida tranquila, apacible y familiar, y precisamente desde muy joven y siendo guardia marina reveló sus altas capacidades, su enérgica bravura, y esto al ponerle en relieve le apartó de sus sencillas ambiciones, para que en campo vastísimo llenase su misión y dejara huella perdurable y luminosa.
Miguel Grau fué la sublime personificación del amor patrio, y éste grabó en oro y en bronce la página más brillante de la historia peruana en la centuria décimanovena.
El prestigio adquirido por El Huáscar en la primera expedición, tenía hasta cierto punto, y con sobrado motivo, algo de fantástico, porque el genio de Grau prestaba su empuje y daba alas al monitor que, surcando rápidamente las ondas del Pacífico, aparecía y desaparecía ante la flota chilena como un meteoro, siempre adquiriendo una ventaja ó burlando los planes enemigos.
Triunfante en las aguas de Iquique, donde valerosamente sucumbió el navío chileno La Esmeralda, legando á la gente venidera el nombre del bizarro Arturo Prat; feliz y audaz en su ataque contra las baterías y fuertes de Antofagasta; glorioso en su encuentro con el Blanco Encalada y habilísimo en aquella retirada, había enaltecido su nombre eslabonado con las glorias de Grau.
Jamás olvidaremos la despedida del marino, después de algunas horas de íntimo cambio de ideas y de sublimes esperanzas.
— Hasta la vuelta, exclamaron todos, y que sea pronto.
— Adiós, le dijimos, asaltados por vago y triste presentimiento.
— Hasta la vista, nos respondíó conmovido.
No sabríamos cómo explicar el carácter solemne de aquel instante. Parecía que todas las futuras tristezas pesaban sobre nuestros corazones.
— ¡Ojalá que El Huáscar sea tan afortunado como en la anterior expedición !
— ¡Quién sabe!, contestó pensativo: mi barco sufrió mucho en su combate con La Esmeralda; hubiera sido preciso reparar algunas averías y limpiar los fondos: por ahora no hay que pensar en ello; ya veremos más adelante.(1)
— Con usted va la victoria.
— Y si nos abandona, moriremos, repuso con espartano estoicismo, y se alejó de nosotros sonriéndose.
Con tales propósitos y en completa abnegación de sí mismo, lanzóse Grau al mar.
Aquel gran carácter no avaloraba las desventajas, sino la angustiosa situación del país que á su acierto y arrojo había confiado las operaciones navales de las que tal vez surgiera la salvación del Perú.
El viaje resultó una epopeya homérica de gigantesco recuerdo, en la que el bravo contralmirante prodigó cuanto en su ser había de entusiasmos heroicos que triplicaban los medios de acción puestos á su alcance.
Aun refléjanse en las olas que se estrellan en las costas de Iquique y en los peñascos de Antofagasta, la sombra del monitor sosteniendo reñidos combates con los blindados chilenos, cubriéndose de gloria en cada encuentro, y despertando la admiración general.
Consígnanse en los anales de la campaña naval, dos fechas esplendorosas. Una, el 21 de Mayo de 1879: la segunda, el 8 de Octubre del mismo año. En ambas fué pedestal de gloria la cubierta de El Huáscar: para Arturo Prat, primero: después para Miguel Grau.
El hielo del sepulcro extingue los enconos más arraigados, y en cambio agiganta y purifica los acontecimientos, transmitiéndolos á la posteridad.
Todavía, y al cabo de diez y siete años, están latentes las memorias de aquellos heroísmos, como también vive en muchos corazones la gratitud por la clemencia de Grau, demostrada en múltiples circunstancias.
Cítanse rasgos admirables, y entre otros el que se refiere al buque chileno Matías Cousiño. Hallábase éste á la merced del marino ilustre, y estaba en su mano echarlo á pique; pero antes previno al capitán noblemente, aconsejándole salvara en botes á la tripulación; hidalgo y humanitario comportamiento, mencionado en los periódicos de Chile, sin embargo de estar á la sazón, en los comienzos de la guerra, cuando los ánimos estaban rebosando rencores que amortiguan todo sentimiento
justiciero.
No pocas veces empeñó batalla contra los fuertes y baterías de puertos enemigos, pero jamás permitió se causara estrago en poblaciones indefensas, no empañando con órdenes ni actos arbitrarios su inmaculada gloria.
En su triunfal carrera regístranse notables episodios, todos en honor suyo.
Era preciso que el postrer detalle de su vida fuera el más culminante, el más hermoso florón en los anales de la patria, y cometeríamos verdadera profanación suprimiendo algo del suceso que abrió al gran marino las puertas de la inmortalidad. Por eso á grandes rasgos lo evocamos, rindiendo á la vez justo homenaje á la memoria del Churruca peruano.
Batiéndose sin tregua, y luchando á la vez que con los hombres, con los elementos, pues recios temporales pusieron más de una vez en peligro al monitor, recorrió Grau los mares y costas de Chile en son de guerra, haciendo presas, penetrando en puertos, cumpliendo con su plan de operaciones y dando señaladísimas muestras de su pericia y valentía.
Y tornaba de aquella expedición habilísimamente llevada á término, cuando por la proa de El Huáscar aparecieron tres barcos enemigos: El Blanco Encalada, La Covadonga y El Matías Cousiño.
El criterio maduro y reflexivo de Grau, le aconsejó burlar á sus contrarios, y variando su rumbo y ganando terreno, logró su propósito.
Por breve tiempo navegó el monitor sin peligro, pero de repente presentóse á su vista la segunda división de la escuadra chilena: El Cochrane, El O'Higgins y El Loa.
Retroceder era imposible; avanzar, tampoco. Por el Sur y por el Norte le estaba cerrado el paso.
Había llegado la hora del sacrificio; el momento supremo.
Era preciso se salvase La Unión, que navegaba al costado del monitor, y Grau ordenó que se alejara, confiando en sus buenas condiciones de marcha.
Quedóse, pues, solo El Huáscar, contra toda la escuadra. Afírmase que Grau hubiera podido intentar á su vez la huida; pero, á no dudarlo, su carácter caballeresco rechazó tal probabilidad.
Él inició el combate; la batalla encarnizada; el duelo á muerte. El disparó el primer cañonazo. Los inmensos espacios del mar repercutieron el ronco estallido de las bombas y de la metralla.
Aquel espíritu varonil, ni se arredró, ni pudo conformarse con la defensiva; con su arrojo de león peleó, embistió, y uno contra todos, acrecentó sus bríos, y el alma intrépida y generosa hubiera deseado desaparecer con El Huáscar en el insondable Océano, antes que considerarlo presa del enemigo.
Y la muerte fué piadosa para el hombre extraordinario. Un cañonazo hizo volar la torre atalaya de Grau: otro destrozó el cuerpo inerte, en torno del cual caían uno á uno los defensores del monitor glorioso.
El más memorable de los episodios en la guerra funesta fué el que hemos relatado, puesto que pocos, muy pocos de la tripulación sobrevivieron á su jefe denodado: la cubierta estaba sembrada de cadáveres.
¡Caso extraño! la bandera roja y blanca no se arrió: fué encontrada sobre el ya histórico puente de El Huáscar, con el pico y driza que la sostenían todavía.
Miguel Grau murió como mueren los héroes, y al inmortalizarse inmortalizó á la vez el lugar del sacrificio: la punta de Angamos.
Aquel hombre era la encarnación del patriotismo. Era el verbo augusto de la guerra.
La devolución de sus restos, cuidadosamente conservados en Chile, fué una ovación inmensa, una soberbia apoteosis, rivalizando en los honores póstumos el Perú, cuna del marino, y la nación caballeresca, un tiempo su adversaria.
(1) Histórico. "
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Texto tomado del libro "América en fin de siglo", por la Baronesa de Wilson, Barcelona. 1897
Saludos
Jonatan Saona
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