Víctor Zuñiga y el tambor de guerra boliviano |
Víctor B. Zúñiga era un notable profesor cerreño que en la década de los veintes publicó una serie de narraciones como la que presentamos en esta oportunidad. Al rememorar este casual y emotivo encuentro con un sobreviviente de la Guerra con Chile, nos recuerda los momentos más aciagos de aquella confrontación bélica de la que salimos perdiendo aunque con hechos de heroísmo y sacrificio enormes. No se puede decir menos de la Batalla de San Francisco en la que, prácticamente nuestras fuerzas fueron diezmadas; los sobrevivientes fueron a engrosar otros regimientos heroicos. Aquellos sobrevivientes murieron finalmente en la Batalla de Arica el 7 de junio de 1880, rodeando al titán del morro, coronel Francisco Bolognesi.
EL TAMBOR DE GUERRA
por Víctor B. Zúñiga.
Los tintes glaucos vesperales de una tarde invernal, daban al horizonte de aquel pueblecito de indios, un carácter de melancolía….
Yo y mis compañeros de viaje, sentados sobre una piedra, contemplábamos los vestigios de la agricultura incaica, haciendo recuerdos históricos de aquellas épocas de inocencia, de vida pastoril y de gobierno patriarcal; de aquellos tiempos de ventura que pasaron cual las alegres golondrinas de Bécquer, para no volver….
Y, estando sumidos en la evocación de los nombres de Manco Cápac y de Huayna Cápac, sentimos acercarse a nosotros un indio ya anciano de mirada altiva pero atrayente, que con el sombrero en la mano nos dio las buenas tardes. Llámolo con cariño y tras de brindarle un lugar en nuestro campesino asiento y un cigarrillo, entablamos una charla histórica sobre su pueblo, siguiendo la costumbre de pesquisar datos en la conversación de mis mayores. Hízolo de grado narrándonos sucesos de los que fue testigo presencial, no faltándole frases de recriminación para la famosa trinidad del Cura, Juez y Gobernador.
Llegado que hubo a este punto, nos ofreció el viejecito a pasar a su cabaña a tomar un vasito de chicha, a lo que nosotros accedimos gustosos. Al penetrar en su casa, lo primero que vi fue un tambor al parecer corriente; empero como tenía una placa metálica en uno de los costados, lo cogí y leí la siguiente inscripción: “Viva la República Boliviana”. Al ver mi actitud, el anciano díjome alcanzándome el vaso de chicha ofrecido:
— Señor, voy a contar a ustedes, la historia de este tambor que actuó en el Campo de la Alianza…- Y como le dirigiese una mirada de duda, nos brindó un asiento y nos contó los siguiente.- Habiendo desembarcado en el puerto de Iquique, en el mes de marzo, yo Anselmo Haytanay y Huaccanay, natural de Tangor, -a quien bien conoce su compañero, señor Washington Oviedo- pertenecía antes de la declaratoria de guerra, a la 3era Compañía del batallón Zepita que desembarcó en Iquique en marzo de 1879, a órdenes del entonces coronel Andrés A. Cáceres. A los pocos días, después de nuestro arribo a Iquique, nos trasladamos a “Alto del Molle”, punto situado a 10 o 15 kilómetros a donde acantonamos mientras se construían cuarteles provisionales, en unión del regimiento “Dos de Mayo”, comandado por el malogrado Comandante General Coronel Manuel Suárez.
El 21 de mayo a las 6.a.m., en momentos en que practicábamos ejercicios de guerrilla, fuimos sorprendidos por detonaciones de artillería marítima que motivaron órdenes del Comandante General Suárez para que la tercera compañía bajara a la caleta del Molle a unirse con la 6ta compañía que comandaba el sargento mayor Luis Lazo que se encontraba destacado en aquel lugar; emprendimos la marcha y al descender la cuesta pudimos ver que nuestra fragata Independencia arrinconaba a la corbeta enemiga “Covadonga”, a la cual creímos ya capturada en ese momento. Entusiasmo indescriptible en la tropa, entusiasmo que duró breves instantes, pues vimos con sorpresa de que, por desgracia, la “Covadonga” había podido surcar con dirección a “Punta Gruesa” y que la fragata Independencia la perseguía batiéndola. Fue en ese instante que el comandante Suárez dio orden de marchar sobre Punta Arenas en previsión de proteger a los tripulantes de la Independencia que corría peligro de vararse por su mucho calado y que efectivamente los sucesos confirmaron tal presagio.
Una vez constituidos en el lugar de la catástrofe, nos ocupamos del salvamento de los náufragos cubriéndoles con nuestros capotes y frazadas y llevándolos a la caleta del “Molle”, lugar donde el contralmirante Miguel Grau, embarcó en el Huascar a los marineros náufragos, entre los que se encontraba, gravemente herido, el primer maquinista del buque.
El dos de noviembre del mismo año, a las 5.30 a.m, sentimos el bombardeo del Puerto de Pisagua, para proteger el desembarque del ejército enemigo, por cuyo motivo, el señor coronel Andrés A. Cáceres, entonces ya comandante general de la segunda división, ordenó prepararnos para el embarque por ferrocarril que debía conducirnos al “Pozo Almonte”. No lo hicimos todos, ese día, porque sólo pudo verificarlo el Regimiento “Dos de Mayo”, embarcándose el Zepita a los tres días después.
Parece que la fatal noticia de la destrucción del primer escuadrón de “Húsares de Junín No 1″, por un regimiento de caballería ocasionó nuestra marcha a San Francisco, a los tres días de permanecer en “Pozo Almonte”.
A las 5. a.m. del día 19 del mismo mes llegamos al pie del cerro de San Francisco, lugar donde vivaqueba el ejército chileno. Después de reconcentrado el ejército aliado, en columna cerrada, esperamos impacientes la batalla; ya cuando se había recibido la orden de postergarla para el día siguiente, sentimos de una a dos de la tarde, descargas por el lado del emplazamiento de “La Columna Pasco” y el “Batallón Ayacucho No 3″, entablándose en seguida la batalla. Entonces la segunda división a la que yo pertenecía comandada por el coronel Cáceres se mantuvo de reserva cubriéndose con las calicheras mientras nuestros compañeros de Pasco y Ayacucho se batían bizarramente con la sola presencia del comandante Ladislao Espinar y el sargento mayor Lazo, convertida en una carnicería en contra de la “Columna Pasco” que se encontraba sin sus jefes. La batalla fue completamente desordenada, nuestros compañeros, fusilados por la espalda por las fuerzas bolivianas que a órdenes del general Villegas pudieron ascender hasta el principio de las faldas de San Francisco. Y tras una encarnizada pelea de dos horas se declaró la derrota, despareciendo luego, como por encanto, las fuerzas bolivianas y evitando el coronel Cáceres el desastre completo mediante su 2da división que contrarrestó el ataque del grueso de la caballería chilena y parte de la infantería que habían descendido en persecución de los nuestros.
A las once de la noche recibimos la orden de marchar en retirada a Tarapacá; ésta se hacía en el mayor orden cuando con sorpresa nos dimos cuenta de que el desastre era completo ya que la intensidad de la “camanchaca” dio lugar a la completa desorganización del ejército. Marchábamos en grupos y mezclados entre individuos de diversos cuerpos por varios caminos ya que no conocíamos el que conducía a Tarapacá, cuando en la mañana pudimos apercibir que llamaban a reunión en la pampa del “Hospicio” los señores coroneles Cáceres, Suárez, Somocurcio y otros oficiales, mediante los cuales pudimos reorganizarnos y emprender la marcha hacia Tarapacá.
Penoso camino el que practicamos hasta la “Aguada”. Hubo muchos suicidios a causa del hambre y sed que nos devoraba. Ahí permanecimos hasta el día 21 en que continuamos marcha a Tarapacá a donde pudimos llegar el 23 a las 8.a.m., acantonando en casas particulares.
El día 27 a las 7 de la mañana, nos preparábamos para emprender marcha sobre Arica, cuando nos sorprendió la batalla que se lidió ese día y que todos conocen por la historia; teniendo yo la única satisfacción de hacer presente, que mi batallón con el coronel Cáceres a la cabeza, pudo tomar cuatro cañones del ejército chileno con cargas consecutivas que ejecutamos a la bayoneta y que mediante nuestra intrepidez pudimos hacernos de rifles y municiones del enemigo. En la noche de aquel día, después de la victoria y luego que hubiéramos enterrado al comandante don Juan Bautista Zubiaga, sargento mayor Benito Pardo Figueroa; capitán Francisco Pardo Figueroa, hermano del anterior a quienes vi luchar como leones, y al subteniente Cáceres, hermano del coronel. A la una más o menos salimos con dirección a “Apachica” para luego pasar a hasta Arica.
Llegamos a este puerto el 25 de diciembre, después de largas y penosísimas jornadas en las que sufrimos toda clase de privaciones. Fuimos recibidos por el contralmirante don Lizardo Montero, el entonces coronel Canevaro y otros jefes. Ese día el general Montero puso en conocimiento del ejército vencedor de Tarapacá, que la dictadura de don Nicolás de Piérola, expresando que no obstante esa orden anormal de cosas, debíamos seguir con patriotismo y decisión las vicisitudes de la guerra bajo las órdenes del dictador.
A los pocos días de formó el batallón Zepita, refundiéndose en él, el regimiento Dos de Mayo y a los 20 o 25 más o menos de haber llegado sobre las pampas de Item, los batallones Zepita a órdenes del coronel Cáceres; Misti a órdenes del coronel Ignacio Somocurcio; un batallón y escuadrón bolivianos a la de sus respectivos jefes, entre los que descollaba el hoy general don José M. Pando, entonces todavía teniente coronel.. Tras una permanencia de más o menos treinta días en el valle de Moquegua, en el lugar denominado “Alto del Conde”, contramarchamos a Tacna para luego salir a “Para” y enseguida ocupar nuestros emplazamientos en el “Campo de la Alianza”.
El 25 de mayo de 1880, a la 1.pm. emprendimos marcha para sorprender y batir al enemigo. ¡Vana ilusión!. Tuvimos que contramarchar en vista de haberse frustrado el plan concebido por los jefes y ocupar nuestras anteriores posesiones hasta las once de la mañana del 26, hora en que principió el combate de artillería, generalizándose entre los dos ejércitos a las doce del día; allí la división a que yo pertenecía a órdenes del coronel Cáceres y en el que tuve por valeroso e intrépido cabo, al señor Juan Blas Rojas Vera, hoy capitán, jefe militar de esta provincia y a cuyo testimonio apelo de la veracidad de cuanto les he narrado, fue el que peleó con más denuedo en razón de estar a la izquierda del ejército, a punto que los chilenos batieron con sus mejores regimientos como fueron , el “Buin”, el “Santiago”, el “Victoria” y otros más, y el grueso de su caballería que sostenía ese flanco.
Era las tres y treinta más o menos, en que la fatalidad declaró la derrota, la cual nos obligó a marchar batiéndonos en retirada contra las huestes chilenas que avanzaban. Fue en uno de estos instantes cuando vi caer herido a mi cabo Rojas Vera sin poder evitar el que se me cayeran algunas lágrimas al considerar mi ineptitud para socorrerlo. Y como la derrota fue completa, nos dispersamos todos, tomando yo y algunos compañeros al ruta de “Pachía”. Aquí fue donde tropezamos con un soldado boliviano herido que nos llamó, manifestándonos que, como su herida era grave, tenía la certeza de morir y que siéndole, en consecuencia, imposible continuar redoblando su tambor, me lo entregaba para hacerlo siempre en contra de los “malditos chilenos”, expirando enseguida entre mis brazos.
Cargado con mi tambor – éste que ustedes ven- llegué a “Pachía” en donde cogí una fiebres fortísimas que causaron el abandono en que me vi después de dos meses de penosa enfermedad. Ya mejor de mis dolencias salí de aquel pueblecito para, cruzando, montes, ríos y cordilleras llegara a Tangor, morada de la que fue mi esposa y cuyos recuerdos me causaban en campañas la nostalgia del terruño.
Desde entonces conservo este tambor como el emblema del recuerdo, como objeto apropiado para dar a mis hijos lecciones de patriotismo y odio eterno a Chile”.
Cayósele al viejecito una lágrima y nuestra mirada de veneración y respeto al veterano del 79 que terminó diciéndonos.
— Ya llegará la hora de las reivindicaciones; ustedes serán los que vengarán las vandálicas ofensas del Caín de América…. Si, no dudo. El tiempo jamás borrará del corazón de los peruanos, el odio eterno que debemos tener a Chile.
Saltamos de nuestros asientos y dimos un abrazo al viejecito como sintetizándole una promesa…un juramento….
Cerro de Pasco, verano de 1914.
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Texto tomado del blog Pueblo Mártir, del profesor César Pérez Arauco
Imagen, El señor Víctor B. Zuñiga con el tambor boliviano conservado por Anselmo Huatanay, gentileza Carlos Mendoza
Saludos
Jonatan Saona
Vuelvo a leerlo. Interesante testimonio.
ResponderBorrarOdioso el viejito. Debería cuestionar el porqué su país se embarcó en la guerra con Chile y de porqué tuvieron a un inepto presidente que ayudó a conducirlos a su derrota. Chile hizo lo suyo en el campo de batalla, conducir a sus fuerzas a la victoria. Los lloriqueo no sirven.
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