(Escrito por Antonio Bórquez para la revista Zig Zag, enero de 1913)
"Jamás en América se ha visto una batalla tan terrible, no tanto por el número de combatientes, como por el arrojo, el temerario valor y el empuje incontenible desplegados por los chilenos así como por la porfiada resistencia de los defensores de Lima, en donde sólo las hermosas de lánguidos mirares, quedaron dulces y plañideras impetrando la victoria para los suyos al Dios de los Ejércitos.
Y tanto más de admirar son todavía la pujanza y el valor de los rotos, cuando se recuerda que tuvieron que batirse contra mayor número, en el asalto y toma de fortificaciones, trincheras artilladas, parapetos inaccesibles, alturas para las águilas, por el suelo sembrado de minas, en ciudadelas inexpugnables, contra 30,000 peruanos rabiosos de venganza por sus continuados descalabros de Pisagua, Los Ángeles, San Francisco, Tarapacá, Tacna. Arica, sin contar sus desastres navales, tan desconcertantes y estupendos como los otros.
Pisagua, Ángeles, San Francisco, Tarapacá, Tacna, Arica, Chorrillos, Miraflores, sois como ocho pórticos, oro y mármol, arcos de triunfo, ocho, gigantescos, por los cuales pasara en días inmortales. el Ejército de Chile en la Guerra del Pacífico, en una fulgurante irradiación de gloria, con las espadas y bayonetas de vivo reflejo, con los estandartes y las banderas a la cabeza de los regimientos, las banderas cubiertas con el polvo y la sangre de las victorias, rutilante su blanca estrella y en el tope de sus mástiles los cóndores en su altiva actitud hostil, el corvo pico amenazante y las alas desplegadas para el recio aletazo triunfador.
Chorrillos aún se ve más alto y más imponente en esta gloriosa gradería y en sus graníticas columnatas refulgen áureamente y rojamente las cifras de loa Jefes victoriosos y de los que murieron por la patria en una admirable apostura varonil de sacrificio, para edificación y ejemplo de todas las generaciones.
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Ven aquí ahora, hijo mío, y mira el valle de Chorrillos. Al S. una cadena de cerros, arena y piedra, forman una media luna en cuyo extremo, en la costa, se yergue el formidable Morro Solar. En el otro extremo de la media luna, al S. E., otro cerro muy alto, San Juan. Detrás de esta cadena de cerros y eminencias, en dirección a Chorrillos. se alzan nuevos cordones. Después hay una pampa, a la derecha. y otra cadena de cerros más altos cierra con sus contrafuertes el valle de Lima: diez formidables eminencias.
Mira su aspecto. Por ahí tienen que avanzar los nuestros, de frente. ¿Ves cómo todos los cerros están defendidos con castillos, fortines, fosos, trincheras, parapetos, con largas hileras de cañones de largo alcance, cuyas abiertas fauces son terribles? La verdad es que necesitarán ligereza de cóndores y fortaleza de leones.
Pero eso es poco tras el enorme Morro Solar surge otra cadena de cerros que arranca de la costa. De estos, uno muy elevado domina totalmente la cadena del S. hacia Lurín. Este gran cerro es inaccesible por el Sur y sólo puede subirse a él por el lado del mar, pero con las más grandes dificultades. Y nuevos fortines, cañones y ametralladoras. Aquí es donde se encuentran las mayores obras de defensa y los más poderosos elementos de destrucción. La hostilidad de la naturaleza ha sido centuplicada como para impedir el paso a los titanes de las guerras olímpicas.
El solo angosto camino que conduce a Chorrillos, arranca de los faldeos del Morro Solar y está cerrado en toda su extensión por una tapia de adobones, paralela a un ancho canal, que no puede ser tomada de frente, sino por el flanco izquierdo.
Después de contemplar esta escala de farellones, cuyos cien peldaños están terriblemente defendidos, ¿ves el tremendo Morro Solar? Imagínate un gigantesco monstruo que topase en las nubes, que tuviese millares de púas erizadas. y que cada púa fuese un cañón o una ametralladora. Pues, de todo ello no dejarán los nuestros piedra sobre piedra.
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Ahora son las 3.30 A M. de una madrugada obscura, pesada, con una densísima camanchaca. Desplegados en batalla marchan los regimientos de la división Lynch, de frente a las grandes masas de las fortificaciones peruanas, negras y enormes. Avanzan los soldados ligeros, en un gran silencio en el cual apenas si se oyen las pisadas en la arena. Los corazones laten a prisa, no de miedo, ciertamente, de ansiedad, de ansia de gloria, con la fe en el triunfo, fortificados en la voluntad de vencer o morir.
¿Sabes tú cuál fué la proclama del General Baquedano? Toda entera, en esas dos palabras: ¡Vencer o morir! La otra orden fué: Mano, fuerte, muchachos! Para refrendar esa comunidad de sentimientos y aspiraciones ese pacto en el sacrificio y el heroísmo, esa familiaridad entre jefes y soldados, por debajo de la disciplina militar, que los hizo a todos invencibles.
Los 4.15 A. M. sigue el avance de las tres divisiones. Nuestra reserva, formada en columnas, va a retaguardia y por el ala derecha de la 1.a División. Las fortificaciones peruanas hay que tomarlas a la bayoneta.
El Blanco y el Cochrane, la O'Higgins y la Pilcomayo, se aguantan sobre sus máquinas en las aguas de Chira, al S.O. del Morro Solar, para proteger el ala izquierda que manda Lynch.
Las 5 A. M. y en los cerros de los peruanos brillan largas filas de pequeñas luces: la infantería enemiga que rompe un vigoroso fuego con sus Peabody contra la división Lynch, casi al mismo tiempo que de todas las alturas vomitan contra los nuestros sus torrentes de balas ametralladoras y cañones. Y la división avanza impávida sin detenerse ante el infierno que se le pone adelanto, sin Importarle un ardite la fatiga de la caminata de horas por los médanos y zanjas, ni la difícil ascensión en el asalto. Marchan esperando anhelantes la voz de fuego, que se da sólo cuando las guerrillas del 4° y del Chacabuco llegan a 500 metros del enemigo.
Desde este momento, al grito de ¡Viva Chile! se lanzan los batallones chilenos en una vertiginosa carrera hacia arriba, a pecho descubierto, el Atacama, el Talca, el heroico 2.° de Línea, el Colchagua. ¡Oh! ¿a qué enumerarlos? Todos se confunden en el asalto. Unos a otros se animan con el grito ronco que enciende los grandes entusiasmos, con la mirada centelleante de coraje, oficiales y soldados. Penetran en el núcleo de la reglón del fuego; los muertos caen, los vivos siguen a venganza. Estallan las minas; vuelan los soldados. La artillería con sus horrendas detonaciones atruena los tímpanos. Pero nada arredra a los bravos; son un puñado y contra la naturaleza hostil, contra centenares de cañones, contra millones de enemigos, van de escarpa en escarpa, de cima en cima, a clavar la bandera de conquista y de victoria, allá arriba, donde topa el cielo.
El enemigo resistía este alud con una admirable sangre fría, ocupado sólo en derramar desde sus empinadas fortificaciones chorros ígneos, más terribles que la pez hirviente y que la fundida lava.
De súbito una inmensa llamarada roja ilumina la cima del morro que asaltan el 4.° y el Chacabuco. Esa es la señal peruana que anuncia que las fuerzas chilenas se han apoderado de su fortaleza; la misma llamarada que brillará diez, veinte veces, a medida que los nuestros vayan a paso de vencedores, clavando la bandera, en cada cerro que ganen sobre un montón de cadáveres.
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Son las 6 A.M. ya va clareando un poco; la camanchaca se va rompiendo en jirones. Todas las divisiones chilenas combaten con un encarnizamiento horrendo. El toque de calacuerda se oye persistente, o se apaga con los estampidos de las artillerías. El Colchagua toma otra trinchera a la bayoneta. La línea de fuego es de dos leguas de extensión, acaso más. Entre nuestra 1° y 2° división queda un claro. A llenarlo y a reforzar los extremos centrales va la reserva, 3.° de línea, Zapadores y Valparaíso, diagonalmente el uno, en columna cerrada el otro, el otro en orden disperso, luego en batalla a paso de trote y armas en discreción. ¡Oh! es un bonito espectáculo el de los tres cuerpos que maniobran con una sangre fría y una precisión como si estuvieran en una parada, en una fiesta setembrina.
Los cerros que han sido conquistados a sangre y fuego los ocupan la artillería de campaña y parte de la de montaña. Allá la División Sotomayor hace prodigios, con el Buin al centro, el temido Buin, en el ala derecha el Chillán, en la izquierda el Esmeralda. Bizarramente marcha la 1.a Brigada, tranquila, delante de nubes de proyectiles, con el corazón jubiloso con los sones de la Canción Sagrada. El Curicó, el Lautaro toman nuevos fuertes. La artillería Gana y la de Sarpa operan con una puntería certera, maravillosa.
De minuto en minuto los prodigios de bravura, los heroísmos chilenos se suceden: soldados que clavan banderas en loa baluartes arrollándolo todo a su paso, oficiales que moribundos señalan todavía con la espada temblorosa la altura que hay que escalar, capitanes que heridos, chorreando sangre mandan al asalto y mueren al dar la voz. ¡Oh, es una interminable romería de maravillas de la gloria!
Las 7.10 A. M. el enemigo está vencido y desalojado en toda su primera formidable línea de defensa. Se replega a su segunda línea que protejen grandes atrincheramientos y los fuegos de las cumbres del Morro Solar que dominan todas las fortificaciones desde el mar hasta el valle de Chorrillos por entero.
Luego la División Lagos se lanza a la toma del Morro Solar con una impavidez de que no hay ejemplo en la historia del mundo.
Pero mira, entretanto, en el valle, una infantería numerosa intenta flanquear nuestra derecha. Pero nuestros Granaderos y Carabineros de Yungay se precipitan a desbaratar esas columnas, saltando fosos, tapias, canales de regadío, sin hacer caso ni de las minas que explotan ruidosamente, ni del fuego de flanco que les hace el enemigo oculto en las zanjas. Es un momento magnífico el de esta carga en columna de escuadrones, magnífico en medio de todo su horror.
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¿Y quén es ése, ahora, que a la cabeza de un puñado de valientes, comienza a trepar al Morro? ¿No le ves como si fuera el mismo Marte encendido en bélico furor, apuesto y gallardo, ir delante lleno de su heroica locura? Ah! sí, es el mismo Lynch que desde las 5 de la mañana no se cansa de enviar almas al reino de las sombras. Y ved sus diezmados batallones, fatigados de agavillar laureles, cómo los galvaniza con la mirada y los arrastra con su coraje.
Contempla esos batallones, hijo mío, y llénate de una orgullosa arrogancia inmortal. ¿Ves aquellos dos cuyos soldados tienen los rostros negros por la pólvora, que hunden los pies con fatiga en la arena de la rápida pendiente? Los unos son del Atacama; los otros del Talca. Esos hombres nacieron en los desiertos y son fuertes y ágiles como jaguares, tienen músculos poderosos hechos a arrancar a la tierra roja los metales preciosos. En esa lucha con el mineral rebelde, desde niños se hicieron indomables y nervudos como atletas. Los talquinos son diestros y bizarros, orgullosos justamente de su provincia floronada de escudos nobiliarios.
¿Y los de más allá, son por acaso menos heroicos? Mira los del Colchagua: estos son más ágiles que los potros de sus valles, que se beben el viento en la carrera; aprendieron la astucia de los zorros de sus sierras y la fuerza de los pumas de sus selvas. Aquéllos son de Coquimbo, cuyas mujeres tienen fama de hermosas y dulces; ellas serán el premio de sus sacrificios y la mejor corona de sus triunfos. Allá van los de Aconcagua altos, graves e irresistibles: su río es celebrado por la maravilla de sus aguas; todos al nacer han sido saludados por el penacho de llamas do su volcán de seis mil metros de altura. Adelante marchan los de Santiago; son todos jóvenes; ayer la mayor parte de ellos danzaba en los salones, gentiles y delicados; al llamar el clarín de la patria de repente, esos frívolos muchachos sintieron que eran de pasta de héroes, y ya no conocen perfume más delicioso que el acre de la sangre y de la pólvora, y no quieren otro. Después avanzan los de Caupolicán y Concepción: son los legítimos descendientes de los toquíes legendarios, bravos como el Bío-Bío que arrastra selvas enteras en los días de su furor, rugiendo como un horrendo rebaño de búfalos.
Y otros, otros más. Allá, los Navales, los del Valparaíso, que están hechos a trepar por las cresterías de los cerros del puerto opulento, por las cresterías como encajes de piedra, como gárgolas de castillos roqueros, desde donde se ve el mar laminado de plata.
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Por cien partes distintas asaltan trincheras, cumbres y fortalezas en su ascensión al Morro, que arroja tanto fuego que con él podrían reducirse a pavesas diez ciudades tan florecientes como Herculano y Pompeya.
Los peruanos venden caro sus vidas. Son también heroicos en su resistencia tenaz, rabiosa, admirable, y mientras se ven obligados a replegarse de bastión en bastión basta el último fuerte, e! llamado Chorrillos que domina la bahía y la población; en esta arrecia el combate en las calles y en las casas.
Hay un pavoroso infierno de fuego y de humo en todas partes.
Y son las 2 P. M. y en una última carga los soldados chilenos con una furia de demonios todo lo arrasan a la bayoneta y hacen tremolar en aquella altísima cumbre formidable la bandera de la estrella solitaria, más brillante que un sol en una plena irradiación cenital.
La victoria es nuestra; pero aún en las calles de Chorrillos, en cada casa, se hace una resistencia inesperada e Inútil a los nuestros. En el paroxismo del furor bélico los soldados chilenos ponen fuego a los edificios y pronto el hermoso balneario es una hoguera de rojizas, gigantescas y gesticulantes lumbraradas y de espesos y negros nubarrones de humo que adelantaron la noche.
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Fué grande la victoria: quedaron muertos cuatro mil peruanos: se les tomaron dos mil prisioneros, 49 cañones de diversos sistemas y calibres, 13 ametralladoras, 20 banderas, armas, pertrechos, vestuario, cinco estandartes riquísimos de seda, oro y. piedras preciosas.
Fué grande la victoria, hijo mío. Y la gloria no fué sola de los generales y de los jefes: ella se comparte por igual entre ellos y esos rotos, tus padres invictos. Todos sus nombres están grabados en el corazón de la Patria: están en cifras áureas en el gran libro de nuestra historia, tan corta aún y tan asombrosa, portentosamente. Léela y fíjala bien en tu memoria para siempre.
ARTONIO BORQUEZ SOLAR"
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Texto e imagen tomados de la revista chilena Zig Zag num 414, publicado el 25 de enero de 1913
Saludos
Jonatan Saona
Grandiosa batalla, dantesco espectáculo...Bravos entre los bravos, civiles en armas, tan valientes como los pocos soldados profesionales que habían allí
ResponderBorrarContabilizar Tarapacá como un triunfo de las armas chilenas, en el sentido táctico de la palabra, es un error. Y hablar de millones de enemigos defendiendo las líneas de San Juan, Santa Teresa y Morro Solar le resta seriedad al relato. Poético, ciertamente, vibrante de patriotismo y enaltecedor del valor en combate de ambos adversarios. Pero plagado de exageraciones, tal usuales en los relatos de época, patrioteros más que patriotas.
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