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7 de septiembre de 2016

Sobre perros

Perros a bordo de la Magallanes

Sobre perros…
Vestía yo, en mas felices tiempos, el uniforme de la Reserva Artillera, cuando el Comandante de mi regimiento, aludiendo a mi afición por la investigación histórica, me interpeló: “¿Qué sabe Ud., teniente, de los perros que han acompañado al Ejército en la guerra?”
“Casi nada” -hube de confesar.  Y desde entonces no he parado de recopilar datos.
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Artículo escrito por Raúl Olmedo D.

La opinión mas difundida entre los antropólogos sostiene que los cánidos deben haberse prestado, en algún momento de la Prehistoria, a servir de vigilantes a cambio de sobras  en  las matanzas y cacerías del hombre primitivo. Y que de esa forma se incorporaron al quehacer humano en su temprano desarrollo.

Se trataba quizás de lobos, o chacales, antecesores del perro actual.  O de alguna especie de cánidos que ligó -  ya entonces - su destino al Homo Sapiens.  Mismos que fueron luego, a través de miles de años,  cruzándose en razas variadas y especializadas en labores diversas. (*) 

Tabletas de arcilla con escritura cuneiforme nos cuentan que hace unos 5.000 años, en el antiguo Sumer (Irak), hubo perros participando de las expediciones militares.

La  Ilíada hace constar para nosotros la presencia de perros en el campamento Aqueo, durante la Guerra de Troya. Vemos mas tarde a los mastines romanos en acción, inmortalizados en decenas de pinturas y mosaicos. 

Podemos también seguir, durante toda la Edad Media en Europa, el desarrollo del perro como arma mortal de combate. Y luego los maestros del Renacimiento nos presentan artísticas ilustraciones de esos canes acompañando a los grandes príncipes guerreros y condotieros de la época.  Tenemos al perro, entonces, como un compañero del hombre imprescindible en la guerra y en la caza durante incontables generaciones.             

En nuestra propia historia militar, desde la guerra de Arauco el perro siempre ha acompañado al soldado. Los conquistadores españoles, de hecho, utilizaron al mastín como arma efectiva y aterrorizante en toda América.   Los mapuches también contaron con perros - aunque de menor tamaño - que servían de alertas centinelas en sus tolderías.

No tenemos, sin embargo,  noticias fundadas y precisas acerca de perros cumpliendo funciones especiales durante nuestras guerras de independencia.  Salvo aquellos muy afeminados que portaba en brazos y peinaba el Gobernador Marcó del Pont. Debe haberlos habido, ciertamente, pero carecemos de datos fidedignos.

Es hacia 1820, en el zarpe de la Expedición Libertadora hacia el Perú, cuando encontramos trazas de ellos.  No en el Ejército, aunque resulta razonable suponer que debieron estar presentes en las distintas unidades embarcadas, sino en la Armada.  Sabemos de dos canes a bordo de los buques que formaban esa expedición.  El perro de propiedad del mismo Lord Cochrane, en primer término - cuya raza y nombre, si lo tuvo,  ignoramos -  que el Almirante mantenía a bordo de la “O’Higgins“.  Por terceros sabemos que se trataba de un can de espeso pelaje rojizo, y que dormía en la puerta de la cámara de su amo.  Nada más.

Formaba también parte de esa expedición una perra, la “Pearl”, que acompañaba al capitán Simpson en la nave de transporte que comandaba.   Dato que llega hasta nosotros por relatos muy posteriores de los hijos de ese inglés avecindado en Chile, marinos y militares que sirvieron a nuestra patria con distinción.  William Simpson estuvo al mando de la fragata de transporte “Perla” integrando la Expedición Libertadora, nombre que bien podemos relacionar con el de la perra en cuestión.

Durante la llamada Guerra contra la Confederación Perú-boliviana hubo - a lo menos - otros dos perros de unidades militares presentes en el combate de Buin (enero 1839).  Aquel del batallón “Portales”, un perrazo negro, nos cuenta José Joaquín Vallejo,  muy ladrador y agresivo.  Llamado, curiosamente, “Maipo”, lo que nos sugiere cierta porfía o despecho en las filas de esa unidad, cuyo nombre era - hasta 1837 - justamente “Maipo”.  Denominación que fue cambiada a “Portales” luego del asesinato del ministro en que esa unidad fuera protagonista.  

También sabemos de otro perro, el del batallón “Carampangue”, presente en ese hecho de armas. No se ha conservado su nombre, y en realidad sólo tomamos nota de su existencia porque, el día anterior, había sostenido una pelea descomunal con el “Maipo” del “Portales”. Pelea de perros que incomodó la siesta de Manuel Bulnes en un pueblucho cualquiera sito en el Callejón del Huaylas. 

Aparecen mas tarde distintos canes en los relatos de los combatientes de la Guerra del Pacífico, así como en los de algunos cronistas.

Fue aquella una gesta notablemente documentada, y por cierto, nuestro máximo esfuerzo bélico nacional hasta la fecha.  No obstante, pocos de los canes que participaron en el conflicto  son identificados con un nombre - y eventualmente un rango -  dentro de las unidades. En general se trata de perros anónimos, mencionados sólo como especie.  Pero ahí están.

Entre los identificados plenamente, el mas conocido es, desde luego, el “Coquimbo”, perro del regimiento homónimo. Animal que quedó inmortalizado en el bellísimo cuento “El perro del regimiento”  del cronista de la Guerra del Pacífico Daniel Riquelme.  De su texto rescatamos que “Coquimbo” se batió junto a su unidad en Tacna (mayo 1880), donde capturó, sujetándolo con sus colmillos del uniforme de bayeta, a un soldado enemigo. No dice si boliviano o peruano.  También que, meses mas tarde,  fue enjaezado con su “tocado de batalla“ por parte de la misma tropa, en vísperas de Chorrillos, como preparación para el combate.   Y que debió ser, ante el silencioso dolor de la tropa, ejecutado bajo las aguas, presumiblemente en la playa de Conchán, a manos de un oficial y dos soldados de su regimiento, en la madrugada del 12 al 13 de enero de 1881.  Hubo de hacerse así para impedir que sus ladridos alertaran al enemigo en sus trincheras próximas.  Sobrecogedor final.   No se nos informa, a lo largo de la narración, sobre sus características físicas de alzada, raza, pelaje o color. No obstante, se nos cuenta que su origen fue de “abandonado y callejero”, recogido por el embeleco de los soldados. Que fue al comienzo  protagonista de grandes alborotos y trastornos al interior del regimiento, al extremo de que estuvo a punto de ser linchado. Que mas tarde, sosegado, comía de todos los platos y era el regalón de la unidad entera.  Territorial, no soportaba la presencia de otro perro en el cuartel o campamento. Distinguía los uniformes y reconocía los grados, a decir de los soldados que lo amaron y lo lloraron.  Todo un perro, en verdad.

“Lautaro” es otro perro que ha llegado hasta nosotros, gracias a la novela “Seis años de vacaciones” del autor Arturo Benavides Santos.   El citado formó como soldado, clase y oficial subalterno del regimiento Lautaro durante toda la Guerra del Pacífico (1879-84).

Del tal “Lautaro” si que tenemos datos, pintorescos y abundantes. Fue incorporado al regimiento en Quillota, ciudad en que la citada unidad de infantería reclutaba voluntarios y preparaba sus cuadros en 1879.   Era entonces un cachorro o perro juvenil - “pequeño” dice Benavides - “de color blanco con manchas negras“, y una raza que el autor describe así : “se conocía era de los llamados de presa”.  Muy querido y cuidado por toda la tropa.  El 26 de mayo de 1880 a media mañana, cuando el regimiento, Lautaro, integrando la IV División Barbosa (extrema izquierda chilena), se aprestaba a embestir el ala derecha Aliada en el Campo de la Alianza, súbitamente “Lautaro” -  que ya era “un fornido y hermoso perro de gran alzada” - se lanza, jaleado por la tropa, en persecución de un zorro que escapa frente a las filas en el árido paisaje.  Lo alcanza y vuelve con el cadáver en el hocico, lo que es muy celebrado e interpretado como un buen augurio por los soldados que se aprestan a combatir y morir. 

Meses mas tarde, trascurridos ya el Asalto y Toma de Arica (junio 7) y el combate de Tarata (julio 21), encontrándose la unidad en Pachía, los soldados acordaron ascender a “Lautaro” por su valentía en la acción de Tacna.  Y así lo hicieron, con toda solemnidad, prendiendo una jineta de cabo en su pata derecha. 

El día 13 de enero de 1881 (batalla de Chorrillos) “Lautaro” vuelve  a lucirse.  Su regimiento, luego de vencer en el Portezuelo de San Juan con el resto de la II División, avanza por el interior de la Hacienda San Juan, cruzando potreros y acequias. En una de ellas, en un sitio parcialmente cubierto por el ramaje de un sauce,  “Lautaro” descubre a un enemigo oculto, lo atrapa y lo entrega - empapado - a sus amos. 

Algunos días mas tarde “alegre y retozón”, el perro recorre las filas y los grupos del personal del regimiento que se prepara para entrar a Lima, recibiendo caricias y golosinas.  Es el 18 de enero de 1881.  La escena, en que el relato evoca los cientos de camaradas caídos en las previas jornadas del 13 y el 15, es una de las mas emotivas en la obra de Benavides. Conmueve - o debiera conmover -  el alma, me parece, de todo aquel que alguna vez vistió uniforme.

Ese mismo año, el regimiento forma parte de la brigada que ocupa Trujillo, norte del Perú, y durante ese proceso, mientras parte del Ejército vencedor es embarcado en El Callao de regreso a Chile (marzo 1881), un soldado del regimiento Lautaro (asistente de un capitán) asesina de una certera puñalada a un camarada.  Luego del proceso sumario, es fusilado a las afueras de Trujillo, y “Lautaro”, aullando tristemente, lame al difunto con su afecto de perro.  De regreso del norte de Perú, y en tránsito hacia la Sierra central (enero 82), “Lautaro” se pierde o huye en Lima, y su ausencia es descubierta recién en el pueblo de Matucana, unos 80 o 100 Km. al interior.   Se le declara “desertor frente al enemigo“.  Aparece, sin embargo, a los tres o cuatro días, flaco, sucio y maltratado, con sus patas a la miseria y numerosas mordidas.  Recibido con grandes muestras de júbilo, sus heridas fueron curadas y nuevamente se le ve recorrer las filas en busca de caricias y bocados.   No obstante, reconsiderando su primera actitud, la tropa juzgó del caso procesarlo por “desertor“, y un juicio sumario tuvo lugar, con Fiscal, vocales y abogado defensor.  Ayudó a su causa el haber recorrido a pié todos los kilómetros que separan Lima de Matucana para unirse a su regimiento, y también el hecho de que, cuando se alejó corriendo del tren, en la capital peruana, se le vio persiguiendo a una perra, antecedente que sus jueces ponderaron en derecho.  Salvó el pellejo, pero el fallo determinó su “degradación frente a todo el batallón“. Perdió su jineta de cabo y se le propinó 25 azotes.  

El 2 de febrero de 1882, un atentado hizo caer un puente colgante en Huaripampa, valle del Mantaro, con la pérdida de varios soldados del batallón que se precipitaron al abismo. “Lautaro” ayuda activamente al salvamento de algunos sobrevivientes aislados en un islote del río.   Coopera acto seguido  a la reconstrucción de tal puente colgante, cerca de Huancayo. Cruza ida y vuelta el torrentoso río, y lleva en su regreso el extremo de un cable, con lo cual se logra establecer la primera unión sólida que permite luego enviar tropa y materiales.  Los días siguientes “patrulla las inmediaciones, plagadas de montoneros“, en tanto el puente nuevo se instala.  En el intertanto, y durante varias jornadas, sirve de correo entre una y otra ribera, portando correspondencia en un tubo de lata amarrado a su pescuezo.  En julio siguiente (1882), durante la espantosa retirada de la división del Canto, el perro da aviso sobre un soldado del Lautaro que queda rezagado y fuera de la vista, con riesgo de helarse.  Salva su vida.   De regreso en Lima, los soldados acuerdan, con muy buen criterio, volverlo a  ascender, imponiéndole su antigua jineta en una formal ceremonia. 

A comienzos de 1884, en Puno, durante la prolongación de la Campaña de Arequipa, ya firmada la Paz de Ancón con el Perú (octubre 1883),  muere “Lautaro” herido por la espada del oficial de guardia del batallón “Coquimbo”, quien actúa en defensa del nuevo perro de esa unidad y su perra.  No supo que se trataba de un animal “chileno“, de otro regimiento hermano, hasta que fue muy tarde.
 “ Al Lautaro le hicieron los soldados conmovedores funerales.  Se le sacó el cuero, se rellenó con paja y se trajo esos restos a Chile” nos relata Benavides. 

Vaya vida y misiones, las de ese perro.  Ignoro si en la actual Brigada de Fuerzas Especiales que lleva el nombre Lautaro, en el Ejército, se le recuerda de alguna forma.  Me gustaría saber de un digno epitafio honrando su memoria.

Otros canes, de los que se tiene constancia de su existencia durante esa guerra, pero no mayores datos, son los siguientes :  

El  regimiento “Talca” tuvo un perro que lo acompañó hasta Lima y en la campaña de la Sierra.  Se llamó “Cauque” y la prensa talquina informaba en 1905 que participó con su unidad en la batalla de Huamachuco (julio 1883).

La mascota del “Colchagua” era perra. De color castaño claro, o “miel”, le faltaba una oreja y se llamó “Tinguiririca”.  

El perro del batallón, luego regimiento Naval, o Navales, se llamó también “Naval”, y era - dicen - manchado, imponente y feroz.

Los regimientos “Concepción”, “Curicó”, “Aconcagua N° 1 y N° 2”, “Santiago” y “Chacabuco”, así como los batallones “Valdivia”, “Quillota”, “Melipilla” y “Curicó” llevaron perros a la guerra.   La prensa local en las respectivas ciudades de origen de las unidades citadas, ha sido la mejor fuente para establecer aquello. Por desgracia, sin detalles ni datos concretos. 

No ha habido, pues, forma de averiguar  nombres ni características especiales de esos animales. 

Lo probable es que todas las unidades chilenas de las tres armas hayan contado con perros sirviendo de mascotas durante la Guerra del Pacífico.   La artillería de montaña ciertamente contaba con perros, de los que se servía para el manejo y  control de sus acémilas. Y la esencial, importantísima Sección Bagajes - reestructurada con posterioridad a la campaña de Tarapacá - disponía de una pequeña jauría. Necesitaba de esos perros, inseparables de sus arrieros, actores importantes en los arreos de mulas y en la conducción de los piños de ganado vacuno en pie, destinados al rancho.

No tenemos como probar hoy la presencia de esos perros en la guerra, y es casi seguro que sus nombres e historias individuales se han perdido para siempre. Perros nobles, todos ellos, que concurrieron a la guerra sirviendo con lealtad a sus amos, y que entregaron  a los soldados y personal civil, podría apostar a aquello,  el cariño de la patria ausente.
 
No es el caso de los canes sobre los que nos habla el oficial del “Esmeralda” Clemente Larraín en sus “Recuerdos”. 
  
Nos pone en ambiente, antes de ello, relatándonos la visita de dos jóvenes  caballeros (paisanos) que los oficiales de su unidad reciben en la Escuela de Cabos de Chorrillos a fines de enero de 1881.  Escuela de Cabos acondicionada a esa fecha como “hospital de sangre“, cuyo ambiente irrespirable hace necesario que la oficialidad del “Esmeralda” acampe fuera del edificio.

Venían esas dos personas de Valparaíso, en busca del 2° Comandante del “Coquimbo”, Luis Larraín Alcalde, herido de mucha gravedad en Miraflores el día 15.  (Fallecería en Valparaíso el siguiente 3 de febrero). 

Se les invita a almorzar, pero los recién llegados, algo pálidos, se excusan de aceptar.  El hedor asfixiante que allí reina, así como la vista de rumas de cuerpos semi carbonizados a pocos metros y los millones de moscas que pueblan el ambiente hace el convite inviable.  Cientos de cadáveres peruanos habían sido incinerados allí mismo, al menos en intento, durante los días anteriores.  Pero la parafina empleada no era el combustible óptimo para ese fin, y la destrucción de los cuerpos distaba mucho de haberse completado.  Un pesado olor a muerte impregnaba ropas y alimentos.

Y enseguida el subteniente Clemente Larraín nos relata como la gente de su regimiento debió ocuparse seriamente en apartar del lugar a unos setecientos (700) perros alzados.  Eran canes que habían perdido sus amos y hogares en las batallas del 13 y 15 de enero, por la destrucción total de Chorrillos, Barranco y Miraflores. Y que habían estado, desde entonces, alimentándose de los cadáveres insepultos o mal cubiertos en ambos campos de batalla.

Hubo, pues,  perros y perros en nuestra recordada y heroica “Guerra del 79’”.

R. Olmedo
Julio de 2014.  Mes de Concepción y Huamachuco.
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(*) W. Gordon Childe :   What Happened In History.



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Imagen, detalle de fotografía de perros a bordo de la Magallanes, 1879
Artículo escrito por el investigador chileno Raúl Olmedo

Saludos
Jonatan Saona

2 comentarios:

  1. De donde puedo sacar más información sobre los perros en la guerra del Pacífico

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    1. No existe, que yo sepa, una recopilación oficial sobre tales perros en nuestra historia militar. Sólo el registro que quedó en cada unidad de la época sobre la presencia de una determinada mascota. Información usualmente nebulosa, que a veces ni registra el nombre del animal.
      Estos datos han surgido, las más de las veces por mera casualidad, como subproducto durante el proceso de investigar hechos de armas o la historia de unidades de la guardia nacional. La buena costumbre de registrar de inmediato estos hallazgos en el cuaderno de notas que siempre llevo conmigo, hizo que se acumularan al punto de decidirme a escribir este pequeño "paper" sobre los perros en la GDP. Son personajes olvidados, y no he querido que esta información se pierda cuando yo ya no esté.

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